El poder de conocer tu propria identidad | Maysun Abu-Khdeir | TEDxZaragoza

El conocimiento nuestra identidad, de quién somos y de lo que somos capaces de lograr y construir, nos hace fuertes e independientes.

Maysun es una fotoperiodista española-palestina independiente, sin base establecida, especializada en reportaje documental y cobertura de noticias a nivel internacional. Desde 2005 ha cubierto conflictos sociales, políticos, y desastres naturales por todo el mundo.
Ha colaborado con varias organizaciones no gubernamentales como Oxfam Internacional, Cruz Roja, SCI (Servei Civil Internacional), Paz Ahora; gubernamentales como la Comisión Europea (CE), el Ministerio de Turismo de Malta, AECID, el Instituto Cervantes (España y República Checa) y agencias de noticias nacionales e internacionales como EPA, AFP, ACN o Corbis Images. Ha publicado ampliamente en medios de primer orden como TIME Magazine, The New York Times, Lens Blog by NYT, National Geographic, Foreign Policy, The Guardian, Der Spiegel, Stern, The Washington Post, The Wall Street Journal, Los Angeles Times, International Herald Tribune, ABC News, NBC News, Focus Magazine, Al Jazeera, El País, El Mundo, CNN.

This talk was given at a TEDx event using the TED conference format but independently organized by a local community. Learn more at http://ted.com/tedx

(Apláusos)

Muchas gracias.

Cuando era pequeña
estudiaba en una escuela pública.

A pesar de ser pequeña,
tenía una gran riqueza cultural.

En mi clase había gente de todas partes:
de China, Brasil, Colombia, México;

un chico de raices Italianas
y yo, española-palestina.

A pesar de la diversidad, algunos
de nosotros fuimos acosados durante años

por otros niños, chicos locales que
mostraban de esa forma

su miedo a todo lo que no conocían.

En aquella época mis padres
trabajaban la mayor parte del día,

por lo que mi hermano y yo pasábamos
mucho tiempo en casa de mis abuelos.

(Perdón)

Mi yaya, maestra y maravillosa cocinera
era cariñosa y fuerte al mismo tiempo.

Mi yayo, una de las mejores personas que
he conocido, era alguien bueno.

Era educado, artista; era autodidacta.

Era carpintero,
encuadernador, esperantista,

pero sobre todo tenía
un gran sentido del humor.

Era una persona fuerte,
de fuertes valores éticos.

Gran parte de los míos y de mi sentido
de la justicia provienen de él.

Aprendí mucho en esos años.

Me hicieron plantearme
infiniddad de preguntas

sobre la identidad, la familia,
la ética, el mundo,

y cómo se supone
que debía encajar en él.

Pero siempre sentí que había
un vacío en una parte de mi vida.

Me crié con mi familiar materna en España

y a penas tuve contacto
con mi familia paterna

por la difícil situación de Palestina,
por la cual mi padre tuvo que permanecer

varias décadas lejos de su hogar.

Recuerdo haber hablado por teléfono
con mis abuelos paternos,

pero la diferencia de idioma
era realmente una desventaja

y al ser muy pequeña no tuve
la oportunidadad de conocerles

como hubiera querido.

Según pasaba el tiempo, fui haciéndome
más preguntas sobre mi identidad.

Tanto la cultural como la relacional.

Es decir, la imagen que
tenemos de nosotros mismos

con respecto a lo que nos rodea.

Quise saber más sobre la otra parte
de mi familia, mi familia paterna.

¿Quiénes eran?
¿Qué significa ser palestino?

¿Qué significa ser
palestino en la diáspora?

Estar estudiando fotografía como
parte de mi carrera en arqueología,

la cual nunca acabé,

ya que siempre me he preguntado,
ya que siempre he pensado más bien

que es necesario conocer tu historia
para poder comprender tu presente

y poder construir así,
correctamente tu futuro.

Así que comencé a tomar fotografías
de los amigos palestinos de mi padre,

los cuales no me tomaron demasiado
enserio porque me han visto crecer,

y digamos que me veían como la niña
que daba la lata con la cámara,

pero cuando me mudé a Barcelona
a acabar mis estudios fotográficos

contacté con la comunidad palestina
de Cataluña, a la cual retraté,

quizás en un intento de
comprenderme a mí misma

a través de sus facciones, de sus manos.

En un intento de encontrar
a gente un poco como yo,

ni de aquí ni de allí.

Con la misma cara de eterno extranjero

y un infinido deseo
de encontrar el hogar, de encajar.

Sentía que mi felicidad dependía de ello,

de encontrar mi lugar,
la etiqueta correcta.

Quizás debido a un
sentimiento de pertenencia

que deseaba y que nunca tuve cuando crecí.

Pensé que descubrir y
construir mi propia identidad

era como quitar un velo
que tenía enfrente de los ojos,

y que una vez libre de él, me daría
cuenta de quién era yo en realidad,

y que a partir de ahí tendría que
escoger entre España y Palestina

porque la gente siempre me pregunta:
"Maysun, ¿y tú cómo te sientes,

española o palestina?"

Siempre he sentido la presión
de tener que elegir,

de tener que cumplir con los estándares,
ajenos sobre mi origen.

Y al mismo tiempo,
me sentía la mitad de ello:

mitad española, mitad palestina.

Por supuesto, estaba equivocada.

Cómo alguien podía sentirse completo
en términos de indentidad

si se le define como una mitad.

Todo ese proceso en el que descubrí
y construí mi propia identidad

tuvo como punto culminante
el primer viaje que hice a Siria en 2009,

antes de la guerra, cuando participé
en un campo de verano

de jóvenes palestinos de todo el mundo.

La esencia del evento consistía en
analizar y debatir la identidad palestina.

Al preguntarnos qué tres cosas
definen la identidad palestina,

una chica de Cisjordania dijo:
"Para ser palestino necesitas

hablar árabe, vivir en Oriente Medio
y ser musulman".

Yo le dije: "Entonces
yo no soy palestina en absoluto.

He nacido y crecido en España,
no hablo árabe casi y no soy creyente".

Al final del debate acordamos

que la identidad es algo
mucho más complejo y personal

que un nombre, tu procedencia
o qué idioma hables.

Eso me abrió los ojos
y me hizo entender

que ni encajaba en esa definición de
Palestina ni en los estándares de nadie,

ni siquiera en aquellos
aparentemente parecidos a mí.

Esos jóvenes americanos-palestinos,
italianos-palestinos,

y los más importante, me di cuenta
de que no eramos mitades.

De hecho, éramos más que un todo.

Cada uno de nosotros tenía
la suerte de tener más de un origen,

más de una historia que contar.

Descubrí que mi identidad cultural
era enteramente española

y enteramente palestina,
y ninguna de ellas al mismo tiempo.

Eso realmente me hizo crecer,
me enrriqueció.

Ni el color, ni el origen,
ni el idioma, ni el género,

ni la forma de pensar
de una persona la definen.

Es el conocimiento y el entendimiento
de nuestra propia identidad

lo que nos completa.

¿Sabéis cómo me sentí?
Libre.

Cómo si me quitara un peso de encima.

Me sentí capaz de cualquier cosa,
poderosa, fuerte,

y eso me ayudó a comprender
que siempre había estado en casa.

Que el hogar es algo que
está dentro de uno mismo.

Ese es el poder de conocer
vuestra propia identidad.

¿Y qué tiene que ver
la identidad de una persona

con sus capacidades sociales,
con su trabajo

o con el éxito que pueda tener en la vida?

Todo.

El conocimiento de nuestra identidad
nos permite desarrollarnos como personas,

reconocer nuestras virtudes
y nuestros defectos

para conseguir nuestras metas,
ya sean individuales o colectivas.

Nos permite ir más allá.

Para comprender mejor y encontrar
mi propio camino usé varias herramientas.

La pintura fue una de ellas.

La pintura es algo muy importante para mí

porque me ayuda a conectar con
mi interior y me equilibra,

pero quizás lo más importante
fue la fotografía.

Recuerdo la primera vez que sentí
la llamada del periodismo dentro de mí.

Era el 9 de noviembre de 1989.

Yo estaba apunto de cumplir nueve años.

Recuerdo estar viendo las noticias

con mis padres y con mi hermano
durante la cena.

Apesar de que no entendía completamente
lo que estaba sucediendo,

me di cuenta,
por sus caras de alegría,

de que algo verdaderamente
importante estaba sucediendo.

El muro de Berlín había caido.

Vi gente destruyendo lo que quedaba de él.

Trepando. Gritando. Llorando de felicidad.

La gente pasaba de un lado a otro
para cersiorarse de que realmente

podían moverse libremente.

Sentí una emoción tremenda,

pero no fue suficiente para mí
verlo en televisión.

De alguna forma
necesitaba estar ahí, presente.

Verlo con mis propios ojos.
Sentir lo sonidos, los olores.

Necesitaba ser testigo para comprender
completamente la situación.

No fue hasta el cabo
de muchos años después,

cuando ya me dedicaba a contar historias,

cuando me di cuenta de que
la semilla del periodismo

había esta siempre allí, aletargada.

Conocer mi identidad
cultural y relacional fue vital

para comprender mi propio potencial
y saber lo que quería hacer en la vida.

Uno de mis amigos palestinos
me preguntó si queria irme de viaje con él

en 2006, a Oriente Medio, para visitar
algunos campos de refugiados palestinos

y para poder comprobar cómo vivía
la gente con mis propios ojos.

Ese viaje cambió mi vida.

Me di cuenta de que parte de mi identidad
consistía en una profunda necesidad

de contar con imágenes lo que sucede
a mi alrededor, lo que pasa en el mundo.

Sobre todo a la gente
que no puede estar ahí para verlo.

Sentí que era feliz contando historias

y que a la vez era
una gran responsabilidad.

Además de una herramienta
de conocimiento interno y externo,

comprendí que el periodismo podía ser
una forma de aportar algo a la sociedad,

de aumentar por medio de imágenes
la conciencia intercultural,

de luchar por un mundo mejor.

Siempre he querido
ser útil a la sociedad

y creo que este trabajo
puede ser útil de alguna forma.

A día de hoy, más de 10 años después del
comienzo de mi trabajo, sigo pensándolo.

No es una cámara lo que se necesita
para entender y cambiar el mundo.

El afán por conocerse a uno mismo y
lo que le rodea es la clave para lograrlo.

Podemos utilizar una cámara, un lápiz,
nuestra voz, o cualquier otra herramienta

para tratar de hacer
de este un mundo mejor,

pero lo que nos impulsa a hacerlo,
a ir más allá, a trabajar más,

a superar nuestros propios límites
es la pasión por conocer.

Eso fue lo que sentí con nueve años.

La pasión por conocer nos ayuda a saber
quiénes somos y qué queremos de la vida.

Nos ayuda a tomar decisiones.

Este conocimiento es lo que nos hace
verdaderamente independientes,

pero también nos une como comunidad.

El conocimiento es
el pegamento de la sociedad.

Durante estos años
trabajando como periodista

he tratado de ser observadora
invisible pero nunca silente

de la historia que
el ser humano dibuja cada día.

He visto quizás más sombras
que luces en mi camino.

Historias terribles
que no deberían suceder.

He aprendido sobre la guerra,

sobre la muerte,

sobre la pobreza,

sobre el desplazamiento,
(Perdón)

sobre la soledad,

y cómo las personas
buscan siempre lo mismo

independientemente de donde
provengan o que idioma hablen:

un lugar al que llamar hogar
y alguien con quien compartirlo.

Son precisamente estas imágenes,
estas historias,

las que yo trato de mostrar,

sobre todo cuando
los medios de comunicación

dejan de informar porque ya no es noticia,

y ya nadie se preocupa de qué pasó
con aquel que lo perdió todo.

Es importante saber.

Conocer la información es un derecho.

Pero mis imágenes,
vuestro trabajo, nuestro día a día,

puede llegar a sentirse
como una mitad, incompleto,

si no somos capaces de conocernos
realmente a nosotros mismos,

en profundidad.

Si no ponemos nuestro corazón,
nuestros ideales,

nuestra pasión y nuestra empatía
profundamente en ellos.

Por eso trato de hablar
sobre las pérdidas de la gente,

pero también sobre sus vistorias, sobre
su capacidad de resistir, de sobrevivir,

sobre todo en situaciones límites
como las de una guerra.

Para ello, para tomar
decisiones difíciles, complicadas,

ellos han tenido que conocerse bien,
tanto individual como colectivamente.

La gente, independientemente
de donde vengan y de sus circustancias,

sale adelante.

A veces de manera improvisada,
otras desesperada, pero lo intentan.

La búsqueda de la independencia, de la
realización personal, de la felicidad,

son al fin y al cabo
la esencia del ser humano.

Por eso nuestro conocimiento,
el conocimiento de nuestra identidad,

de quienes somos y de lo que somos
capaces de lograr y de conseguir

nos hace fuertes, nos hace independientes.

En una palabra: nos hace libres.

Gracias.

(Apláusos)