Lo que falta en la narrativa de los inmigrantes estadounidenses

Elizabeth Camarillo Gutierrez habla en TED@Wells Fargo 2020

Hola a todos, me llamo Elizabeth

y trabajo en la bolsa.

Pero es algo bastante reciente para mí.

Terminé la universidad hace un año y medio

y, para ser honesta,

todavía me estoy recuperando
del proceso de selección

al que tuve que someterme.

(Risas)

Ahora, yo no sé Uds.,

pero la cosa más ridícula

que todavía recuerdo de todo el proceso,

es que, siendo aún estudiantes inseguros,
nos preguntaban cuál era nuestra mayor pasión.

Yo pensaba: "¿Esperas que te responda?".

(Risas)

Por supuesto que respondí.

Y, honestamente,

lo que realmente les demostró
cuanto me apasionaba el tema

fue que les hablé de mi interés
por la economía global,

lo que, convenientemente,
había surgido de conversaciones

que les había escuchado
a mis padres inmigrantes

cuando hablaban de la fluctuación
del valor del peso mexicano.

Les encanta escuchar
una buena historia personal.

Pero ¿saben qué?

Les mentí.

(Risas)

Y no es que lo que les dije fuera mentira,

mis padres realmente
hablaban de esas cosas.

Pero esa no fue la razón
por la cual decidí meterme en finanzas.

Solo quería poder pagar el alquiler.

(Risas)

Y el tema es este:

la realidad de tener que pagar el alquiler
y hacer cosas de adulto

es algo que raramente estamos dispuestos
a admitir frente a un empleador,

frente a otras personas,
e incluso a nosotros mismos.

Yo sabía que no iba a decirles

que estaba ahí por el dinero.

Y eso es porque, mayormente,

queremos vernos como idealistas,

gente que hace aquello en lo que cree

y se dedica a las cosas
que más los entusiasman.

Pero la realidad

es que muy pocos tenemos realmente
el privilegio de poder hacer eso.

Ahora bien, no puedo
hablar por todo el mundo,

pero esto es especialmente cierto
para los profesionales inmigrantes jóvenes como yo.

Y la razón por la cual es cierto
tiene algo que ver con las narrativas

que la sociedad nos a bombardeado siempre

en el noticiero, en el trabajo,

e incluso también con esas voces
autocríticas que tenemos en la cabeza.

¿A qué narrativas me refiero?

Bueno, se me ocurren dos
cuando se trata de inmigrantes.

La primera es la idea
del inmigrante trabajador.

ya saben, gente que viene a EE.UU.
a buscar trabajo como obreros,

trabajadores agrícolas, lavaplatos.

Ya saben, trabajos que a nosotros
tal vez nos parecen mal pagos

pero, para los inmigrantes,

es una oportunidad.

Las noticias han hecho de esto
algo bastante complejo.

Podría decirse que ha complicado
la relación entre EE.UU y los inmigrantes.

Y, como habría dicho el experto
en inmigración George Borjas,

es como que EE.UU quería trabajadores,

pero luego se confundió
cuando recibió gente.

(Risas)

A ver, es normal que la gente luche

para tener un techo
y vivir una vida normal, ¿no?

Entonces, por razones obvias,

esta narrativa me ha estado
volviendo bastante loca.

Pero no es la única.

La otra narrativa de la que voy a hablar

es la idea del superinmigrante.

En EE.UU nos encanta
idolatrar a los superinmigrantes

como símbolos del éxito estadounidense.

Yo crecí admirando a los superinmigrantes,

porque su existencia fomentaba
mis sueños y me daba esperanza.

El problema con esta narrativa
es que también parece ensombrecer

a aquellos que no triunfan

o que no llegan tan alto,
como si fueran menos.

Y, durante años, estuve atrapada

en esta idea que parecía
celebrar un tipo de inmigrante

y descalificar a los otros.

A ver, ¿no eran suficientes
los sacrificios que hacían mis padres?

El hecho de que mi padre
llegara a casa de la fábrica metalúrgica

cubierto en polvo corrosivo,

¿eso no era súper?

No me malinterpreten,

en cierto modo he internalizado
estas dos narrativas

y, de muchas maneras,

ver triunfar a mis héroes
me a empujado a hacer lo mismo.

Pero estas dos narrativas fallan

en su forma de deshumanizar a la gente
si no encajan en un cierto molde

o si no triunfan de cierta manera.

Y esto realmente afectó
la imagen que yo tenía de mí misma

porque empecé a cuestionar estas ideas
con respecto a quiénes eran mis padres

y quién era yo

y empecé a preguntarme:

"Estoy haciendo lo suficiente para proteger
a mi familia y a mi comunidad

de las injusticias que vivimos a diario?".

Entonces, ¿porqué decidí "venderme"

mientras veía estas tragedias
desarrollarse delante de mis narices?

Me llevó mucho tiempo
aceptar las decisiones que tomé.

Y realmente debo agradecerle

a la gente que gestiona el HSF,
el "Hispanic Scholarship Fund",

por validar este proceso
desde el principio.

El HSF,

una organización que ayuda a estudiantes
a conseguir una educación superior

a través de mentorías y becas,

me ayudó a calmar mi ansiedad,

diciéndome algo que era superfamiliar.

Algo que todos Uds.
probablemente hayan oído

durante los primeros minutos
después de abordar un avión.

En caso de emergencia,

póngase la propia máscara de oxígeno
antes de ayudar a otros.

Ahora entiendo que esto significa
algo distinto para cada persona.

Pero, para mí, significaba
que los inmigrantes no podíamos

y nunca lograríamos encajar
en ninguna narrativa,

porque la mayoría de nosotros
en realidad nos movemos en un espectro

tratando de sobrevivir.

Y aunque haya quienes están
más adelante en sus vidas,

con la máscara de oxígeno puesta,

inevitablemente habrá otros

que todavía están tratando de ponérsela,

para recién después poder ayudar a otros.

Ahora bien, esta lección
realmente me tocó de cerca

porque mis padres,

querían que nosotros
aprovecháramos las oportunidades

que no habríamos tenido en otro lado.

Después de todo, estábamos en EE.UU.

Entonces, de niña, esto me hizo tener
sueños locamente ambiciosos

sobre lo que mi futuro
podría llegar a ser.

Pero el mundo tiene
una forma de ver a los inmigrantes

que no solo afecta
las historias que ellos viven.

También influye cómo las leyes y sistemas
pueden afectar a las comunidades,

familias e individuos.

Yo esto lo sé de primera mano,

porque estas leyes y estos sistemas
destrozaron mi familia

e hicieron que mis padres
se volvieran a México.

Y, a los quince años,

con mi hermano de ocho

nos quedamos solos y sin la dirección

que mis padres siempre
nos habían proporcionado.

A pesar de ser ciudadanos estadounidenses,

los dos nos sentimos derrotados

por el país que siempre habíamos visto
como una tierra de oportunidades.

Durante las semanas que siguieron
a la partida de mis padres para México,

cuando quedó claro que no podrían volver,

tuve que ver, sin poder intervenir,
como a mi hermano de ocho años

lo sacaban del colegio
para enviarlo junto a su familia.

Y, durante el mismo período,

me preguntaba si volver

sería una forma de validar
los sacrificios de mis padres.

Y de alguna forma conseguí convencer
a mis padres de que me dejaran quedar,

sin poder garantizarles
que encontraría dónde vivir

y que me encontraría bien.

Pero hasta el día de hoy