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El 5 de noviembre de 1990,
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un señor llamado El-Sayyid Nosair
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entró a un hotel en Manhattan
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y asesinó al rabino Meir Kahane,
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el líder de la Liga de Defensa Judía.
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A Nosair inicialmente lo declararon inocente,
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pero estando preso por otros cargos menores,
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en compañía de otros, empezaron a planear ataques
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a unos 12 íconos de Nueva York,
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incluyendo túneles, sinagogas
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y la sede de Naciones Unidas.
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Por suerte esos planes se frustraron
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por un informante del FBI.
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Tristemente, la bomba de 1993
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en el World Trade Center,
no se pudo evitar.
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Más tarde Nosair sería condenado
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por su participación en ese atentado.
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El-Sayyid Nosair es mi padre.
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Yo nací en Pittsburgh, Pensilvania,
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en 1983, siendo él un ingeniero egipcio,
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con una amorosa madre estadounidense,
maestra de escuela primaria.
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Entre los dos hicieron todo la posible
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por darme una niñez feliz.
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Solo cuando yo tenía 7 años,
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nuestra familia empezó a cambiar.
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Mi padre me enseñó una forma del Islam,
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que muy pocos, inclusive la
mayoría de los musulmanes,
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llegan a conocer.
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Por experiencia vi que cuando
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la gente toma tiempo para interactuar,
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no se requiere mucho para llegar
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a desear las mismas cosas en la vida.
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Sin embargo, en toda religión,
en todo grupo humano,
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siempre hay una pequeña
fracción de gente
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que se aferra tan ardorosamente
a sus convicciones
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que piensa que hay que usar
todos los medios posibles
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para que todos vivan como ellos.
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Pocos meses antes del arresto
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él se sentó conmigo y me explicó que
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en los últimos fines de semana,
él y algunos amigos,
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habían estado yendo a
entrenamiento de tiro
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en Long Island, para practicar.
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Me dijo que yo iría
con él al día siguiente.
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Llegamos al polígono de tiro Calverton
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que, sin saberlo nuestro grupo,
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estaba vigilado por el FBI.
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Cuando me tocó tirar,
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mi padre me ayudó a sostener
el rifle en el hombro
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y me explicó cómo apuntar al objetivo
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a unos 30 metros.
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Ese día, con la última bala que disparé
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le di a la pequeña
luz naranja sobre el objetivo
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y, para sorpresa de todos,
especialmente mía,
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todo el objetivo estalló en llamas.
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Mi tío se volvió hacia los demás
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y en árabe, dijo "Ibn abu".
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De tal padre, tal hijo.
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A todos, el comentario
les produjo mucha risa.
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Pero solo unos años más tarde
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comprendí lo que a ellos
les pareció tan gracioso.
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Vieron en mí, el mismo
nivel de destrucción
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que mi padre podría causar.
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Esas personas más tarde
serían condenadas
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por colocar una van cargada
con 700 kilos de explosivos
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en el estacionamiento subterráneo de
la torre norte del World Trade Center,
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causando una explosión
que mató a seis personas
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e hirió a otras 1000.
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Yo admiraba a esos hombres.
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Los llamaba "ammu",
que significa tío.
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Cuando cumplí 19,
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ya me había mudado 20 veces.
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Esa inestabilidad durante mi niñez
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no me permitió
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hacer muchas amistades.
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Cada vez que empezaba a sentirme
cómodo cerca de alguien
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ya era momento de empacar
e irnos a otra ciudad.
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Como siempre era yo la
cara nueva de la clase
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con frecuencia era víctima de matoneos.
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Conservaba secreta mi identidad
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para evitar ser el blanco.
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Pero ser el nuevo de la clase,
silencioso y regordete,
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era suficiente munición.
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Así que la mayor parte del tiempo
la pasaba en casa
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leyendo libros, viendo TV
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o jugando videojuegos.
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Por estas razones no
desarrollé habilidades sociales,
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para decirlo suavemente.
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Por crecer bajo fanatismo,
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no estaba preparado para el mundo real.
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Me educaron pera juzgar a la gente,
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con base en indicadores arbitrarios,
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como su raza o su religión.
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Entonces, ¿cómo pude abrir los ojos?
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Una de las primeras experiencias
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que pusieron a prueba
mi modo de pensar,
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fue durante las elecciones
presidenciales de 2000.
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En un programa preuniversitario
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en el que participé
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en la Convención Nacional Juvenil,
en Filadelfia.
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Mi grupo se enfocó en el tema
de la violencia juvenil.
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Como yo había sido víctima
de matoneo casi toda mi vida,
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era algo por lo que
sentía mucha pasión.
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Los miembros de este grupo venían
de diversas procedencias.
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Un día, hacia el final de la convención,
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descubrí que uno de los chicos
con quien habíamos
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hecho amistad, era judío.
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Llevó varios días
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salir a la luz este detalle
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y me di cuenta de que no había
ninguna animosidad
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entre los dos.
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Nunca antes había tenido un amigo judío
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y francamente me sentí muy orgulloso
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de haber podido vencer la barrera
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que toda la vida se me había hecho creer
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que era infranqueable.
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Otro momento crucial surgió cuando
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conseguí un trabajo de
verano en Bush Gardens,
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un parque de diversiones.
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Me encontré con gente de todo tipo
de creencias y culturas.
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Esa experiencia resultó fundamental
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en el desarrollo de mi carácter.
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Toda la vida se me había enseñado
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que el homosexualismo era
un pecado y, por extensión,
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todos los homosexuales
eran malas influencias.
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Por casualidad, tuve la oportunidad
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de trabajar con actores homosexuales
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allá, en un espectáculo,
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y pude ver que varios de ellos
eran los más amables
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y menos críticos que
había visto en la vida.
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Habiendo sido acosado de niño,
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desarrollé un sentido de empatía
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hacia el sufrimiento de los demás.
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Pero no era fácil para mí
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tratar a personas amables,
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exactamente de la manera
como yo habría deseado ser tratado.
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Por ese sentimiento pude
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contrastar los estereotipos
que me habían enseñado de niño,
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con la experiencia de la
interacción en la vida real.
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No sé cómo es eso de ser homosexual
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pero sí sé lo que es ser juzgado
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por algo más allá de mi control.
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Luego vino el "Daily Show".
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Todas las noches, Jon Stewart me hacía
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ser intelectualmente honesto
respecto a mis intolerancias,
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y me ayudaba a ver que
la raza de las personas,
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la religión o la orientación sexual,
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no tienen nada que ver
con el carácter.
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En muchas formas él
se volvió mi figura paterna
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en un momento en que yo estaba
desesperadamente necesitándolo.
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En ocasiones, la inspiración
puede venir de lo inesperado.
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Y que un comediante judío hubiera tenido
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una mejor influencia en mi vida
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que mi propio padre, extremista,
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no fue en vano.
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Un día tuve una conversación con mi madre
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sobre cómo estaba cambiando
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mi modo de pensar,
y ella me dijo algo
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que conservaré en mi corazón
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por siempre, mientras esté vivo.
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Ella me miró con los ojos cansados
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de alguien que ha sufrido
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suficiente con interminable
dogmatismo y me dijo:
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"Estoy cansada de odiar".
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En ese momento me di cuenta
de cuánta energía negativa
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se necesita para mantener
todo ese odio en tu interior.
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Mi nombre real no es Zak Ebrahim.
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Lo cambié cuando mi familia decidió
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romper la relación con mi padre
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y empezar una nueva vida.
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Entonces, ¿por qué decidí salir
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y ponerme en un posible riesgo?
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Bueno, es sencillo.
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Lo he hecho porque espero
que alguien, algún día,
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a quien se le trate
de llevar a la violencia,
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pueda oír mi historia y entender
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que hay un mejor camino.
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Que aunque a mí me condicionaron
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a esta ideología violenta e intolerante,
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yo no llegué a hacerme fanático.
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Por el contrario, decidí
usar mi experiencia
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para luchar contra el terrorismo
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y contra los prejuicios.
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Lo hago por las víctimas del terrorismo
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y por sus seres queridos.
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Por el terrible dolor y las pérdidas
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que el terrorismo les
ha producido en sus vidas.
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Por las víctimas del terrorismo hablaré,
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contra esos actos sin sentido,
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como rechazo a las acciones de mi padre.
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Con esta sencillez me expongo
aquí como prueba
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de que la violencia no es inherente
a ninguna religión o raza.
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Que los hijos no tienen que seguir
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los caminos de sus padres.
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Yo no soy mi padre.
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Gracias.
(Aplausos)
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Gracias a todos.
(Aplausos)
-
Gracias de verdad.
(Aplausos)
-
Muchas gracias.
(Aplausos)