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"¡Mirame!"
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Con esa palabra me convertí
en entrenadora de miradas.
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Soy la mamá de Iván, de 15 años.
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Iván tiene autismo, no habla,
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y se comunica a través de un iPad
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donde está todo su universo
de palabras en imágenes.
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Recibimos su diagnóstico
cuando tenía dos años y medio
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y todavía hoy, me acuerdo
de ese momento con mucho dolor.
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Con mi marido nos sentíamos muy perdidos.
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No sabíamos por dónde empezar.
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No había Internet como ahora,
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no se podía googlear información,
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así que esos primeros pasos
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fueron de pura intuición.
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Iván no sostenía la mirada,
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había perdido las palabras que decía,
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no respondía a su nombre
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ni a nada que le pidiéramos,
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como si las palabras fueran ruidos.
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La única forma que yo tenía
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de saber lo que a él le pasaba,
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lo que él sentía,
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era mirándolo a los ojos.
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Pero ese puente estaba roto.
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¿Cómo enseñarle la vida a Iván?
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Cuando yo hacía cosas
que a él le gustaban,
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allí sí, me miraba;
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y estábamos juntos.
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Así que me dediqué
a seguirlo en esas cosas,
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para que cada vez hubiera
más y más momentos de miradas.
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Nos pasábamos horas y horas
jugando a la mancha
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con su hermana mayor, Alexia,
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y en esa ronda de: "¡Ay! ¡Que te atrapo!"
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nos buscaba con la mirada,
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y yo allí, en ese momento,
sentía que él estaba vivo.
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También, tenemos récord
de horas en la pileta.
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Iván siempre tuvo una pasión
muy fuerte por el agua.
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Me acuerdo de que tenía dos años y medio,
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y un día de invierno, de mucha lluvia,
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lo estaba llevando a una pileta cubierta,
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porque ni siquiera esos días
dejábamos de ir.
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Estábamos yendo por la autopista,
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y me equivoqué de salida.
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Y allí se largó a llorar,
desconsoladamente, sin parar,
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hasta que retomé el camino
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y recién allí, se calmó.
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¿Cómo era posible
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que con dos años y medio
no respondiera a su nombre,
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pero en el medio de esa lluvia y neblina,
que yo no lograba ver nada,
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él fuera capaz de reconocer
perfectamente el camino?
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Allí me di cuenta de que Iván tenía
una memoria visual excepcional,
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y que esa iba a ser mi puerta de entrada.
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Así que empecé a sacarle fotos a todo,
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y enseñarle la vida así,
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mostrándoselas ... foto a foto.
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Y todavía hoy sigue siendo la forma
en la que Iván nos cuenta
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lo que él quiere, lo que él necesita,
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y también, lo que él siente.
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Pero no solo estaba en la mirada de Iván.
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También estaba en la mirada de los demás.
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¿Cómo lograr
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que no solamente miraran a su autismo,
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pero que lo miraran a él,
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con todo lo que él puede dar?
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¿Con todo lo que él es capaz de hacer?
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¿Con las cosas que le gustan, las que no,
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como a cualquiera de nosotros?
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Pero para eso, yo también
tenía que poner de mi parte.
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Yo me tenía que animar a soltarlo.
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Y me costaba muchísimo.
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Iván tenía 11 años,
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y hacía su tratamiento muy cerca
de casa, en otro barrio.
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Y una tarde, mientras
hacía tiempo esperándolo,
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entré en una verdulería,
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típica verdulería de barrio
que tiene un poco de todo.
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Y entre compra y compra,
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me puse a charlar con José, el dueño.
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Le conté de Iván, que tenía autismo,
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y que yo quería que él aprendiera
a caminar solo por la calle,
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sin que nadie le sostuviera la mano.
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Y me animé a preguntarle
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si los jueves a las dos de la tarde,
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Iván podría venir a ayudarlo a ordenar
los estantes de botellas de agua
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porque a él le encantaba ordenar,
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y de premio, comprarse
unas galletitas de chocolate,
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sus galletitas favoritas.
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En seguida me dijo que sí.
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Y así fue como durante un año,
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Iván llegaba a la verdulería de José,
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lo ayudaba ordenar los estantes
de botellas de agua
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que quedaban con las etiquetas
perfectamente enfiladas
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milimétricamente para el mismo lado.
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Y partía feliz
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con sus galletitas de chocolate.
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José no es experto en autismo.
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No hace falta ser expertos en nada,
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ni hacer ninguna hazaña
para incluir a otro.
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Simplemente tenemos que estar --
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(Aplausos)
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así es, ninguna hazaña.
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Simplemente tenemos que estar cerca.
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Y si algo nos da miedo,
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o no lo entendemos, preguntemos;
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seamos curiosos,
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pero nunca indiferentes.
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Tengamos el valor de mirarnos a los ojos,
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porque con nuestra mirada,
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le podemos abrir un mundo a otro.
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(Aplausos)
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(Ovaciones)