Por qué nos cuesta tanto aprender idiomas | Gabriel Wyner | TEDxNewBedford

El único obstáculo para aprender un idioma es la memoria. El proceso de aprendizaje de un idioma es el proceso de crear recuerdos. Nada más y nada menos. Si comprenden eso y entienden cómo se crean los recuerdos, entonces podrán progresar de manera que nunca antes habían creído posible. Gabriel Wyner es escritor, cantante de ópera y políglota radicado en Chicago. Tras conseguir hablar alemán con fluidez en 14 semanas con el método de inmersión de Middlebury Language Schools, se enamoró del proceso de aprendizaje de idiomas y pasó dos meses cursando programas intensivos de italiano en Perugia, Italia. Buscando maneras de llevar la experiencia de la inmersión a los hogares, empezó a desarrollar un método que consigue la fluidez en sesiones cortas, todos los días. En 2010, su esfuerzo obtuvo recompensa. Aprendió a hablar francés con fluidez en cinco meses, y ruso, en apenas diez.

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED. Más información en: http://ted.com/tedx

Existe un mito sobre los idiomas.

Y el mito es que los niños

son excepcionalmente buenos
para aprender idiomas

y que perdemos esa capacidad al crecer.

Tenemos una buena razón
para creer en este mito.

Muchos lo hemos experimentado.

Elegimos un idioma
en la secundaria o la universidad,

estudiamos con ahínco
durante tres, cuatro o cinco años

y luego viajamos a Francia,

conocemos a una niña
francesa de cinco años

que habla francés
mucho mejor que nosotros.

(Risas)

Y no es justo.

Quiero decir, nos hemos esforzado tanto,

mientras que ella no ha estudiado
ni un día de su vida

y aun así corrige nuestra gramática.

Tienen razón.

No es justo.

No es justo porque
se comparan con una niña

que ha estado expuesta
al francés 15 000 horas

y Uds., 100 horas,

quizá 200, posiblemente 50.

Depende de cuánto tiempo
sus clases de francés fueron en francés

en vez de hablar en inglés
en la clase de francés.

Para hacer una comparación justa,

llevan a un niño de cinco años a España,

lo exponen a 500 horas de idioma;

si un adulto consigue trabajo en España
con 500 horas de exposición,

descubrirán que el adulto
supera al niño en todos los casos.

Aprendemos idiomas mejor que los niños.

Somos más listos que ellos.

Hemos aprendido a aprender.

Es una ventaja de hacerse mayor.

No quiero decir que ser niño
no tenga sus ventajas;

tiene tres.

Entre los 6 y los 12 meses,
en ese corto período,

los niños oyen sonidos en nuevas lenguas
de una manera que luego se pierde.

Es una ventaja importante.

Segunda ventaja:
los niños no tienen miedo.

Participan en cualquier conversación
conozcan o no las palabras,

mientras que nosotros
nos contenemos y nos asustamos.

Una gran ventaja.

Pero ninguna de las dos ventajas pesa más
que nuestra capacidad superior de aprender.

La tercera ventaja de ser
un niño es la del tiempo.

Nosotros no podemos pasar
15 000 horas aprendiendo francés.

Así, para tener éxito,

necesitamos algo que funcione
mejor que lo que usan los niños.

Y para hablar sobre qué podría ser eso,

quisiera compartir algunas
experiencias propias.

Empecé la aventura de aprender
idiomas con el hebreo,

en la guardería y en la primaria.

Lo estudié durante siete años

y tras esos siete años de estudio,
podía leer en hebreo...

pero solo el alfabeto.

(Risas)

Así que lo volví a intentar.

En la secundaria tuve suerte,
pues se enseñaba ruso

con profesores excelentes,

así que estudié ruso
durante cinco años y medio.

Me esforcé mucho, saqué buenas notas,

hice todos los deberes,
y tras esos cinco años y medio

logré leer... el alfabeto ruso.

Retuve, quizá, unas 40 palabras
y llegué a la conclusión

de que los idiomas no eran para mí.

Y tomé una mala decisión.

Siempre fui un loco de la ciencia,
me encantaban la ciencia y la ingeniería.

Quería ser ingeniero nuclear
especialista en física del plasma

para crear reactores de fusión.

Eso me gustaba de niño.

Pero tenía una afición que era cantar.

Cantaba musicales y ópera.

Y mientras solicitaba plaza
en facultades de ingeniería,

también elegí una que tenía
un conservatorio musical, y pensé:

"¿No es un poco raro estudiar
ópera e ingeniería mecánica?

¿No sería muy raro?".

Y lo hice.

Una de las consecuencias fue
que tuve que realizar cursos de idiomas.

Para ese título de ópera,
necesitaba alemán, francés e italiano.

Y un amigo francés me dijo:

"Oye, ¿sabes que puedes conseguir
dos semestres de créditos en un verano

en esta escuela en Vermont?"

Y pensé: "¡Suena genial!".

Así que me matriculé en ese programa.

Y funcionaba así: debía firmar
un contrato el primer día.

Disponía que si hablaba una palabra
que no fuera en alemán,

si escribía algo, si leía algo,

si escuchaba algún mensaje
que no fuera en alemán,

me expulsarían de la escuela
sin devolverme el dinero.

Y pensé: "Suena muy divertido".

(Risas)

Fui, firmé el contrato

y me di cuenta de que en realidad
no hablaba ni una palabra de alemán,

así que dejé de hablar.

(Risas)

Alguien se me acercó y dijo:

"Hallo, ich heiße Joshua. Wie heißt du?"

Y respondí: "¿Eh?"

(Risas)

Y él dijo: "Hallo, ich heiße Joshua.

Wie heißt du?".

Y contesté: "Ich heiße Gabriel?".

Y así aprendí alemán.

Siete semanas después, podía
mantener una conversación en ese idioma,

y me aficioné a la sensación de pensar
de una manera completamente nueva.

Al verano siguiente, regresé
para ganar fluidez en alemán.

En 2007 me mudé a Viena, Austria,
para cursar un grado de ópera y canto.

En 2008 me mudé a Perugia,
Italia, para estudiar italiano.

Y en 2010, hice trampa
en un examen de francés.

Y de ahí viene todo esto.

Verán, quería volver a la escuela
de los contratos en Vermont

porque, de una manera algo
estresante y masoquista,

era en realidad bastante divertido.

Tenían un nivel 1 para quienes no
estaban familiarizados con el francés,

adecuado para mi nivel,

pero también tenían el nivel 1.5
que era un poco más rápido.

Y pensé: "Es mi tercer idioma.

El italiano se parece al francés.

Probablemente pueda con el 1.5."

Me mandaron un examen de nivel por
Internet e hice trampa, tanto como pude.

Imaginé que sin saber francés
y haciendo trampa

podría entrar en el nivel 1.5.

Por eso usé la "Gramática francesa"
del sitio web About.com

para hacer trampa en el examen.

Escribí un ensayo en
Google Translate y lo mandé.

(Risas)

Lo mandé todo, y ya
no volví a pensar en ello.

Tres meses después recibí un correo

que decía: "¡Felicidades!

¡Lo ha hecho muy bien
en el examen de nivel!

Lo hemos asignado al nivel intermedio.

(Risas)

"Dispone de tres meses.

En tres meses, lo pondremos
en una sala con un francés nativo.

Le hablaremos durante 15 minutos

para asegurarnos de que
no ha cometido estupideces,

como hacer trampa en el examen de nivel".

(Risas)

Ahí entré en pánico.

Y cuando entro en pánico, voy a Internet

porque, claro, alguien ahí
tiene respuesta para todo,

y resultó que había
algunas buenas respuestas.

Existen unos sistemas
llamados de "repetición espaciada".

Son como tarjetas para memorizar.

¿Recuerdan esas tarjetas que usaban
en la escuela donde ponían "chat-gato"?

Se trata de su versión informatizada,

pero te ponen a prueba
en el momento más oportuno,

justo antes de olvidar la información,

así que son tremendamente efectivas.

La gente suele utilizar
los sistemas de repetición espaciada

para las traducciones.

Y sabía de mis experiencias
con el hebreo y el ruso

que eso no me iba a funcionar,

así que hice algo distinto.

Y para explicarlo,
hablaremos de dos palabras.

La primera, la aprendemos en un aula.

Estamos aprendiendo húngaro.

La profesora escribe en la pizarra:

"fényképezőgép", que es
"cámara" en húngaro.

Y escribe otras 39 palabras
en la pizarra y anuncia:

"Este es el vocabulario de la semana.

Tendrán un examen a finales de semana."

La segunda palabra la aprendemos
de manera muy distinta.

Están en una aventura con su mejor amigo.

Están en Escandinavia.

Y están en un bar antiguo.

Hay seis clientes mayores y canosos.

Se sientan en el bar
y el camarero es, sin duda, vikingo.

Tiene una poblada barba roja
y les sonríe de manera inquietante

mientras prepara tres
vasitos y saca una botella

en la que ven escrito M-O-K-T-O-R.

El camarero dice "Moktor",
y vierte algo en los vasos.

Es un líquido verdoso, pero no
de un agradable color esmeralda,

sino un líquido verde parduzco,
amarillento y viscoso.

Guarda la botella y saca un tarro blanco.

Del tarro blanco saca una cucharada
de algo que pone en los vasos.

Por el olor están seguros
de que es pescado podrido,

mientras sigue diciendo "Moktor"

y todos los clientes se dan
la vuelta, los miran y se ríen.

El camarero saca una cerilla.

La enciende y prende fuego
a los tres vasos y repite "Moktor"

al tiempo que todos los clientes
corean: "¡Moktor! ¡Moktor! ¡Moktor!".

Y su amigo, su estúpido amigo,

toma su vaso y grita: "¡Moktor!",

lo apaga y lo bebe.

El camarero apaga el suyo
soplando y grita "¡Moktor!"

y lo bebe.

Ahora todos te están mirando,

coreando "¡Moktor! ¡Moktor!".

Y tomas tu vaso, "¡Moktor!"

y lo apagas de un soplo, "¡Moktor!"

gritas "¡Moktor!" y lo bebes.

Y es lo más horrible
que has tomado en tu vida.

Y recordarás la palabra
"moktor" para siempre.

(Risas)

Mientras ya has olvidado cómo
se dice "cámara" en húngaro.

(Risas)

¿Por qué?

Los recuerdos son fascinantes.

No se almacenan en ninguna
área concreta del cerebro,

sino en las conexiones entre
las diferentes áreas cerebrales.

Cuando vieron ese vaso, vieron
que en la botella decía M-O-K-T-O-R,

y el camarero les dijo "Moktor",

ese sonido y esa grafía

se interconectaron, crearon un recuerdo.

Esas conexiones se conectaron
con otros sonidos:

el sonido del moktor
al ser vertido en los vasos,

el sonido de todos coreando
en el bar "¡Moktor! ¡Moktor!"

Todos esos sonidos y esa grafía

se interconectaron y también
lo hicieron con imágenes.

Se conectaron con imágenes
de esta botella verde.

Se conectaron con los vasos.

Se conectaron con el pescado podrido.

Se conectaron al rostro del camarero;

esa cara vikinga es ahora
parte de la palabra.

Y todos ellos conectan a su vez
con experiencias sensoriales,

como el horrible sabor en la boca,
el olor a quemado, a pescado podrido,

el calor del fuego.

Todo eso se relaciona
con el contenido emocional:

con la repulsión,

el enfado con su amigo, con la emoción.

Eso se relaciona con su viaje.

Se relaciona con lo que es
el alcohol, lo que es Escandinavia,

lo que es la amistad,
lo que es la aventura.

Ahora, todo eso es parte de esta palabra

que de esta manera incorporamos,

mientras que la palabra que
en húngaro significa "cámara"...

Bueno, ya no recuerdan ni cómo sonaba.

Este "no recuerdo" no se relaciona
con cámaras de iPhone o réflex SLR

ni el sonido del obturador,

ni las emociones que sienten
cuando miran fotos de su pasado.

Esas asociaciones existen.

Están conectadas a otra palabra,
a la palabra "cámara".

Pero "fényképezőgép"
no tiene nada de eso ahora.

Y por eso no pueden retenerla.

¿Qué pueden hacer al respecto?

Bueno, volvamos
a donde estaba con el francés.

Mi situación era la siguiente:

Cursaba dos maestrías,
una de canto y otra de ópera,

así que tenía clase seis días a la semana.

Mi único tiempo libre
era una hora al día en el metro,

y los domingos y las fiestas nacionales
austriacas, que por suerte son muchas.

En esos momentos, hacía esto:

Creaba y repasaba tarjetas de memorización

con uno de esos sistemas
de repetición espaciada.

Pero en vez de usar traducciones
en esas tarjetas,

empecé a usar imágenes.

Si quería aprender a decir
perro en francés, "chien",

buscaba "chien" en las imágenes de Google

y descubrí que los blogueros franceses
no elegían los perros que yo esperaba.

Sus perros eran más pequeños,
más adorables, como más franceses.

(Risas)

Así que utilicé esos perros para aprender
"chien" y creé un vocabulario

a partir de esas imágenes
de los blogueros franceses.

Y mientras creaba ese vocabulario,
avancé a las oraciones.

Empecé a aprender palabras
abstractas y gramática así,

usando oraciones para completar.

Si quería aprender una palabra
como la forma en pasado de "ir",

usaba una historia.

"Ayer, espacio en blanco, a la escuela",
con la imagen de un colegio.

Aprendí gramática abstracta de ese modo.

Luego, tres meses después,
tuve aquella entrevista.

Me encontré en la sala con una francesa

que empezó la conversación con "Bonjour".

Y entonces, lo primero
que me vino a la mente fue:

"Bonjour".

Y empezó a hablarme en francés,

y me di cuenta de que
entendía lo que me decía,

y es más, yo sabía qué responderle.

No era fluido, iba un poco a trompicones,

pero era la primera vez en mi vida
que hablaba en francés,

y estaba hablando en francés
y pensando en francés,

y conversamos durante 15 minutos,

y al final de la conversación,
la profesora me dijo:

"Mire, hubo un error
en su examen de nivel.

Dice que debería estar
en el nivel intermedio,

pero vamos a pasarlo al avanzado".

Así, las siguientes siete semanas

leí diez libros, escribí
70 páginas de ensayos

y al final de ese verano,
mi francés era completamente fluido.

Me di cuenta de que había
descubierto algo importante.

Empecé a escribir sobre ello
y a crear herramientas informáticas

y a jugar con ellas.

En 2012 aprendí ruso.

Tuve mi revancha con ese idioma.

De 2013 a 2015, aprendí húngaro.

En 2015 empecé japonés,
lo dejé, aprendí español,

volví y empecé japonés de nuevo,
ya que es un idioma interminable.

Aprendí mucho en cada una
de estas experiencias.

Aprendí a retocar el sistema
para mejorar su eficiencia,

pero el concepto general
siempre ha sido el mismo.

Si desean aprender un idioma
de manera eficiente,

deben darle vida a ese idioma.

Cada palabra necesita conectarse
con sonidos e imágenes,

y olores, sabores y emociones.

La gramática no puede ser
un código abstracto,

sino algo que los ayude
a contar su historia.

Y si lo hacen,

verán cómo las palabras
empiezan a fijarse en su mente,

y también la gramática.

Y se darán cuenta

de que no hay que tener
un gen para los idiomas,

un don de Dios para conseguirlo.

Se trata de algo que todo el mundo

tiene el tiempo y la capacidad de hacer.

Gracias.

(Aplausos)