Una identidad cultural plural | Carpanin Marimoutou | TEDxRéunion

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED.

Carpanin Marimoutou, profesor de literatura en la Universidad de La Reunión, poeta y académico, analiza la relación de una isla con el mundo en la literatura. A través de un cuestionamiento constante de la relación entre el lugar y el vínculo, explora la cuestión fundamental del "habitar" y del "habitar juntos".

He tenido mucha suerte en la vida.

Primero, la suerte de haber
nacido y crecido en La Reunión.

Segundo, la suerte de haber
nacido y crecido en La Reunión,

en Saint Benoît, un pequeño municipio del
este y, en concreto, Chemin Bras Canot,

en la tierra de mi abuelo,
la tierra aparte.

Crecí en un mundo en el que oía
lenguas diferentes todos los días.

Todos los días oía a personas
que hablaban tamil:

Hardy Moulon, por ejemplo.

Oía a un anciano que
se llamaba Killiman,

que se hacía llamar Killiman,

uno de los últimos "engagés"
mozambiqueños de La Reunión.

Y hablaba una lengua
que yo no comprendía

y a la vez comprendía.

Estaba el viejo Tégor,
que hablaba malgache,

y junto a todo aquello estaba,
obviamente, el criollo.

El criollo, que todo el mundo
hablaba a su manera.

Esa lengua que todo el mundo
puede hablar a su manera.

Con acentos a su manera, con su forma
de cambiar el sentido a las palabras,

su significado, pero también
su sonido, su fonética,

y esa forma que hace que uno crea
entender, aunque se diga otra cosa.

Y eso es extraordinario.

Eso fue un asombro todos los días,

y el asombro dura todavía hoy.

Yo crecí ahí. Así que veía
a Hardy Moulon, por ejemplo,

ese hombre cojo que
cortaba la caña de azúcar,

que el sábado por la noche se convertía
en diosa en los bailes tamiles,

el "narlgon", ese tipo de
teatro cantado, bailado,

traído por los trabajadores forzados,
no los grandes brahmanes,

que nunca vinieron,

sino los "engagés" y
los parias del sur de la India,

personas de campo, que los sábados
por la noche se convertían en diosas.

O Tégor, ese viejo malgache
que andaba sobre el fuego

y me llevaba a ceremonias secretas
de culto a los ancestros

donde yo oía esos sones,
esas sonoridades. (Cantando)

O Joseph Lacole,
que vivía más arriba,

en Cratère, y era lo que aquí
se llama un "pequeño blanco".

Joseph Lacole bajaba a Bras Canot,
porque su oficio

era fabricar escobas de fibras de coco,

y mientras fabricaba escobas,
Joseph Lacole me cantaba romances

en francés:
(Cantando) Marinella...

Ahí fue donde crecí.

Entre el criollo, el francés, el tamil,
el malgache, el makoa, el makonde,

pero también sones de shingazidja,
de shimaore y, de tiempo en tiempo,

la campana, la llamada al rezo del muecín
en la ciudad, o la campana de la iglesia.

Esta es mi suerte extraordinaria.

Y me contaban historias.

Mi literatura empieza ahí.

Mi relación con la literatura, con
el texto, con las lenguas, empieza ahí.

Por eso me hice profesor de literatura,

no porque me enseñaran a Baudelaire,

sino a causa de aquello.

Baudelaire vendrá después.

Y me contaban historias,
historias de la Abuela Kalle,

y de pronto descubría que
la Abuela Kalle no era exactamente

lo que me enseñaban en la escuela
sobre las brujas;

que tenía, quizás, algo
que ver con la bruja mala,

pero también con las Grama Kalas,

esas diosas que protegen
los pueblos en el sur de la India,

o con los fantasmas
que venían de Madagascar.

Me contaban del Gran Diablo.

Yo iba al catecismo,

todo el mundo iba,

pero yo veía que esas historias
del Gran Diablo

no se parecían al diablo
del que hablaba el cura

o la señora catequista.

Eran historias que remitían

a eso que yo veía, justamente,
en los bailes tamiles,

esos "rakshasas", esos demonios,

o bien a esos monstruos
que me contaba Tégor

o Pépé Mama, cuando contaba
historias que venían de su país.

O me contaban historias
del Gran Lobo,

que no era el lobito
de Caperucita Roja,

que era también el lobo
de Caperucita Roja,

pero también los "lolos"
que venían de Madagascar.

Yo crecí ahí.

Así que fui un desastre
en la escuela.

Un desastre, porque para mí
la literatura ha sido siempre

una historia de mundos que se unen,

de lenguas que se mezclan,

una historia de imaginarios
que se entrecruzan,

que se pelean a veces,

que se negocian,

que se enfrentan,

pero que están ahí, presentes,

y que uno cree leer a su manera,
aunque ellos cuentan, a la vez,

otra cosa.

Y luego estaba la escuela.

Es terrible, la escuela.

Porque en la escuela,

no tanto en la escuela primaria,
porque en Saint Benoît

los profesores vivían
todo aquello también,

y sabían que estaba Saint Benoît,

pero no muy lejos

estaba Paniandy,

y Paniandy no sonaba muy, muy católico,

y un poco más arriba
a la izquierda, estaba Bé Massoun,

todavía menos católico.

Sabían que había todo eso,
y que todo eso era La Reunión,

y que todo eran historias.

Sabían que las montañas,
saben, sabemos,

que las montañas, los barrancos,
guardan esas huellas.

Y estaban esas almas
que erraban de noche,

esos perros, que
no eran realmente perros

pero eran negros e inquietantes.

Esos "papangues" de los que
no se sabía realmente

si eran realmente "papangues".
El "maloya" de mi niñez que decía:

(Cantando)
¿Eso era un "papangue" o no?

Así que en la escuela
la cosa iba bien todavía.

Y luego llegué a la secundaria,
y los buenos estudiantes,

porque yo era buen estudiante,

iban a la secundaria en la época.

Y llegué allí, y fue terrible.

Porque allí,

yo que pensaba que vivía
en un mundo tan rico,

importante, maravilloso,

donde la gente compartía como don,
como herencia y también como deuda,

aquellas culturas extraordinarias,

me decían: "No,

eso que crees hablar no es una lengua.

Para empezar, está prohibido
hablar eso aquí.

Eso que cuentas no son historias,

no es literatura,

no son cosas;

es superstición,

es folclore,

son mentiras.

No es cultura.

La cultura es saber decir "yo",

saber que no hay más que una lengua,

saber que no hay más que un mundo".

Me dijeron, yo iba a latín,
como los buenos estudiantes:

"Isla: 'insula, insulae', femenino,

eso da en francés

"isla", después de una serie
de transformaciones,

pero da también "aislamiento",

la isla aísla.

Están desconectados de todo,

no tienen nada.

Menos mal que hemos venido".

Eso se llamaba en la época
"misión civilizadora". (Risas)

Y continúa en ciertos casos.

Así que no éramos nada,

ajenos a todo,

y la escuela francesa

tenía por misión
instalarnos en el mundo,

en un mundo.

Por ejemplo, les contaré una historia.

Escribíamos redacciones,

redacciones en francés.

Y el profesor nos da como tema:

"Cuente su Nochebuena".

Y cuento mi Nochebuena.

La Nochebuena en Saint Benoît

son los litchis, los flamboyanes,

es el sol,

la preparación para los malabares
de la marcha sobre el fuego,

las ceremonias de culto a los ancestros,

la llamada del muecín,

es todo eso.

Entrego mi tarea,

he seguido las instrucciones:
"Cuente su Nochebuena".

"Fuera de tema", dice el profesor.
(Risas)

Fuera de tema.

Y corrige la tarea.

Y la corrección es la siguiente:

Nochebuena, Papá Noel, la nieve,
las castañas, el pavo. (Risas)

Eso es la Nochebuena.

No hay más que un mundo posible.

El mío no existe.

Los míos, los que hacen los míos,
no existen.

Y luego, no sé por qué,

decido estudiar letras.

Bueno, sí lo sé,

pero lo sabré después,

por qué decidí estudiar letras.

Yo pensaba estudiar letras,

al principio, porque, después de todo,

funcionario del Estado francés
en La Reunión no está mal.

Pero la realidad era mucho más compleja,

estaba vinculada a toda aquella historia.

Así que me pongo a estudiar letras,

y me doy cuenta de cosas
que no me habían enseñado.

Releo la historia de
la literatura francesa,

que es lo que me enseñan,

y descubro que alguien
como Parny, por ejemplo,

Évariste de Parny, poeta reunionés
del siglo XVIII,

antiesclavista, abolicionista, elegíaco,

es el que inventa el poema en prosa.

En la secundaria me decían que eran
Aloysius Bertrand y Baudelaire.

Total, descubro que es Parny.

Investigo un poco,

me digo, Parny lo inventa,

¿qué relación hay entre
el poema en prosa y Parny?

Y la relación entre
el poema en prosa y Parny

es que Parny es el primero

en la literatura en lengua francesa
que hace hablar francés a los malgaches.

(Risas)

"Habitantes de la costa,
desconfíen de los blancos",

la voz de los esclavos malgaches
en el texto francés de Parny

transforma para siempre la forma
de escribir poesía en Francia.

Y es así como los mundos
transforman los mundos.

Y es así como la interacción de los
mundos transforma la literatura.

Así es.

De la misma manera, nuestro viejo amigo
Ambroise Vollard, amigo de Jarry,

descubro que desempeñó un papel
importante en la invención del Padre Ubú.

El Padre Ubú, el horrible Padre Ubú,

el colonialismo en todo su esplendor,

el Padre Ubú, de dónde viene

si no es de esa relación,

de eso que sabemos, nosotros, y
que los otros creen que no sabemos.

Aprendí eso trabajando, más tarde.

La fuerza de los dominados
es que saben,

saben siempre,

saben siempre mucho más que
los que creen dominarlos.

Pero lo ocultan,

no lo dicen porque las condiciones

de intercambio igualitario entre
dominado y dominador no han llegado aún.

Sabemos más, nuestros mundos
están ahí, nos lo muestran.

Y luego la cosa avanza, yo trabajo,

me convierto en un "intelectual",

y un día conozco al gran
Pierre Vidal Naquet.

Hablamos de colonialismo,

colonialidad, literatura colonial,

y me dice:

"No puedes hablar de colonia
para La Reunión".

Yo digo: "¿Por qué?

Me dice: "Una colonia
es Algeria, es Indochina".

Y digo: "¿Y por qué
La Reunión no lo es?"

Y dice: "Porque se habla de colonia
cuando una potencia extranjera

llega a conquistar una potencia
que ya estaba ahí,

un pueblo, una nación, etc. Y no Uds".

¿Y qué empiezo a entender entonces?

Que un gran, inmenso intelectual

progresista, emancipador,
como Vidal Naquet

no concibe movimiento anticolonial
y de emancipación

fuera del enfrentamiento cara a cara
de dos naciones homogéneas.

Que era difícil para
los intelectuales de la época,

y quizás aún hoy,

imaginar que uno pueda
liberarse de otra forma,

más allá de una idea de nación,

más allá de una idea de enfrentamiento,

sino justamente colocando
el enfrentamiento en el interior

de algo mucho más vasto
que es el intercambio,

la negociación,

el conflicto, por supuesto,

el enfrentamiento, pero
la integración de mundos,

mundos por todas partes,

allí donde todo el mundo está
obligado a abandonar algo,

a tomar algo del otro,

a estar en deuda con
el otro para siempre,

a heredar también, y olvidarlo.

Y entiendo que, para
Pierre Vidal Naquet,

la idea de que una nación blanca pueda
colonizar a personas también blancas,

habitantes de un país del sur,

es impensable.

Estábamos todos mezclados, todos
colonizados, compartíamos todo eso.

Y eso es de lo que habla la literatura.

Y eso es de lo que hablan
nuestras literaturas.

Ya se trate de historias,

de canciones,

del "maloya",

del baile tamil,

de adivinanzas o de la gran novela
colonial de los Leblond, por ejemplo,

en la que Leblond intenta
representar la visión civilizadora,

la misión civilizadora, y, de pronto,
su novela se la comen

los discursos de gente venida de África,

los ritos de gente venida de Madagascar,

los mitos y las leyendas de gente
venida de India y de todas partes.

Eso es.

Y la literatura reunionesa,

sea cual sea su lengua hoy,
sean cuales sean sus lenguas,

sean cuales sean sus formas,
cuente lo que cuente,

interroga eso, habla de eso.

Habla del encuentro de los mundos.

Habla del imaginario de los mundos,

de la transformación de los mundos,

de la conexión violenta
y apacible de los mundos,

y por eso, aunque mis profes
de secundaria y bachillerato

decían que yo estaba en la tradición
y que ellos me aportaban la modernidad,

creo que no hay literatura
más moderna que esa,

que esa literatura que piensa
la interacción de los mundos,

que está obligada a carecer
siempre de representación

y a cuestionar por tanto
las representaciones,

a carecer siempre de nación,

y que, por tanto, en lugar de fijar
identidades, homogeneidades,

se construye en una serie infinita
de interrogantes y de apertura.

Muchas gracias.

(Aplausos)