El impacto de poder escuchar |Kevin Berthia | TEDxUCDavisSF

Esta charla es un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED. Más información en: http://ted.com/tedx

Kevin Berthia habla acerca de cómo podemos influir en la vida de las personas si las escuchamos. Utiliza su propia historia en la que alguien evitó que se suicidara simplemente escuchándolo.

¿Cómo están todos?

Primero, estoy muy agradecido
de poder estar hoy aquí

y es un honor para mí
estar con Uds.

Mi nombre es Kevin Berthia
y soy un agradecido superviviente.

Hal Lindsey dijo: "Un hombre puede vivir
por unos cuarenta días sin alimento,

tres días sin agua,

ocho minutos sin aire,

pero sólo un segundo sin esperanza".

Escuchen bien lo que digo:
un segundo sin esperanza.

Me diagnosticaron
un trastorno depresivo congénito

cuando tenía 19 años,

pero mi lucha contra la depresión
empezó ya cuando tenía 5 años.

Durante mi infancia,
sentía que era el único

que había crecido o vivido sin un atisbo
de felicidad o esperanza al despertar.

A medida que iba creciendo,
me era difícil hacer frente a las cosas.

Sentía que era diferente;
sentía que no era normal.

Pero sabía que tenía que hacer
todo lo posible para sentirme normal.

En donde vivo,
tu reputación lo es todo.

Así que tuve que hacer todo lo posible
para parecer y sentirme normal,

sin importar cómo me sentía por dentro.

Todo cambió en 2002, dos años
después de terminar la preparatoria.

Cuando tuve mi primera crisis nerviosa.

Me llevaron al hospital.

Recuerdo volver a casa del hospital.

y me dije a mí mismo,

"No volveré a hablar de aquello
que me hizo acabar en el hospital".

No creí nada de lo
que dijeron los médicos.

¿Deprimido?

Ni siquiera sabía qué era la depresión;

no sabía qué significaba depresión.

Sabía que yo no tenía depresión,
que era normal y que estaba bien.

Para mí, en ese día
no sufrí una crisis nerviosa,

sólo había tenido un mal día.

Todo estaba bien.

Hice lo posible para convencerme
de que era una persona normal;

de que me sentía y que actuaba
como una persona normal.

En el verano de 2002, todo cambió para mí.

Aquella crisis nerviosa hizo
que me mirara de forma diferente,

como nunca me había mirado antes.

Estaba derrotado, deprimido,
estaba abrumado.

Ni siquiera era capaz de entender
lo que me estaba pasando.

¿Por qué era tan infeliz?

¿Por qué estaba tan deprimido?

¿Por qué todo me pesaba
tanto siendo tan joven?

Seis meses después de cumplir 21,
le di la bienvenida a mi primer bebé.

Sanaya Amar; ella lo era todo para mí.

Fue el día más feliz
y el más triste de mi vida.

Fue el día más feliz
pues como padre,

ver a tu primer hijo venir al mundo

es el sentimiento más hermoso
que puedan imaginar.

Pero verla nacer
dos meses antes de tiempo,

prematura, pesando apenas un kilo,

cabía en la palma de mi mano.

Fue abrumador.

La siguiente vez que vi a mi hija,
estaba en una incubadora de cristal,

con tubos que entraban
y salían de su boca.

Necesitaba uno para respirar,
necesitaba uno para comer.

Como padre, me sentí un fracasado
porque mi niña tenía que sufrir tanto,

siendo tan pequeña.

Me causó mucha angustia.

Durante las siguientes 8 semanas,
fui a verla todos los días

Cada día que iba a verla y
miraba a su incubadora le decía:

"Ojalá fuese yo y
no ella en esa incubadora".

"¿Por qué tiene que pasar
por todo esto siendo tan pequeña?".

Sólo quería que mejorase.

Quería que comiera lo suficiente,
para que le dieran el alta

y la enviaran a casa.

Eso era lo que quería.

Quería tenerla en casa para poder
sentir el privilegio de ser padre

por primera vez.

Eso era todo lo que quería.

Recuerdo cuando la trajimos a casa
después de esas 8 semanas,

cuando por fin le dieron el alta;
recuerdo ese sentimiento, cómo me sentí.

Fui al departamento de bomberos

para que instalaran
bien la silla de bebé.

Era el padre más feliz del mundo.

Iba a traer a mi niña a casa.

Cuando la traje a casa,
fue el mejor sentimiento del mundo.

Era todo lo que siempre había querido.

Cada una de las cosas malas
que me habían pasado,

cambió, ya era padre.

Tenía más responsabilidades.

Mi responsabilidad era darle lo necesario

y quería que mi niña lo tuviera todo.

Quería que tuviera todo lo que quisiera.

Iba a conseguirlo, fuese como fuese.

Tres semanas después de traerla a casa,

recibí una carta que cambió
mi vida para siempre.

Era una factura por
la hospitalización de mi hija.

En total 225 mil dólares por
ocho semanas en el hospital.

Estaba abrumado.

Como si me hubiera caído un coche encima.

Era un dolor que no se puede explicar.

¿Cómo iba a conseguir tanto dinero?

¿Cómo iba a conseguir 225 mil dólares?

Apenas estaba asimilando
y seguía asimilando

que mi hija había nacido prematura;

acababa de ser padre,
estaba emocionado,

estaba lidiando aún
con todas esas emociones.

Y en ese momento tenía que averiguar
cómo iba a pagar la factura del médico.

Cómo voy a conseguir tanto dinero
para sustentar a mi hija.

Me parecía imposible.

Imposible.

Pasaron tres semanas

y no veía esperanza.

Las cosas no mejoraban.

Pasaron dos meses más
y tuve más noticias.

Más noticias dolorosas.

Mi hija necesitaba
una operación de hernia.

No sólo le toco sufrir tanto al nacer,

y pasar ocho semanas
en una incubadora,

y ocho semanas
alimentada por sonda.

Además, tenían que operarla de una hernia.

Y luego me enteré de que en mi trabajo,
del que tanto quería cambiarme

habían decidido prescindir de mí.

Así que no tenía trabajo,

estaba intentando lidiar
con los distintos factores

de aprender a ser padre,
aprender a ser un hombre,

aprender a enfrentar
más responsabilidades.

Al aumentar las responsabilidades,
también empeoró mi enfermedad.

Era incapaz de lidiar con ciertas cosas.

Incluso era incapaz
de lidiar con cosas sencillas.

Me sentía abrumado.

Dejé de comer, dejé de dormir.

Estaba despierto toda la noche,
preocupado y lleno de dudas,

"¿Cómo había llegado hasta ese punto?

¿Cómo había llegado hasta allí?

¿Ahora qué hago?".

Me eché la culpa.

Sentía que debía haber algo que pudiera
hacer para arreglar esa situación.

Fui siempre un Superman.

Siempre tuve la solución
a todos mis problemas.

Por deprimido que estuviera,

nunca estuve tan mal ni fui tan lejos
que no pudiese recuperarme rápido.

Nunca estuve tan mal.

No había nada que hacer.

Nada. No había manera de resolver esto.

Debía dinero; no tenía cómo pagarlo.

Llegó la Navidad.

Ni siquiera pude comprarle
algo a mi hija por Navidad.

Era nuestra primera Navidad
y le tenía que fallar,

por no ser capaz de ser
estable económicamente

como para comprarle un regalo.

No sé si saben lo que se siente

no ser capaz de darle
a tu hija en Navidad,

una de las fiestas
más importantes para los niños.

¿Ahora qué hago?

¿Cómo me enfrento al hecho
de que lo he perdido casi todo?

¿Cómo me enfrento al hecho
de que estoy abrumado?

11 de marzo de 2005.

Me desperté a las 4:42 de la mañana.

Con un dolor insoportable,

un dolor que nunca antes había sentido.

Un dolor que ni siquiera pude ver venir.

Claro que había tenido días malos,

había tenido muchos días malos,
pero ninguno como ese.

Es como si tuviera que enfrentarme
a cada uno de los malos momentos

que tuve en mi vida,
todos juntos al mismo tiempo.

Y en ese momento, perdí la esperanza.

En ese momento, tomé una decisión,

si la vida iba a ser así de dura,
no quería formar parte de ella.

Necesitaba terminar con el dolor.
Quería terminar con el dolor.

Al final me cansé de estar ahí sentado.

Fui a mi coche.

Me subí y conduje.

Sin un destino específico.

Solo sabía que tenía
que parar y salir de mi dolor.

Sabía que tenía que parar.

Y dejar de sentirme así;
estaba demasiado abrumado.

En ese momento, tomé una decisión.

Iba a acabar con mi vida como fuese.

Fui a la estación de servicio de la zona,

cargué gasolina como
para no poder ir muy lejos,

justo para llegar a donde
pensé que iba a llegar.

Y mientras estaba en el surtidor, pensé:

"¿Qué podía hacer para asegurarme
que este dolor se iba a terminar?

¿A dónde podía ir

para asegurarme de
que ya no iba a sentir dolor?",

En ese momento, decidí que iba a conducir
desde Oakland hasta el puente Golden Gate.

Nunca había estado
en el puente Golden Gate.

No sabía que era conocido
por los suicidios.

Pero sabía que estaba cansado,
que tenía que detener el dolor.

Lo recuerdo como si fuera ayer;

recuerdo que conduje hacia
el puente, me paré en el peaje

y recuerdo preguntarle
a la cajera por direcciones.

En el fondo deseaba
que ella me preguntara,

"¿Por qué tomas el puente?".

Pero no lo hizo,
así que seguí mi camino.

Sabía que estaba a solo 20 minutos
de que todo terminara.

Todo el dolor, todo el sufrimiento,

todas las veces que tuve
que enfrentarme al mundo,

Todas las veces que tuve
que decir: "Estoy bien".

Sabía que todo iba a terminar,
en tan solo 20 minutos.

Sorprendentemente, cuanto más cerca
estaba del puente, mejor me sentía.

Estaba feliz de tener una especie de plan.

Cuanto más cerca estaba, mejor me sentía.

Pasaron 20 minutos
y me iba acercando a la torre norte.

Recuerdo que aparqué
en la zona para visitantes.

Aparqué mi coche
y me bajé inmediatamente.

Llegué a la conclusión de
que estaba allí por alguna razón

y nada podría detenerme,

estaba allí para acabar con mi dolor.

Estaba cansado, abrumado,
y estaba harto de intentarlo.

Estaba harto de esperar,
"A ver mañana,

a ver si mañana es mejor".

Todo en mi cabeza me decía,

"Ya hemos estado en ese mañana,
hemos visto ese mañana,

y ese mañana no va a ser mejor.

Sólo va a ser peor, Kevin".

Mientras caminaba hacia el puente,
había gente por todos lados.

Turistas, gente con sus familias,
y yo sólo podía pensar:

"¿De verdad quiero hacer esto?".

Pero tenía más razones
para hacerlo que no hacerlo.

Tenía más razones para estar allí y saltar
que para quedarme y continuar.

Una vez que llegué a un buen lugar,
en el que sentí que era el lugar,

recuerdo que di dos pasos
para atrás y cerré los ojos.

Me quedé pensativo.

Pero me dije: "Kevin,
has sufrido durante mucho tiempo,

tienes que hacer lo que tienes que hacer,
has venido con un propósito".

Mientras daba un paso atrás,
inhalé por última vez

y cuando empecé a caminar hacia el puente,

recuerdo la barandilla.

Sabía que mi dolor se acabaría,
si lograba pasar esa barandilla,

si sólo lograba llegar hasta el agua,
todo iba a estar bien.

Al acercarme al puente,
al acercarme a la barandilla

y al elevarme, oí una voz

que me detuvo en el aire.

Me di vuelta

y me coloqué en una zona,
en la que apenas cabían mis pies.

A estas alturas, me sentía frustrado.

Había venido con un propósito y, a mi ver,
no sólo había fracasado en la vida,

había fracasado en ese momento
por no poder llevar a cabo esa tarea.

Me encontré allí de pie,
pensativo y bajé la cabeza.

Cerré los ojos,
no volví a mirar hacia arriba.

Podía oír a la voz hablándome,
pero no estaba en situación,

ni en posición mental o física,
como pueden ver,

de responder preguntas.

La voz se acercó más;

mis emociones se dispararon.

Mientras estaba allí, pensé en cada una
de las cosas que había hecho mal.

Cada cosa mala que me había pasado,

Tanto si me molesto o no
la sentí en ese momento.

Con el viento en la espalda,
muerto de frío, era insoportable.

Me dije: "Tengo que irme.

Ahora sólo tengo que soltarme;
no me estoy agarrando.

Nada me mantiene aquí,

nada me sostiene.

Kevin, solo tienes que soltarte
y todo se habrá terminado.

Se acabó el dolor, Kevin,
es así de fácil".

El único segundo que perdí la esperanza,

estaba a cuatro segundos de que mi día,
y de que todo se acabase.

"¡Ya está!", pensé.

En el momento que decidí soltarme,
oí la misma voz que me detuvo antes,

pero esta vez estaba mucho más cerca.

No estoy seguro de lo que decía, pero el
hecho de que alguien se tomara el tiempo,

y estuviera diciendo algo
en el momento preciso,

cuando estaba posiblemente
en la peor situación de mi vida,

se tomara el tiempo de
intentar hablar conmigo...

Mantuve la cabeza baja.

No miré hacia arriba.

Estaba contento de que la voz,

una voz sin prejuicio estaba allí,
y me estaba escuchando.

Durante 92 minutos,

estuve en la misma posición,
en aquel puente,

con la cabeza baja,

Y le conté a un perfecto desconocido,
las cosas más íntimas de mi vida.

Durante 92 minutos, él sólo me escuchó.

No es lo que me dijo
lo que ese día salvó mi vida.

Fue lo que escuchó,
porque él me escuchó.

Fue capaz de canalizar
lo que realmente me dolía,

y lo que, en primer lugar,
me había llevado hasta el puente.

Cuánto había fallado
como persona, como padre,

me llevó a darme cuenta ese día
que yo necesitaba estar allí.

El primer cumpleaños de mi hija
era el mes siguiente.

Tenía que estar
en su primer cumpleaños.

Sin importar cómo me sentía,
tenía que estar allí.

Él me escuchó y me dio el valor

para volver.

Me dio valor para darme cuenta

de que quizás podía volver a intentarlo.

El escuchó todo lo
que le conté con detalle,

y él, al escuchar, me salvó la vida.

Me escuchó.

Y porque ese hombre me escuchó,

pude reunirme con él, ocho años
después de aquel fatídico día.

Porque ese hombre me escuchó,

pude convertirme en padre,

no solo de una hija, sino de dos más.

ahora soy afortunado de tener tres niños,

porque ese hombre me escuchó.

Ahora soy capaz de abogar
por la prevención del suicidio.

y puedo viajar por todo el país,
y llevar mi mensaje de esperanza

para que otras personas me escuchen.

Ser escuchado salvó mi vida.

Todos en esta sala tienen
la habilidad de salvar vidas.

Puede que no sea de la manera
que Uds. piensan,

pero si escuchan, pueden salvar vidas.

Escuchar puede causar cierto impacto.

Esos dos oídos que tienen, son un regalo.

Son un regalo, que puede
salvar la vida de alguien.

Dicen que una imagen
vale más que mil palabras.

Aquí está la prueba, esta es la prueba.

Les agradezco su tiempo
y les agradezco por escucharme.

(Aplausos)