Puta y feminista: Crónica de una trabajadora sexual | Georgina Orellano | TEDxRíodelaPlata

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED. Más información en: http://ted.com/tedx

Georgina Orellano nos relata su historia como mujer, madre, trabajadora y activista. Cuenta cómo decidió ejercer el trabajo sexual y defender los derechos de las trabajadoras sexuales. Georgina es Secretaria General de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar). Desde esta institución trabaja para defender los derechos humanos y laborales de las trabajadoras sexuales de la Argentina. Es además miembro de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). Georgina es Secretaria General de la Asociacion de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar).
Desde esta institucion trabaja para defender los derechos humanos y laborales de las Trabajadoras Sexuales de la Argentina.
Es además miembro de la CTA - Central de Trabajadores Argentinos.
Esta terminando su libro en el que relata su historia como activista.

Tenía 25 años y necesitaba
volver a trabajar.

Tenía un hijo por mantener
y un alquiler que pagar.

Había aceptado la propuesta
que me había hecho un cliente

para un puesto administrativo
en una fábrica metalúrgica.

Sentí que de esa manera iba a poder
dejar atrás mi viejo trabajo.

Ese por el cual sentía mucha vergüenza
y de mil maneras intentaba ocultar.

Como todos los días llegué a la oficina.

En esta oportunidad, mi jefe me pidió
que preparase café para 40 personas.

Así que, fui a la cocina,
preparé el café,

lo serví en las tazas,
lo dividí en tandas de diez,

los puse arriba de una bandeja
y encaré para la sala de reuniones.

En la sala había un mesa negra inmensa.

Estaba llena de hombres.
La única mujer era yo.

Al primero que le serví
el café fue a mi jefe

y cuando intenté servirle al resto,

mi jefe me tomó muy fuerte del brazo
y delante de todos me gritó:

"Este café está frío,
así que andá, andá dale, andá.

Andá y preparalo todo de vuelta".

Ahí, frente al silencio
de todos los demás,

me sentí tan avergonzada
que lo único que puede hacer

fue agarrar la bandeja,
agachar la cabeza e irme.

En la cocina, mientras masticaba bronca,

me di cuenta de que ese trabajo
no era para mí.

"Si me vuelve a gritar
delante de todos otra vez,

le tiro el café hirviendo encima
y me voy", pensé.

Y ahí sentí adentro de mí
que mi antiguo trabajo,

ese del cual muchos
me habían hecho creer

que tenía que sentir vergüenza,
no era tan malo.

Yo ahí podía poner mis límites,
podía poner mis condiciones.

Yo ahí podía decir que no.

Así que me decidí. Me decidí y volví.

Volví a ser prostituta.

Tuve la certeza, de que por ser mujer,

parte de la clase trabajadora,

esa representaba la mejor opción para mí.

Ya no lo viví más de manera clandestina.

No tenía que salir de jogging de mi casa

y cambiarme y maquillarme
camino al trabajo.

Aunque todavía me faltaba algo,

me faltaba tener el coraje suficiente

para contarle tanto a mi mamá
como a mi hijo,

verdaderamente a lo que me dedicaba.

En mi trabajo,
todos los días son distintos.

Yo llego a la esquina,
saludo a mis compañeras.

Porque no trabajamos solas,
solemos siempre estar de a dos o tres,

como una forma de auto-cuidado
entre nosotras mismas.

Nos avisamos cuando llegamos,
cuando nos vamos y cuando volvemos.

Nos aconsejamos sobre las características
que tiene cada cliente y clienta.

Y tenemos un código: no atendemos
a aquellas personas

que no cumplen con las normas
establecidas por nosotras mismas.

Ahí, ahí parada en la esquina me quedo,

mirando fijamente a cada uno
de los autos que pasan

en búsqueda de algún gesto
de un futuro cliente.

Pero otras veces pacto los encuentros
con anticipación.

Pero no todas las personas
que ejercemos el trabajo sexual

decidimos ejercerlo en la vía pública.

Muchas de mis compañeras deciden trabajar
a través de las redes sociales,

en departamentos privados
o, muchas otras también,

publicitan sus servicios
en las páginas web.

Hace mucho tiempo atrás
tuvimos un problema con un tipo

que se convirtió en una pesadilla:

nos amenazaba, nos hostigaba,
estaba totalmente obsesionado.

¿Y saben por qué?

Porque nosotras nos negamos
a atenderlo

ya que con una de nuestras compañeras
no cumplió con las normas establecidas.

Y como venganza frente
a nuestra sororidad feminista,

no tuvo mejor idea que comenzar
a integrar la junta vecinal.

Y en muy poco tiempo logró convencer
al resto de los vecinos y las vecinas

para que nos echasen del barrio.

Esa fue la primera vez que nosotras
sentimos la necesidad de pedir ayuda,

de tener que ir a alguna entidad estatal
para poder denunciar el accionar

de ese vecino y también
la discriminación que padecimos

por algunas personas del barrio.

Así comenzó mi activismo.

Pero tuvo que pasar un largo proceso

para que yo me pueda identificar como
una trabajadora sexual sindicalizada.

En AMMAR, la Asociación de
Mujeres Meretrices de la Argentina,

aprendí un montón de cosas.

Aprendí que no estamos solas

a pesar de que el Estado nos ignora,

aprendí que mi trabajo no es un delito

y que tengo derecho a hacer
uso responsable del espacio público

sin tener que andar
pagándole a la policía

para que nos deje trabajar tranquilas,

(Aplausos)

aprendí que la mayoría de los problemas

que tenemos las mujeres
trabajadoras sexuales,

¿saben qué?, son los mismos que tienen
el resto de todas las mujeres trabajadoras

por haber nacido en esta sociedad
machista y patriarcal.

(Aplausos)

Entendí que todavía tenemos
que aunar fuerzas

para seguir sensibilizando
a una gran parte de la sociedad,

para que logre diferenciar lo que
es el delito de la trata de personas

con el libre ejercicio del trabajo sexual.

(Aplausos)

Porque así, así como mis compañeras y yo
defendemos todos los días

la libre elección que tenemos
sobre nuestros propios cuerpos,

condenamos la trata de personas
pero no solo en el mercado sexual,

también en otros mercados laborales

como el trabajo rural y el trabajo textil.

(Aplausos)

Esta opción de vida, para mí,
me enfrentó a grandes desafíos.

No solo tuve que aprender a apoyar
y a liderar a mis compañeras de lucha,

sino que también me tuve
que enfrentar a mis propios miedos.

El más grande ellos: tener que sentarme
y decirle a mi mamá

que en realidad no era
una empleada administrativa,

sino que, en realidad,
era una trabajadora sexual.

Tuve mucho miedo.

Pensé que ella se iba a enojar conmigo,

que no me iba a hablar nunca más

y hasta que me iba a excluir
de mi propio entorno familiar.

Pero me equivoqué.

Mi mamá me pudo ver
más allá del estereotipo

que la sociedad suele imponernos
a las trabajadoras sexuales,

ese que nos ubica como las malas mujeres,

las malas madres
y las mujeres de la noche.

Mi mamá no me tuvo pena,
tampoco me vio como una víctima.

Me aceptó así, tal cual era,
tal cual soy,

orgullosamente una mujer trabajadora,

una trabajadora sexual.

(Aplausos)

Distinto fue el momento
en que le tuve que contar a mi hijo.

Ahí ya no tuve miedo, solo tuve
mucho cuidado con las palabras.

Santino lo vive naturalmente.

Tanto es así, que en una oportunidad
en el colegio,

la tarea que le habían dado
consistía en que

tenían que dibujar de qué
trabajaban mamá y papá.

Y Santino me dibujó a mí parada
en una esquina frente a un auto.

Y fue mucho más allá,
le confesó a la maestra

y a sus demás compañeros y compañeras

que su mamá se dedicaba al trabajo sexual.

La maestra, boca abierta frente
a tan grande confesión,

lo interrumpió y le dijo:

"Estás equivocado Santino.

Tu mamá es trabajadora social".

(Risas)

Y tal fue la frustración de él
que al día siguiente

me citaron al colegio.

Y ahí fui. Ahí fui furiosa,
sin dormir, dispuesta a todo.

Dispuesta a denunciar al colegio,
a la directora y a la maestra,

por discriminación y vaya
a saber cuántas cosas más.

Pero me tuve que guardar nuevamente

cada uno de los prejuicios en mi bolsillo,

ya que tanto la directora
como la maestra

se pusieron a mi disposición
y la de mi hijo.

Es que nosotras no estamos acostumbradas

a recibir ese tipo de tratos.

La vida nos ha golpeado tanto,

que siempre somos desconfiadas
y estamos a la defensiva,

porque esa es nuestra
herramienta de defensa

para sobrevivir al estigma social.

Las trabajadoras sexuales
desearíamos vivir

en una sociedad que no nos juzgue,
que no nos cuestione,

que no nos castigue ni nos condene.

Una sociedad igualitaria
en la que podamos acceder

a derechos tales como una obra social
y una jubilación.

en la que no tengamos que ir presas
por el solo hecho de salir a trabajar,

una sociedad en la que no recaiga
sobre nosotras los prejuicios sexuales

que tienen los demás,

una sociedad en la que dejen
de vernos como víctimas

y comiencen a vernos
como mujeres sujeto de derecho,

(Aplausos)

una sociedad en la que dejen
de equiparar trata con trabajo sexual,

invisibilizando así a todo un colectivo

y condenándonos a tener que trabajar
en mayor clandestinidad,

una sociedad en la que dejen
de cuestionarnos

y comiencen a aceptar nuestro trabajo
como un trabajo como el resto.

Somos mujeres, somos madres,
somos trabajadoras sexuales.

Queremos poder ser libres

para poder decidir
sobre nuestros propios cuerpos.

Queremos ser libres para poder ser
lo que realmente queremos ser,

pero con acceso a derechos.

Y camino a esa sociedad igualitaria
es la que vamos.

Hace pocos meses, mi hijo Santino
me comentó a la salida del colegio

que uno de sus amigos quiso molestarlo
frente al resto y le dijo:

"La mamá de Santino es una puta".

Yo, con el corazón en la boca,
nuevamente le dije:

"¿Qué le contestaste?"

Pero él, muy tranquilo, me respondió:

"Le dije que mi mamá no es una puta.

Le dije que mi mamá
es la secretaria general

de todas las putas del país".

(Aplausos)

Gracias.