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La primera vez
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que sentí miedo
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tenía cuarenta y un años.
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Siempre me han dicho que yo era valiente.
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De pequeña me subía al árbol más alto
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y me acercaba a cualquier
animal sin miedo.
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Me gustaban los desafíos.
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Mi padre decía:
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"El buen acero aguanta
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todas las temperaturas".
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Y cuando yo ingresé
a la política en Colombia,
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yo pensé que yo aguantaba
todas las temperaturas.
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Yo quería acabar
con la corrupción en el país;
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quería cortar los vínculos
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entre la clase política y el narcotráfico.
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Y la primera vez que salí elegida
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fue porque denuncié, con nombre propio,
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a políticos corruptos
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e intocables.
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También denuncié al presidente
de la república
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por sus nexos con los carteles.
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Ahí comenzaron las amenazas.
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Tuve que sacar a mis hijos muy pequeños
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del país una mañana,
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escondidos en el carro blindado
del embajador de Francia
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hasta llevarlos al avión.
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Y días después,
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fui víctima de un atentado
pero salí ilesa.
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Al año siguiente,
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los colombianos me eligieron
con el mayor número de votos.
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Y yo sentía que la gente
me celebraba por aguerrida.
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Y yo también pensaba que era valiente.
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Pero no lo era.
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Simplemente nunca había experimentado
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lo que era el verdadero miedo.
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Esto cambió
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el 23 de febrero del 2002.
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Yo en ese momento era candidata
a la presidencia de Colombia
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y estaba alentando mi agenda de campaña
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cuando fui detenida
por un grupo de hombres armados
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y uniformados
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con prendas militares.
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Entonces miré sus botas; eran de caucho.
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Y yo sabía
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que el ejército de Colombia
usaba botas de cuero.
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Yo sabía que ellos eran guerrilleros
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de las FARC.
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Todo sucedió a partir de ahí
muy rápidamente.
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El jefe del comando nos dio
la orden de detener el vehículo,
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mientras que uno de sus hombres
pisaba una mina quiebra-patas
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y voló por los aires.
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Y aterrizó, sentado,
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al frente mío
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y las miradas nuestras se cruzaron
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y entonces el muchacho comprendió:
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su bota de caucho con la pierna
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había caído lejos.
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(Suspira)
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Empezó
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a gritar enloquecido.
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Y la verdad
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es que yo sentí,
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como lo siento ahora,
porque revivo las emociones,
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yo sentía en ese momento
que algo se quebraba en mí
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y sentí que me estaba contagiando su miedo
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y la mente se me puso en blanco
y no podía pensar,
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paralizada.
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Y cuando finalmente reaccioné
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fue para decirme:
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"Me van a matar
-
y no me despedí de mis hijos".
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Mientras me internaban
en lo más profundo de la selva
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las FARC anunciaron
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que si el gobierno no negociaba
-
me matarían.
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Y yo sabía
-
que el gobierno no iba a negociar.
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A partir de ahí
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me acosté todas las noches
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con el miedo.
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Los sudores fríos,
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el temblor,
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el dolor de estómago,
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el insomnio.
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Pero peor le pasó a mi mente
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porque de mi memoria,
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quedaron borrados todos los teléfonos,
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las direcciones,
-
nombres de gente muy cercana,
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aun eventos de mi vida significativos.
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Y entonces,
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comencé a dudar de mí misma,
de mi salud mental.
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Y con la duda
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llegó el desespero,
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y con el desespero llegó la depresión.
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Estaba sufriendo cambios notorios
de comportamiento
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y no era solo la paranoia
en momentos de pánico.
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Era
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la desconfianza,
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era el odio,
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y eran también las ganas de matar.
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Y de eso me di cuenta
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cuando me tenían encadenada
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por el cuello a un árbol.
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Ese día me mantuvieron a la intemperie
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bajo un aguacero tropical.
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Me acuerdo que me entró
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la urgencia de ir al baño.
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"Lo que tenga que hacer
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lo hace al frente mío,
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perra",
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me gritó el guardia.
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Y yo
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tomé la decisión en ese momento
-
de matarlo.
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Y estoy, durante días,
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planeando y buscando el momento,
y buscando la forma,
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llena de odio,
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llena de miedo.
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Hasta que de pronto,
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salí
-
me sacudí
-
y pensé:
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"No me van a convertir en uno de ellos.
-
No me voy a volver una asesina.
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Todavía me queda suficiente libertad
-
para decidir
-
quién quiero ser".
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Ahí aprendí que el miedo
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me enfrentaba conmigo misma.
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Me obligaba
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a alinear mis energías,
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a alinear mis meridianos.
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Aprendí que enfrentar el miedo
-
podía transformarse
en una senda de crecimiento.
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Son muchas las emociones
cuando hablo de todo esto
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pero cuando pienso hacia atrás,
-
logro identificar
-
los pasos que di para lograrlo.
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Y quiero compartir con ustedes
-
tres de ellos.
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El primero
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fue
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guiarme por principios,
-
porque me di cuenta
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que en medio del pánico
y el bloqueo mental
-
si iba a los principios,
-
actuaba acertadamente.
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Recuerdo la primera noche
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en un campo de concentración
que la guerrilla había construido
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en medio de la selva,
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con rejas de cuatro metros de altas
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alambres de púas,
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garitas en las cuatro esquinas,
-
y hombres armados,
apuntándonos las 24 horas.
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Esa mañana, la primera mañana,
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llegaron unos hombres, gritando:
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"¡Numérense, numérense!"
-
Mis compañeros se despertaron asustados
-
y comenzaron a identificarse
con números en secuencia.
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Pero cuando me tocó mi turno
-
yo le dije:
-
"Ingrid Betancourt.
-
Si quieren saber si estoy acá
me llaman por mi nombre".
-
La furia de los guardias
-
no fue tanta como la furia
de mis compañeros,
-
porque, claro, ellos estaban
-
asustados, todos estábamos asustados,
-
y ellos tenían miedo que por culpa mía,
-
los castigaran.
-
Pero para mí, por encima del miedo
-
estaba la necesidad
de defender mi identidad,
-
de no dejar que me transformaran
en una cosa, en un número.
-
Ese era un principio,
-
era defender
-
lo que yo consideraba ser
la dignidad humana.
-
Pero fíjense ustedes:
-
eso la guerrilla, lo tenía
-
muy bien analizado;
ellos llevaban años secuestrando,
-
y ellos habían desarrollado
-
una técnica para ...
-
quebrarnos,
-
para doblegarnos, para dividirnos.
-
Así que
-
el segundo paso
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fue aprender a construir
confianza solidaria,
-
aprender a unirnos.
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La selva es otro planeta.
-
Es ...
-
es un mundo
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de penumbra, húmedo,
-
con el zumbido de millones de bichos,
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las majiñas, los pitos, las congas.
-
Yo no paré de rascar ni un solo día
mientras que estuve en la selva.
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Y bueno, las tarántulas, los escorpiones
-
las anacondas.
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Una vez estuve en una cara a cara
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con una anaconda de ocho metros de largo
-
que me hubiera tragado de un bocado.
-
Los jaguares ...
-
Pero lo que les quiero decir
-
es que ninguno de estos animales
-
nos hizo tanto daño
-
como el ser humano.
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La guerrilla nos aterrorizaba.
-
Y propagaba
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chismes,
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y estimulaba la delación entre compañeros,
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y las envidias,
-
los rencores,
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la desconfianza.
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La primera vez
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que me escapé
-
por largo tiempo
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fue con Lucho.
-
Lucho llevaba dos años más
de secuestrado que yo.
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Y tomamos la decisión de amarrarnos
-
con cuerdas
-
para tener la fuerza
de meternos en esa agua oscura
-
llena de pirañas
-
y de caimanes.
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Nosotros lo que hacíamos es que
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durante el día, nos escondíamos
en los manglares.
-
Y por la noche,
-
salíamos, nos metíamos al agua,
-
y nadábamos y dejábamos
que nos llevara la corriente.
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Pasaron varios días así.
-
Pero Lucho
-
se puso enfermo.
-
Él era diabético,
-
y le dio un coma diabético.
-
Entonces
-
la guerrilla nos capturó.
-
Pero después de haber vivido
eso con Lucho,
-
de haber enfrentado
juntos, unidos, el miedo,
-
ni los castigos ni la violencia, nada,
-
pudo nunca más
-
dividirnos.
-
Lo que sí es verdad
-
es que todas esas manipulaciones
de la guerrilla nos hicieron tanto daño
-
que aún hoy,
-
entre algunos de los secuestrados
-
de ese entonces,
-
subsisten tensiones,
-
heredadas
-
de todo ese envenenamiento
-
que produjo la guerrilla.
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El tercer paso
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es para mí, muy importante
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y es un regalo que les quiero hacer.
-
El tercer paso es
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aprender a desarrollar la fe.
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Quiero explicarlo de esta manera:
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Jhon Frank Pinchao
-
era un suboficial de la policía
-
que llevaba más de ocho años secuestrado.
-
Él tenía fama de ser
el más miedoso de todos nosotros.
-
Pero Pincho,
-
yo le decía "Pincho",
-
Pincho tomó la decisión
-
de que se quería escapar.
-
Y me pidió que lo ayudara.
-
Yo, para ese momento, ya tenía
como un máster en intentos de fuga.
-
(Risas)
-
Entonces
-
comenzamos pero nos demoramos
-
porque Pincho primero
tenía que aprender a nadar.
-
Y todos los preparativos
-
teníamos que adelantarlos
en total secreto.
-
Pero bueno,
-
cuando ya finalmente tuvimos todo listo,
-
Pincho se acercó
-
una tarde y me dijo:
-
"Ingrid, supongamos que estoy en la selva
-
y doy vueltas y doy vueltas
y no logro encontrar la salida.
-
¿Qué hago?"
-
"Pincho,
-
coges un teléfono,
-
y llamas a el de arriba".
-
"Ingrid,
-
sabes que yo no creo en Dios".
-
"A Dios no le importa.
-
Igual te va a ayudar".
-
(Aplausos)
-
El caso es que esa noche
llovió toda la noche.
-
Y a la mañana siguiente,
-
el campamento amaneció en gran conmoción,
-
porque Pincho se había fugado.
-
Nos hicieron desmantelar,
comenzamos a marchar,
-
y durante la marcha,
-
los jefes guerrilleros nos dijeron
que Pincho había muerto,
-
y que iban a encontrar sus restos
-
comido por un güio, por una anaconda.
-
Pasaron 17 días,
-
y créanme que los conté,
-
porque fueron una tortura para mí.
-
Pero a los 17 días,
-
estalló la noticia en la radio:
-
Pincho estaba libre
-
y obviamente estaba vivo.
-
Y esto fue
-
la primera declaración
que dio en la radio:
-
"Sé que mis compañeros me están oyendo.
-
Ingrid,
-
hice lo que me dijiste.
-
Llamé a el de arriba,
-
y me mandó la patrulla
que me sacó de la selva".
-
Ese fue un momento extraordinario,
-
porque
-
obviamente que el miedo es contagioso.
-
Pero la fe también lo es.
-
Y la fe no es ni racional ni emocional.
-
La fe
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es un ejercicio de la voluntad.
-
Es una disciplina de la voluntad.
-
Es lo que nos permite transformar
-
todo lo que somos,
-
nuestras flaquezas, nuestras debilidades,
-
en fuerza, en poder.
-
Realmente es una transformación.
-
Es lo que nos da la fuerza
-
de ponernos de pie
-
frente el miedo
-
y de mirar por encima
-
y mirar más allá.
-
Espero que esto lo recuerden,
-
porque yo sé que todos necesitamos
-
conectarnos con esa fuerza
que hay en nosotros
-
para los momentos
-
en que hay tempestad
alrededor de nuestro barco.
-
Pasaron muchos, muchos,
muchos, muchos años
-
antes de que yo pudiera volver a mi casa.
-
Pero cuando nos subieron, esposados,
-
al helicóptero que finalmente
nos sacó de la selva,
-
todo sucedió tan rápido
como cuando me secuestraron.
-
En un segundo,
-
vi a mis pies
-
al comandante guerrillero,
-
amordazado,
-
y el jefe del rescate,
-
gritando:
-
"¡Somos el ejército de Colombia!
-
¡Están libres!"
-
El alarido
-
que salió de todos nosotros,
-
cuando recobramos nuestra libertad,
-
sigue vibrando en mí hasta este momento.
-
Ahora,
-
yo sé que a todos nos pueden dividir,
-
a todos nos pueden manipular con el miedo.
-
El "No" en el referendo
por la paz en Colombia,
-
o el Brexit,
-
o la idea un muro entre México
y los Estados Unidos,
-
o el terrorismo islámico,
-
son todos casos
-
de utilización política de miedo
-
para dividirnos y para reclutarnos.
-
Ahora, todos sentimos miedo.
-
Pero todos podemos evitar ser reclutados,
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usando esos recursos que tenemos,
nuestros principios, la unión, la fe.
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El miedo es, claro,
parte de nuestra condición humana
-
y adicionalmente, es necesario
para sobrevivir.
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Pero sobre todo,
-
el referente sobre el cual
cada uno de nosotros construimos
-
nuestra identidad, nuestra personalidad.
-
Es verdad,
-
yo tenía 41 años
la primera vez que sentí miedo,
-
y sentir miedo no fue mi decisión,
-
pero sí lo fue decidir
qué hacer con ese miedo.
-
Uno puede sobrevivir
-
arrastrándose
-
con el miedo.
-
Pero uno también puede
-
pasar por encima del miedo,
-
elevarse, desplegar las alas,
-
y subir, volar alto, alto, alto, alto,
-
hasta las estrellas,
-
allí donde cada uno de nosotros
queremos llegar.
-
Gracias.
-
(Aplausos)