La belleza y la complejidad de encontrar puntos en común

¿Cómo podemos no estar de acuerdo con otros de manera respetuosa y productiva? En esta profunda charla, Matt Trombley, especialista en la formación de equipos, reflexiona sobre el concepto de "agonismo" y nos explica por qué encontrar puntos en común puede ser el primer paso para resolver un conflicto. "Cuando logramos encontrar puntos en común con el otro, por mínimos que sean, podremos entender la bella maravilla, la complejidad y la grandeza de la otra persona", dice Trombley.

Esta historia empezó hace varios años,

cuando mi esposa y yo
recibimos un correo electrónico

con la denuncia de un vecino anónimo.

(Risas)

Nunca olvidaré lo que pasó
en ese momento ante mis propios ojos:

mi esposa se transformó
de una mujer amable, pacífica y dulce

a una osa iracunda
que debía proteger a su cría.

Fue muy fuerte.

Les contaré lo que pasó.

Esta es nuestra familia:

mi esposa y yo, y nuestros
cinco hijos maravillosos.

Somos muy bulliciosos;
nos gusta hacer ruido.

Así somos.

Como ven, dos de los niños
no se parecen demasiado

ni a Mary ni a mí.

Y es porque son adoptados.

Pero el vecino, que veía
a dos niños de apariencia distinta

jugando todos los días fuera de casa,

llegó a la conclusión de que
teníamos una guardería ilegal.

(Risas)

Nos causó indignación que
a nuestros hijos se los estereotipara así,

pero soy consciente de que este
es un ejemplo relativamente menor

de prejuicio con base en la raza.

¿No es acaso lo que a veces
todos tendemos a hacer

con quienes piensan distinto,

tienen otras creencias
o hasta votan de manera diferente?

En lugar de estrechar
lazos como verdaderos vecinos,

mantenemos distancia,

y nuestras actitudes hacia ellos
están determinadas

según creamos si tienen
nuestra misma visión del mundo

o si no la tienen.

La patología de mi vecino
tiene un nombre: "agonismo".

Algunas veces, todos padecemos
ese mismo trastorno.

No es una patología médica,
pero es contagiosa.

Veamos qué es el agonismo.

La definición que más
me gusta es la siguiente:

adopción de una actitud belicosa

en situaciones en la que,
literalmente, no existe ninguna guerra.

La palabra "agonismo"
deriva de la raíz griega "agon",

de donde también procede "agonía".

Por cierto, una coincidencia muy oportuna.

Mostramos síntomas de agonismo

cuando nos aferramos a dos tipos
de creencias muy arraigadas,

descritas por primera vez
por el escritor Rick Warren.

La primera creencia sostiene
que, si amamos a alguien,

tenemos que creer en todo
lo que esa persona hace o cree.

Y la segunda dice lo contrario:

si no estamos de acuerdo con una persona,

es porque necesariamente
le tememos o la odiamos.

Quizá no seamos del todo conscientes de
la verdadera agonía que esto nos provoca

cuando nuestras relaciones mueren

porque creemos que debemos
estar de acuerdo o no con otros

sin importar el precio.

Pensemos en las discusiones
que surgieron con el Brexit,

o Hong Kong,

o los asentamientos israelíes,
o quizá los juicios políticos.

Apuesto a que todos alguna vez
hemos dañado o quizá terminado

una relación cercana
por discutir sobre estos temas,

o peor aún, por temas
realmente intrascendentes.

La cura del agonismo
no está fuera de nuestro alcance.

El problema es cómo se logra.

Quiero proponer dos estrategias
que aprendí por experiencia

para a abordar el tema.

En primer lugar, cultivemos
la búsqueda de puntos en común.

Significa que debemos
enfocarnos en lo que compartimos.

Quiero aclarar que las palabras que uso
son expresamente deliberadas.

Al decir "cultivar", me refiero
a que debemos trabajar intencionalmente

para encontrar puntos
en común con el otro,

al igual que un agricultor
cultiva el suelo.

Y "puntos en común" son palabras comunes,

así que al menos diré
lo que no significan.

Cuando digo "puntos en común",
no quiero decir que seamos idénticos,

ni que aprobemos o concordemos en todo.

Me refiero a que debemos encontrar un nexo

que nos una en nuestra relación
con la otra persona.

A veces, ese elemento común
no es fácil de encontrar.

A propósito, les contaré
una historia personal,

pero antes les diré algo más sobre mí.

Soy caucásico, hombre cisgénero,

de clase media y cristiano evangélico.

Seguramente, al oír estas palabras,

algunos de Uds. se han hecho
una idea sobre mí.

Y acepto que no toda
percepción puede ser positiva.

Pero a quienes comparten mi misma fe,

les advierto que iré contra la corriente.

Y pueden ignorarme también.

Si a medida que hablo,
no están de acuerdo con lo que digo,

les pido gentilmente que reflexionen

y evalúen si no están
cayendo en el agonismo,

si no me están rechazando

simplemente porque ven el mundo
de una manera distinta a la mía.

¿No es eso de lo que hablamos?

Pues bien, ¿listos?

Estuve pensando en cómo
hacer para encontrar puntos comunes

en el campo de la fluidez de género

como cristiano evangélico que soy.

Para cristianos como yo,

Dios creó al hombre y a la mujer.

¿Qué hago, entonces?

Me tomo de la cabeza y digo:

"No puedo relacionarme
con una persona transgénero

o LGTBQIA?".

Pues no. Eso sería caer en el agonismo.

Empecé entonces a analizar
los preceptos básicos de mi fe.

El primero es que los 3000 millones
de genes que nos forman como personas,

de los cuales compartimos el 99,9 %,

son obra de una inteligencia creadora.

Ese pensamiento ya es un punto
de partida en común con cualquier persona.

Pero además de eso,

también me lleva a creer
que todos y cada uno de nosotros

hemos sido dotados del derecho a la vida

por obra de esa misma
inteligencia creadora.

Y fui un poco más allá.

Descubrí que mi credo no me enseñaba

a comenzar una relación
a partir de una discrepancia

hasta que la otra persona
creyera lo que yo creía,

o que yo la convenciera.

Pues no. Me enseñaba
a comenzar una relación

amando a la otra persona
como un par de la raza humana.

Pero lo cierto es que algunos
de los que comparten mi credo

trazan una línea y se niegan a respetar
el pronombre de género que otros eligen.

Pero ¿no estaría cayendo en el engaño
de pensar que para respetar a otro

tengo que dejar de creer lo que creo?

Para ejemplificarlo, retrocedamos 20 años.

Imaginemos que
Muhammad Ali toca a la puerta,

y la abrimos.

¿Lo llamaríamos Muhammad Ali,

o por su nombre anterior, Cassius Clay?

Supongo que la mayoría
lo llamaría Muhammad Ali,

y seguramente pensarían

que no se convertirían
inmediatamente al islamismo

solo porque lo llaman con ese nombre.

Respetarlo no me costaría,
ni a mí ni a Uds.,

absolutamente nada,

y nos permitiría encontrar puntos
en común para iniciar una relación.

Lo que cura el agonismo es la relación,

no renunciar a lo que creemos.

Significa que para honrar mi credo

debo rechazar estas rígidas
manifestaciones de agonismo,

y pensar que puedo y debo amar al prójimo,

que puedo y debo aceptarlo,

y no caer en el engaño

de que, si lo hago,
tengo que renunciar a lo que creo,

o temer u odiar al otro.

Porque mi interés está
en encontrar los puntos en común.

Cuando logramos encontrar elementos
comunes, por mínimos que sean,

podremos entender la bella maravilla,

la complejidad

y la grandeza de la otra persona.

La segunda estrategia
nos da lugar para respirar,

para hacer una pausa,

para estar en calma,

para lograr una relación
que cure el agonismo,

y nutrir esas relaciones.

La segunda estrategia se refiere
a intercambiar la gracia extravagante.

(Ríe)

De nuevo, soy cauteloso con mis palabras.

Al decir "gracia", no insinúo
que nos anotemos en un ballet.

Sería muy descabellado.

(Risas)

Quiero decir que no debemos echar
todo por tierra por tan solo un error,

aun si ese error nos ofendiera
de manera personal,

aun si fuera una ofensa profunda.

Quizá la sobreviviente del Holocausto
Corrie ten Boom lo expresó mejor:

"Perdonar es liberar a un prisionero

y descubrir que ese prisionero
era uno mismo".

Mi religión me enseña que
las personas nunca seremos perfectas,

especialmente yo.

Por eso necesitamos
la gracia de un salvador,

que para mí es Jesús.

Y si bien defino la palabra "gracia"
según mi religión,

sé que otros la han definido
de otra manera,

con otros términos.

Una de las definiciones que más me gusta
es la del locutor Oswald Hoffmann:

"La gracia es el amor que da,
el que ama a los poco agraciados

y a los indignos de ser amados".

Me encanta ese concepto de "gracia".

Porque sé que, a veces, yo mismo,
y quizá Uds. en algún momento también,

nos hemos sentido indignos de amor.

Por eso pienso que sería
el colmo de la hipocresía para mi credo

y, me atrevería a decir, hasta repulsivo,

que yo acepte la gracia y el amor
absoluto e incondicional de Dios,

y luego me dé la vuelta

e imponga una condición previa
al amor que doy al otro.

¿Qué diablos estaría haciendo?

Y por "extravagante", me refiero
a algo que está por encima de todo,

no algo que se da por sentado.

Recordemos cuando, de niños,

nuestros padres nos obligaban
a pedirle disculpas a alguien

e íbamos con desgano a decirle
en tono enojado: "Lo siento".

Había que hacerlo, ¿verdad?

Pero no es eso de lo que hablamos.

De lo que hablamos no es
de tener que pedir disculpas,

sino de decidirlo y desearlo.

Así es como intercambiamos
la gracia extravagante.

Ahora bien, sé que todo esto
puede sonar muy teórico,

así que les hablaré de mi heroína.

Una heroína de gracia.

Corría el año 2014,

en Irán.

Una mujer, cuyo hijo había sido asesinado,
estaba en una plaza pública.

El hombre que lo había matado
también estaba en esa plaza,

en la horca,

parado en una especie de silla,

con una cuerda anudada al cuello

y una venda para cubrirle los ojos.

Samereh Alinejad

tenía el derecho
que su país le otorgaba por ley

de perdonar a ese hombre

o dar curso a su ejecución.

Dicho de otro modo, podía perdonarlo

o, literalmente, retirarle la silla
que tenía bajo sus pies.

(Exhala)

Vaya...

Cómo imaginar la agonía

que Samereh y el hombre
experimentarían en ese momento:

Samereh con la decisión que debía tomar

y el hombre que, según leí,
lloraba desconsoladamente,

implorando perdón.

Samereh tenía que elegir.

Decidió acercarse al hombre

y darle una bofeteada.

Esa fue su manera de perdonarlo.

Pero falta lo mejor.

Tiempo después, en una entrevista,

ella dijo:

"Sentí que la indignación
desaparecía de mi corazón,

y la sangre volvía
a correr por mis venas".

¿No es increíble?

Qué impactante imagen de gracia,
qué heroína de gracia.

Ese acto encierra una gran lección.

Como dijo el teólogo John Piper:

"La gracia es poder, no solo perdón".

Y si lo piensan bien,

la gracia es un regalo que
en una relación le damos al otro,

el regalo por el cual nuestra relación
es más importante

que las cosas que nos separan.

Y si lo piensan un poco más,

en una relación, tenemos
el poder de ejecutar al otro,

o de perdonarlo.

Pues bien, nunca supimos
quién fue aquel vecino anónimo.

(Risas)

Pero si lo supiéramos,
quizá tan solo diríamos:

"¿Tomamos un café?".

Y es posible que Uds. tengan
que tomar un café con alguien

para encontrar puntos en común.

Y quizá tengan una relación

y necesiten intercambiar
gracia extravagante.

Quizá deban ir primero.

Estas dos estrategias me han enseñado

cómo intercambiar gracia extravagante
en mis relaciones

y disfrutar de la bella esencia
de mis vecinos.

Quiero seguir eligiendo
las relaciones por sobre el agonismo.

Y ustedes, ¿se suman?

Gracias.

(Aplausos)