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Buenos días, hermanos y hermanos.
¿Cómo les va a todos?
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No se escuchan tan seguros.
¿Cómo les va a todos?
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Gracias. ¿Durmieron bien?
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Sí.
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Es muy agradable ver tantos rostros
sonrientes allá afuera el día de hoy.
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Antes de comenzar con nuestra charla,
me gustaría mencionar que la lluvia
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que experimentamos ayer
fue una experiencia nueva para mí.
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He estado viviendo en nuestro monasterio
de California por bastante tiempo.
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Ayer le estaba preguntando a uno de
nuestros amigos si a esas cosas
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que hay en el cielo se les llama nubes.
No las hemos visto en algún tiempo.
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Antes de comenzar a compartir el día de hoy, me gustaría que reflexionáramos sobre la lluvia.
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El otro día que estaba lloviendo salí y
observé como la lluvia caía y se asentaba en la tierra
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y como la tierra era capaz de recibir
y abrazar esa humedad
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y de permitir que las cosas brotaran.
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Cuando escuchamos una charla,
cuando recibimos una enseñanza,
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es muy importante que nos permitamos
ser como la tierra.
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No debemos estar acá,
arriba de nuestra nariz,
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sino en lo profundo de nuestro ser,
para estar abiertos y ser receptivos.
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Y si recibimos una palabra o
una oración que nos beneficia
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entonces hemos experimentado
un valioso tiempo juntos que
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ha valido la pena.