-
Yo le abrí la cabeza a un ciego.
-
No lo hice pensar o reflexionar,
le abrí la cabeza literalmente.
-
Él venía tomado de mi hombro,
-
no calculé que ocupaba un espacio
hacia el costado de mi cuerpo,
-
y lo hice chocar contra
un portón de rejas.
-
(Risas)
-
Cinco puntos en la frente.
-
Me sentí en este momento
el peor profesor del mundo.
-
La verdad, no sabía cómo pedirle perdón.
-
Por suerte el Pulga es de esas personas
que se toman las cosas bastante bien.
-
Y es el día de hoy que sigue diciendo
-
que yo fui el entrenador que dejó
la marca más importante en su carrera.
-
(Risas)
-
La verdad que cuando entré
a trabajar al instituto para ciegos,
-
me sorprendí de un montón de cosas.
-
Un montón de cosas que ellos hacían
y yo no imaginaba que podían hacer:
-
hacían natación, atletismo,
jugaban al truco, tomaban mate,
-
se lo cebaban ellos y no se quemaban.
-
Pero cuando vi que jugaban
al fútbol, me pareció increíble.
-
Tenían una cancha de tierra con
dos arcos oxidados y redes rotas
-
y los ciegos que iban al instituto
armaban su partidito de fútbol,
-
igual que el que hacía yo en
el potrero de la esquina de casa,
-
pero ahí se jugaba sin ver.
-
La pelota tenía un sonido
para que puedan localizarla;
-
había un guía detrás del arco rival
para saber a dónde tenían que patear
-
y se ponían un antifaz.
-
Había algunos chicos que
tenían un resto de visión
-
y para que estén todos igual
usaban ese antifaz.
-
Cuando entré un poquito
en confianza con ellos,
-
me animé a pedirles un antifaz,
me lo puse y traté de jugar;
-
había jugado al fútbol toda mi vida.
-
Me pareció más increíble todavía,
-
a los dos segundos ya no sabía
dónde estaba parado.
-
En realidad, yo había
estudiado Educación Física
-
porque me encantaba el alto rendimiento.
-
Había entrado a trabajar
ahí de casualidad.
-
Mi otro trabajo era con
la selección argentina de remo,
-
y sentía que eso era lo mío.
-
Acá me costaba todo el doble.
-
No me voy a olvidar nunca el primer día
que hice la entrada en calor del equipo,
-
y los puse frente a mí, tenía toda
la experiencia de la selección de remo,
-
y les dije: "Bueno, ahora
todo el mundo abajo",
-
hice esto (Agachándose)
-
cuando levanté la vista había 2 sentados,
3 acostados, otros en cuclillas.
-
(Risas)
-
¿Cómo hago para hacer lo mismo
que estaba haciendo allá, acá?
-
Me costó bastante.
-
Empecé a buscar herramientas,
a aprender de ellos,
-
de los profes que ya trabajan con ellos.
-
Aprendí que no podía explicar una jugada
en un pizarrón como hace un técnico,
-
pero sí podía usar una bandeja de plástico
con tapitas para que me interpreten
-
a través del tacto.
-
Aprendí que ellos también podían
correr en una pista de atletismo
-
si yo corría con ellos
tomados de una soguita.
-
Entonces empezamos a buscar voluntarios
que nos ayuden a correr con ellos.
-
Y me fue gustando y le fui encontrando
el objetivo y el sentido a la actividad.
-
Me costó, al principio era incómodo,
pero me propuse superar esa incomodidad.
-
Y llegó un momento en que fue, de todos
mis trabajos, el que más me apasionó.
-
Creo que fue ahí cuando me pregunté,
-
¿por qué no podíamos ser nosotros,
también, con los ciegos,
-
un equipo de alto rendimiento?
-
Claro, faltaba la otra parte,
había que ver qué querían ellos,
-
los verdaderos protagonistas
de esta historia.
-
No iban a alcanzar ya las tres horas
en la canchita esa de tierra
-
en la que hacíamos fútbol.
-
Había que entrenar de otra forma.
-
Empezamos a exigir y la respuesta
fue magnífica: pedían más.
-
Entendí que ellos también se preguntaban
por qué no podían ser de alto rendimiento.
-
Cuando nos sentimos preparados,
fuimos a golpear las puertas del CENARD,
-
el Centro Nacional de Alto Rendimiento
que tenemos aquí en este país.
-
Nos costó bastante que nos abran,
pero nos costó bastante más
-
que los otros deportistas que ya
entrenaban ahí nos consideren pares.
-
En realidad nos prestaban la cancha
solo cuando ningún otro equipo la usaba.
-
Y éramos "los cieguitos", no sabían
todos qué hacíamos ahí adentro.
-
El mundial del 2006 fue una bisagra
en la historia del equipo.
-
Era la primera vez que
se hacía en Buenos Aires
-
y era nuestra oportunidad
de mostrarle a los nuestros
-
lo que veníamos haciendo hace un tiempo.
-
Llegamos a la final, veníamos
creciendo como equipo.
-
En la final del otro lado estaba Brasil;
-
había sido el mejor equipo del torneo.
-
Ganaba todos los partidos por goleada.
-
Casi nadie confiaba en que nosotros
podríamos ganar ese partido.
-
Casi nadie menos nosotros.
-
En la concentración y en el vestuario,
-
en cada entrenamiento
había olor a campeón.
-
Les juro que ese olor existe.
-
Yo lo sentí varias veces con el equipo,
-
pero recuerdo particularmente
el día anterior a jugar esa final.
-
La Asociación de Fútbol Argentino
nos había abierto las puertas
-
y estábamos concentrados en AFA, donde
concentraban Verón, Higuaín, Messi.
-
Para nosotros era sentirnos una selección
de verdad por primera vez.
-
En la charla técnica, el día
anterior, siete y media de la tarde,
-
estábamos en el salón
-
y un mozo golpea la puerta,
interrumpiendo la charla,
-
para proponernos ir a una iglesia,
nos vino a invitar a ir a un iglesia.
-
Yo trato de disuadirlo, diciéndole
que no era el mejor momento,
-
que lo dejemos para otro día.
-
Y él insiste diciéndome que, por favor,
los deje llevar a los chicos a la iglesia
-
porque ese día iba un pastor
que hacía milagros.
-
Le pregunté con un poquito de
miedo a qué milagro se refería,
-
y muy suelto me dijo: "Profe, déjeme
llevar al equipo a la iglesia
-
que cuando volvemos estoy
seguro de que la mitad ve".
-
(Risas)
-
Se escuchó alguna carcajada pero imaginen
uno ciego y que le estén diciendo eso.
-
Yo no supe qué responderle, me quedé
callado, se hizo un silencio incómodo.
-
Yo no quería hacerlo sentir mal, porque
él realmente creía que eso podía pasar.
-
Y me sacó de ese apuro un jugador,
que se levantó y muy seguro le dijo:
-
"Juan, Gonza ya te dijo que no es
el mejor momento para ir a la iglesia.
-
Pero déjame aclararte otra cosa:
llegamos a ir a esa iglesia
-
y yo cuando volvemos yo estoy
entre la mitad de los que ve,
-
te recago a trompadas, porque mañana
no puedo jugar el partido".
-
(Risas)
-
(Aplausos)
-
Juan se fue riéndose y algo resignado,
seguimos con la charla técnica,
-
y esa noche, cuando me fui a dormir,
-
empecé a soñar en mi cabeza
el partido del día siguiente,
-
imaginar qué podía pasar,
cómo íbamos a jugar.
-
Y ahí es donde sentí ese olor a campeón
que les dije hace un ratito.
-
Porque en ese momento yo sentí
que si el resto de los jugadores
-
tenían las mismas ganas que
Diego de jugar ese partido,
-
no podíamos no ser campeones.
-
El día siguiente iba a ser maravilloso.
-
Nos levantamos a las 9 de la mañana,
-
el partido era a las 7 de la tarde
y nosotros ya queríamos ir a jugar.
-
Salimos de AFA y en el micro
que estaba lleno de banderas
-
que la gente nos había regalado,
-
veníamos charlando sobre el partido
-
y escuchábamos bocinazos
y gritos de gente que nos decía:
-
"Vamos Murciélagos, hoy es
el último día, el último esfuerzo".
-
Los chicos me preguntaban:
"¿Nos conocen? ¿Saben que jugamos?"
-
Había gente que iba al CENARD
siguiendo el micro.
-
Llegamos y nos encontramos
con un marco increíble.
-
Y en el trayecto del vestuario
hacía la cancha
-
yo venía caminando con Silvio
tomado de mi hombro, guiándolo,
-
-- por suerte no había ningún portón
de rejas en el camino --
-
y cuando llegamos a la cancha,
-
él me preguntaba de todo,
no se quería perder ni un detalle.
-
Entonces me decía: "Contame qué ves,
contame quién está tocando esos bombos".
-
Yo trataba de explicarle qué pasaba,
lo más detalladamente posible.
-
Le decía: "Están las tribunas llenas,
se quedó un montón de gente afuera,
-
hay globos celestes y blancos
por toda la cancha,
-
están abriendo una bandera gigante de
Argentina que ocupa toda la tribuna..."
-
En un momento me interrumpe y me dice:
-
"Fijate si ves una bandera
que diga San Pedro",
-
la ciudad donde él vive.
-
Empiezo a buscar en la tribuna
-
y por allá arriba veo, chiquitita,
blanca y pintada con un aerosol negro,
-
una bandera que decía: "Silvio,
tu familia y todo San Pedro presentes".
-
Se lo digo y me dice: "Ahí está mi vieja.
-
Decime por favor dónde está
que la quiero saludar".
-
Lo acomodo y con su brazo
le indico dónde está la bandera
-
y con sus dos brazos
él saluda hacia ese lugar.
-
Se levantan unas 20, 30
personas a ovacionarlo
-
y cuando pasa esto veo cómo se le
transforma la cara, cómo se emociona.
-
Me emocioné yo también,
-
pero a los dos segundos se me hizo
un nudo en la garganta.
-
Fue raro, porque sentía la emoción
de lo que estaba pasando,
-
y la bronca y la angustia de que
no pueda él ver todo esto.
-
Unos días después cuando lo charlé con él
y le conté lo que me había pasado,
-
él me tranquilizó porque me dijo:
"Gonza, quedate tranquilo,
-
yo los vi, de otra forma, pero
te juro que los vi a todos".
-
Empezó el partido,
-
no nos podíamos quebrar, era la final.
-
La gente tenía que estar
así como ahora, en silencio,
-
porque en el fútbol de ciegos
-
el público tiene que hacer este silencio
para que escuchen la pelota.
-
Y había que alentar solamente
cuando el partido estaba detenido.
-
Eso sí, faltando 8 minutos para el final,
gritaron lo que no habían gritado en 32.
-
Desde el alma, cuando el chueco
Silvio la clavó en el ángulo,
-
gritaron ese gol de una forma increíble.
-
Si hoy van al CENARD,
si pasan por la puerta
-
van a ver un cartel enorme
con la foto de los Murciélagos.
-
Son una selección modelo del país,
todos saben quiénes son en el CENARD,
-
y después de haber ganado dos campeonatos
del mundo y dos medallas paralímpicas,
-
nadie duda que son de alto rendimiento.
-
(Aplausos)
-
Tuve la suerte de entrenar a este equipo,
-
primero como preparador físico
y después como director técnico
-
durante diez años.
-
La sensación que me llevé o que tengo es
que recibí muchísimo más de lo que les di.
-
El año pasado me propusieron entrenar
otra selección, la de Powerchair Fútbol.
-
Es una selección argentina de chicos
que juegan al fútbol en sillas de ruedas.
-
Son sillas de ruedas motorizadas,
que manejan con un joystick,
-
porque no tienen fuerza en los brazos
para impulsar una silla convencional.
-
Les ponen como un paragolpes,
como una defensa a la silla
-
que además de proteger sus pies
les permite patear la pelota.
-
Es la primera vez que ellos dejan de ser
espectadores, para ser protagonistas.
-
Es la primera vez que sus papás,
sus amigos, sus hermanos,
-
los pueden ir a ver jugar a ellos.
-
Para mí es un nuevo desafío.
-
De vuelta la incomodidad, la inseguridad,
el miedo de cuando empecé con los ciegos.
-
Sí, lo enfrento con más experiencia.
-
Por eso desde el primer día los trato
como deportistas dentro de la cancha,
-
y tratando de ponerme en
el lugar de ellos afuera.
-
Sin ningún prejuicio, porque tratándolos
naturalmente es como mejor se sienten.
-
Los dos equipos juegan al fútbol,
era algo impensado para ellos.
-
Tuvieron que adaptar las reglas
para poder hacerlo, ¿sí?
-
Y rompieron los dos equipos
con una misma regla,
-
precisamente, la que decía que
ellos no podían jugar al fútbol.
-
Cuando uno los ve jugar,
-
no ve discapacidad, ve competencia.
-
El problema es cuando termina
ese partido y dejan la cancha,
-
y salen a jugar nuestro partido.
-
En una sociedad que establece reglas
-
que los tienen muy poco
en cuenta, que no los cuida.
-
Yo aprendí del deporte
-
que la discapacidad depende
en gran medida de las reglas de juego.
-
Por eso creo que si cambiamos algunas
de las reglas de nuestro partido,
-
les podemos hacer la vida
un poco más fácil a ellos.
-
Todos sabemos que existen personas
con discapacidad, las vemos a diario.
-
Pero tal vez, al no tener
un contacto directo con ellas,
-
no somos conscientes de la
problemática que enfrentan día a día.
-
Lo que les cuesta subir a un colectivo,
-
conseguir un trabajo, bajar
a un subte, cruzar una calle.
-
Es cierto que hay una mayor
responsabilidad social
-
respecto de la inclusión de
las personas con discapacidad.
-
Pero creo que no es suficiente todavía.
-
Creo que el cambio debe ser
de cada uno de nosotros.
-
Primero, dejando de lado
la indiferencia hacia ellos
-
y después respetando las reglas
que sí los tienen en cuenta.
-
Son poquitas, pero hay.
-
Yo le abrí la cabeza a un ciego, al Pulga.
-
Les puedo asegurar que estos dos
equipos también me la abrieron a mí,
-
porque me enseñaron sobre todo cómo
hay que salir a jugar cada partido
-
en este hermoso campeonato que es la vida.
-
Gracias.
-
(Aplausos)