Modernidad y tradiciones, o el choque de culturas: Soro Solo en TEDxParis

Soro Solo se pregunta acerca de la modernidad, las tradiciones, las culturas, los modelos y aspiraciones de nuestros pueblos.

Buenas tardes damas y caballeros.

Quiero tomar prestada una pequeña frase
que escuché una vez en Quebec.

Un artista una vez dijo:
"Si no digo alguna tontería,

sáquenme de aquí". Espero
no aburrirlos demasiado.

Ya en serio, mi nombre es Soro Solo.

Nací en Costa de Marfil, un país de
África Occidental, en el Golfo de Guinea.

Nací en el norte de Costa de Marfil,
en la región de las sabanas.

Iba a decir mi pueblo, pero, ya es una ciudad,
porque tiene escuelas, un hospital,

un subprefecto, un prefecto;
en fin, una administración.

Ya es una ciudad emergente.
Ahí nací y estaba a los 8 años

en la primaria privada
católica de Korongo.

En la época en que nací, Costa de Marfil,
mi país, era una colonia francesa.

Y en mi ciudad había, digamos,
2 modelos de sociedad.

El modelo que Francia nos proponía
y también nuestro estilo de vida de siempre.

Y en mi ciudad todavía
no teníamos aceite refinado

para cocinar;
usábamos manteca de karité.

Hablaré un poco, rápidamente,
de la manteca de karité.

Es un árbol grande, fácilmente
de 5 o 6 metros de altura,

que crece en la región de las sabanas

y tiene frutos oleaginosos.

Salto los detalles. Si aplastan los granos,
se extrae un aceite o una manteca

y esta manteca era multiuso.

La usábamos en la cocina,
para freír, para cocinar...

Los curanderos la usaban
para fabricar ungüentos,

porque antes de la medicina moderna,
íbamos a curanderos.

¡Claro está, la manteca de karité
aún no se usaba en cirugías!

Pero en todo caso, nuestros padres
nos curaban con ungüentos

hechos también con manteca de karité.
Entonces pueden ver, cocina, medicamento.

También la usábamos como cosmético.

Para la piel, las chicas lo usaban
para alaciarse y trenzarse el cabello,

y cuando los hombres salían de la iniciación,
por ejemplo, se alisaban la piel

para la danza de iniciación, con la que
pasaban de adolescentes a adultos

y se reunían en la corte de los grandes.
La manteca de karité era multiuso.

Créanme, las mujeres de mi ciudad
se veían muy bellas cuando se trenzaban

el cabello con la manteca de karité,
con la piel brillante, resplandeciente,

¡Y no estoy diciendo que las
occidentales no sean bellas!

La prueba: mi primer amor
fue una francesa.

Las mujeres de mi ciudad se veían
verdaderamente magníficas y bellas,

con la manteca de karité. Pero la manteca
de karité tenía un olor un poco fuerte.

No estaba acondicionada
como los productos modernos

que Francia había empezado
a importar a nuestro país.

Olía muy fuerte, hay que reconocerlo.
Estábamos en contacto con Francia,

que nos traía nuevos productos de consumo.

Con la presencia francesa en mi país,

soplaba por todos lados, en los pueblos,
los campos, las ciudades,

un aire de modernidad.
Fue así que alguien como yo,

a través de Francia descubrió
la cultura occidental;

a través del blanco de Francia.
Aprendí a leer, a escribir, a pensar

en francés. Francia nos deseaba lo mejor

y Francia nos amaba enormemente,
yo creo, pues nos traía

cosas nuevas: nuevos medicamentos,
nuevas formas de vestirnos,

nuevas formas de peinarse, nuevas formas
de imaginar su imaginario.

Así que Francia nos amaba mucho,
y nosotros también la amábamos mucho,

y por eso aprendimos asiduamente
todo lo que nos enseñaban

en los libros franceses. Incluso, nos sentíamos
muy orgullosos de citar las máximas

del estilo de Molière: "la razón perfecta
huye de todo extremismo

y anhela la prudencia moderada".
Éramos buenos franceses. (Aplausos)

Sí, Francia nos amaba.
Y nos amaba a tal punto que

teníamos que olvidar nuestras lenguas
maternas, teníamos que hablar francés.

Y con la complicidad de los
profesores negros de nuestro pueblo,

cuando te sorprendían hablando
tu lengua materna,

aunque fuera con tu madre que nunca
había aprendido a hablar francés,

o con tu tío, si un niño, un compañero
te sorprendía hablando tu lengua materna

te denunciaba al profesor.

Y el profesor te amaba tanto, quería que
fueras buen francés, como quería Francia,

Francia que nos amaba, te castigaba y te
hacía portar lo que llamábamos el símbolo.

Generalmente era un cráneo de asno,
colgado de una cuerda que te ponían al cuello.

Y por todo el pueblo, toda la cuadra,
por toda la escuela, todos los niños

podían señalar:
"Ja, él no quiere ser moderno.

Habla la lengua de su madre".

Después gritaban diciendo: "No sabe
hablar francés". Eras hu-mi-lla-do.

Francia nos amaba mucho, pero para que
fuéramos buenos franceses, nos humillaba.

Para que fuéramos cultos,
para que fuéramos modernos,

para que fuéramos civilizados.

Y... que fuera antes o después de la independencia,
bueno, la pseudo-independencia,

todo lo que aprendía

y escuchaba decir de Francia me hacía soñar,
como a todos en mi pueblo.

Como a todas las personas de mi país.

Sí, Francia era magnífica, tenía una
gran historia, era un gran país.

Importaban productos nuevos procesados.
En vez de nuestras telas de algodón

nos trajeron telas sintéticas.

En lugar de nuestra manteca de karité,
teníamos el aceite refinado, para la cocina.

Sí, más tarde nos dirían que provoca
enfermedades cardiovasculares...

en fin, acabo con esto rápidamente.

Nos trajeron libros nuevos,
nos trajeron nuevos cuentos,

nuevas historias, pero nunca nadie nos enseñó
nuestras referencias africanas,

nuestras leyendas... el producto de
nuestra imaginación, lo ocultábamos.

Los que intentaban oponerse un poco
a esta penetración francesa, a su instalación,

eran presentados como mártires,
asesinos, dictadores.

Pienso en Mory Touré,
Shaka Zulu, o Dafaloa Baloa.

Nuestros modelos estaban en Francia
y así, los niños de mi edad,

como todas las personas de nuestro país,
soñábamos con descubrir esta Francia.

Teníamos un nuevo imaginario que era francés
y era lo que yo quería descubrir.

Y todos estábamos decididamente comprometidos
con la modernidad de mi país.

Y después un día, porque había estudiado
más o menos bien en la escuela,

tuve la oportunidad de venir a Francia,
de descubrir la gran Francia,

y créanme, era bella, magnífica,
como me lo habían contado,

como me lo habían mostrado en el cine.

Christine Ockrent dijo Francia, Occidente,
tenía el monopolio de la información.

Y todo lo que recibíamos por el cine,
las revistas, la radio, estaba basado

en la verdad francesa. Y así,
descubrí esta verdad francesa:

las bellas residencias, el Arco del Triunfo,
la Torre Eiffel, los bellos edificios,

los grandes museos, después estudié,
regresé a mi país y un día volví aquí.

Y, al reinstalarme,
descubrí una nueva modernidad

pues ya tenía una primera modernidad
que me habían enseñado en mi país.

Esta modernidad me habla de productos
orgánicos, ecológicos y yo digo

en mi casa antes, en agricultura,
no había productos químicos,

no había fertilizantes químicos,
ya éramos orgánicos antes que ellos.

(Aplausos) Pero...
¡Qué me están diciendo!

Brevemente, un día como todos los parisinos,
me paseaba por los supermercados,

iba a las tiendas departamentales,
por los grandes bulevares,

y apenas regresé vi a una joven,
intentaré imitarla...

Buenos días señor, sabe, tenemos
una promoción en este momento,

y es un producto que,
¡debería llamar milagroso!

Es excelente para la belleza corporal,
la piel, el cabello y es traído de fuera,

lo importamos de África,
es orgánico, es ecológico,

e incluso tratamos con
asociaciones de producción

para el comercio justo.
-- Y ¿qué es este producto?

-- Aquí tenemos toda una gama: la leche corporal,
la crema para el cabello,

y ¡es a base de KA-RI-TÉ!
--¡Bromeas! --¡No!

¡Esperen! Imaginen mi asombro, mi sorpresa...
me habían dicho antes,

hace 30 años, que esta manteca de karité
olía muy fuerte, que era para salvajes,

que no era refinada y ahora,
en un supermercado,

una bella modelo que viene a decirme:
"La manteca de karité,

es un producto mágico",
¡estoy soñando!

(Aplausos)
¡Estoy soñando!

Y eso me hizo pensar en todos los demás
ejemplos que no podría contar aquí;

la transmisión del saber,

leyendas, referencias, la filosofía
de mi casa; en fin, todas las cosas

que nos hicieron negar en nombre de la modernidad,
en nombre de la civilización.

Y constato a través de estos ejemplos y,
en particular, el de la manteca de karité,

que el rencuentro de África
y el mundo occidental,

finalmente, este rencuentro está construido
sobre un gran malentendido.

Yo, además de aprender a pensar las máximas
de Molière, de Racine, de Corneille,

si hubiera descubierto las filosofías
de mis ancianos, en particular una

que dice: "Tu verdad más mi verdad
nos permiten ir juntos a LA verdad".

En el encuentro con Occidente, vía Francia,
nos impusieron UNA verdad.

Y ahora descubrimos que,
al final, están por decirnos

que nosotros también teníamos verdades.
Por eso deseo fuertemente

en el principio del siglo XXI,

que con la globalización, apliquemos la filosofía
de los ancianos de mi hogar.

Que las verdades de unos y de otros
permitan a la población mundial

ir juntos a la verdad. Y eso nos
evitará malentendidos gigantescos

o dominaciones que van
a crear frustraciones,

y producir terroristas.
Les doy las gracias. (Aplausos)