Shakespeare, Marlowe y sus judíos | John Kleiner | TEDxWilliamsCollege

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED. Más información en: http://ted.com/tedx

John Kleiner es profesor de inglés en el Williams College. Es un erudito de la literatura clásica y medieval, cuyo trabajo ha sido apoyado por la Fundación Andrew Mellon, la Fundación Rockefeller y la Fundación Nacional para las Humanidades de los Estados Unidos. El autor de "Mismapping the Underworld: Error in Dante's 'Comedy'", está trabajando en un nuevo libro, "The Art of Losing: Versions of Failure from Virgil to Shakespeare". Sus artículos y ensayos incluyen "On Failing One's Teachers", "Criminal Invention" y "Diffusion of hydrogen in a' -VHx". Ha dictado cursos sobre Shakespeare, escritura expositiva, Chaucer, Dante, alegorías, películas de Hollywood, periodismo y violencia. Tiene una licenciatura en Religión y Física del Amherst College, una maestría en Física de la Universidad Cornell y una maestría y doctorado en Literatura Comparativa de la Universidad Stanford.

"Marlowe y Shakespeare entran a un bar..."

(Risas)

Así comienza la broma

que Tom Stoppard inventó en 1997

sobre la dramaturgia.

Stoppard estaba, por aquel entonces,

trabajando en el guion de
"Shakespeare enamorado",

una película que, en un grado notable,

se preocupa de preguntas habitualmente
reservadas para críticos literarios.

¿Por qué Shakespeare se convirtió
en dramaturgo trágico?

¿Dónde encontró su voz?

¿De dónde vino la idea
de "Romeo y Julieta"?

Al final, "Shakespeare enamorado"
responde esas preguntas

a través de líneas de Hollywood
bastante convencionales.

El amor, resulta ser, es la respuesta.

El amor, resulta ser, explica
la genialidad de Shakespeare.

Pero antes de que la película llegue allí,

Marlowe y Shakespeare entran a un bar...

(Video) Shakespeare:
...y el tesoro que acompaña.

Insisto... y una jarra
para el Sr. Marlowe.

Escuché que tienes una
obra nueva para El Telón.

Marlowe: No es nueva, mi "doctor Fausto".

S: Me encantan tus primeros trabajos.

"¿Es este el rostro que
lanzó miles de barcos

y quemó las torres vencidas de Ilión?"

M: Tengo una nueva casi terminada y mejor:

"La masacre de París".

S: Buen título.

M: ¿La tuya?

S: "Romeo y Ethel, la hija del pirata".

Sí, lo sé...

M: ¿De qué se trata?

S: Bueno, hay un pirata...

La verdad es que aún
no he escrito ni una palabra.

M: Romeo...

Romero es italiano,

siempre se enamora y se desenamora...

S: Sí, eso está bien.
Hasta que conoce a...

M: Ethel...

S: ¿Te parece?

M: La hija de su enemigo.

S: La hija de su enemigo.

M: Su mejor amigo muere en un duelo,
a manos del hermano de Ethel,

o algo así. Su nombre es Mercucio.

S: Mercucio...

Buen nombre.

Hombre: Will, te están esperando.

S: Sí, ahora voy.

Buena suerte con la tuya, Kit.

John Kleiner: Este otoño di una clase
que era, al menos en mi mente,

una escenificación de
la broma de Stoppard.

Cada semana Marlowe y Shakespeare
entraban a mi oficina.

Cada semana hacíamos que los dos
dramaturgos entraran en contacto.

Durante ese período leímos
cuatro obras de Shakespeare,

cuatro de Marlowe y sus poemas
de amor narrativos demasiado largos:

"Venus y Adonis", "Hero y Leandro".

La idea de estas clases

no era demostrar nada en particular
sobre Marlowe o Shakespeare,

sino llevar a cabo un experimento:

¿Qué ocurre cuando estos dos dramaturgos,

que vivieron lado a lado

y que pudieron o no haberse conocido,

son leídos uno al lado del otro?

¿Qué ocurre cuando Marlowe
y Shakespeare entran a un bar?

Voy a replantear la broma de Stoppard
en una forma levemente distinta.

Voy a poner en conversación dos pasajes,

uno representando a Marlowe,
uno representando a Shakespeare,

y ver qué tienen para decirse
el uno al otro.

El pasaje a su izquierda
pertenece a Marlowe.

Es de su obra de 1589,
"El judío de Malta".

Presenta al héroe epónimo de la obra,

un mercader judío llamado Barrabás.

Barrabás es, al inicio de la obra,
extremadamente acaudalado,

por lejos, el hombre más rico de Malta.

Tan grande es la riqueza de Barrabás,

que, en el discurso
de apertura de la obra,

él dice que le resulta tedioso contarla.

Entonces, apenas unas 100 líneas
después, Barrabás lo pierde todo.

Sus barcos, sus bienes, su riqueza,

es despojado de todo.

Es expulsado de su casa, la cual
es convertida en un convento.

Esto sucede porque los cristianos de Malta

necesitan dinero para pagar a los turcos

y porque Barrabás, como judío,
es un blanco fácil.

Esta es toda la explicación para
el despojo que sufre Barrabás.

Marlowe no se esfuerza por enmascarar
o mejorar los motivos de los cristianos.

En el pasaje a su izquierda,

Barrabás le da voz a su pérdida.

Aun cuando los otros judíos
le piden paciencia,

Barrabás insiste en ser escuchado,

insiste en expresarse.

Quiere que su audiencia
sepa lo que él siente,

compartir ingeniosamente su desgracia.

Entonces se compara a sí mismo
con un capitán en un campo de batalla,

a quien le han quitado sus armas

y cuyos soldados yacen muertos a sus pies.

¿No se le debería permitir
a ese hombre hacer duelo?

Lo que Barrabás pregunta
puede parecernos poco importante,

pero difícilmente lo haya sido en 1589.

La acción que se lleva a cabo
en Malta, en la ficción,

se hace eco de la desposesión
real de los judíos ingleses.

Al igual que Barrabás fue despojado
de su riqueza y expulsado de su casa,

los judíos en Inglaterra

fueron despojados y exiliados
por Eduardo I,

expulsados de su país,
como tantos extraños y extranjeros.

En la multitud a la que se dirige Barrabás
en el teatro La Rosa en 1589,

no había ni un solo judío para escucharlo,

ni un solo judío que llorara,

como lloran los judíos
en la obra de Marlowe.

Cuando Marlowe les permite a esos judíos
expresar su compasión por Barrabás,

como si fuera un impulso básico humano,

"es una pena ver a un hombre
con tal aflicción",

Marlowe hace algo sorprendente
para los estándares de la época,

algo que está al borde de la ilegalidad.

El segundo pasaje, a su derecha,
es de "El mercader de Venecia".

Muchos de Uds. lo reconocerán,
el famoso discurso de Shylock en Rialto.

El idioma de Shylock es diferente,
por supuesto, al de Barrabás.

Aun así, la influencia
de la obra de Marlowe,

que precede a la de Shakespeare por
siete u ocho años, es difícil de ignorar.

Una vez más, un judío
describe el maltrato sufrido.

Nuevamente, un judío expresa
su dolor a una audiencia

a la que se le pide ingeniosamente
que lo comparta.

Una vez más, esta invitación a la empatía
expone una contradicción.

Antonio, el héroe nominal
de "El mercader de Venecia",

hace, junto a sus amigos cristianos,
que Shylock sea despreciado.

Se han reído del abandono
de su hija Jessica,

le han escupido en la calle

y lo han hecho sin remordimiento.

La degradación de Shylock no los afecta,

según su entendimiento,

porque, según ellos,

él es diferente de ellos,

él es meramente un judío,

un extranjero,

un extraño.

"Perro judío"

es uno de sus epítetos
favoritos para Shylock.

Sin embargo, cuando el dolor de Shylock
se hace visible en el escenario,

cobra vida en su lenguaje,
esta justificación falla.

Sufrir no por ser judío o cristiano,

sino por ser humano.

En su vulnerabilidad,

Shylock no es diferente
de sus perseguidores:

"Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?

Si nos envenenan, ¿acaso no morimos?"

Que Marlowe y Shakespeare permitan
a sus judíos desarrollar ese argumento

sugiere, creo yo,
un entendimiento compartido

de su parte,

sobre la peculiar empresa
en la que están involucrados.

Ambos dramaturgos reconocen en el teatro

una capacidad singular para
volver accesible una moción,

un medio para disolver
o superar las diferencias.

Cuando un personaje expresa su dolor,

cuando lo representa,

una audiencia lo siente
y en el proceso se vuelve como él,

aunque sea por un momento.

"Pon al menos un judío en el escenario

y, siempre y cuando hable emotivamente,

podemos reconocernos
a nosotros mismo en él".

Esto es lo que Marlowe y Shakespeare
se dicen el uno al otro.

Esto es lo Shakespeare toma de Marlowe,

o esto es al menos parte
de su conversación

sobre los judíos en el teatro.

La parte más fácil y más jugosa.

Como mencioné anteriormente,

los judíos en la obra de Marlowe
se retiran con lágrimas en sus ojos.

Barrabás les dice adiós

y toma posesión del escenario en soledad.

Una vez solo,

Barrabás se adelanta, se acerca
al límite del escenario,

o al menos así lo imagino yo.

Se mueve hacia el borde del escenario,

junto a la multitud de aficionados

reunidos a sus pies

y, una vez allí, se burla de ellos:

"Miren la simpleza de estos esclavos,

quienes, porque los villanos
no tienen ingenio,

piensan que soy un trozo
de arcilla sin sentido,

que con cualquier agua,
se volverá mugre".

Este es un discurso violento,

violento en su desprecio,

el desprecio de Barrabás por los judíos
que se han emocionado por él,

que han llorado por él,

el desprecio de Marlowe por
los miembros de su audiencia,

quienes, al igual que los judíos, han sido
alcanzados por las palabras de Barrabás

y conmovidos por su sufrimiento.

De repente, ese sufrimiento
se revela como una farsa,

un espectáculo vacío.

Barrabás no lo ha perdido todo.

Como él revela, a continuación,

todavía tiene una fortuna escondida.

No está quebrado ni es desdichado,

simplemente ha fingido su miseria,
como un actor en un escenario.

Lo que él persigue no es la empatía,

sino el poder,

el poder de manipular a una audiencia

y, en el proceso, denigrarla y degradarla.

Los judíos que sienten
lástima por Barrabás

se convierten, para Barrabás, en esclavos,

en villanos sin ingenio,

porque lo malinterpretaron

y a la naturaleza del sufrimiento humano.

Que suframos en común no es nada
de lo que estar orgullosos,

sino lo contrario, dice Barrabás.

Sufrir es una señal de nuestro
polvo en común,

o, usando su frase más desagradable,
nuestra mugre en común.

Sufrir es ser mugre.

Sentir empatía por el sufrimiento,
es ser un villano y un esclavo.

La traición y el desprecio
de Barrabás son feos.

De hecho, mucho de
"El judío de Malta" es feo.

Mucho del arte de Marlowe es feo.

En otro momento de la obra,

Barrabás acabará
con todo un convento de monjas,

incluyendo a su propia hija,
con un regalo de avena envenenada.

Estrangulará a un fraile en su cama

y luego alegremente sentará su cadáver
en la calle como si estuviera vivo.

La idea es que nos enojemos con tal fealdad.

Venimos al teatro esperando ser halagados,

esperando confirmar, en la forma más
alegre y esperanzadora, quienes somos.

Después de todo, pagamos una entrada.

Y, en cambio, somos
traicionados y atacados.

¿Y qué hay de Shakespeare
y su judío, Shylock?

¿Cómo sigue él su elocuente
súplica por entendimiento,

por compañerismo?

"Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?

Si nos hacen cosquillas, ¿acaso no reímos?

Si nos envenenan, ¿acaso no morimos?

Y si nos ofenden,
¿acaso no nos vengaremos?

Si nos parecemos en todo lo demás,
nos pareceremos también en eso.

Si un judío ofende a un cristiano,
¿cuál será la humildad de este?

La venganza.

Si un cristiano ofende a un judío,

¿cuál debiera ser su tolerancia,
siguiendo el ejemplo del cristiano?

Pues, la venganza".

Si Barrabás abre su corazón
como preludio de la violencia,

lo mismo puede decirse sobre Shylock.

Podemos citar sus emocionantes
líneas fuera de contexto

para dar lecciones sobre
la importancia de la empatía

y el valor del arte como medio
para combatir al prejuicio,

pero esa no es su función,

o al menos no toda su función
en la obra de Shakespeare.

En "El mercader de Venecia",

Shylock pronuncia su emotivo discurso
y parece conmovido mientras lo hace.

Mientras habla,

él parece presente en sus palabras,
más que nosotros en la vida real.

Y, sin embargo,
¿a favor de qué habla, realmente?

No de la empatía, no de la compasión,

sino de la venganza.

Este es un giro sorpresivo,

un giro desconcertante,

un giro decepcionante, tal vez.

Cuando llega, no lo esperamos,

tal como no esperamos que
Barrabás exprese su miseria

y, de repente, se burle de nosotros.

Y, sin embargo, el giro en
el discurso de Shylock es lógico.

La empatía y la venganza pueden,
en un sentido superficial,

parecer opuestas.

La empatía incluso parece
imposibilitar la venganza,

pero en realidad, debajo de todo,

son dos caras de una misma moneda,

dos expresiones del mismo
patrón subyacente.

En la empatía, me convierto en ti,

al sentir lo que tú sientes,

al saber lo que tú sabes,

al sufrir lo que tú sufres.

En la venganza, te convierto en mí.

Te fuerzo a saber lo que yo sé,

te fuerzo a sentir lo que yo siento,

te fuerzo a sufrir lo que yo sufro.

Shylock no quiere empatía,

él quiere venganza.

Él quiere el poder de
obligar a la identificación.

Él quiere la habilidad

de forzar a otro a ver
el mundo bajo sus términos.

Y, más que nada,

él afirma que este deseo suyo
es el mismo que el nuestro.

De acuerdo a Shylock,

lo que nos une como humanos
no es el sufrimiento

ni la capacidad de sentir empatía
por el sufrimiento ajeno,

sino la compulsión común humana
de responder al sufrimiento con venganza.

Él quiere, y nosotros queremos, el poder
de hacer a otros sentir como nosotros.

Y este es, creo yo, su punto
de contacto con Shakespeare

y con cualquier escritor serio,

cualquier artista que no quiere
simplemente complacer a una audiencia,

sino alcanzarla, emocionarla,

ya sea que la audiencia
quiera ser emocionada, o no.

Y por artista serio, déjenme ser claro,

no me refiero a un artista
respetable de la alta cultura.

En todo caso, todo lo contrario.

La ambición de la que hablo,

es la ambición de encontrar
un instrumento afilado o contundente

que te permita forzar
una emoción en otra persona,

forzar un entendimiento,

por cualquier medio disponible.

Es sobre esto, creo yo, que hablan
los judíos de Marlowe y Shakespeare,

la búsqueda del poder que a menudo
se enmascara como empatía.

Esto es, creo yo, lo que
Marlowe le enseña a Shakespeare.

O al menos es la esencia de esta
particular lección de bar.

Esto es, en esta pequeña
y particular habitación,

lo que escuchan decir el uno al otro

sobre el teatro y sobre nosotros.

Gracias.

(Aplausos)