Campo y ciudad: dos Españas desconfiadas | Sergio del Molino | TEDxMadrid

Hay una fractura entre campo y ciudad en España, más profunda que la de cualquier otro pais europeo. Miedo, desprecio y desconfianza separan la gente del campo de la que vive en los centros urbanos. Pero en esta fractura está también la oportunidad de crear nuevos caminos de comprensión y en definitiva un país más unido. Realizador audiovisual: Daniel Goldmann.
Edición: Xavi Fortino. Equipo de grabación: Elena Salcedo, Josep Fernández, Daniel Davidson, Nicolás Mazzini, Nacho Valentín, David Ramos, Ignacio Fuentes y Fran Rubio

Sergio es autor, entre otros libros, del ensayo La España vacía: viaje por un país que nunca fue (2016), una reflexión literaria sobre las contradicciones campo-ciudad que ha tenido una gran repercusión en el debate público e intelectual; La hora violeta (2013), ganadora de varios premios, como el Ojo Crítico o el Tigre Juan, y traducida a varios idiomas, donde narró la enfermedad y muerte de su hijo Pablo; la novela Lo que a nadie le importa (2014), donde anticipa en clave narrativa algunas de las reflexiones que se desarrollan en La España vacía; No habrá más enemigo (2012) o El restaurante favorito de Nina Hagen (2011). La muerte de su hijo tras una grave leucemia transformó radicalmente su escritura y le convirtió en una referencia sobre el duelo y el tabú de la muerte de los niños, cuestiones sobre las que ha escrito en muchas tribunas. Ha sido reportero en diarios y colabora en El País y en otros medios escritos y audiovisuales.

This talk was given at a TEDx event using the TED conference format but independently organized by a local community. Learn more at http://ted.com/tedx

Que no cunda el pánico porque
voy a sacar un arma,

o algo con lo que tendría problemas
para pasar un control aeroportuario,

o salir del país:

un terrible y amenazador tenedor.

Y no he traído esta pieza

en previsión del ágape que, por lo visto,
luego vamos a tener a las seis,

ni por que quiera haceros daño con él...
todavía al menos.

Después de la reacción ya veremos.

Sino, porque es uno de estos
instrumentos cotidianos

a los que no prestamos nunca atención,

que están siempre con nosotros,

todos los días,

pero que sin embargo son una
maravilla tecnológica,

una marailla
de una perfección tecnológica que

yo creo que dicen mucho

de cómo nos relacionamos entre nosotros,

de cómo desconfiamos unos de otros
también,

y de cómo convivimos,

o a veces nos cuesta también
mucho trabajo convivir.

No tanto el instrumento en sí

como, por ejemplo,
su nombre en castellano: tenedor,

del verbo tener, el que tiene.

No sé si lo sabéis, pero

los castellanoparlantes somos los únicos

de nuestro entorno

que usamos esa palabra
para este utensilio.

Los ingleses lo llaman "fork",

los franceses lo llaman "fourchette",

los italianos "forchetta",

incluso los catalanes
lo llaman "forquilla".

Los castellanoparlantes utilizamos una
palabra cultista, muy nueva,

y muy diferente del resto, que usan
la misma palabra: la forca.

Sabéis que la forca es
ese tridente largo de madera

que los campesino antiguos
usaban para aventar el trigo.

Porque esto es una versión
miniaturizada de esa forca,

y por eso se llama así en
todos los idiomas, salvo en el castellano.

Porque el castellano quiere establecer una
diferencia muy grande

entre este instrumento y la forca,
como si no hubiera relación entre ambas.

Yo creo que eso es significativo de una
historia de desprecio,

de una historia de desconfianza,
por supuesto,

y de una historia de elitismo, también.

Una historia también de miedo al otro.

¿Y quién es el otro?
Porque hay muchos otros.

El mundo se compone de tribus,
que están opuestas unas a otras.

Mujeres y hombres,
viejos y jóvenes,

ricos y pobres,
Madrid y Barça.

Podemos establecer un montón de dicotomías

que van conformando nuestra identidad.

Pero hay uno "otro" en la historia
de España, en la historia de este país,

cuya presencia es tan constante

que no nos hemos
dado cuenta de que existe.

No nos hemos dado cuenta de que existe

porque procede de un territorio

vacío y devastado.

Y ese otro, al que hace referencia
este tenedor,

es alguien que hasta hace muy poco
no sabía usar este instrumento.

Porque este instrumento es muy reciente.

No lo tenemos en cuenta porque lo
tenemos asimilado a nuestra normalidad,

pero en realidad esta herramienta,
este cubierto,

no se empieza a usar en Europa Occidental
hasta mediados del siglo XIX

y realmente no se populariza del todo
en el campo hasta entrado el siglo XX.

Es un instrumento que al principio era
muy difícil de manejar, requería destreza.

Requería una destreza manual que la gente
del campo no tenía.

y por eso era un instrumento elitista,
usado sobre todo

por urbanitas y gente de posición.
Y quién lo usaba se distinguía del vulgo,

y se distinguía del paleto
y del campesino, que no sabía usarlo.

Y ese otro, en España, procede de...

un lugar,

como podéis ver en esta Europa iluminada,

un lugar que es un gran vacío,

un gran vacío que se concentra en torno
a esta ciudad, en torno a Madrid

España tiene una peculiaridad demográfica,
y es que

a diferencia del resto de Europa, el campo
está vacío, apenas quedan campesinos.

Cuando hablamos de campesinos
hablamos de una especie

casi en extinción y que no existe.

Porque ese gran vacío que se conformó
en torno a Madrid

es fruto del éxodo rural,
es fruto de lo que yo he llamado

"el gran trauma", que sucedió entre los
años '50 y '60.

Que no es más que el éxodo rural,

algo muy común en todas
las sociedades desarrolladas.

Eso de que la sociedad emigre,
los campesinos emigren a las ciudades

y la población se vaya concentrando
en núcleos urbanos cada vez mayores.

Eso es una constante, y no supone ninguna
rareza en España.

La rareza supone que en España fue
mucho más tardío,

sucedió a mediados del siglo XX,
y sucedió bajo una dictadura.

Con lo cual, sus efectos fueron mucho más
concentrados en el tiempo

y mucho más devastadores.

Por ejemplo, un dato que os daré:

entre 1940 y 1979 se construyeron en
España 620 grandes presas,

mientras que en los 140 años anteriores
sólo se habían construido 210.

Esas 620 presas inundaron valles que
estaban en su mayor parte habitados,

y sus habitantes fueron expropiados

y reubicados forzosamente en otras zonas.
La mayoría en ciudades.

Al mismo tiempo, toda la economía
tradicional del centro de la península,

estoy hablando de ese gran vacío que
rodea Madrid,

que serían las dos Castillas, Aragón,
La Rioja, Extremadura, básicamente.

Un poquito de Galicia, un poquito
de Asturias, un poquito de Andalucía.

Pero básicamente ese gran vacío de la
meseta que rodea a Madrid,

al mismo tiempo se destruyó su economía.

Fue prácticamente también
una emigración forzosa

porque la gente de la meseta
se quedó sin medios de vida.

Y, de repente, las ciudades se colapsaron

porque recibieron millones de emigrantes
súbitos.

Los datos son muy esclarecedores,

desde 1950 a 1970, en esos 20 años,

esta ciudad, Madrid, pasa de tener
1 millón y medio de habitantes a tener 3,

duplica su población en 20 años.

Pero la periferia,
sobre todo el sur de Madrid,

pasa de tener 300.000 habitantes,
casi todos agrarios, campesinos,

a tener una población de 1 millón 200.000
en ese mismo periodo.

Ahora estamos en más de 2 millones.

De repente es un cambio súbito, monstruoso
y brutal, que he llamado "el gran trauma",

y sucede también en Barcelona,
sucede en Valencia, sucede en Bilbao,

sucede en todas las grandes ciudades

que de repente se ven duplicadas y
triplicadas en extensión y en tamaño

y cambian, se refundan,

se ven pobladas por un montón de gente,
de millones de personas

que vienen del campo, que son paletos,
que son despreciados en la ciudad,

que han dejado ese territorio vacío

y que crean un montón de conflictos

y un montón de situaciones
prácticamente terribles en esas ciudades.

Están reflejados esos conflictos
en la literatura y en el cine

desde los años '60 hasta hoy.

Son conflictos que podemos rastrear

desde las novelas de Delibes,

incluso en el cine más cómico, todas las
películas de Paco Martínez Soria

se basan en ese encontronazo cultural
tan grande

de una gente que venía de un país

que era prácticamente otro país,
aunque fuera el mismo.

Porque venían de un país con una tasa de
analfabetismo del 60%,

con unas condiciones de miseria
desconocidas en la ciudad,

con unas culturas tradicionales
incomprensibles en la ciudad,

incluso hablaban otra lengua.

Aunque hablaban castellano parecía
que hablaban otra lengua.

Entonces, ese choque cultural, durante
mucho tiempo provoca en las ciudades

unos desajustes porque,

quien emigra del campo,
quien abandona ese campo...

estamos hablando de que hay un abandono
real

porque en algunas zonas de esa parte
oscura que os estoy enseñando,

de esa España vacía en la que la densidad
de población está por debajo de 9 hab./Km².,

no emigra él sólo, se lleva
el pueblo consigo.

Está documentado que, por ejemplo,
en la periferia de Barcelona,

las casas, los bloques de edificios que
se construyeron pobres,

reproducen en su estructura la estructura
de los pueblos de los que proceden.

Porque todos los habitantes de un mismo
pueblo

tienden a vivir en el mismo bloque.

El bloque, se convierte en el
pueblo trasladado.

Y no sólo eso, se llevan todo el pueblo
consigo,

se llevan un sentimiento de desarraigo
muy grande,

que se va transmitiendo de padres a hijos

y creo que va generando una corriente

sutil a la que no hemos prestado
mucha atención.

Ha prestado atención, quizá,
el cine y la literatura,

pero no hemos prestado excesiva atención.

Y aquí vendría una tercera rareza,

no sé si recordáis el lema de Fraga,

el lema turistico de Fraga:
"Spain is different",

que nos hemos empeñado en romper,

porque es verdad que España, en esencia,
no es diferente.

España hemos demostrado que es un país
europeo normal,

si es que existen
los países europeos normales,

pero tiene algunas rarezas
como la del tenedor,

como esta peculiaridad demográfica,

o como esta otra,

que está relacionada con estas dos,

que hacen que sea quizá
un poquito diferente, sí, pero poquito.

Pero lo suficiente como para
que lo comentemos.

Y esa rareza es que, los extranjeros y los
que hayáis viajado mucho por el extranjero

lo sabéis, es que aquí apenas hay
banderas, banderas españolas.

Es muy raro encontrarlas fuera del ámbito
estrictamente institucional,

mientras que, en el resto del mundo,

es normal encontrarte la bandera
por todas partes.

En Francia, en Inglaterra,
en logotipos de empresas, en todas partes

está muy extendida la bandera del país,

incluso en Italia hay un par de platos que
están compuestos con la bandera...

como la ensalada caprese
o la pizza margarita,

que son la bandera italiana
puesta en plato.

Aquí apenas, fuera del balcón
de un Ayuntamiento, fuera de una embajada,

fuera de un sitio gubernamental,
es muy difícil encontrar.

A no ser que gane la selección el mundial

y, entonces, durante unos días
la gente se exalta.

Pero es muy raro, ¿no? La gente
no va con la bandera por la calle.

Y esto se debe por supuesto a que
el franquismo,

del que han pasado 41 años
y todavía seguimos hablando de él,

y pesa demasiado,

no conseguimos quitárnoslo de encima...

El franquismo contaminó de tal modo
los símbolos nacionales,

contaminó de tal modo esa bandera,

que yo creo que la dejó
prácticamente inservible

para gente con
una mínima sensibilidad democrática.

Y esto, yo creo que es una ventaja,

esto que se ha vivido como un problema

o como una anormalidad
durante todos estos años,

yo creo que es una ventaja.

Yo no creo que una sociedad necesite
mitos nacionales para vivir,

no creo en eso,

pero sí que necesita para convivir,
para articular la convivencia,

un relato común, necesitamos creernos
parte de algo.

Por supuesto somos una sociedad moderna
y compleja y no vamos a estar

creyendo en el Cid y ni en el brazo
incorrupto de Santa Teresa,

ni en estas cosas que nadie se traga,

ni tenemos que tener una
educación patriótica

que, por suerte,
nos hemos librado de ella.

Los niños no cantan el himno cada mañana
en la escuela,

entre otras cosas, porque no hay ningún
himno que cantar... (risas)

Y eso es una suerte,
eso no es una desventaja.

Eso es una suerte porque nos permite

articular nuestra convivencia con
discursos más complejos.

Y uno de los que yo propongo,
uno de los muchos relatos posibles,

sería explorar otra vez esa historia de
desconfianza y de desprecio

que generó ese "gran trauma"
y ese éxodo rural.

Tanto por parte de los hijos y nietos

de esos campesinos que vivieron

con anormalidad y con ese sentimiento
de desarraigo,

y esa sensación de pertenecer

a un territorio devastado que ya
no existe,

como por parte de los urbanitas,

que los recibieron,
o que no los recibieron,

que los rechazaron. Y que también
los vieron como enemigos.

Yo creo que siendo conscientes de
esa historia

podemos articular otra convivencia,

de la misma forma que este tenedor

empezó siendo un instrumento
completamente elitista,

que separaba a quienes tenían
la destreza suficiente

y el refinamiento, la educación
y la cultura para utilizarlo,

de quienes no lo tenían,

y al final los campesinos, para los que
no estaba destinado, aprendieron a usarlo.

Y lo usan igual de bien que los demás.

Podemos ser como esos campesinos

y podemos emular esa historia del tenedor

para ensayar otras formas de convivencia

que no tengan que ver
con mitos tan horribles

y tan sangrientos a los que
estamos acostumbrados.

Y esa es mi propuesta,

que yo creo que merece la pena explorar.

Muchas gracias.

(Aplausos)