Una escuela en movimiento | Teresa Punta | TEDxRíodelaPlata

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED. Más información en: http://ted.com/tedx

Teresa Punta nos muestra cómo se puede transformar la escuela desde adentro cuando docentes y padres se ponen del mismo lado del mostrador. Maestra, directora de escuelas y supervisora en la provincia de Chubut. Se desempeñó como miembro de los equipos técnicos del Ministerio de Educación de la provincia de Chubut entre 2012 y 2013 a cargo de Desarrollo Profesional Docente de la provincia. Es tutora del Posgrado y Especialización en Gestión Educativa FLACSO. Como directora de escuela, Teresa fue construyendo una nueva mirada sobre el aula, que incluye cuidar, acompañar y enseñar apuntando a cada chico, a cada familia, y lo contó todo en su libro “Señales de vida”. Es tejedora y vive muy cerca del mar.

Federico es mi único hijo varón.

Se portó mal en la escuela desde
que iba a salita de 3

y desde entonces
quiere abandonar los estudios.

Me llamaron todas las semanas de su vida,

de cualquier nivel de escolarización
en el que estuviera,

para decirme que molestaba.

Yo iba, escuchaba estoicamente
las quejas de la escuela

y cuando volvíamos a casa, alternativamente,
lo retaba, lo abrazaba,

lo ponía en penitencia, lloraba,
y le explicaba lo importante

que sería para mí que él
se dejara de escupir

papelitos masticados al techo del aula,
hacer zancadillas

y más adelante fumar en los tamariscos
u organizar guerra de choclos.

(Risas)

Allá por segundo año del colegio
secundario, la escuela volvió a llamarme.

Y yo volví a ir.

La persona que hablaba conmigo
en esa oportunidad, un profesor,

me propuso una alternativa nueva
que se le había ocurrido.

Una prolongación de jornada para Federico.

Una prolongación de jornada
en la que Federico y él, este profesor,

iban a limpiar los chiqueros
de la escuela agraria

a la que Federico asistía y mientras
iban a conversar en un tiempo,

que iban a tratar
de que no fuera el tiempo

como siempre es el tiempo de la escuela.

Creo que lo que Federico aprendió
en esas tardes de chiquero

funciona en él hasta el día de hoy.

Ese fue el final del tiempo
que en la mesa familiar de la cena

la conversación central era lo mal
que se portaba Federico en la escuela

y su deseo de abandonarla.

Mientras iba transitando mi relación con la escuela

como mamá de Federico por estos caminos,
yo iba siendo maestra.

Fui maestra, vicedirectora
y después directora y supervisora,

siempre de escuelas estatales
de la Provincia de Chubut.

Y cuando era maestra, y sobre todo
cuando era directora,

estaba del otro lado del escritorio
del que estaba

cuando era mamá de Federico
y la escuela me llamaba.

Y recordando cómo yo me sentía cuando
estaba de aquel lado del escritorio

cuando la escuela me llamaba,

se me ocurrió ponerme
del mismo lado del escritorio

que lo papás cuando yo los tenía que
llamar para conversar con ellos de algo.

Sobre todo, si me imaginaba que eso
que yo tenía para decirles

quizás no fuera fácil
de escuchar para ellos.

Esto quizás no es una idea muy novedosa,

pero era como la materialización
de la idea sencilla de

“estamos todos del mismo lado,
para pensar en los pibes”.

Cuando ya era directora,
de una escuela grande,

con muchos alumnos, que funcionaba
en varios turnos, con varios niveles,

conocí a Joaquín.

Joaquín también se portaba mal.

Y en este caso la escuela
iba agotando una a una

todas las instancias reglamentarias
para llegar a la suspensión.

Discutíamos mucho sobre esto,
pero Joaquín no nos daba tregua

y nos iba poniendo entre
la espada y la pared

con una velocidad mucho mayor que
nuestra capacidad de pensar alternativas.

Y entonces llegó el día de la suspensión.

La escuela lo suspendió,
y mientras estaba suspendido,

en horario en que Joaquín debió
haber estado en la escuela,

en horario en que la escuela
debió haber estado cuidando a Joaquín,

Joaquín robó un auto,
la policía lo cachó,

Joaquín se asustó, se escapó en el auto,

chocó y se mató.

Estas dos escenas de mi vida
en la escuela, o con la escuela,

Federico y Joaquín, marcaron
mis modos de pensar el mundo

con los pibes en la escuela para siempre.

Porque comprendí que sentarnos con ellos
del mismo lado del escritorio

a pensar la vida podía ser la diferencia
entre la vida y la muerte.

A veces metafórica y a veces literal.

(Aplausos)

De pensar en Federico
y de pensar en Joaquín

me nació pensar una escuela que
nunca más corra ni quite del medio

ni saque ni expulse ni suspenda
ni pida reducción de jornada

ni pida amablemente el pase
a otra escuela de ningún pibe.

(Aplausos)

No quería nunca más sacar
a un pibe de la escuela.

Y tampoco los estadios
intermedios al sacarlos.

Cuando la conocí, Nebai tenía 6 años.

Era la más pequeña de una familia

que vivía en un recodo
de la Península de Valdés

y con sus hermanos se tiraban
de las bardas al mar

y juntaban en sus morrales
la mayor cantidad de moluscos

que sus manitos les permitían
y el aire retenido en sus pulmones.

Una mañana me levanté

y vi a Nebai haciendo hileritas
de caracoles en la arena.

Me acerqué y le pregunté qué hacía,
y me contestó: "Decenas".

Nebai estaba en la
Península de Valdés, ¿conocen?,

patrimonio natural de la humanidad,

haciendo hileritas de caracoles
milenarios en la arena

¡y los llamaba decenas!

Vaya si la escuela opera, pensé.

Una decena y dos caracoles sueltos
forman este, me decía,

y lo dibujaba en la arena.

Efectivamente cada hilerita
tenía 10 caracoles,

formamos muchos números de decenas
y caracoles sueltos,

y Nebai a todos los armaba correctamente
y los escribía en la arena.

Pero yo no me sé los nombres, me decía.

Y lo de las letras tampoco
me lo sé mucho, ¿vos te los sabés?

Me quedé pensando en Nebai
con insistencia.

Nebai puede ser solo una anécdota,
de hecho lo es.

A veces las anécdotas
nos pueden ayudar a pensar.

Pienso mucho en una frase
que dice que tenemos

que cuidar que nuestra mente
no se transforme

en una mente dada, cerrada, constituida

porque, si eso sucede, su actividad cesa.

Nebai repetía primer grado porque
no se sabía el nombre de los números.

Le propuse a la mamá de Nebai
pasarla a nuestra escuela,

a ver si podíamos trabajar
para que Nebai no repitiera primer grado.

Me contestó con un mensajito de texto
varios días después que decía

“Si todavía hay tiempo, quisiera probar
que la Nebai no repita primer grado”.

Si todavía hay tiempo,
preguntaba la mamá de Nebai.

¡Sí, todavía hay tiempo!, me daba ganas
de contestarle a mí.

Sí, que la escuela sea ese acento,
esa coma, esa pausa.

Una escuela que explore modos
de estar juntos,

que perfore los problemas,
que los haga propios.

(Aplausos)

Cuando todos estos movimientos

empezaron en la escuela
en la que era directora,

renunciaron varias maestras
al mismo tiempo,

se fueron a escuelas más ordenadas,
más dadas,

más dadas a lo prescriptivo
del curriculum

y a la comodidad, diría yo.

Licencias y cambios de funciones
sobrevolaron nuestros días de trabajo

y por suerte llegaron ahí,
para poner su cuerpo y su garra,

jovensísimas y a poco de recibirse,
Robertas, y Marisoles,

y Carinas, y Silvinas, a ponerle
todas su intención

a ese tiempo de escuela que vino después.

Después de Fede, después
de Joaquín, después de Nebai.

(Aplausos)

Queríamos pensar modos y momentos

para incluir a todos
los chicos en la escuela.

Que todos pudieran estar adentro.

Dormir abrigados en la dirección
de la escuela

o de la cocina porque por algún motivo

no se había podido dormir en casa
la noche anterior.

O deambular de aula en aula
buscando la situación de aprendizaje

que más te aloje.

Asistir a la escuela solamente
los meses de la cosecha de la cereza

o todos los meses menos el tiempo
de la esquila,

son quizá otras anécdotas
que podría contarles

de ese tiempo que vino después.

Tiempo que perforó por completo
la caja de posibles

prevista unívocamente
por la escuela tradicional.

Algunas maestras decían
que al final era injusto

para los que estudiaban
o para los que se portaban bien

porque entonces los premiábamos

dándoles la oportunidad
de que deambularan

y encima quedándonoslos todo el día.

Que era más trabajo para nosotras

y que estábamos mucho más cansadas.

Los chicos se empezaron
a quedar todo el día si lo necesitaban

y las mamás se tuvieron que organizar

para venir a asistirnos
a la hora de comer.

Las flores de puré de zapallo
dibujadas con la manga

sobre el puré de papa

o canciones para pedir
poéticamente la comida,

risas y amores nacieron
de ese tiempo de efecto dominó

en el que la escuela se puso a pensar

cómo ser una escuela
que aloje a todos los pibes.

Es vedad que es mucho más cansador.

Es verdad que a veces sentíamos
que no estábamos preparadas para esto

y que alguna de nuestras partes
del cuerpo nos dolían tanto

que ya no las sentíamos.

Pero había una discusión
y pensamiento instalado

donde antes había una dureza
y una certeza.

A Nebai suelo cruzármela
de vez en cuando

caminando por las calles de la ciudad
en la que vivimos,

ya transitando la adolescencia,
terminando el colegio secundario,

sin haber repetido
ningún año de su escolarización.

Y también a veces me cruzo a Ayrton,

que es un nene que cuando venía
a la escuela le pensábamos actividades

que duraran 45 minutos,
que es el rango de atención

que su psicopedagoga nos había explicado

que él podía tener.

Y ahora, ya casi hecho un hombre,

trabaja en la panadería de su barrio,

45 minutos amasando,
45 minutos atendiendo el mostrador,

45 minutos repartiendo

-- aprendió a manejar, sacó el carnet --

45 minutos limpiando la cuadra.

También me cruzo de vez en cuando
a las mamás de Alma y Gonzalo,

que siguen siendo amigas
desde que la escuela les propuso

que la familia de Alma
albergara a Gonzalo

el rato que su mamá no podía cuidarlo

porque trabajaba y hacía poco
se habían mudado a la ciudad.

El rendimiento académico de Gonzalo,

cuando la familia de Alma
lo empezó a cuidar,

mejoró significativamente,

para quienes creen que esa es
la tarea fundamental de la escuela,

o de todas las escuelas.

Pero además esas dos familias

se vieron en su cóncavo
y convexo infinito de dar y recibir

porque la escuela les propuso mirarse

de un modo que no es tradicional
mirarse desde la escuela.

Al que más me cruzo, al que con
mayor frecuencia me cruzo,

es a Federico, mi hijo.

Ya creció, se porta bastante bien.

Es maestro, trabaja con niños
que se portan mal en la escuela.

(Aplausos)

Trabaja con niños que tienen
dificultad para apropiarse

de ese formato unívoco que
la escuela les sigue proponiendo.

Y sé que eso tiene todo que ver

con aquél profesor
que en vez de quitarlo del medio,

lo metió más tiempo
adentro de la escuela,

aunque sea con la excusa
de limpiar los chiqueros.

Gracias.

(Aplausos)

Gracias.