-
EL FUEGO FATUO
-
En aquel momento,
-
Alain miraba a Lydia
con obstinación.
-
La escudriñaba así desde
que había venido a verle,
-
tres días antes.
-
¿Qué esperaba él?
-
Lydia volvió la cabeza
-
y, bajando sus pupilas,
-
se quedó absorta.
-
¿En qué?
-
¿En ella misma?
-
¿Era ella esa ira satisfecha que
hinchaba su cuello y vientre?
-
¿Esa sensación
que no resplandece
-
pero que es evidente?
-
Para él la sensación se había
escapado, otra vez, inasequible.
-
Como una culebra
entre dos piedras.
-
Pobre Alain,
qué incómodo estás.
-
Hacía mucho tiempo...
-
Me odio.
-
Sonríeme, Alain.
-
Ha estado muy bien.
-
Estoy muy contenta.
-
Ya ha amanecido.
-
Tengo que darme prisa.
-
Tengo que hacer la maleta.
-
El avión no sale hasta las 11.
-
Tengo un montón de cosas
que hacer esta mañana.
-
Francesca
viene a buscarme a las 8.
-
Alain...
-
Me alegra tanto
haberte vuelto a ver.
-
Sabes...
-
Te quiero de un modo muy especial.
-
Gracias por haber venido.
-
Dáselas a Dorothy,
-
después de todo, fue ella
quien me pidió que te viera,
-
y quien me dio
la dirección de la clínica.
-
¿Qué tengo
que decirle a Dorothy?
-
Nada, ¿por qué?
-
Prometí llamarla
cuando volviera a Nueva York.
-
Tiene mucho interés
en saber cómo estás.
-
¿Y qué le dirás?
-
La verdad.
-
Que estás completamente curado.
-
Le preguntaré
qué piensa hacer contigo.
-
- ¿Le dirás que hemos?
- No, Alain.
-
Salvo si me lo pides.
-
No te lo pido.
-
Pero sospechará algo.
-
Creo que ni se lo planteará.
-
Tiene otras cosas en la cabeza.
-
Y además...
-
Hasta le vendría bien.
-
¿Habéis hablado de divorcio?
-
Una vez,
-
hace seis meses,
-
justo antes de que me fuera.
-
¿Y desde entonces?
-
Desde entonces no hemos hablado.
-
Todos los meses manda
un cheque al médico.
-
¿Nunca te escribe?
-
Un poco,
-
al principio.
-
¿Y tú?
-
Hace quince días
le mandé una carta.
-
Te habrá hablado de ella.
-
No.
-
¿La sigues queriendo?
-
No sé.
-
Dorothy no es la mujer
que necesitas,
-
no es lo bastante rica,
y te deja irte de juerga.
-
Necesitas una mujer
que no se despegue de ti.
-
Si no, te pones triste
-
y haces tonterías.
-
Es verdad, me conoces bien.
-
Cuando estoy triste
hago muchas tonterías.
-
Claro que te conozco.
-
Creo que, en el fondo,
-
siempre quise casarme contigo.
-
Incluso cuando estabas con Dorothy.
-
No podré acompañarte a Orly.
-
El doctor estará furioso
porque pasé la noche fuera,
-
y si no vuelvo ahora
me echará.
-
Francesca me llevará.
-
Y además, Alain...
-
Volveremos a vernos pronto.
-
¿Cuánto tiempo llevas sin beber?
-
Cuatro meses,
bueno, más o menos.
-
¿Sin una gota de alcohol?
-
Sí.
-
Desde que acabé
el tratamiento, ni una gota.
-
El tratamiento consiste
en hacerte beber.
-
Beber.
-
¡Beber!
-
Hasta morir.
-
¿Es duro?
-
De haber sabido lo que era,
no lo hubiera hecho.
-
¿Y ahora?
-
¿Ahora?
-
Nada.
-
Nada.
-
Lydia...
-
Quería decirte...
-
Pero, ¿qué haces?
-
Ni hablar.
-
Sí, sí.
-
Tú has olvidado, pero yo no.
-
Una deuda de juego en un barco
hace cuatro años.
-
Esta ciudad olvidada...
-
Tan triste.
-
Esa curiosa clínica...
-
Ya estás curado, Alain.
-
¿Por qué te quedas aquí?
-
Aquí me siento bien.
-
La vida de un enfermo
es ordenada, sencilla.
-
Estás protegido.
-
No me apetece mucho
volver a la ciudad.
-
París me asusta.
-
¿Te parezco cobarde?
-
No, Alain.
-
Me pareces infeliz.
-
Ven a Nueva York.
-
Prométeme que vendrás
tan pronto como puedas,
-
para terminar con Dorothy.
-
O aunque sea
para volver con ella.
-
No te vayas.
-
No me dejes.
-
Te necesito.
-
No te vayas, te lo ruego.
-
Es grave.
-
Debo irme.
-
Tengo que estar mañana
en Nueva York.
-
Esperan los modelos.
-
- ¿Es importante?
- La fabricación depende de eso.
-
Ahora soy
una mujer de negocios.
-
Lo sé, Alain.
-
Te abandono
ante tu peor enemigo, tú mismo.
-
Ven rápido a Nueva York.
-
No, Lydia.
He dicho que no.
-
No iré a Nueva York,
-
no me casaré contigo.
-
Serías muy desgraciada.
-
Otra Dorothy.
-
Y además,
no puedes hacer nada por mí.
-
Es demasiado tarde.
-
Lleve a la señora a París,
al hotel Raphaël, Avda. Kléber.
-
¡Alain!
-
SANATORIO
DEL DR. LA BARBINAIS
-
CURAS DE REPOSO
SEGUIMIENTO MÉDICO
-
¡Señor Alain!
-
¡Señor Alain!
-
¡Están todos en la mesa!
-
El tomismo, viene
de Santo Tomás, que yo sepa,
-
y, quién dice santo,
dice teología.
-
En absoluto, ya que Santo Tomás
precisamente separó la filosofía
-
de la teología...
-
...sin duda un profesor
de provincias
-
poco virtuoso,
-
que opone el mundo de Racine
al de Proust, Cocteau o Genet.
-
Que lea ese pedante
las cartas de la Palatina,
-
hoy se ven las mismas cosas.
-
Creer es distinto a saber.
-
De acuerdo pero, ¿hay un orden?
-
Hay que creer para saber o...
-
Ha vuelto usted de día.
-
Sí.
-
Credo ut intelligam,
-
amigo, credo ut intelligam.
-
Primero creo y luego comprendo.
-
¡No! Ud. Dijo que Santo Tomás
separó filosofía y teología,
-
así que no confundamos
fe y entendimiento. También dijo:
-
"Lo sabido no puede verse
y viceversa".
-
Alguna buena persona
se habrá alegrado de verle.
-
Las buenas personas
no son difíciles.
-
¡Usted sí!
-
Si no lo fuera no estaría así.
-
- ¿Ha estado alguna vez en América?
- No. Ya me cuesta conocer Europa...
-
Allí, me matarían
con su brutalidad.
-
Nuestro joven ha vuelto
con muy mala cara de su escapada.
-
- Hace unos años era más guapo.
- Aún debe serlo...
-
Le mira usted bastante.
-
Respecto a Aristóteles...
-
¡Me niego a hablar
de Aristóteles!
-
- ¡El libre albedrío!
- La razón domina la voluntad.
-
- Ella determina...
- Señor Brème...
-
¿Por qué acapara siempre
al Sr. D'Averseau?
-
A todos nos gustaría
seguir su conversación.
-
¡Pues sí!
-
¡Sería muy interesante!
-
Sería muy interesante...
-
Parece ser que nos va a dejar.
-
No.
-
¿Por qué?
-
El doctor lo insinúa.
-
¿Ya no está a gusto
con nosotros?
-
Sí.
-
Es como si estuviera en familia.
-
Son mi familia.
-
El ser no puede
al mismo tiempo no ser.
-
Pero la nada
es algo sin representación.
-
Oh, perdone.
-
Nunca me dijo
dónde están sus padres.
-
Viven en otra ciudad.
-
Son muy mayores.
-
Ya casi no les conozco.
-
Pobre muchacho...
-
¿Pobre muchacho?
-
Quema su juventud de juerga,
y ahora
-
los problemas.
-
Es usted un inconsciente.
-
Debería acostarse
y dormir un poco.
-
Sí, sí, sí.
-
Acuéstese.
-
Qué desgracia.
-
Qué desgracia.
-
Da mate con 5 movimientos
-
al gran hombre.
-
JEAN-JACQUES, 5 AÑOS,
JUGABAAL HOMBRE PÁJARO.
-
DESNUDA, ESTABA MUERTA.
AL LADO, SU MARIDO GRITABA.
-
Dorothy...
-
23 DE JULIO
-
El dinero...
-
El dinero...
-
El dinero...
-
Se escurre entre los dedos.
-
¿Molesto?
-
En absoluto, doctor.
-
He llamado varias veces,
no sabía si dormía.
-
Siéntese.
-
Ha estado esta noche en París.
-
No he salido de Versalles.
-
Espero que en su 1ª salida no
haya hecho ninguna imprudencia.
-
Quédese tranquilo, doctor.
-
He estado con una mujer.
-
- Como un muchachito.
- ¡Bravo!
-
Muy bien, excelente.
-
Hay que recuperar
el tiempo perdido.
-
- Cuando salga de aquí, podrá...
- ¿Ya me echa, doctor?
-
En absoluto.
-
Estoy encantado
de tenerle aquí.
-
Pero está totalmente curado,
desde hace ya tiempo.
-
No puedo tenerle aquí
indefinidamente, sin motivo.
-
Doctor, volveré a empezar.
-
Si salgo de aquí
volveré a beber.
-
Tarde o temprano.
-
¿Qué más quiere que haga?
-
¿No hay noticias de América?
-
No habrá.
-
- Además, eso no tiene nada que ver.
- Claro que sí.
-
Tenga paciencia.
-
Tengo paciencia.
-
No hago más que esperar.
-
Toda mi vida.
-
Esperar...
-
A que pase algo.
-
Aunque nunca he sabido qué.
-
Sabe muy bien lo que espera:
-
Usted ama a su esposa
y ella a usted.
-
Eso es lo que usted cree.
-
Porque le conviene.
-
Usted insistió
en que la escribiera.
-
Dorothy sabe muy bien
que no puedo curarme.
-
Pues, precisamente,
se está curando.
-
- Usted sabe que no.
- Lo constato.
-
No durará.
-
Espere al menos
la respuesta de su mujer.
-
Llegará en cualquier momento.
-
¡Le digo que no contestará!
-
No ha podido creerse la carta.
-
Cuando nos casamos hace 2 años,
le prometí que lo dejaría,
-
¡como si fuera posible!
-
¡Sobre todo en Nueva York!
-
Esta vez va por buen camino.
-
¿Sigue teniendo esas angustias?
-
No son angustias, doctor,
-
es una angustia, continua.
-
Si aguanta aún algún tiempo,
-
poco a poco desaparecerá.
-
Es cuestión de voluntad.
-
Se contradice, doctor.
-
¿Cómo puede apelar a mi voluntad?
-
El mal está en el corazón
de la voluntad,
-
es a ésta a la que usted cura.
-
Pero no siempre fue así.
-
¿Qué quiere decir?
-
Usted estuvo en el ejército,
y luchó en la guerra.
-
- Dio órdenes.
- ¡Deje eso!
-
No tiene nada que ver.
-
Mándele un telegrama.
-
Dígale que coja el primer avión
y váyase con ella al Midi.
-
O más lejos.
-
Ante todo, no vaya a París.
-
Una mujer fuerte, como la americana,
le hará olvidarlo todo.
-
No tema.
-
Me iré
antes de que acabe la semana,
-
de todos modos.
-
Como quiera.
-
¿Y el proyecto de tienda
del que me habló,
-
especializada en cosas de antes de
la guerra, tipo "exposición del 37"?
-
Es una buena idea.
-
¿Me imagina de vendedor?
-
Estoy lleno de deudas.
-
Bueno, ya veo que le canso.
-
Me voy.
-
¿Y nuestra partida?
-
Seguiremos mañana.
-
Descanse.
-
Alain,
-
la vida es algo bueno.
-
Dígame en qué, doctor.
-
Mañana...
-
La vida...
-
Conmigo no transcurre
lo bastante deprisa,
-
así que la acelero.
-
La corrijo.
-
Mañana me mato.
-
Buenos días, señora.
-
Le he traído el desayuno.
-
Gracias.
-
Páseme el albornoz.
-
- Parece que tiene prisa.
- Tengo que vestirme, voy a salir.
-
- ¿Dónde va?
- A París.
-
¡Ciudad de orgías!
-
Que dejé definitivamente
hace 3 años.
-
¿Cuándo volverá?
-
Enseguida.
-
Cobrar un cheque,
-
ver a unos viejos amigos.
-
Va a volver otra vez de día.
-
Ah, se me olvidaba,
-
el doctor me ha dicho que
le recuerde lo del telegrama.
-
El telegrama para su mujer.
-
Precisamente lo estaba pensando.
-
Telegrama:
-
"Espero tu carta
-
"con impaciencia. "
-
No.
-
"Con paciencia y esperanza. Stop. "
-
Más seco.
-
"Gracias
-
"por tu silencio.
-
"Stop. "
-
"Tienes un enamorado
-
"en Versalles.
-
"Stop. "
-
¿Por qué no tratarla bruscamente?
-
"Telegrafía respuesta.
-
"Stop.
-
"Te necesito. Stop.
-
"Los minutos cuentan. Stop. "
-
O, por el contrario,
tranquilizarla.
-
Sí.
-
"Olvida la carta.
-
"Stop.
-
"Los problemas
-
"se han acabado.
-
"Stop.
-
"Sé feliz. "
-
Sí.
-
Mejor eso.
-
"Los problemas se han acabado,
-
"sé feliz.
-
"Mi carta
-
"tírala, ya no quiere
decir nada. "
-
Sí, tengo proyectos.
-
Hacer un viaje.
-
¿Cómo?
-
No.
-
No iré a Nueva York,
quédate tranquila.
-
¡Sí, estoy curado!
-
Lydia debió decírtelo.
-
¿Te lo ha contado todo?
-
Pues, muy bien.
-
¿Para N. Y?
Entonces, ¿es urgente?
-
Los telegramas suelen serlo.
-
Por favor.
-
Quiero unos Sweet Afton.
-
¿Qué es eso?
-
Tabaco irlandés.
-
No tenemos.
-
Debería.
-
Por aquí no se venden.
-
Basta con una vez.
-
Una vez no basta,
la mercancía se estropea.
-
Qué se le va a hacer.
Déme Lucky.
-
Gracias.
-
¡Hola!
-
Dos blancos.
-
Deprisa.
-
¿Van a París?
-
Sí.
-
¿Pueden llevarme?
-
Está prohibido.
-
Déjenme que les invite.
-
Jefe, yo invito.
-
¡Por usted!
-
- ¿Le sirvo, caballero?
- No, gracias.
-
Si invita, debe beber.
-
No bebo alcohol.
-
¿Trabaja en Versalles?
-
No trabajo.
-
Entonces, ¿vive de las rentas?
-
No.
-
- Estoy enfermo.
- ¡Ah, es eso!
-
¿Qué quiere decir?
-
No tiene buena cara.
-
¿Y qué le pasa?
-
El corazón.
-
¿No le preocupa
no tener mucho dinero?
-
A mí sí.
-
Sin embargo, aparenta usted...
-
Sólo aparento.
-
¡Oh, Florence,
mira quien llega!
-
¡Señor Alain!
¡No ha cambiado nada!
-
- Ha engordado.
- Tiene buena cara.
-
Hace ya tres años, casi nada.
¿Se quedará un tiempo?
-
- ¿Le gusta América?
- ¿Vive en Nueva York?
-
¿Sigue viviendo aquí
el señor Bernard?
-
¡Pues no, se fue!
-
Poco después que usted.
-
- ¿No se irá ya?
- No, voy a llamar al bar.
-
- Pero volveré.
- Yo le dejo el teléfono.
-
Tengo que hablar con Charlie.
-
¡Pobre, cómo ha cambiado!
-
- ¡Qué cara!
- Y su voz.
-
¿Se ha fijado en su voz?
-
¡Señor Leroy!
¡Caramba!
-
- Hola, Charlie.
- ¡Caramba!
-
Justo ayer hablé
de usted con René,
-
aquel barman de Montecarlo.
Está aquí de vacaciones.
-
Hicimos una apuesta,
él decía que había vuelto
-
y yo que seguía en América.
-
Perdí, ¡qué le vamos a hacer!
Me alegra muchísimo verle.
-
¿Le pongo un Scotch Sour,
como siempre?
-
No me diga que ha cambiado,
era siempre su primer trago.
-
"Para conectar", decía usted.
-
¿Sí?
-
Con el Sr. Lavaud.
-
¿De parte de?
-
De Alain Leroy.
-
Salúdele de mi parte
y dígale que es un traidor.
-
Ya no viene por aquí,
todos los casados son iguales.
-
Por cierto,
¿la Sra. Leroy ha venido?
-
No.
-
- ¿Se ha quedado en América?
- Sí.
-
El Sr. Lavaud es un traidor.
-
El Sr. Castellotti,
cuando viene por aquí,
-
siempre se aloja en el hotel,
hablamos de los viejos tiempos.
-
"El bueno de Alain",
dice siempre, le adora.
-
Ahora vive en Milán, está casado.
-
Tiene dos niñas,
-
me enseñó las fotos.
-
Viene a París por negocios
pero aprovecha para divertirse.
-
El otro día vino con
una rubia magnífica.
-
Una bailarina de striptease.
-
De acuerdo, esta tarde a las 8.
-
¿Tomamos un café?
-
No, llego tarde.
-
Llámame esta tarde a las 7.
-
Una cerveza, Charlie.
-
¿A qué hora volvió, Sr. Bostel?
-
Tarde, Charlie, muy tarde.
-
O pronto, si lo prefiere.
-
¿Tiene Alka Seltzer?
Me duele la cabeza.
-
Los hermanos Minville no contestan.
-
- Casi seguro no están.
- ¿Por qué?
-
¿Por qué?
-
Porque están en la cárcel.
-
¿Otra vez por lo de Argelia?
-
Argelia se acabó para todos
salvo para ellos.
-
¿No me reconoce?
-
Michel Bostel.
-
Nos vimos en los San Fermines,
hace 5 ó 6 años.
-
Estaba usted con una americana.
-
Yo era un crío.
-
Después, hice la mili
y ustedes se fueron de París.
-
- ¿Ha bajado Francis?
- Aún no.
-
Voy a sacarle de la cama.
-
- ¿Quién es?
- Es buen chico.
-
Vive en el hotel.
-
¿En mi mismo cuarto?
-
En cierto modo,
es mi sucesor.
-
¡Pero qué dice!
-
En su cuarto pusimos una placa:
-
"Aquí vivió varios años
Alain Leroy".
-
Aquellos tiempos eran otra cosa.
-
Comparado con estos.
-
Gracias.
-
¿Ni siquiera le he preguntado
qué tal está?
-
No tiene muy buena cara.
-
He estado enfermo,
ya estoy mejor.
-
Pues no lo parece.
-
- ¿Ha tenido problemas?
- Nada grave.
-
Estuve internado en Versalles.
-
¿Mucho?
-
- Cuatro meses.
- ¿Y mañana se va?
-
Sí.
-
¿A Nueva York?
-
No.
-
No ha bebido nada.
-
No debo.
-
Ya no bebo nada.
-
Lo siento,
¡si lo hubiera sabido!
-
Es verdad que bebía demasiado,
se lo dije muchas veces.
-
Usted me decía: "Curiosa
opinión para un barman".
-
Pobre hombre.
-
Él que era tan alegre.
-
- Con algún bajón.
- Sí, pero no le duraban.
-
Tenga.
-
No tengo cambio, señor.
-
No pasa nada.
-
Quédeselo.
-
¿Está loco?
-
¡Qué idiota!
-
¿Está el Sr. Dubourg?
Querría verle.
-
¿A estas horas?
Vamos a cenar.
-
¿Quién es?
-
- Soy Alain.
- ¿Alain?
-
- ¿Alain?
- Sí, Alain.
-
Camarada Dubourg.
-
Alain.
-
Esperaba tu visita.
-
Mentiroso.
-
Vamos, saluda a Alain.
-
¡Hola!
-
Ya vale.
-
Vete y mándame a tu madre.
-
¿Ahora juegas a los papás?
-
Ahora hago muchas cosas.
-
- Sigues con la egiptología.
- Cada vez más.
-
Lo presentí
desde el principio.
-
Recuerdo que un día te encontré
en la cama con una rubia,
-
le dabas la espalda,
-
y tenías la nariz metida
en un libro de esoterismo.
-
Es verdad.
-
Hace 10 años,
en mi época de desenfreno,
-
ya estudiaba la Cábala.
-
¿Y te sigue divirtiendo?
-
Ya no me divierte,
-
me interesa.
-
Fanny.
-
¿Te acuerdas de Alain,
del famoso Alain,
-
del que me alejaste?
-
- Creo que Alain viene a cenar.
- Quizá no sea lo correcto...
-
- Pon otro cubierto, Fanny.
- Ya está, todo está servido.
-
Aunque intentaste ser misterioso,
y no dar señales,
-
sabíamos dónde estabas.
-
Sí.
-
La Barbinais me avisó.
-
De vez en cuando le llamo,
-
para saber cómo vas.
-
Muy amable.
-
Pero no quería
que fuera a verte.
-
Aislamiento completo.
-
Estaba cansado, eso es todo.
-
El tratamiento es duro.
-
Sobre todo viniendo de N. Y.
-
- No tiene nada que ver con N.Y.
- Claro que sí.
-
Te lo dije,
no es una ciudad para nosotros.
-
Te atrapa
en un absurdo torbellino.
-
Me gusta Nueva York.
-
Es fascinante,
pero se vive mal.
-
Es una intoxicación.
-
Los neoyorquinos
se zambullen en la ciudad
-
como los drogadictos en su...
-
¡Por favor!
-
Allí me sentía bien,
no estaba en casa.
-
Tenía la sensación
de estar de visita.
-
- ¿Y en París?
- Lo mismo.
-
Pero prefiero Nueva York.
-
Allí la gente
te deja tranquilo.
-
- ¿Y por qué has vuelto?
- Para curarme.
-
¿Y por qué no allí?
-
Dorothy ya me tenía muy visto.
-
¿Sabe que estás curado?
-
Sí, se lo han dicho.
-
¿Y tú?
-
- ¿Lo sabes?
- Eso se siente.
-
Te sientes completamente
esterilizado, en cuerpo y alma.
-
Ése es el resultado.
-
En "esterilizado"
está "estéril".
-
Eso lo dices tú.
-
¿Te gusta Françoise Hardy?
-
Entonces, ¿quién?
-
Sylvie Vartan.
-
¿Qué es eso?
-
Un ídolo.
-
Olvidas que hay un aumento
demográfico, eres un viejo.
-
Aumento o no, las jóvenes de
hoy en día son desesperantes.
-
Guapas, elegantes,
bien alimentadas, ¡todas iguales!
-
Parecen naranjas de California.
-
Pero, ¡qué sabrás!
No las conoces.
-
¿Has podido trabajar algo?
-
He estado escribiendo un diario.
-
Nada interesante,
lo he roto esta mañana.
-
¿En qué punto estás?
-
Hay muchos vacíos.
-
Momentos atroces.
-
Aguantarás el bache.
-
¿Qué bache?
-
Para mí, se ha acabado.
-
Me voy.
-
No lo has entendido.
-
Bueno, la vida tiene otras cosas.
-
Seguramente
tú tienes tu propia idea.
-
Y esa idea
no puede desaparecer.
-
¡Me horroriza
lo que se queda atrapado!
-
Tenemos que sacar
lo que llevamos dentro.
-
Las cosas bien hechas
son maravillosas.
-
No sé lo que es eso.
-
Lo único que he querido
es tener dinero.
-
Un poco.
-
- Como todos.
- Si fuera verdad hubieras trabajado.
-
No.
-
Lo que tú llamas dinero
-
es una excusa para soñar.
-
Habla, no te voy a privar
de ese placer.
-
Lo que me gusta de la gente
no son sus pasiones,
-
sino lo que sale de ellas.
-
Las ideas,
-
los dioses.
-
¿Y dónde están aquí
las pasiones?
-
Conmigo te equivocas,
-
no te fíes de las apariencias.
-
Crees ver a un burgués resignado,
-
pero vivo más intensamente
que en la época de las borracheras
-
y de los ligues.
-
Acabaré escribiendo un libro
-
sobre las virtudes
del antiguo Egipto.
-
Ya lo tengo en la cabeza.
-
Y los demás podrán disfrutarlo.
-
El sol
-
se puede tocar
con la mano.
-
Deberías venir a Egipto.
-
Allí la gente
tiene el sol en el vientre.
-
Vamos a pasear, profeta.
-
Lo de los Minville
es otra historia.
-
Les enganchó la acción,
como una droga.
-
¿Y a Eva, la has vuelto a ver?
-
Ni a ella ni a las demás,
¿para qué?
-
Para ser feliz,
te veo muy agresivo.
-
¿Tan contento estás
con la vida que llevas?
-
Eso no importa.
-
Claro que sí, te aburres.
-
Fanny y las niñas,
-
esa casa que huele a viejo,
-
todo eso forma parte de mi pasión.
-
Ya no tienes
los ojos brillantes de antaño.
-
Ni tu bella energía.
-
He envejecido.
-
¡Vaya!
-
Sí, he envejecido. Ya no tengo
esperanza, pero sí una certeza:
-
Salí de mi juventud
para entrar en otra vida.
-
Tú le das la espalda.
-
Te niegas a ser adulto.
-
Te quedas hundido
en tu adolescencia.
-
De ahí viene tu angustia.
-
Es difícil ser un hombre,
-
hay que tener ganas.
-
¿No estás cansado
de los espejismos?
-
Me horroriza la mediocridad.
-
Llevas 10 años viviendo
en una mediocridad dorada.
-
Precisamente, y estoy harto.
Voy a parar.
-
No quiero envejecer.
-
Echas de menos tu juventud
como si hubiera sido magnífica.
-
Era una promesa,
-
y también una mentira.
-
Yo era el mentiroso.
-
¿Lo ves? Vives torturado
por las mujeres.
-
Sabes que no tengo
poder sobre ellas.
-
¿Sí?
No me digas.
-
Con 20 años era guapo,
-
y hoy aún les parezco
divertido, amable.
-
Pero todo eso no basta.
-
No conecto lo suficiente.
-
Sin embargo,
-
sólo a través de ellas
-
tengo la impresión
de conectar con las cosas.
-
Lo que condeno
no es la vida en sí,
-
sino lo que tiene
de despreciable.
-
Me gustaría saber
cómo empezó todo eso.
-
Y por ahí podría recuperarte.
-
El alcohol estaba en mis venas
antes de que me diera cuenta.
-
¿Cómo?
-
Empecé esperando las cosas...
-
bebiendo.
-
Y un día vi que me había pasado
la vida esperando:
-
Mujeres,
-
dinero,
-
acción.
-
Y entonces,
me emborraché a muerte.
-
Sin embargo...
-
tuviste a Dorothy,
y a muchas otras.
-
No las tuve.
-
No las tengo.
-
Sí, tienes a Dorothy,
-
no necesitas acostarte
con ella para eso.
-
No la tengo y es porque
no la sé hacer el amor.
-
Si te huye
es porque bebes demasiado.
-
¡Bebo porque hago mal el amor!
-
Qué vida ésta, que nos hace
depender de las mujeres.
-
No veo en qué dependes de Fanny.
-
Me entierro en su calor
como un cerdo en su pocilga.
-
¿Lo ves?
Dan ganas tocarla.
-
Pues París es como ella,
la vida es como ella.
-
Me desquicias
con tus mediocres certezas.
-
¡Alain!
-
Conténtate con esa mediocridad,
-
y quizá vuelvas a encontrar
la fantasía que has perdido.
-
Eres cobarde,
-
y débil,
-
y perezoso.
-
Niegas las certezas
porque te asustan.
-
Haces apología de la sombra
porque el sol te hace daño.
-
¿Eres mi amigo?
-
Si eres mi amigo,
me quieres como soy,
-
y no de otro modo.
-
Déjame mirarte.
-
Quiero que me ayudes a morir.
-
Nada más.
-
Prométeme
que vendrás pronto por casa.
-
Llevamos una vida ordenada.
-
Podrás escribir.
-
Ven a instalarte mañana.
-
Dubourg,
-
¿qué vas a hacer esta tarde?
-
¿Esta tarde?
-
Escribiré unas páginas
sobre mis egipcios,
-
y luego haré el amor con Fanny.
-
Me meto en su silencio
como en un pozo,
-
en cuyo fondo hay un enorme sol
que calienta la tierra.
-
Alain, yo trabajo.
-
Soy paciente.
-
Ven a vivir conmigo,
verás lo que es la paciencia.
-
Alain, amo la vida.
-
Lo que me gusta de ti
es ese algo irremplazable,
-
la vida que hay en ti.
-
Pareces un cadáver.
-
Tú tampoco eres una jovencita.
-
Tienes unos bonitos ojos.
-
Eliges tus relaciones,
-
estás entre la gente sana.
-
Ves a Dubourg.
-
- Ese hipócrita.
- Sé más educada.
-
¿Y tu pesadilla de americana?
-
¿En Nueva York?
-
Sí,
-
nuestros amigos son increíbles.
-
Se imaginan
que el tiempo les cambia.
-
Entonces, se ponen nerviosos,
y hacen tonterías:
-
Niños, negocios, libros...
-
O se matan.
-
O se vuelven místicos,
como Dubourg.
-
La fiesta se ha acabado.
-
Los cabrones hablan de sinceridad,
-
y se lanzan
a sus inmundos trabajos.
-
¿Y tú?
-
¿Yo?
-
Abandonada,
-
arruinada.
-
Completamente destrozada,
inalterable.
-
No me muevo.
-
Sigo sin intentar comprenderlo.
-
El sueño.
-
- Sólo creo en el sueño.
- Has cambiado, trabajas.
-
¿La pintura?
-
- Es mi única debilidad.
- ¿La única?
-
¿Y Carla, dónde está?
-
Se mató.
-
El año pasado, en coche.
-
Con un imbécil.
-
¡Qué absurdo!
-
Sí.
-
Si quieres
puedes quedarte aquí.
-
Gracias,
-
pero me voy.
-
He venido a despedirme.
-
¿Tú también?
-
¡Qué catástrofe, cariño,
la estufa se ha roto!
-
Es Urcel.
-
Te lo advierto,
cada vez es más parlanchín.
-
La desintoxicación...
-
¡Qué cosa más curiosa!
-
¿Por qué fingir desintoxicarse,
Dios mío?
-
Por amabilidad.
-
Para agradar a algunos
amigos preocupados.
-
Para no dejar
a toda esa pobre humanidad sola,
-
en su desgracia.
-
¿Y tú, Urcel?
-
Te desintoxicaste
porque te entró miedo.
-
Miedo a palmarla.
-
Error.
-
Nosotros los poetas,
-
no necesitamos drogas
-
para lanzarnos al límite
entre la vida y la muerte.
-
Lo que precisamente
me condujo a la droga,
-
es el gusto por el riesgo
que llevamos en la sangre.
-
¿Y dónde está la muerte?
-
¿Dónde está la locura
en todo esto?
-
La droga, sigue siendo la vida,
es molesta como ella.
-
Ha encontrado un bonito método
para calmar la conciencia.
-
Hay drogadictos
que viven hasta los 70 años.
-
El único riesgo es atontarse.
-
Hablas sin saber.
-
Es un gran riesgo para Urcel,
debe escribir su obra.
-
Por favor, querida...
-
Su obra, ¡una obra!
-
¡Todo excusas!
-
Mi pobre amigo,
-
no tiene ni idea
-
de esas cosas.
-
¡Usted no es más
que formas vacías!
-
¡Qué grosero!
-
¡Se ha vuelto insoportable!
-
En el fondo,
-
es un fracasado
y un envidioso.
-
No digas tonterías.
-
Es un chico muy bueno,
-
y es muy desgraciado.
-
No he debido dejarle irse.
-
No temas.
-
Es muy desgraciado,
pero no se matará.
-
¡Y tú qué sabes!
-
Y además, ¡cállate!
-
Sé que no le gusto.
-
Sólo vengo a preguntar por
Jérôme Minville y su hermano.
-
Están en el Flore.
-
Gracias.
-
Me dijeron
que estabais en la cárcel.
-
Es verdad, la semana pasada.
-
Me alegra verte.
-
Tienes mala cara.
-
¡El bueno de Alain!
-
Jérôme...
-
Cree que deberíamos ir a la montaña.
-
No cambia.
-
¿Qué has hecho
donde los Kennedy?
-
Siempre de fiesta.
-
Hubiera preferido
estar con vosotros.
-
Te lo propusimos.
-
Vuestro plan
no se tenía en pie.
-
- Estaba perdido de antemano.
- Sí...
-
El sentido de la historia...
Ya hablaremos de ello.
-
¿Sabes? Somos cabezotas.
-
¿Seguís?
-
¡Pero, estáis locos!
-
No, nos vamos a esquiar
a España.
-
¡Alain Leroy!
-
Un camarada del djebel.
-
Y de los tugurios
de la Rive Gauche.
-
En su época, un buen oficial.
-
Maravilloso amigo.
-
Un poco borrachuzo.
-
Un poco mucho,
siempre con mujeres.
-
Y sin conciencia política.
-
No se puede contar con él.
-
¡Qué pena!
-
Seguir ahora con vuestra acción
es grotesco, estúpido,
-
no tenéis ninguna posibilidad.
-
Sois unos boy scouts.
-
No sabes de qué hablas,
-
ya te lo he dicho,
somos cabezotas.
-
Cuando todo acabe
-
nos iremos de juerga,
como en los viejos tiempos.
-
Los viejos tiempos.
-
¿Ya no estás allí?
-
- Creía que seguías allí.
- No, ya no estoy allí.
-
Qué ignominia es todo...
-
¡Cómo sabe humillarnos la vida!
-
¡En Saint-Tropez, todo junio!
-
¡Menuda juerga!
-
Pero hace ya 10 años de eso.
-
Estaban todos, ¿lo recuerdas?
-
Fue formidable.
-
Hicimos creer a Toppi,
el italiano, que su amante
-
- se había suicidado.
- No fue gracioso.
-
Un día robó un autobús
con todos los turistas,
-
y les hizo visitar
el Ritz entero hablándoles
-
de Scott Fitzgerald.
-
¿Has visto qué cara?
-
Es el alcohol.
-
Está acabado.
-
Es una pena, era muy agradable.
-
Richard
estaba enamorado de él.
-
¡Adiós!
-
Una carrera de karts
por las calles de París, sí, sí,
-
la organizó él,
los polis estaban como locos.
-
¡Cuidado!
-
¿Está bien?
-
Sí.
-
Estoy bien.
-
¡Señor Leroy!
-
- Ven a secarte.
- No vale la pena.
-
Estás empapado.
-
No me encuentro muy bien.
-
Me he adelantado.
-
Me ha dado un mareo en la calle.
-
Descansa hasta la cena.
-
Hay tiempo.
-
Branción llegará a las 10.
-
Como siempre.
-
¿Le conoces?
-
No.
-
Bueno, como todo el mundo.
-
Últimamente
es alguien importante.
-
Ha dado mucho que hablar.
-
Me divierte,
es un seudo intelectual,
-
con su numerito
para llamar la atención.
-
Yo no sé nada de eso.
-
Luego vengo.
-
Si te encuentras mal, llama.
-
Sobre todo, déjele dormir.
-
Sé qué ha pasado:
-
Tras una desintoxicación
el primer trago te pone malísimo.
-
¿Y después?
-
Después, por desgracia,
la cosa va mejor.
-
¡Pobre Alain!
-
Me alegró volver a verle.
-
Qué fea estás, madre Ubu.
-
La seguridad...
-
La tranquilidad de esta gente...
-
Aquí nadie quería.
-
Por suerte, la prensa anglosajona
es más valiente que la nuestra.
-
Perdón, Solange.
-
Díganme lo que me decía antaño
mi madre cuando llegaba tarde:
-
"Alain,
-
"comerás el plato
en el que nosotros estemos".
-
Siéntese, Alain.
-
Creo que conoce a todos.
-
Es verdad,
no conoce a Branción.
-
Marc,
-
le presento a
un resucitado, Alain Leroy.
-
Es un viejo amigo de Cyrille,
y un viejo ligue mío.
-
Hong Kong está muy sobrestimado.
-
El erotismo en Oriente,
-
por mi pequeña
experiencia personal,
-
no es lo que nos imaginamos.
-
Sin embargo,
los eróticos chinos...
-
Precisamente,
no tienen nada de erótico.
-
El erotismo
es un producto occidental,
-
es un concepto cristiano
-
basado en las nociones
del bien y del mal,
-
de falta, de pecado original.
-
En Oriente
esas nociones no existen.
-
No tengo hambre.
-
Tráigame un poco de queso.
-
Sigues igual de joven.
-
Ya nos conocemos.
-
En Long Island,
en casa de los Fairman.
-
¿Cómo está Dorothy?
-
No lo sé muy bien.
-
Dicen que es feliz.
-
Espero no haber metido la pata.
-
No, realmente no.
-
Los libertinos chinos
-
sólo buscan el disfrute,
-
y para ellos el amor
es un placer y sólo eso,
-
que conviene refinar al máximo.
-
Es el arte del agrado,
-
mientras que para nosotros
sólo es una idea.
-
¡Branción!
-
Mi amigo Alain
le devora con los ojos.
-
Voy a contarles una historia.
-
Es muy conocida.
-
Un día, a las 7 de la mañana
-
un agente descubre
-
durmiendo el sueño
de los borrachos,
-
a un joven sobre la tumba
del soldado desconocido.
-
Dicho joven,
-
creyendo estar en su cama,
-
había dejado su reloj,
su cartera y su pañuelo
-
junto a la llama,
-
como si fuera
la palmatoria de su mesilla.
-
¿Quién es el héroe
de esta historia?
-
Alain Leroy, aquí presente.
-
A Branción
no le gustan los borrachos.
-
Tiene un hígado muy delicado.
-
En Nueva York me han dicho
que te has divorciado.
-
¿Crueldad mental?
-
¿Quién es?
-
François Mignac,
ejemplo de los parisinos,
-
se acuesta a las 3 de la mañana,
de 9 a 11 equitación,
-
¡ah, hora de la bolsa!
-
Unos millones
ganados o perdidos rápidamente,
-
comida de negocios,
-
un poco de despacho,
-
una mujer, algunos tragos,
-
cena en la ciudad,
discoteca y, ¡vuelta a empezar!
-
Hace eso desde hace 20 años
y la vida le parece bárbara.
-
No, gracias.
-
Me alegra mucho verte.
-
Te echábamos de menos.
-
Eres muy amable.
-
En cuanto él consiga el divorcio.
-
¡Bravo!
-
El gran amor.
-
Es algo totalmente nuevo.
-
Creo que nunca sentí algo así.
-
Y tú ya me conoces.
-
Estás enamorada.
-
¿Le conozco?
-
No, nunca sale.
-
Pero le verás.
-
Luego vendrá a buscarme.
-
Así que ése es el fabuloso,
el legendario,
-
el irresistible Alain Leroy.
-
Arlequín,
-
Watteau,
fiestas galantes...
-
No sea malo,
-
hoy no se encuentra muy bien.
-
Dígale algo amable.
-
Le heriré aún más.
-
Podemos ayudarnos.
-
Llámeme uno de estos días.
-
¿Tiene mi número?
-
Corrupción de menores.
-
Tu marido está loco,
ha dado una copa a Alain.
-
Me parece deplorable
el malentendido entre Branción y tú.
-
Es una persona irritante.
-
- Pero es alguien...
- ¿Ah, sí?
-
Adelante,
-
fusílale.
-
Es todo un hombre.
-
Buen jugador,
-
lleva la dentadura
con seguridad.
-
Ha conseguido a todas
las mujeres que están aquí.
-
Salvo a Solange.
-
Salvo a Solange.
-
Ese hombre es un marciano.
-
Envidio su tranquilidad.
-
¡Me pones nervioso!
-
Hago lo que quiero, ¿me oyes?
-
- Hago lo que...
- ¡Cyrille!
-
Sus Piranesi son magníficos.
-
Son las mejores reproducciones
que he visto.
-
Admiro lo que hace,
-
porque no cree en ello.
-
Se equivoca, creo y mucho.
-
Tengo que decirle, señor,
-
que tampoco creo que sea divertido
echarse encima de una tumba,
-
cuando es tan fácil abrirla
y acostarse dentro.
-
Eso es todo.
-
Le pido perdón pero
yo nunca me emborracho,
-
y tengo prejuicios
-
contra los borrachos.
-
¡Yo soy un pobre borracho!
-
El alcohol es una tontería.
-
Nosotros, los borrachos,
somos los parientes pobres,
-
y lo sabemos.
-
De todas formas,
-
desaparecemos rápidamente.
-
Alain...
-
Ya empiezas.
-
No he empezado pero me marcho.
-
Me voy, ya llego tarde.
-
Figúrese que soy un hombre,
-
pero nunca pude tener
ni dinero, ni mujeres,
-
sin embargo, soy muy activo,
-
sólo que...
-
no puedo extender mis manos,
-
no puedo tocar las cosas,
-
además,
-
cuando las toco,
-
no siento nada.
-
¡Cyrille!
-
Ven a saludar a los Filolie.
-
Alain...
-
Te presento a Frédéric.
-
¿Y usted, caballero?
-
¿Cree en sus actos?
-
No me gusta mucho hablar de mí.
-
Entonces,
no le gusta nada hablar.
-
Me gusta mucho escucharle.
-
Pero, ¿cree en María, verdad?
-
Caballero,
-
le felicito
por haber encontrado a María.
-
Al menos tiene una mujer,
-
yo no tengo nada.
-
¡Pero hombre!
-
Tú no sabes lo que es...
-
no poder tocar nada.
-
No...
-
No puedo querer.
-
Ni siquiera puedo desear.
-
Las mujeres
que están aquí esta noche
-
no puedo desearlas.
-
Me dan miedo.
-
Miedo.
-
¡Miedo!
-
Solange, por ejemplo...
-
Solange...
-
Si estuviese 5 minutos
con ella me convertiría en rata.
-
¡Desaparecería por la pared!
-
¿Qué pasa, mi querido Alain?
-
Está un poco chispa
y muy triste, ¿qué pasa?
-
Solange...
-
Solange...
-
Eres la vida.
-
Escucha la vida.
-
No te puedo tocar, es horrible.
-
Estás aquí, delante de mí,
-
y no hay modo...
-
No hay modo...
-
Así que voy a intentarlo
con la muerte.
-
Creo que ella se dejará.
-
Qué curiosa es la vida.
-
Eres una mujer guapa,
-
buena,
-
y te gusta el amor,
-
sin embargo,
-
nosotros
-
no tenemos nada que hacer.
-
Irse sin haber tocado nada:
-
Belleza,
-
bondad,
-
y todas sus mentiras.
-
Pero tú conoces los milagros.
-
Toca al leproso.
-
Es cosa de momentos, Alain,
-
entre un hombre y una mujer.
-
¿Y todas sus guapas Dorothys,
Lydias y las demás?
-
Son encantadoras y le adoran.
-
No son lo bastante guapas,
-
ni lo bastante buenas, se fueron.
-
No, le esperan.
-
Aman el amor tanto como yo.
-
Y las cosas bien hechas.
-
Ya está,
-
eso es.
-
Las cosas bien hechas.
-
Me voy.
-
Quédate, tenemos que hablar.
-
Volveré.
-
Ahora es necesario que me vaya...
-
sin decir nada.
-
Basta de humillaciones.
-
Pero, ¿volverás?
-
- ¿Tienes dinero?
- Tengo muchísimo.
-
Ven mañana a comer, hablaremos.
-
¡Adiós, Alain!
Le queremos mucho.
-
Adiós, Solange,
adiós, Cyrille.
-
¡No lo olvides Alain!
-
¡Ven mañana a comer!
-
Cyrille tiene a Solange.
-
Hace bien el amor
y está forrado.
-
Branción no tiene posibilidades.
-
Con 18 años era bastante guapo,
y mi primera amante me engañó.
-
Me parece normal
ser cornudo a los 18.
-
Alos 18 y a los 30.
-
Ellas siempre son muy buenas,
pero se van.
-
O me dejan irme.
-
Me sorprendes mucho,
-
llámalo como quieras
-
pero, gustas.
-
Soy torpe,
-
pesado.
-
Tenía delicadeza en el corazón,
-
pero no en las manos.
-
Sabes, cuando te gusta
la gente son muy amables.
-
Te lo dan todo:
-
Amor,
-
dinero.
-
Hay que hacer creer a la gente
que la quieres atrapar,
-
y que cuando la atrapes,
no la dejarás.
-
Eres sensible,
pero no tienes ganas de atrapar.
-
Yo no les quiero,
-
nunca he podido quererlos.
-
No puedo tocar,
no puedo atrapar.
-
En el fondo, viene del corazón.
-
Pero, ¿qué te hubiera gustado hacer?
-
Me hubiera gustado
cautivar a la gente,
-
retenerles,
-
ligarme a ellos.
-
Que nada se moviese
a mi alrededor.
-
Pero siempre ha salido
todo corriendo.
-
¿Tanto quieres a la gente?
-
Me hubiera gustado
tanto ser amado,
-
que creo que amo.
-
¿Quiere desayunar?
-
No, gracias.
-
Françoise...
-
Que no me molesten hasta las 12.
-
¿Diga?
-
¿Es usted, Alain?
-
¿Le he despertado?
-
Solange...
-
Sí, querido Alain, le llamo
para recordarle la comida.
-
Le esperamos sin falta,
-
no llegue muy tarde,
-
así podremos charlar.
-
¿Qué tal está esta mañana?
-
- No muy mal.
- ¿No muy mal?
-
Pues lo dice con una voz...
-
- Venga, ¿eh?
- Claro que sí.
-
Es usted muy amable.
-
Le quiero mucho.
-
Me quiere mucho...
-
¿Y Branción?
-
Es distinto, es su contrario.
-
Es como las fuerzas
de la naturaleza.
-
¿Y a usted le gustan
las fuerzas de la naturaleza?
-
Sí...
Me gusta todo.
-
Yo no soy
una fuerza de la naturaleza.
-
Tiene corazón.
-
No entiendo nada de esto.
-
- Adiós, Solange.
- ¡Alain!
-
Solange me contesta por Dorothy.
-
Me suicido porque
no me quisisteis,
-
porque no os quise.
-
Me suicido porque nuestras
relaciones fueron cobardes,
-
para estrecharlas.
-
Dejaré sobre vosotros
una mancha indeleble.