Origen | Charles Darwin | TEDxRíodelaPlataED

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED.

Con sus 28 años, luego de un viaje que cambiaría su vida, Darwin nos cuenta una idea que revolucionaría la concepción de la vida en general.

Charles nació en 1809 en el Reino Unido. Aunque desde niño estuvo interesado en la naturaleza, se recibió de licenciado en Arte en Cambridge. Obviamente, sus estudios académicos no satisficieron este interés y sólo pudo dedicarse de lleno a su pasión cuando recibió una invitación que cambiaría su vida: formar parte de la segunda expedición del HMS Beagle al mando del capitán Robert Fitz Roy. Estuvo 5 años viajando alrededor del mundo y volvió (además de con un mareo impresionante) ya como un naturalista profesional.

Gerry Garbulsky: Es el año 1837,
nuestro próximo orador tiene 28 años.

Acaba de volver de un viaje increíble,

que más tarde iba a cambiar
nuestra concepción de la vida.

Con ustedes, el mismísimo Charles Darwin.

(Aplausos)

Charles Darwin: Queridos colegas, amigos.

Acepté esta invitación para hablarles
de una idea que poco a poco

ha venido madurando en mi mente.

Es una idea que considero peligrosa.

Solo porque sé que ustedes
son personas de confiar,

gente de mente abierta que sabrá
apreciar lo delicado de la cuestión,

es que me atrevo a exponerla,
todavía en un estado inacabado.

Es una idea que me preocupa,

y de alguna manera ya se está convirtiendo
en una carga demasiado pesada

para llevarla solo.

Siempre consideré que
mis estudios académicos

no constituían más que
una pérdida de tiempo.

Y realmente no sabía
qué iba a ser de mi vida

hasta que seis años atrás recibí una
carta que la cambiaría para siempre.

Mi querido amigo y mentor Henslow
me informaba que el capitán Fitz-Roy

estaba a punto de comenzar
una expedición alrededor del mundo

y estaba dispuesto a ceder
parte de su camarote

a un joven naturalista, sin paga alguna.

Ese sería el comienzo de una aventura
que cumpliría...

¿Qué digo cumpliría? ¡Superaría todos
mis sueños desde que era pequeño!

La expedición duró más de lo previsto,
terminaron siendo cinco años.

Y ni así pude acostumbrarme
a los movimientos del barco.

Pero, las maravillas naturales que vi,
lo que aprendí en ese viaje.

Tomé notas casi todos los días,

volví con muchísimos cuadernos que
espero poder publicar lo antes posible.

Ya de chico amaba la naturaleza, la amaba,
coleccionaba minerales, insectos.

Recuerdo una vez, que encontré
un escarabajo espectacular,

muy diferente a todos los que tenía.

Y lo agarré como una mano,

después apareció otro escarabajo
y lo agarré con la otra mano,

finalmente apareció un tercer escarabajo
y no se me ocurrió mejor idea

que meterme uno de los escarabajos
en la boca para poder liberar una mano.

En ese momento, el escarabajo
largó un líquido espantoso,

muy ácido, lo tuve que escupir
y perdí los demás escarabajos.

Imaginen lo que significó
para mí, entonces,

acceder a ese lugar
en el barco de Fitz-Roy.

Antes de partir,
el profesor Henslow además

me dio un libro de geología.

Debo reconocer que,
mientras estudiaba en Edimburgo,

la geología siempre
me pareció muy aburrida.

Y hasta juré no leer nunca más
un libro del tema.

Pero, como venía de parte de él
acepté llevarlo y leerlo.

El libro es "Principios de Geología"
de Charles Lyell.

Un autor al que admiré
desde la primer página.

Y a quien hoy me jacto de tener
entre mis amigos más cercanos.

Lyell dice que cuando nos enfrentamos
a un accidente geológico cualquiera,

como un cañón o un valle,

no debemos explicarlo a través
de causas extraordinarias,

como un diluvio singular
o el capricho de los dioses.

No. Todos los eventos del pasado
por más extraordinarios que parezcan

deben explicarse a través
de causas cotidianas.

Por ejemplo, un cañón o un valle,
a través de la acción de un río ordinario

que erosiona lenta e ininterrumpidamente
durante mucho tiempo.

Eso, la clave era el tiempo.

Imaginen cuánto tiempo le puede llevar a
un pequeño lecho de agua generar un cañón.

La Tierra, amigos, es mucho más antigua
de lo que creíamos.

Tiempo y gotas de lluvia.

Multiplicando las gotas
por miles de aguaceros,

y multiplicando la acción
de un río por miles de años,

Lyell hace de la geología
una disciplina madura.

Nos enseña sencillamente a reconocer

y descifrar en las rocas
el mensaje del tiempo.

Nos enseña a ver de una manera nueva los
accidentes geológicos que ya conocíamos.

Como si fueran las arrugas en el rostro
de un mundo anciano.

El impacto que me generó el libro fue tal,

que cada vez que me enfrentaba
a un paisaje jamás visto por Lyell,

lo veía con sus propios ojos.

Y por más que la naturaleza ya no
fuera la misma después de él,

seguiría siendo el objeto de mi pasión.

Se me ocurrió preguntarme,
entonces, si este enfoque

no podría aplicarse a otros campos.

Es decir, si la reiteración
de pequeños eventos

a través de enormes períodos,
los vuelve eficaces.

Tal vez, el tiempo haya creado cosas
nuevas en esferas insospechadas.

Es decir, Lyell explica el origen
de un cañón

con procesos tan simples
como el de la erosión.

¿Es posible, entonces,
explicar de una manera similar

el misterio de los misterios?

Es decir, el origen de las especies.

¿Pero cuáles son las formas,
las fuerzas, todavía hoy actuando

que han modelado la vida?

¿Cuál es la erosión que ha generado

la maravillosa diversidad de especies
que habitan nuestro planeta?

No me cabe la duda, ni una,
de que el naturalista

que encuentre cuáles son tales procesos
será el Newton de la historia natural.

Pero, mientras me hacía
estas preguntas durante el viaje

empecé a notar ciertos indicios
en la naturaleza.

Sin todavía poder entender sus
significados, ni sus implicancias.

Como un detective que llega
a la escena de un crimen

que no sabe que fue cometido.

Les estoy hablando de la peligrosa idea

que vine a contarles.

Por ejemplo, en el archipiélago
de Galápagos

noté que en cada una de las islas
habitaban distintas tortugas,

con un aspecto, pero sobre todo
con un sabor diferente.

Más de uno se enorgullecía
de reconocer de qué isla venía la cena

con tan solo probar un bocado.

Para muchos, no eran más
que caprichos del creador.

A mí me inquietaba.

Yo necesitaba encontrar otra respuesta.

Tenía pistas para una nueva idea.

Pero esta idea no maduró durante
el viaje, sino después.

Y por un hecho fortuito.

Le había enviado toda mi colección
de aves del viaje a un experto ornitólogo

para que las catalogara.

Dentro de la muestra, había una serie
de pequeños pájaros, pinzones,

que había recolectado de las cuatro islas
que había visitado en Galápagos.

En cada una de las islas, los pinzones
presentaban distintas modificaciones.

La idea que se me ocurrió,
la más razonable,

era que los pajaritos habían llegado
desde el continente

y se habían ido adaptando
a los diferentes ambientes

de cada isla.

Nos enseñaron, dogmáticamente, que nunca
una especie puede transformarse en otra.

Sin embargo, el experto me dijo
que a pesar de sus parecidos

no eran variantes de una misma especie,

sino especies diferentes.

Las modificaciones que los pinzones
habían sufrido en cada una de las islas

habían logrado lo que creíamos imposible;

el cambio de especie.

¿Será que los mecanismos ordinarios
que producen las modificaciones

dentro de cada una de las especies
son capaces de crear especies diferentes

si les damos el tiempo suficiente?

Pensé en cómo los taxónomos
agrupan las formas de vida,

las variedades en especies,
las especies en géneros,

los géneros en familias.

La idea de "familia" empezó
a dar vueltas en mi mente.

¿Y si justamente se tratara de eso?

¿Si el parentesco no fuera
una manera de hablar

sino algo real?

¿Si toda la vida en la Tierra
fuera parte de una gran familia?

Tal vez, toda la biodiversidad

sea el producto de la descendencia

de unos pocos antepasados ancestrales.

Tal vez, y esto quizás
es un poco aventurado,

exista un solo ancestro para todos.

Imaginen. La historia de la Tierra,
la historia de la vida en la Tierra

sería como la historia de un árbol.

Un árbol cuyas ramas representan

las variaciones de todas las familias

que habitaron y habitan nuestro planeta.

Un árbol genealógico que crece
imperceptiblemente día a día.

Y aquí es donde la idea
se pone aún más peligrosa.

Si seguimos la lógica implícita
de este pensamiento

nosotros, los seres humanos,

también formaríamos parte
de esta gran familia,

junto a las polillas, a los orangutanes,
y a los pinzones de Galápagos.

Seríamos una pequeña rama
en el frondoso árbol de la vida.

No seríamos más el producto
de la acción directa del creador.

No seríamos más el centro de la creación,

sino sencillamente descendientes
de una forma animal ya extinta.

Pero como siempre, esto nos lleva
a nuevas preguntas.

Si todos formamos parte
de una gran familia,

es inevitable querer saber
cómo eran nuestros antepasados.

Tal vez en el futuro, tengamos suerte
y podamos encontrar fósiles de sus huesos.

Pero, ¿cómo saber cómo se movían,
en qué pensaban,

reían, lloraban, con qué soñaban?

Lyell me enseñó a leer el pasado
en los estratos geológicos.

Me pregunto en qué estratos debemos,
nosotros los naturalistas,

leer nuestro propio pasado.

Somos portadores de las huellas
con las que en el futuro

podremos rescatar a nuestros ancestros.

Las fuerzas que buscamos
dejaron un escenario lleno de pistas.

Y la respuesta, como la erosión,
está a la vista.

Solo hay que tener la mente abierta
para poder encontrarla.

Piensen en esto:

Si alguien se encontrara conmigo,
con mi hermano y con mi primo Francis

en una habitación, podría sospechar
que somos familiares.

Incluso podría arriesgar que mi hermano
es más cercano a mí que a mi primo.

Todo esto, solo gracias

a la detallada observación
de los parecidos físicos.

Ahora bien, observen el ala
de este murciélago.

Tiene los mismos huesos, en la misma
disposición que nuestra propia mano.

Y estas semejanzas también
las podemos encontrar

en la estructura del ala de una ave,

o incluso en un reptil ya extinto.

A mi modo de ver, estas semejanzas se dan

porque son heredadas
de un organismo en común:

el organismo del cual descienden.

Y estas semejanzas reflejan
una relación genealógica.

Aves, mamíferos y reptiles,
son familia.

Y también podemos deducir
que los murciélagos

están más cercanos a nosotros
que a los reptiles o a las aves.

Como es mi hermano más cercano a mí

que a mi primo.

Y otra cosa muy importante:

si alguien nos observara
a mi primo, a mi hermano y a mí

podría imaginar, aun sin conocerlo,

características de mi abuelo.

Nosotros, examinando estos huesos,

podemos saber características
del organismo del cual descienden.

Como por ejemplo, que tenía
una columna vertebral,

que ciertos huesos estaban
conectados a otros, etc.

¿Y no es posible este mismo método
aplicarlo más allá de los huesos?

¿No hablan los bostezos, que muchas veces

nuestros fieles perros nos contagian,

de nuestros ancestros?

¿No es significativo

que en nuestros gestos de indignación
mostremos los dientes?

Como queriendo mostrar enormes colmillos
que ya no tenemos.

Quizás, es un gesto que perros y humanos
heredamos de un antepasado compartido.

Y los perros que nos acompañan
en nuestras casas,

y que sentimos parte de nuestra familia,

quién diría que realmente
son nuestra familia.

Y quién diría que no lo son también
las perdices,

en las que tanto humanos como perros
hincábamos nuestros dientes.

Sé que me falta encontrar una explicación,

a la manera de Lyell,

que dé cuenta de cómo se producen

estas modificaciones,

estas ramificaciones
en el árbol de la vida.

¿Cómo fue que a mis amigos los pinzones

se les modificó el pico,
en cada una de las islas

para poder comer la comida ahí disponible?

Falta encontrar el mecanismo natural

que genera las bellas adaptaciones
de los organismos

a su medio ambiente.

Sinceramente, no tengo idea
cuál es este mecanismo.

De todos modos, todo esto
cambia de manera radical

la manera que tenemos
de vernos a nosotros mismos.

Por eso, la idea es tan peligrosa.

Va contra los fundamentos
sobre los que sustentamos

nuestra moral.

¿Cómo podría yo compartir esta idea
con personas que todavía piensan

que somos el centro de la creación?

¿Cómo podría compartirla con un público

que ni siquiera reconoce un origen común
para todos los seres humanos

y con eso pretende
justificar la esclavitud?

¿Cómo tomarían ellos mi idea de que
los primates tenemos un origen en común?

Más allá de la gravedad de esta afirmación

me reconforta saber que esta concepción

nos da argumentos a todos aquellos

que sentimos horror
frente a la esclavitud.

Recuerdo el enorme disgusto que sentí

al ver el trato desigual que recibían
los negros que vi en Brasil,

o los indios que vi en la Argentina.

Veo desde aquí que algunos
me miran pasmados,

otros, incluso, me muestran sus colmillos.

Otros, curiosamente, parecen
satisfechos con la idea.

No hace falta que me convenzan
de lo difícil de digerir que es esta idea.

Tira por la borda mucho de lo que
aprendí en mis años de formación

y mucho de lo que probablemente
ustedes también aprendieron.

Bueno, la confesión ya fue hecha.

Y digo confesión porque
haberles contado mi idea,

es para mi conciencia y para mis temores,

como haber confesado un crimen.

Gracias.

(Aplausos)