El rapto de esposas | Christopher Gross | TEDxBeaconStreet

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED.

En la República de Kirguistán es posible raptar a una mujer y convertirla en tu novia. Mientras que los kirguís a menudo describen esta práctica como antigua y obsoleta, sus orígenes son sorprendentemente modernos y están sorprendentemente ligados a la creciente autonomía de la mujer en otras áreas de su desarrollo.

Se dice que el propósito
de la antropología

es hacer extraño lo familiar

y familiar lo extraño.

Bien, la República de Kirguistán no tardó

en volverse familiar para mí.

A pesar de estar
a medio mundo de distancia,

en Asia Central,

la cultura de la capital
es moderna y progresista

y pronto me sentí tan en casa como
me he sentido en cualquier lugar.

Así que hizo falta algo
verdaderamente extraño

para volver a encender la sensación
de maravilla y de misterio

que sentí cuando llegué.

Una mujer,
una mujer completamente común,

no muy distinta de cualquiera
de las mujeres aquí presentes

peló su banana por el extremo equivocado.

(Risas)

Bien, sé que personas extrañas
en lugares extraños

tienen costumbres extrañas.

Pero ésta no era una mujer extraña.

Era tan normal como todas las mujeres
a las que he conocido,

mujeres que, por cierto, pelan
sus bananas como yo las pelo.

Un poco de investigación reveló

que Asia Central está repleta de gente
que pela sus bananas incorrectamente.

(Risas)

¿Cómo rayos no me había dado cuenta?

Bueno, nunca llegué
al fondo de ese misterio.

porque se me presentó un nuevo misterio:

el rapto de novias.

Ahora bien, por supuesto que sabía
que en Asia Central es posible

raptar una mujer y hacerla tu novia.

Y la gente de la capital me dijo
exactamente lo que se espera que diga

una persona moderna y progresista:

que se trataba de una práctica antigua
y obsoleta, sin lugar en el mundo actual.

El Kirguistán rural está repleto de
gente que vive de una forma que considero

antigua y obsoleta:
sin lugar en el mundo actual.

La sorpresa fue que mujeres modernas
y progresistas a las que conocía

estaban entre las víctimas.

Y hombres modernos de la capital
estaban entre los perpetradores.

Estaba tan impactado como estarían Uds.
si se enteraran de que sus vecinos

construyeron sus familias
mediante un acto de violencia.

Ahora bien, es cierto que Kirguistán
y Estados Unidos tienen diferencias,

y la condición de la mujer
es una de estas diferencias.

Por ejemplo, en Kirguistán ya hubo
una presidenta mujer.

(Risas)

Entonces, ¿cómo fue posible que
una práctica antigua y obsoleta

sobreviviese entre gente
tan moderna y progresista?

Bueno, nunca resolví
ese misterio tampoco

porque resultó ser
el misterio equivocado.

Esta práctica fue inventada en realidad
por gente moderna y progresista.

Los matrimonios kirguís tradicionales
eran arreglados por los padres

hasta que, a principios del siglo XX,

llegó la Unión Soviética
y liberó a las mujeres kirguís.

Se les educó y se incorporaron
a la fuerza de trabajo.

Y hay algo que he notado
en las mujeres educadas:

no suele gustarles que se les diga
con quién deben casarse.

(Risas)

Pero una cultura de matrimonios
arreglados no desaparece nada más

porque unos jovencitos
tienen nuevas ideas.

Los padres seguían queriendo
elegir a su futuro yerno.

Y más aún: como las mujeres son
quienes llevan el honor de la familia

no podían mostrarse muy ansiosas
por casarse y entregar su honor.

La cultura persa tiene ideas similares
sobre el honor de la mujer.

En la boda de una amiga
se le preguntó a su esposo:

"¿Aceptas a esta mujer como tu esposa?"

"Sí", responde, "por supuesto".

"Y tú, ¿aceptas a este hombre
como tu esposo?"

Silencio.

Todos sabemos que la respuesta es sí.

Ella está emocionadísima,
ha esperado este día durante meses,

pero su silencio representa algo
muy importante sobre su honor femenino.

Se le pregunta de nuevo:
"¿Aceptas a este hombre como tu esposo?"

Silencio.

Una mujer honorable no puede atreverse
a mostrar sus ansias por casarse,

así que no puede responder sino hasta
la tercera vez que se le pregunta:

"¿Aceptas a este hombre como tu esposo?"

Y, como si se resignara
a lo inevitable, dice:

"Sí".

(Risas)

El honor de una mujer es la
piedra angular de su familia.

Su honor pasará a sus hijos.

Su honor mantendrá a la familia unida.

Sin este honor, ella jamás
podría aspirar al matrimonio.

Así que en las décadas de 1940 y 1950,

las jóvenes que querían casarse
con el hombre su elección

y no el de su padre,

pero que no querían lucir
entusiasmadas por casarse,

idearon una solución.

Les dijeron a sus novios:

"Cariño, si me raptas
mi virginidad se pondrá en duda:

ya no podré casarme con otro.

Mi honor quedará intacto y tú
te ahorrarás el dinero de la boda".

(Risas)

El rapto fingido era una forma
de encubrir una fuga por amor.

Estas mujeres inventaron el equivalente
más cercano de una boda en Las Vegas

completamente aceptable por la mentalidad
tradicional de sus padres.

Encontraron su autonomía quitándoles
a sus padres el poder de decisión,

pero, al quitarles su poder de decisión,

lo único que hicieron fue minar
la importancia del consentimiento

de sus padres:

no volvieron importante
el consentimiento de la novia.

Hacia los años 80 y 90, esta práctica
se había transformado drásticamente.

Una mujer a la que entrevisté
salió a comer con unos amigos

a mediados de los años 90.

Después de comer, uno de los amigos dijo:
"¿Qué tal si los llevo a casa, chicos?"

Luego de dejar a sus otros amigos,
le dijo:

"¡Mira, estamos muy cerca
de casa de mi tío!

¿Por qué no pasamos a saludarlo
y luego te llevo a tu casa?"

Al entrar, se encontró
con una celebración,

y le tomó un rato darse cuenta
de que lo que estaban celebrando

era su propia boda.

Le pregunté: "¿Cuánto tiempo te tomó
darte cuenta de eso?"

Ella dijo:

"¿Quién podría recordar
un detalle como ese?

Lo único que recuerdo haber
pensado fue: "Si solo hubiera...

Si solo me hubiera quedado en el auto.
Si nunca me hubiera metido en el auto.

Si solo no hubiera ido a comer hoy.

Si solo no hubiera cometido
todos estos pequeños errores

que me arrebataron de tajo
el futuro que tenía delante de mí".

Me crié escuchando historias en las que
el matrimonio es el final feliz del amor,

y eso me dio una idea de la
línea del tiempo del matrimonio:

primero viene el amor,
luego el matrimonio.

La primera vez que escuché
que alguien a quien yo conocía

había sido raptada para casarse,

me conmocioné.

Ella era una economista bien educada
que trabajaba para el gobierno.

Le dije: "Pero...

Pero, ¿amas a tu esposo, verdad?"

Me dijo: "Por supuesto.
Tenemos 5 años de casados,

he lado a luz a sus hijos".

Le dije: "Pero...

¿amabas a tu esposo
cuando te casaste con él?"

Ella se rió de mí y me dijo:
"¡Claro que no!

¡Nunca lo había visto antes!

Pero, de cualquier forma, ¿quién ama
a su esposo desde el principio?"

(Risas)

En muchos sitios, el amor y el matrimonio
no tienen por qué venir en ese orden.

Cuál viene primero depende
tanto de la cultura

como el extremo por el cual
pelarás una banana.

Más que las historias de todas
las mujeres que conocí,

fue un hombre y mi confusión
ante este hombre

quienes me convencieron de llegar
al meollo de esta práctica.

Era el padre de la víctima de un rapto
particularmente brutal.

Parecía amar a su hija tanto
como mi propio padre me amaba a mí.

Así que cómo podía ser, me preguntaba,

que un hombre que soñaba

con ver a su hija convertirse
en una profesional independiente,

un hombre como mi padre,
un hombre como yo,

pudiera recibir al violador
de su hija con un:

"Bienvenido a la familia, hijo".

Hoy en día, cerca del 60 % de
los matrimonios en Kirguistán

involucran rapto.

Muchos de esos matrimonios son
consensuales: son fugas por amor.

Muchos otros no lo son.

Como es importante para una mujer
demostrar su reticencia

resistiéndose,

incluso los matrimonios consensuados
pueden parecer no consensuados.

Esto hace que un matrimonio no
consensuado pueda parecer consensuado.

Así que cuando un padre se entera
de que su hija fue raptada,

se conmociona.

Su conmoción, sin embargo,
se equipara a la de un padre

que se entera de que su hija
se ha fugado por amor.

El daño está hecho.

Ya está casada y la única pregunta
ahora es cómo seguir adelante.

Después de todo, no hay razón por la cual
ella no pueda tener un matrimonio feliz

solo porque no ama a su esposo todavía.

No hay duda de que la prevalencia
del rapto de novias en Asia Central

representa una crisis
de derechos humanos.

Es una crisis que se mide en la autonomía
perdida de las mujeres jóvenes.

Es una crisis que, irónicamente,

es sustentada parcialmente
por pequeños actos de compasión.

Verán, los kirguís tienen familias
muy grandes y cercanas.

Cuando una mujer es raptada
y llevada a esa familia,

se encuentra aterrorizada.

Las otras mujeres de la familia
se apresuran a mostrarle compasión:

la consuelan, tratan
de calmar sus miedos.

La novia no se encuentra
completamente sin opciones:

podría resistirse,
rehusarse al matrimonio,

y, en uno o dos días, la dejarían ir.

Y, habiendo pasado una o dos noches
en casa de un hombre,

su virginidad sería puesta en duda

y podría ya nunca casarse.

Así que las jóvenes a menudo tienen
tanto miedo de dejar sus nuevos hogares

y no casarse nunca

como lo tienen de quedarse e intentar
el matrimonio con un extraño.

El rapto de novias empezó
como una revolución

contra la falta de autonomía de la mujer.

Y, al encontrar su propia autonomía,
las revolucionarias

le arrebataron su autonomía
a las generaciones subsiguientes.

Pueden lograr la meta de un movimiento,

pero si no desafían los
valores culturales subyacentes

pueden incluso perjudicar al movimiento.

Para mí, la cosa más difícil
de aceptar de todo esto

no fue la pérdida de autonomía,
no fue ni siquiera la violencia:

fue que no me corresponde a mí
resolver este problema,

sin importar cuán importante
me parece resolverlo.

Las mujeres kirguís,
muchas de ellas víctimas, y sus padres

están haciéndole frente a estas prácticas

y están haciendo la diferencia.

Pero problemas como éste a menudo
no pueden ser resueltos por extranjeros.

Solo los que están dentro tienen
la autoridad cultural y el conocimiento

para desafiar los valores subyacentes
que hacen posibles estas prácticas.

Edna St. Vincent Millay dijo:

"Amo a la humanidad,
pero odio a las personas".

Yo siento justo lo contrario:

detesto las cosas horribles
de las que es capaz la humanidad,

sin embargo, todas las personas
que he conocido

han sido amables, compasivas
y bienintencionadas.

La trágica ironía de esta práctica

es que nació de las mejores intenciones

y es en parte sustentada por actos
individuales de compasión.

Gracias.

(Aplausos)