Cómo las escuelas públicas estadounidenses mantienen a los niños en la pobreza | Kandice Sumner | TEDxBeaconStreet

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED. Más información en: http://ted.com/tedx

¿Por qué debería una buena educación ser exclusiva para los niños ricos? A las escuelas en barrios con bajos ingresos a lo largo de los EE.UU., específicamente en comunidades de color, les faltan los recursos que son normales en las escuelas más ricas −cosas como instrumentos de música, libros nuevos, comidas escolares saludables y campos de fútbol− y ello tiene un impacto real en el potencial de los estudiantes. Kandice Sumner ve la disparidad cada día en su clase en Boston. En esta inspiradora charla, nos pide que afrontemos los hechos, y que los cambiemos.

Me gustaría hablarles de mis niños.

Sí, ya sé que todo el mundo piensa
que su niño es el ser más maravilloso,

el más precioso de todos.

Pero los míos lo son.

(Risas)

Tengo 696 niños,

y son los más inteligentes,
ingeniosos, innovadores,

brillantes y poderosos
que jamás hayan visto.

Cada estudiante que he tenido el honor
de tener en mi clase es mi niño.

Pero como sus padres "reales"
no son ricos,

y también, creo yo,
porque la mayoría son de color,

raramente llegarán a ver en sí mismos

la genialidad que yo veo en ellos.

Porque al mirarles, me veo a mí misma...

o lo que podría haber sido yo misma.

Soy hija de padres trabajadores,

con carrera universitaria
y afroestadounidenses,

que decidieron ser servidores públicos:

mi padre, pastor; mi madre, educadora.

La riqueza nunca fue el objetivo
principal en nuestro hogar.

Como no éramos ricos,

vivíamos en un barrio
que tampoco era rico,

y cuyo sistema educativo,
por tanto, tampoco era rico.

Pero por suerte nos tocó
el premio gordo de la educación

en un programa voluntario
contra la segregación

que llevaba en bus a niños − de piel
negra o café − desde barrios pobres

a colegios suburbanos
− ricos y blancos -

Con cinco años, tomaba
un bus que tardaba una hora

hasta llegar a un lugar lejano

para recibir una educación mejor.

A los cinco años, creía que la vida
de los demás era como la mía.

Pensaba que todos iban al colegio

y eran los únicos que usaban el marrón

para pintar la piel de su familia,

mientras todos los demás
usaban el color melocotón.

A los cinco años pensaba que
todo el mundo era como yo.

Pero al crecer empecé a darme
cuenta de algunas cosas:

¿Por qué mis vecinos
no tienen que levantarse

a las cinco de la mañana

para ir a un colegio
que está a una hora?

¿Cómo es que estoy aprendiendo
a tocar el violín

y mis vecinos ni siquiera
tienen clase de música?

¿Por qué mis amigos del barrio
usan los materiales de aprendizaje

que dimos en clase hace dos o tres años?

Ya ven, al hacerme mayor,

empecé a sentir en la tripa
una sensación de ilegitimidad,

como si estuviera haciendo
algo que no debía hacer,

tomando algo que no era mío,

recibiendo un regalo

que llevaba el nombre de otra persona.

Todas las cosas maravillosas
a las que estaba expuesta

y que estaba experimentando,

sentí que en realidad
no me correspondían a mí.

No me correspondían ni aquella biblioteca,
ni los modernos campos deportivos,

ni los patios donde podía jugar segura.

Tampoco me correspondían
los talleres de teatro

con obras y representaciones
cada temporada;

arte digital, visual, dramático.

Ni aquellos equipadísimos laboratorios
de química y biología,

ni los buses que me llevaban
de puerta a puerta,

ni la comida escolar recién hecha,

ni siquiera el aire acondicionado.

Son cosas que mis niños no tienen.

Ya ven, al hacerme mayor,

mientras agradecía la enorme oportunidad

que me estaban dando,

estaba siempre la eterna
punzada en la tripa:

¿Pero y los demás?

Hay miles de niños como yo

que también se merecen esto.

¿Por qué no todos tienen esto?

¿Por qué una educación de calidad
es exclusivamente para los ricos?

Era como si tuviera una especie
de síndrome del superviviente.

Todos mis amigos del barrio
estaban viviendo

un tren descarrilado educativo

del que me había salvado
un viaje en bus.

Yo era el Moisés de
la educación gritando:

"Dejen ir a mi gente...

¡a escuelas de calidad!"

(Risas)

Yo había visto con mis ojos cómo
trataban y educaban a la otra mitad.

Había visto la tierra prometida
a nivel educativo,

y no había manera humana
de justificar esa disparidad.

Hoy soy profesora en el sistema educativo
del que hui buscando refugio.

Conozco de primera mano las herramientas
que me fueron dadas cuando era estudiante,

y ahora, como profesora, no tengo
acceso a esas mismas herramientas

para mis alumnos.

Han sido muchísimas las noches en las
que he llorado por la frustración,

la rabia

y la tristeza,

porque no puedo enseñar a mis niños
como me enseñaron a mí,

porque no tengo acceso a los
mismos recursos y herramientas

que utilizaron para enseñarme a mí.

Mis niños se merecen mucho más.

Y nos damos cabezazos
contra la expresión:

"¡Brecha educativa, brecha educativa!"

¿Tanto cuesta entender

por qué unos niños lo consiguen
y los otros no?

Y lo digo en serio.

Creo que estamos muy equivocados.

Creo que,

como dice Gloria Ladson-Billings,

deberíamos cambiar nuestros paradigma
y lenguaje y llamarlo por su nombre.

No es una brecha educativa:

es una deuda educativa,

por todos los recursos educativos
que nunca se invirtieron

en la educación de los niños de piel
negra y café a lo largo del tiempo.

Un secreto poco conocido
de la historia estadounidense

es que la única institución creada
específicamente para gente de color

es la trata de esclavos;

quizás también el sistema de prisiones,

pero ese es tema para otra charla TEDx.

(Risas)

El sistema escolar público de este país
se construyó, compró y sufragó

con el comercio generado por la trata
y el trabajo de los esclavos.

Los afroestadounidenses eran esclavizados
y se les prohibía ir a la escuela,

mientras su trabajo fundó
la misma institución

de la que fueron excluidos.

Desde entonces, cada sentencia,
política o reforma educativa

ha sido un intento
de readaptar el diseño

en vez de parar en seco y reconocer:

estábamos equivocados desde el principio.

Una simplificación extrema de la
historia de la educación estadounidense.

Bueno, espero que me perdonen.

A los negros se les prohíbe entrar,
ya saben, por la esclavitud.

Con la ayuda de filántropos blancos

crean sus propias escuelas.

Separados pero iguales, eso estaba bien.

Pero si bien sabemos que
lo de "separados" era cierto,

para nada eran iguales.

Buscad Brown vs. la Junta de Educación
de Topeka, Kansas, 1954.

La segregación racial legal
se convierte en ilegal.

Pero muy pocos se fijan en todas
las sentencias que desde entonces

se han dedicado a robar a los niños
la tierra prometida educativa

que Brown vs. la Junta pretendía darles.

Algunos dicen que nuestras escuelas
están más segregadas hoy

que antes de que intentáramos
acabar con la segregación.

Enseñar a mis niños la desegregación,
los nueve de Little Rock,

los derechos civiles,

es un momento incómodo en mi clase,

cuando oigo la voz
de un niño que pregunta:

"Si la segregación se abolió en 1954,

¿cómo es que aquí no hay niños blancos?"

(Risas)

Estos niños no son tontos.

Saben exactamente qué pasa

y qué no.

Saben que en lo que
respecta a la educación,

las vidas negras no importan

y nunca lo han hecho.

Durante años he intentado desesperadamente
inculcarles la pasión por la lectura.

Creé una modesta biblioteca de aula

con libros que había juntado
de librerías de viejo,

tiendas de segunda mano,
desvanes... ya saben.

Pero cada vez que decía
las terribles palabras:

"lleven un libro y léanlo",

parecía que les
hubiera declarado la guerra.

Era una tortura.

Un día,

cuando supe de la web DonorsChoose,

en la que los profesores crean listas

de cosas que necesitan para sus aulas

y donantes anónimos las hacen realidad,

me animé e hice una lista de deseos

con la biblioteca perfecta
para un adolescente.

Más de 200 libros nuevecitos fueron
enviados, uno a uno, a mi aula.

Cada día llegaban paquetes
y mis niños exclamaban, felices:

"¡Es como si fuera Navidad!"

(Risas)

Luego decían:

"Sra. Sumner,
¿de dónde vienen estos libros?"

Y yo les respondía:

"Desconocidos de todo el país
querían que los tuvieran".

Luego añadían, casi recelando:

"¡Pero si son nuevos nuevos!"

(Risas)

A lo que yo respondía:

"Es que merecen libros nuevos".

La experiencia me tocó la fibra
sensible cuando una niña

me dijo, al abrir uno de los envoltorios:

"¿Sabe qué? Pensé que había sido Ud.
quien había comprado estos libros,

porque los profes siempre
nos están comprando cosas.

Pero pensar que un extraño,
alguien a quien ni siquiera conozco,

se preocupa tanto por mí,

es genial".

Saber que esos desconocidos
existen es un privilegio

al que mis niños no tienen derecho.

Desde la donación,

ha habido un flujo constante de niños
que se llevan libros a casa,

y que luego los devuelven exclamando:

"¡Este era bueno!"

(Risas)

Ahora, cuando les digo:
"Tomen un libro y lean",

salen pitando hacia mi biblioteca.

No era que no quisieran leer,

en realidad les habría encantado hacerlo,
si los recursos hubieran estado ahí.

A nivel institucional,

la escuela pública nunca funcionó bien
con los niños negros y color café.

Seguimos fijándonos
en los resultados finales,

en las notas de los exámenes,

y seguimos frustrándonos.

Llega la catástrofe y nos preguntamos:

"¿Cómo ha salido tan mal?
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?"

¿En serio?

Si abandonas a un niño por tanto tiempo,

pierdes el derecho a sorprenderte

cuando las cosas salen mal.

Basta ya de estar perplejos

o confundidos

o desconcertados

por la brecha educativa,

la brecha de ingresos,

los índices de encarcelamiento,

o el nuevo término de moda para
la disparidad socioeconómica.

Los problemas que tenemos como país

son los que hemos creado como país.

La calidad de la educación
es directamente proporcional

al acceso a la universidad,

al acceso a empleos,

al acceso al futuro.

Mientras no vivamos en un mundo donde
cada niño reciba una educación de calidad,

viva donde viva,

sea cual sea el color de su piel,

hay cosas que podemos hacer
a nivel macro.

El gasto escolar no puede decidirse
en función del impuesto a la propiedad

ni de una ecuación económica de moda

por la cual los niños ricos
siguen teniendo ayudas estatales,

mientras entre los niños pobres
siga habiendo comida y recursos

que les sean quitados de la boca.

Señoras y señores gobernadores,
senadores, alcaldes, concejales:

si vamos a llamar educación pública
a la educación pública,

eso es lo que tendría que ser.

De lo contrario, llamémosla
por su verdadero nombre:

seguro de pobreza.

"Educación pública:

asegurando la pobreza de
los niños pobres desde 1954".

(Risas)

Si como país estamos convencidos de que
la educación es el "gran igualador",

eso es lo que debería ser:
igual y justa.

Hasta entonces no habrá democracia
en nuestra educación democrática.

A un nivel intermedio:

históricamente, la educación de
los niños negros y de color café

siempre ha dependido de
la filantropía de los demás.

Y por desgracia, hoy en día aún es así.

Si su hijo o hija,
sobrina o sobrino, vecino,

o Juanito el de calle abajo

va a una escuela adinerada,

propongan al consejo escolar
adoptar a una escuela sin recursos

o a una clase sin recursos.

Cierren la brecha estableciendo
comunicaciones

y relaciones que importen.

Cuando los recursos se comparten,

no se dividen:

se multiplican.

Y a un nivel micro:

Si es Ud. un ser humano,

done.

Tiempo, dinero, recursos, oportunidades,

lo que sea que haya en su corazón.

Hay páginas webs como DonorsChoose

que reconocen la disparidad

y quieren de verdad
hacer algo al respecto.

¿Qué es un carpintero sin herramientas?

¿Qué es una actriz sin escenario?

¿Qué es un científico sin laboratorio?

¿Qué es un médico sin herramientas?

¿O equipamiento?

Se los voy a decir:

Son mis niños.

¿No deberían ser también sus niños?

Gracias.

(Aplausos)