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Cuando la gente piensa en piratas,
se imaginan hombres grandes y temibles
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con nombres como Barbanegra
o John Silver el Largo.
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Aunque la gran mayoría de los piratas
a lo largo de la historia han sido hombres,
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una de las piratas más famosas
y más temidas que ha existido
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fue Ching Shih --
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una joven mujer cantonesa que
se convirtió en la dirigente
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de una de las flotas de piratas
más grande de la historia
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y en el cerebro detrás
de un imperio flotante tan poderoso
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que incluso el ejército chino
no lo pudo detener.
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No sabemos mucho acerca de sus inicios,
excepto que en algun momento
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trabajó en un burdel de Cantón.
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En 1801, Ching Shih se casó
con un comandante pirata
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llamado Ching I y en poco tiempo
empezó a gobernar a su lado
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mientras él expandía su imperio,
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unificando pequeños grupos
diseminados de piratas
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en una coalición organizada
y cada vez más poderosa.
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Cuando su marido murió de repente en 1807,
Ching Shih supo exactamente qué hacer.
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Intervino y reclamó el mando
tomando el control
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de entre 40.000 y 60.000 piratas.
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El ser aceptada como capitana siendo mujer
permanece como un testimonio notable
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de sus habilidades políticas y del respeto
que debió haber ganado de la tripulación.
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Pronto nombró a su hijo adoptivo,
Chang Pao,
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como el capitán de su flota más poderosa
y eventualmente se casaron.
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Fue un poco raro, pero los dos
se convirtieron en un equipo sin igual
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cuyos saqueos eran temidos
por todo el mar de la China Meridional.
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No sabemos exactamente cómo lucía Ching
aunque algunos historiadores han asumido
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que llamó la atención de su esposo pirata
por su atractivo físico
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en lugar de su considerable inteligencia.
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Aunque hay muchos relatos
extravagantes y dudosos
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inventados por escritores occidentales
de una diosa hermosa blandiendo una espada
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y usando una armadura escarchada
cubierta en dragones dorados,
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los testimonios más confiables
describen a Ching Shih
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como una buena estratega militar,
una disciplinaria estricta
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y una excelente mujer de negocios.
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A pesar de que rechazó
muchas creencias tradicionales
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sobre qué podían hacer o no las mujeres,
otras reglas eran de suma importancia:
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especialmente, aquellas impuestas
en su flota.
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Con la ayuda de un código de conducta
redactado por Ching Pao,
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ayudó a crear reglas claras
de comportamiento,
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finanzas y jerarquía en la flota --
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Así como el castigo draconiano
que le esperaba a quien se atreviera
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a desobedecerla o engañarla.
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Su mandato fue sin duda severo,
no sólo para las víctimas de sus ataques
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sino para cualquiera de su tripulación
que se atreviera a pasarse de la raya.
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Todo saqueo debía llevar un registro
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con el 80% del botín abonado
a un fondo general.
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Algo irónico era que robar del botín
era uno de los peores crímenes
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que un pirata podía cometer
y el castigo era la muerte.
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Según un observador, las reacciones
estrictas y a veces letales de Ching Shih
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a la desobediencia, mantenía
a la tripulación honesta.
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Y los piratas bajo su mando
ponían mucho empeño en comportarse.
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A través de una gestión
cuidadosa y despiadada,
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Ching Shih hizo del trabajo
caótico y sanguinario de la piratería
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un negocio muy bien organizado.
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Y un negocio prospero --
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haciéndola una mujer muy adinerada.
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Y, por su puesto,
como muchos hombres líderes,
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conquistadores y generales en la historia,
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su prosperidad y éxito
cobró la vida de muchos inocentes.
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Su notable historia es un recordatorio
que a pesar de la limitaciones impuestas,
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las mujeres pueden ser iguales
a los hombres:
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brillantes y brutales,
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valientes y crueles,
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poderosas y temibles.
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El gobierno chino invirtió mucho esfuerzo
en eliminar a los piratas,
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pero gracias a las habilidades estratégicas
de Ching Shih,
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su flota se volvió tan poderosa
que el gobierno eventualmente
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dejó de tratar de destruirlos y en cambio
empezó a tratar de negociar con ellos.
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Ching Shih sabía que la piratería no era
una carrera ideal a largo plazo --
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especialmente cuando el plan de retiro
más común era la muerte.
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Entonces, en 1801, se bajó del barco,
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rodeada por las esposas e hijos
de su tripulación
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y caminó completamente desarmada
en la oficina del gobernador general local
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para pedir amnistía.
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Con un ejército temible como apoyo,
Ching Shih negoció un muy buen trato.
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No sólo ella y cualquier otro pirata
que se rindiera
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tendría el perdón del gobierno
por sus innumerables crímenes,
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podían quedarse
con todas sus ganancias ilícitas
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y hasta podían trabajar
para el gobierno si querían.
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Su esposo fue nombrado
teniente de la marina china
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donde estaba a cargo de una flota privada;
compuesta de ex piratas, por su puesto.
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Gracias a su excepcional
ingenio y valentía,
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Ching Shih dejó atrás su vida como pirata,
no como un criminal tras las rejas
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o como la víctima de un saqueo
que salió mal;
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más bien juntando su riqueza
y retirándose cómodamente
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como una ciudadana respetuosa de la ley.
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Bueno, casi respetuosa de la ley.
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Pasó sus últimos años manejando
un centro de apuestas en Cantón,
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donde supuestamente vivió
una vida tranquila,
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o al menos tan tranquila como se podía
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al estar a cargo de una famosa
casa de apuestas.
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Cuando finalmente murió en 1844,
a los 60 años,
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había pasado de ser una joven mujer
relativamente indefensa
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a ser conocida como la pirata
más famosa de la historia
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y como algo menos común:
una pirata que murió de vejez.