Cómo convertir la insatisfacción en acción

Después de la devastadora invación rebelde de Sierra Leona en 1999 y la epidemia de ébola en 2014, Yvonne Aki-Sawyer, alcaldesa de Freetown, se negó a quedarse paralizada por su frustración con el status quo. En su lugar,
usó su enojo como un catalizador para la acción. En esta inspiradora charla, comparte cómo transformó su ciudad tomando los riesgos necesarios para lograr un cambio dramático, y muestra cómo conseguir poder de tu insatisfacción.

A veces,

tenemos un sentimiento
negativo sobre las cosas.

No somos felices con la manera
en que van las cosas.

Nos sentimos frustrados e insatisfechos,

y muy a menudo, elegimos vivir con ello.

Es algo negativo decirnos a nosotros
mismos que tenemos que aguantar.

Y aun así, creo fervientemente

que todos tenemos la capacidad

de convertir ese sentimiento negativo

en algo positivo

al permitir que nuestra insatisfacción

genere cambios.

El 6 de enero de 1999,

estaba trabajando en Londres

cuando los canales de noticias
empezaron a informar

de la invasión rebelde en mi ciudad natal:

Freetown, Sierra Leona.

Miles de personas perdieron la vida,

y había cuerpos tirados
en las calles de Freetown.

La anciana tía de mi esposo
fue quemada viva,

y pensé en mi propia hija de dos años

cuando vi imágenes de niños pequeños
con miembros amputados.

Mis colegas me dijeron:

"¿Cómo podemos ayudar?"

No lo sabía,

así que comencé a llamar a los números
de teléfono que aparecían en mi pantalla

cuando agencias de ayuda internacional
comenzaron a hacer llamamientos

a fin de recaudar dinero
para abordar la tragedia.

La vaguedad de esas conversaciones
telefónicas me decepcionó.

Sentía que las personas que
estaban recaudando dinero

parecían tan lejanas a la crisis,

y era comprensible,

pero no estaba satisfecha

y no estaba convencida

de que las intervenciones que
finalmente se implementarían

tendrían en la realidad
el nivel de impacto necesario.

Tuve mariposas en el estómago durante días

mientras continuaba viendo cómo se
desarrollaban los horrores en televisión

y continuamente me preguntaba:

qué podría hacer,

qué debería estar haciendo.

Quería ayudar a los niños
afectados por la guerra.

Así que fue lo que hicimos.

Yo, mi hermana y algunos amigos

iniciamos el Sierra Leone
War Trust For Children o SLWT.

Decidimos enfocarnos en
las miles de personas desplazadas

que huyeron de la lucha

y estaban viviendo en
condiciones muy pobres y difíciles

en campamentos en Freetown.

Nuestro trabajo comenzó
en el campamento Ross Road

en el extremo este de la ciudad.

Trabajando con una organización
local de la salud,

identificamos a 130 de las madres
solteras más vulnerables

con niños menores de cinco años,

apoyándolas,
dándoles habilidades comerciales,

microcréditos,

lo que nos pidieran.

Trabajando en esas condiciones difíciles,

solo hacer lo básico bien,
no fue una tarea fácil,

pero una sensación
colectiva de insatisfacción

en un status quo inaceptable

nos mantuvo centrados en hacer las cosas.

Algunas de estas mujeres
abrieron pequeños negocios,

pagaron sus préstamos

y permitieron a otras madres y sus hijos

tener la misma oportunidad
que ellos tuvieron.

Y nosotros, seguimos adelante.

En 2004, abrimos un centro
de capacitación agrícola

para exniños soldado,

y cuando la guerra había acabado,

empezamos un programa de
becas para niñas desfavorecidas

que de otra forma no habrían podido
continuar en la escuela.

Hoy, Stella, una de estas niñas,

está a punto de convertirse en médica.

Es sorprendente lo que una dosis
de insatisfacción puede crear.

(Aplausos)

Diez años después, en 2014,

Sierra Leona fue golpeada por el ébola.

En ese momento, el 25 de mayo, trabajaba
en el proyecto de construcción de un hotel

cuando se anunciaron los primeros casos,

pero volví a Londres el 30 de julio,

cuando se anunció el estado de emergencia,

el mismo día que muchas aerolíneas
suspendieron sus vuelos a Sierra Leona.

Recuerdo llorar durante horas,

preguntando a Dios,
¿por qué esto?, ¿por qué nosotros?

Pero más allá de las lágrimas,

empecé a sentir de nuevo

un profundo sentimiento de insatisfacción.

Cuando seis meses, después de que
se confirmaran estos primeros casos,

la enfermedad todavía se extendía
rápidamente en Sierra Leona

y el número de personas infectadas
y muriendo continuaba aumentando,

mi nivel de frustración y enojo

aumentó tanto que supe
que no podía soportar

y ver la crisis
desde fuera de Sierra Leona.

Entonces, a mediados de noviembre,

me despedí de mis muy amados

y muy comprensivos esposo e hijos,

y subí a bordo de un avión bastante vacío

hacia Freetown.

Freetown era en ese momento
el epicentro del brote.

Había cientos de nuevos
casos cada semana.

Hablé con muchos expertos médicos,

epidemiólogos,

y gente normal cada día.

Todos estaban muy asustados.

"No tendremos éxito hasta que hablemos
con la gente bajo el árbol de mango".

Así lo dijo el Dr.Yoti,

un médico ugandés que
trabajaba para la OMS

y se había involucrado en
casi todos los brotes de ébola

en África con anterioridad.

Estaba en lo correcto,

y aún no había un plan
para que esto sucediera.

Durante un fin de semana
a principios de diciembre,

desarrollé un plan que se conoció
como el Plan de arranque del área oeste.

Necesitábamos hablar con gente,

no a la gente.

Necesitábamos trabajar
con la comunidad de influencers

para que la gente creyera
nuestro mensaje.

Necesitábamos hablar
debajo del árbol de mango,

no con altavoces.

Y necesitábamos más camas.

El Centro Nacional de Respuesta
contra el Ébola, NERC,

desarrolló e implementó ese plan,

y para la tercera semana de enero,

el número de casos había
disminuido dramáticamente.

Me pidieron que ejerciera

de nueva directora de
Planificación para NERC,

lo que me llevó por todo el país,

tratando de adelantarme al brote

pero también siguiéndolo

hasta pueblos remotos en las provincias

y comunidades marginales urbanas.

En una ocasión, salí de un auto

para pedir ayuda para un hombre
que había colapsado en la carretera.

Accidentalmente pisé el líquido

que venía desde el camino
donde él yacía.

Me apresuré a casa de mis padres,

lavé mis pies con cloro.

Nunca olvidaré la espera de
los resultados del test de ese hombre

ya que constamente revisaba
temperatura entonces y durante el brote.

La lucha contra el éboca fue
probablemente la experiencia

más desafiante pero
gratificante de toda mi vida,

y estoy muy agradecida

por la insatisfacción

que me abrió las puertas

para entegrarme.

La insatisfacción puede ser
una presencia constante de fondo

o puede ser repentina,

desencadenada por eventos.

A veces son ambos.

Con mi ciudad natal, así fue.

Durante años, nuestra ciudad
había cambiado,

y esto me había causado un gran dolor.

Recuerdo una infancia

creciendo trepando a los árboles,

recogiendo mangos y ciruelas

en el campus universitario
donde mi padre era profesor.

Iba a pescar en los arroyos
de los jardines botánicos.

Las laderas alrededor de Freetown
estaban cubiertas de vegetación frondosa,

y las playas estaban limpias
y eran vírgenes.

La duplicación de la población de Freetown
en los años siguientes a la guerra civil,

y la falta de planificación
y control de la construcción

dieron como resultado
la desforestación masiva.

Los árboles, la belleza natural fueron
destruidos para generar espacio

para nuevas comunidades,
formales o informales,

y para la tala de leña.

Estaba profundamente
preocupada e insatisfecha.

No fue solo la destrucción
de los árboles y las laderas

lo que me preocupaba.

También fue el impacto de las personas,

ya que la infraestructura no pudo seguir
el ritmo del crecimiento de la población:

no hay que decir de
los sistemas de saneamiento,

una ciudad sucia con fiebre
tifoidea, malaria y disentería.

No conocía las estadísticas
en ese momento,

pero resultó que para 2017,

solo el 6 % de los desechos líquidos
y el 21 % de los desechos sólidos

se recogían.

El resto estaba allí con nosotros,

en patios traseros, campos, ríos

y depositados en el mar.

Los pasos para abordar esa sensación
de profundo enojo y frustración que sentí

no se desarrollaron por arte
de magia o claramente.

Así no es cómo funciona
el poder de la insatisfacción.

Funciona cuando sabes
que las cosas se pueden hacer mejor,

cuando decides arriesgarte
para lograr ese cambio.

Y fue así que en 2017

acabé presentándome para alcaldesa,

porque sabía que las cosas
podían hacerse mejor.

Parece que la gente estaba de acuerdo
conmigo porque gané las elecciones.

(Aplausos)

Hoy estamos implementando
un plan ambicioso

para transformar nuestra ciudad,

y cuando digo nosotros,

lo que me emociona mucho

es que me refiero a toda
la comunidad de Freetown,

ya sea que forme parte de concursos
como recompensar al vecindario

que hace la mayor mejora
de la limpieza general

o si son nuestros programas

los que están dirigiendo y uniendo
personas y recolectores de residuos

a través de nuestras aplicaciones.

Freetown hoy,

es una ciudad mucho más limpia,

y esos árboles por los que
somos tan conocidos,

plantamos 23 000 de ellos
la última temporada de lluvias.

(Aplausos)

Y en 2020,

planeamos plantar un millón de árboles
como parte de nuestra campaña

"Freetown the Tree Town"

(Aplausos)

A veces tenemos un sentimiento
negativo sobre las cosas.

No estamos contentos con
la forma en que funcionan las cosas.

Nos sentimos insatisfechos

y nos sentimos frustrados.

Podemos cambiar
ese sentimiento negativo en un positivo.

Si creemos que las cosas
pueden ser mejores,

entonces tenemos la opción de hacer
algo en lugar de no hacer nada.

La escala y las circunstancias
de nuestras situaciones serán diferentes,

pero cada uno de nosotros,

todos tenemos una cosa en común.

Podemos correr riesgos
para marcar una diferencia

y terminaré diciendo:

salgan,

arriésguense.

Si podemos unirnos detrás
del poder de la insatisfacción,

el mundo será un lugar mejor.

Gracias.

(Aplausos)