Claves de éxito que podemos aprender de los refugiados | Liyah Babayan | TEDxBoise

¿Cómo reconstruyen su vida los 68 millones de refugiados en todo el mundo después de guerras, genocidios y desastres naturales que los obligan a dejar sus casas y países? Con menos recursos pero mayor fortaleza, comienzan de nuevo; y no solo reconstruyen sino también contribuyen económica y culturalmente a sus comunidades de adopción. Los refugiados nos enseñan al mundo tres lecciones específicas sobre el éxito.

Liyah Babayan es una comprometida emprendedora social con una pasión por retribuir a su comunidad y país de adopción. Después de sobrevivir el asesinato étnico antiarmenio en Azerbaiyán, Liyah y su familia fueron reasentados en Twin Falls, Idaho, a través del programa de refugiados CSI. Ella se convirtió en empresaria a los 22, sirvió en la Junta Escolar de Twin Falls y fue la primera refugiada en postularse a la elección del Consejo Municipal de Twin Falls. Liyah ha sido reconocida como una de las mujeres del año de Idaho y presentada en The New York Times.

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED. Más información en: http://ted.com/tedx

Cuando alguien dice: "La vida es dura",

les respondo con una pregunta:
"¿Comparado con qué?".

Para 68 millones
de refugiados desplazados,

la mayoría de los cuales son niños,

la vida es dura y también insegura,
incierta y extremadamente violenta.

A diferencia de los migrantes
que pueden elegir dejar su país de origen

y buscar una mejor oportunidad
de vida en otro país,

los refugiados no tienen esa opción.

Son forzados a dejar sus casas por
guerras, genocidios y desastres naturales

que presentan un peligro
inminente para sus vidas.

El recuerdo más temprano de mi vida

es cuando jugaba
en las playas del mar Caspio

deslizando mis manos
por la arena y oyendo las olas

y las risas de la familia.

Mi infancia fue agradable,
llena de inocencia

y de la seguridad que todo niño merece.

Nuestra vida era perfecta
en Bakú, Azerbaiyán.

Mis padres ganaban un buen dinero,

y teníamos todo lo que necesitábamos
para llevar una vida cómoda.

Bakú, la capital de Azerbaiyán,

es un mosaico multicultural

y el centro de negocios
más dinámico de la región.

Amábamos la vida que llevábamos allí.

No teníamos motivo para dejar esa vida
o vivir en otro lugar del mundo.

Cuando tenía siete años,

fui cazada junto a mi familia,

cazados como animales.

Mientras Occidente celebraba
la caída del muro de Berlín

y el desmantelamiento
de la Unión Soviética,

en el otro lado del muro,
estaba mi familia

y 290 millones de personas

sobreviviendo al colapso
de un imperio en tiempo real.

La Unión Soviética era
uno de los países más diversos,

con unas 100 etnias diferentes

que vivían dentro de sus fronteras.

Con un sentimiento de independencia
y un nacionalismo que se exacerbaban,

las tensiones étnicas aumentaron

en algunas de las antiguas
repúblicas soviéticas.

Los armenios eran la minoría cristiana
en un Azerbaiyán mayormente musulmán.

Los políticos se hicieron eco
del sentimiento xenófobo y antiarmenio.

Ser armenio en Azerbaiyán en esa época

era una sentencia de muerte.

El 28 de febrero de 1988,

los asesinatos étnicos de armenios
comenzaron en la ciudad de Sungai,

a apenas 29 km de la capital, donde vivía.

Entonces, la campaña étnica,
el asesinato étnico,

empezó en Bakú,

lo cual obligó a mi familia
y a 300 000 armenios

a huir a países vecinos por seguridad.

Las turbas asesinas
estaban provistas con armas,

con mapas de los barrios armenios.

Las líneas telefónicas fueron cortadas,

la policía se desarmó y ordenó
no intervenir en los asesinatos.

Fue el momento más aterrador de mi vida:

tuvimos que escondernos, escapar
de las personas que querían matarnos.

No todos mis seres queridos
sobrevivieron a este genocidio.

Comparo nuestra experiencia como
refugiados a huir de una casa en llamas.

La única opción que mi familia tenía

era quedarse y morir

o correr para seguir vivos.

Los padres no ven fronteras

cuando se enfrentan con la vida
o la muerte de sus hijos.

Junto a mis padres y mi hermano,
escapé al país fronterizo de Armenia

donde soportamos cuatro duros años
de vivir sin un hogar.

Entre 1988 y 1990,

Armenia, un país del tamaño
del estado de Maryland,

recibió cerca de 100 000 refugiados
que huían de la violencia en Azerbaiyán.

Menos de un año después
del comienzo de los asesinatos étnicos,

Armenia fue devastada aún más
por otra crisis humanitaria.

Esta vez, un terremoto de magnitud 6,8

dejó 25 000 muertos

y cerró su única planta nuclear

en pleno invierno.

La vida era dura, incluso inaguantable.

Luchábamos por comer,

por mantenernos calientes,

por mantenernos vivos.

Todo lo que podíamos hacer era esperar,

esperar a que se aprobara
nuestra condición de refugiado.

Nuestras vidas estaban a merced
de la comunidad internacional.

El 4 de septiembre de 1992,

llegamos a los Estados Unidos de América,

la tierra de las oportunidades
y del sueño americano.

Ese viaje de dos días comenzó en Armenia,

siguió en Rusia,

luego en Alemania,

en Nueva York,

en Salt Lake City, Utah.

Después, en un avión pequeñísimo,

aterrizamos en un lugar llamado
Twin Falls, Idaho.

(Risas)

El sueño americano tiene
que ver con la prosperidad,

la creencia de que con
trabajo duro y determinación,

cualquiera puede salir adelante.

Este país es una fiesta de oportunidades,

un banquete para la autodeterminación,

con la libertad para
vivir sus vidas como elijan.

Pero los refugiados no experimentan
el sueño americano de la misma forma.

La igualdad de oportunidades para
los refugiados es un falso positivo.

Rápidamente, nuestros sueños
y nuestras aspiraciones son reemplazadas

con la lucha diaria
para sobrevivir, una vez más,

en un país nuevo.

El programa de reasentamiento
había comprado

nuestros pasajes de avión.

Y a la llegada,
debíamos devolverles el dinero.

Lo que muchos no saben

es que los refugiados empiezan
su vida en EE. UU. con deudas,

antes de que tengamos ingresos.

Los refugiados batallan
con el choque cultural,

con los efectos del estrés
postraumático, el trauma

y la dificultad de aprender
un nuevo idioma.

Comenzamos nuestra vida en EE. UU.
fuera de los márgenes de la sociedad,

lejos del acceso, la información
o las oportunidades.

Aun así, reconstruimos nuestra vida entera

a partir de las migajas
del sueño americano.

¿Cómo hizo mi familia

y tantas otras como la nuestra
en todo el mundo

para crear una nueva vida
a partir de la nada misma?

La respuesta yace en
tres claves universales:

hambre, interdependencia
y gratitud incondicional.

Muchos estadounidenses están condicionados

por una cultura heredada
de comodidad, de abundancia, de seguridad,

una vida que mucha gente
en el mundo sueña con tener.

La primera clave
del éxito es el hambre.

Los refugiados tienen la ventaja
de conocer el hambre.

Sí, hay inseguridad
alimentaria en EE. UU.,

y muchas familias
se gastan todo el sueldo

para alimentar a sus niños.

Reconozco esta realidad.

Hablo de un tipo diferente de hambre,

el hambre que siente el espíritu humano.

El hambre por una vida sin miedo,

sin persecución, sin violencia.

El hambre por una vida segura y estable.

El hambre por la paz.

Una vez que se experimenta
este tipo de hambre,

apreciamos las más pequeñas migajas
de oportunidades que nos rodean.

Cuando mi familia no tenía hogar,

mi padre vio la oportunidad
de crear un refugio para nosotros

dentro de un armario
de limpieza de una escuela.

El espacio abandonado
estaba infestado de ratas.

Mi padre encontró restos de metal
para parchar el piso y paredes.

Teníamos un pequeño lavabo,
una estufa a queroseno,

un banco, una mesa,
dos camas improvisadas,

pero, lo más importante, es que
teníamos un techo para resguardarnos.

No había baño, y no teníamos
un lugar para ducharnos.

Fueron las condiciones de vida
más deshumanizantes.

Con una economía colapsada,
una crisis de refugiados

y un terremoto catastrófico,

todos en Armenia luchaban por vivir.

La gente se estaba muriendo de frío.

No podemos controlar
lo que la vida nos da o nos quita.

A veces esperamos que la vida
nos brinde un respiro,

y pasamos por alto y descartamos

todas las pequeñas
pero valiosas oportunidades

para mejorar nuestra condición actual.

Los refugiados nos enseñan
a no dar por hecho

ningún recurso para la superación personal

ni esperar que se abran
las puertas de las oportunidades,

sino a construirlas ustedes mismos
con las migajas que la vida ofrece.

Hay sola una cosa que
pueden controlar en la vida:

el esfuerzo.

Nuestro esfuerzo por vivir una mejor vida
empieza con el hambre de oportunidad.

Para reconstruir o triunfar en la vida,

uno debe romper el hábito
de pasar por alto

las grandes oportunidades e interacciones

que se dan en los momentos cotidianos.

Mi experiencia como refugiada
dependió de mucha gente.

La interdependencia
es la segunda clave del éxito.

En EE. UU., el fuerte individualismo
y la independencia son glorificadas.

Pero la independencia extrema
es antinatural,

poco realista y solitaria.

La desconexión de la familia
puede llevar al aislamiento,

la depresión y el agotamiento
por la falta de apoyo.

A diferencia de los refugiados
que se ven obligados a dejar sus casas,

la mayoría de la gente tiene la opción
de permanecer conectada

con la familia, con los parientes
y con sus raíces,

de compartir su historia,
de compartir su identidad.

Para los refugiados,

la familia es más que una palabra;

tiene que ver con la interdependencia.

Para los refugiados, la familia
es compartir roles y responsabilidades

y es la interacción entre generaciones.

Cuando mi familia llegó aquí,

todos contribuyeron al bienestar familiar.

Nuestros mayores contribuyeron en ayudar
a criar a la siguiente generación

mientras nuestros padres trabajaban en
satisfacer nuestras necesidades diarias.

Sabíamos que cuando nuestros padres
estaban agotados,

podíamos ir donde nuestros abuelos

para recibir atención, paciencia
y la sabiduría que estábamos buscando.

Nuestros abuelos dependían de nosotros
para que los atendiéramos.

Esto creó una estructura de dependencia
y seguridad para toda la familia.

La interdependencia
es financieramente eficiente

y emocionalmente satisfactoria.

Los refugiados confían
en la interdependencia

para maximizar sus oportunidades
y mejorar su calidad de vida.

Es más fácil arriesgarnos
por nuestros sueños

cuando tenemos una comunidad
a la que podemos recurrir.

Individualmente, podríamos tener
solo una miga para ofrecer,

pero cuando juntamos todas las migas,

compartimos nuestros recursos,
nuestra energía y experiencia.

Juntos podemos alcanzar un objetivo
mucho más grande.

La gratitud incondicional
es la tercera clave del éxito

que pueden aprender de los refugiados.

Es fácil sentirse agradecidos
cuando la vida es agradable.

La gratitud incondicional es diferente.

No es lo que sentimos dentro
cuando la vida es buena.

Es la acción que expresamos hacia afuera

cuando la vida duele más.

Mi familia perdió todo en Bakú:

nuestro hogar, nuestras pertenencias,

nuestras amadas fotos familiares.

Aun así, me siento tan afortunada
de tener a mis padres con vida,

cuando algunos niños perdieron
a su padre o madre.

Pero cómo podría sentirme agradecida
de tener a mi mamá viva,

cuando mi primo estaba de duelo...

(Respirando fuertemente)

Pero como podría sentirme agradecida
de tener a mi mamá con vida,

cuando mi primo estaba de duelo
por el asesinato de la suya.

Expresar empatía y compasión

es una forma de gratitud.

Es brindar nuestra atención,

es brindarnos nosotros mismos

para compartir el dolor
y sufrimiento de otros.

La falta de un hogar fue la experiencia
más deshumanizante de mi vida.

No tener nada para dar nos hizo sentir
que no teníamos valor.

Compartir lo poco que teníamos

nos recordaba nuestra dignidad

y nuestro valor humano.

La vida crea condiciones
propicias para el éxito.

Los refugiados pueden enseñarnos
lo que significa tener verdadero éxito

a través de su hambre,
de su interdependencia,

y de su gratitud incondicional.

Los refugiados pueden enseñarnos
a confiar más en la vida.

Si estamos dispuestos a aprender,
ellos nos inspirarán

a encontrar ese lugar dentro de nosotros
donde nada es imposible.

Gracias.

(Aplausos)