Recuperemos la vida silvestre en el planeta

La Tierra, la humanidad y la naturaleza están indisolublemente interconectadas. Para recuperar la salud, debemos recuperar la vida silvestre del planeta, dice la activista ambiental Kristine Tompkins. En un recorrido de su vida, desde su función como directora ejecutiva de la empresa Patagonia a su pasión como conservacionista, Tompkins explica su iniciativa para crear parques nacionales en una superficie de miles de hectáreas de tierra (y mar) en Sudamérica. También explica el rol clave que nos toca a todos en la tarea de salvar el planeta. "Tenemos un destino común", dice, "podemos prosperar o sufrir, pero lo haremos juntos".

Me crié con mis hermanos
en la granja de mi bisabuelo

en California.

Ese era nuestro hogar,
el lugar de la familia.

Cuando quedó claro que nadie
de nuestra generación

estaba dispuesto a hacerse cargo
del trabajo duro de la finca,

la propiedad se vendió a un vecino.

El ancla de nuestra vida se cortó,

y nos sentimos a la deriva
sin nuestra tierra.

Por primera vez, entendí

que, a veces, las cosas se valoran más

no por su presencia,

sino por su ausencia.

En ese momento, no pude entender

el poderoso impacto
que tendrían en mi futuro

esas cosas que amamos y hemos perdido.

Durante 23 años, trabajé
junto a Yvon Chouinard.

Cuando empecé, él diseñaba
y confeccionaba el equipamiento técnico

para escalar en hielo y roca

dentro de un cobertizo
cerca de las vías férreas en Ventura.

Luego decidió fabricar
indumentaria de montañismo,

creó su empresa llamada Patagonia,

y yo fui una de las primeras
empleadas, junto a cinco más.

Posteriormente, fui directora ejecutiva,

y ayudé a construir una empresa

donde fabricar los mejores productos
y contribuir a un mundo mejor

eran más que un eslogan.

Doug Tompkins, con quien
me casaría años más tarde,

era un viejo amigo de Yvon,
compañero montañista

y emprendedor como él.

Fue cofundador de The North Face
y la compañía Esprit.

Las tres empresas

fueron fundadas por personas
que habían vivido la década de los 60,

bajo la impronta de los movimientos

por los derechos civiles, contra
la guerra, por el feminismo y la paz.

Y esos valores de la época
fueron recogidos

y plasmados en el espíritu
de estas empresas.

A finales de la década de los 80,

Doug decidió abandonar
su actividad empresarial

y dedicar el último tercio de su vida
a lo que él llamaba

"pagar la renta por vivir en el planeta".

Más o menos en la misma época,
cuando cumplí 40 años,

estaba lista para hacer
un giro radical en mi vida.

El día posterior a mi renuncia
en la empresa Patagonia,

hice un vuelo de casi 10 000 km
a la Patagonia, el lugar geográfico,

para reunirme con Doug cuando él empezaba
el primer proyecto conservacionista

de ese tercio de su vida.

Allí estábamos como refugiados
del mundo empresarial,

exiliados en una cabaña
en la costa del sur de Chile,

en medio de un bosque de árboles nativos

donde los alerces
pueden vivir miles de años.

Estábamos en medio
de una extensión vasta y virgen

que constituye una de las dos únicas
interrupciones de la Ruta Panamericana,

entre Fairbanks, en Alaska,
y el Cabo de Hornos.

Mientras se producía
ese cambio radical en nuestra vida,

empezamos a advertir la destrucción
de la belleza y la diversidad

en casi todos los rincones.

Allí, los últimos sitios vírgenes
y protegidos del planeta

seguían en su estado natural, básicamente,

porque el implacable avance
del desarrollo aún no había llegado.

Doug y yo estábamos en uno
de los rincones más alejados del planeta

pero, aun así, alrededor
del parque Pumalín,

nuestra primera
iniciativa conservacionista,

la acuicultura industrial se propagaba
como un tumor maligno.

En poco tiempo, otras amenazas
acecharon la región patagónica:

la explotación de oro, los proyectos
de represas en ríos cristalinos

y otros conflictos.

Las vibraciones del progreso económico
que sacude al mundo en general

pueden sentirse hasta en
las latitudes más altas del cono sur.

Sé que el progreso
suele verse como algo positivo,

como una evolución esperanzadora.

Pero desde donde estábamos,

fuimos testigos del lado oscuro
del progreso industrial.

Y cuando aplicamos una lógica industrial
a los sistemas naturales,

que sustentan toda forma de vida,

empezamos a tratar a la Tierra

como una fábrica que produce
todo lo que creemos necesitar.

Como bien sabemos, y a nuestro pesar,

las consecuencias de esa lógica
dañan el bienestar de las personas,

la salud de nuestros sistemas climáticos
y de la vida silvestre.

Doug lo llamaba "el precio del progreso".

Esa era nuestra postura,

y quisimos ser parte de la resistencia

oponiéndonos a todas esas tendencias.

La idea de comprar tierras privadas

y luego donarlas para
crear parques nacionales

no es nueva.

Quien se haya maravillado con el paisaje
del Parque Nacional Teton en Wyoming

o haya acampado en
el Parque Nacional Acadia de Maine

se ha beneficiado de esta gran iniciativa.

A través de nuestra fundación familiar

empezamos a comprar tierras
vírgenes en Chile y Argentina.

Como defensores
de la biología conservacionista,

buscábamos tierras extensas,
vírgenes y conectadas.

Algunas zonas eran prístinas,

y otras necesitaban
tiempo para recuperarse.

Debían ser restauradas.

Terminamos comprando
más de 800 000 hectáreas

a dueños bien dispuestos,

y las transformamos en áreas protegidas
y administradas de manera privada.

También las dotamos
de infraestructura de parques,

como zonas de acampada
y senderos de acceso público.

Todos eran bienvenidos.

Nuestro objetivo era donar estas tierras
transformadas en parques nacionales.

Se lo podría considerar una especie
de táctica capitalista de jujitsu.

Invertíamos nuestro capital privado,

generado con nuestra
actividad empresarial,

y lo empleábamos para
proteger la naturaleza

impidiendo que sea devorada
por las fauces de la economía mundial.

Sonaba muy bien, pero
a principios de los 90, en Chile,

donde la filantropía conservacionista,
que es como la llamábamos,

era totalmente desconocida.

Debimos enfrentar enormes sospechas

y, en muchos casos, una gran hostilidad.

Con el tiempo, básicamente
haciendo lo que pregonábamos,

empezamos a ganar adeptos.

En los últimos 27 años,

hemos protegido de manera continua
casi 6 millones de hectáreas

de bosques templados,

pastizales de estepa patagónicos,

áreas costeras,

humedales de agua dulce,

y creamos 13 parques nacionales.

Todo a partir de nuestras
donaciones de tierras

y tierras federales lindantes.

Después de la muerte de Doug
tras un accidente en kayak

hace cuatro años,

el impacto de la ausencia
volvió a golpearme.

Pero en Tompkins Conservation
capitalizamos la pérdida

y redoblamos esfuerzos.

Así, en 2018, creamos nuevos
parques nacionales marinos

sobre una superficie superior
a 10 millones de hectáreas

al sur del océano Atlántico,

sin pesca comercial
ni captura de ningún tipo.

En 2019, concretamos la donación de
tierras privadas más grande de la historia

cuando transferimos al gobierno de Chile

nuestras últimas 400 000 hectáreas
de terreno para conservación.

Fue un esfuerzo público y privado

que permitió la creación de cinco nuevos
parques nacionales y amplió otros tres.

Esta superficie terminó siendo
mayor que la de Suiza.

Todos nuestros proyectos
surgieron a partir de asociaciones,

más que nada con los gobiernos
de Chile y Argentina.

Este esfuerzo requiere un liderazgo

que entienda el valor de proteger
los tesoros de sus países,

no solo para el presente,
sino para el futuro.

Asociarnos con filántropos
conservacionistas como nosotros

también fue clave en nuestro proyecto.

Hace 15 años, nos preguntamos:

Además de proteger el paisaje,

¿qué debemos hacer
para crear ecosistemas eficientes?

Y empezamos a preguntarnos,
en el lugar donde estuviéramos,

qué es lo que faltaba,

qué especies habían desaparecido

o estaban en peligro de extinción.

También nos preguntamos
cómo podíamos evitar

los factores que llevaron originalmente
a la extinción de esas especies.

Lo que ahora parece obvio

en aquel momento fue
una impactante revelación

que cambió radicalmente
la naturaleza de nuestro trabajo:

si los miembros de la comunidad
no colaboran y participan en conjunto,

es imposible para nosotros crear
un ecosistema que funcione como debe.

Desde entonces, logramos reintroducir
varias especies nativas

en los esteros del Iberá:

osos hormigueros gigantes,

ciervos de las pampas,

pecaríes

y, por último, la difícil especie
del guacamayo rojo,

que no habitaba ese ecosistema
en los últimos 100 años.

Y hoy han vuelto, vuelan libres,
esparcen semillas

y viven su vida como corresponde.

El punto culminante
de estos esfuerzos en el Iberá

es el regreso de los superpredadores
a su lugar natural:

los jaguares en tierra
y las nutrias gigantes en el agua.

Tras varios años de ensayo y error,
finalmente nacieron cachorros

que serán liberados por primera vez
en más de medio siglo

en los esteros del Iberá.

Y ahora, las casi 700 000 hectáreas
del Parque Iberá serán el espacio ideal

para recuperar la población de jaguares
con poco riesgo de conflicto

con hacendados vecinos.

Nuestros proyectos para recuperar especies

están teniendo éxito entre poblaciones
clave que se han reducido en número

en la región patagónica,

como el huemul, que está
al borde de la extinción,

los escasos ñandúes

y también pumas y zorros,
que estamos recuperando.

Creo que el impacto
de la ausencia no nos ayuda

si tan solo nos lleva a la nostalgia
o a la desesperación.

Por el contrario:

solo sirve si nos motiva

para trabajar con el fin
de recuperar lo que se ha perdido.

El primer paso
para recuperar la vida silvestre

es imaginar que es posible,

que la abundante vida silvestre
que nos muestran los registros

no son meras historias recogidas
en libros viejos y polvorientos.

¿Podemos imaginar algo así?

¿Es posible creer que
el mundo puede ser más bello,

más equitativo?

Yo sí lo creo,

porque lo he visto.

Les mostraré un ejemplo.

Cuando compramos
una de las fincas más extensas

en Chile y en la Patagonia en el año 2004,

era como vemos en la imagen.

Durante un siglo, estas tierras
fueron expuestas al sobrepastoreo,

como la mayoría de las praderas del mundo.

La erosión del suelo era una constante,

y cientos de kilómetros de vallado

mantenían a los animales
silvestres acorralados

e impedían su desplazamiento.

Esto ocurría con la escasa
fauna silvestre que quedaba.

Los pumas y los zorros nativos
habían sido perseguidos durante décadas,

lo cual redujo su población.

Hoy, esas tierras superan las 300 000 ha
en el Parque Nacional de la Patagonia,

y es así como se ven.

Y Arcelio, quien fuera el gaucho

cuyo primer trabajo había sido
cazar pumas en años anteriores,

hoy está a cargo del equipo de rastreo
de especies silvestres en el parque

y su historia ha cautivado
a numerosas personas en el mundo.

Qué es posible.

Comparto estas ideas y estas
imágenes con Uds., no por vanidad,

sino para demostrar algo muy simple

y proponer acciones urgentes.

Si el problema es la supervivencia,

la supervivencia de la diversidad
de la vida, de la dignidad humana

y de las comunidades humanas sanas,

entonces la solución debe ser
recuperar la vida silvestre en la Tierra.

Cuanto más se pueda, y cuanto antes.

Todos tienen una función que cumplir,

especialmente quienes
gozamos de privilegios,

con poder político,

medios económicos,

donde, hay que admitir,
para bien o para mal,

está el tablero de ajedrez
en el que se juega nuestro futuro.

Y esto nos lleva a la esencia
de la pregunta:

¿estamos preparados para
cambiar el final de esta historia?

Los cambios que el mundo
ha vivido en los últimos meses

para detener la propagación del COVID-19

me parecen sumamente alentadores,

porque demuestran que realmente podemos
unir fuerzas en circunstancias extremas.

Lo que estamos viviendo actualmente
podría ser la antesala

de un potencial daño mayor
como resultado de la crisis climática.

Pero sin previo aviso, y a nivel mundial,

estamos aprendiendo a trabajar juntos
como nunca habríamos imaginado.

Los jóvenes que hemos visto manifestarse

en las calles de todo el mundo

para recordarnos nuestra responsabilidad
y criticar nuestra inacción

son mi verdadera inspiración.

Ahora bien, aunque ya lo sepamos,

si alguna vez hubo un momento
para ver la realidad

de que todo está interconectado,

es ahora.

Toda vida humana se ve afectada

por las acciones de otras vidas
humanas en todo el mundo.

Y el destino de la humanidad
está ligado a la salud del planeta.

Tenemos un destino común.

Podemos prosperar

o sufrir,

pero lo haremos juntos.

Y esta es la verdad:

ya hemos pasado la instancia
en que la acción individual es optativa.

En mi opinión, todos
tenemos la obligación moral

de actuar para reimaginar
nuestro lugar en el círculo de la vida.

No en el centro, sino
como parte de un todo.

Debemos recordar que lo que hacemos
es el reflejo de lo que elegimos ser.

Fundemos una civilización

que honre el valor
intrínseco de toda vida.

Sin importar quién eres,

ni con qué debes trabajar,

levántate de la cama, todas las mañanas,

y haz algo que no tenga
nada que ver contigo

pero sí con las cosas que amas,

con esas cosas que
reconoces como verdaderas.

Imagina el progreso humano

como un camino hacia la plenitud,

hacia la salud,

hacia la dignidad humana,

y siempre,

y para siempre,

hacia la belleza silvestre.

Gracias.