Muchos de nosotros tenemos siempre
cientos de cosas en la mente,
a menudo luchando por controlar
todo lo que debemos hacer.
Pero, afortunadamente,
hay una cosa importante de la que
no tenemos que recordar:
respirar.
Al respirar, transportas oxígeno a
las células del cuerpo para que sigan
funcionando y limpias
el sistema del dióxido de carbono
que este trabajo genera.
La respiración, en otras palabras,
mantiene vivo el cuerpo.
Así que, ¿cómo podemos realizar
esta tarea crucial y compleja
sin tan siquiera pensar en ello?
La respuesta está
en nuestro sistema respiratorio.
Como cualquier maquinaria,
consta de componentes especializados,
y requiere un disparador
para empezar a funcionar.
Aquí, los componentes son las estructuras
y tejidos que componen los pulmones,
así como de los demás órganos
respiratorios conectados a ellos.
Y para conseguir que la máquina se mueva,
necesitamos el sistema nervioso autónomo,
centro de control inconsciente
cerebral para las funciones vitales.
A medida que el cuerpo se prepara
para tomar aire rico en oxígeno,
este sistema envía una señal
a los músculos alrededor de los pulmones,
aplanando el diafragma
y contrayendo los músculos
intercostales entre las costillas
para crear más espacio
para que los pulmones se expandan.
El aire entonces entra
en la nariz y la boca,
a través de la tráquea,
y en los bronquios que se dividen
en la base de la tráquea,
entrando cada uno en un pulmón.
Como ramas de los árboles, estos tubitos
se dividen en miles de diminutos tubos
llamados bronquiolos.
Es tentador pensar en
los pulmones como enormes globos,
pero en vez de ser huecos, en realidad,
dentro son esponjosos,
con los bronquiolos funcionando
por todo el tejido del parénquima.
Al final de cada bronquiolo hay
un saco de aire llamado alvéolo,
envuelto en capilares
llenos de glóbulos rojos
que contienen proteínas especiales
llamadas hemoglobina.
El aire que has respirado
llena estos sacos,
haciendo que los pulmones se inflen.
Aquí es donde se produce
el intercambio vital.
En este punto, los capilares están
llenos de dióxido de carbono,
y los sacos de aire
están llenas de oxígeno.
Pero debido al proceso básico de difusión,
las moléculas de cada gas
quieren mudarse a un lugar
donde haya una concentración
más baja de su especie.
Al oxígeno cruzar los capilares,
la hemoglobina lo atrapa,
mientras que el dióxido de carbono
se descarga en los pulmones.
La hemoglobina rica en oxígeno
se transporta a través del cuerpo
vía el torrente sanguíneo.
Pero ¿qué hacen los pulmones
con este dióxido de carbono?
Lo exhala, por supuesto.
El sistema nervioso autónomo
se activa de nuevo,
haciendo que el diafragma
se distienda,
y que los músculos intercostales
se relajen,
haciendo las cavidades más pequeñas
y forzando la compresión pulmonar.
El aire rico en dióxido de carbono
es expulsado y el ciclo comienza de nuevo.
Así es cómo estos órganos esponjosos
proveen aire al cuerpo, eficientemente.
Los pulmones inhalan y exhalan
entre 15 y 25 veces por minuto,
lo que supone la increíble cantidad de
10 000 litros de aire cada día.
Es mucho trabajo,
pero no te preocupes.
Los pulmones y el sistema
nervioso autónomo
lo tienen cubierto.