Al horno o fritas, hervidas o asadas, en rodajas o en bastones. En algún momento de tu vida, quizá hayas comido papas. Deliciosas, claro, pero el hecho es que han jugado un papel mucho más significativo en la historia más allá de ser el producto principal de la dieta como la conocemos y amamos hoy. Sin ella, nuestra moderna civilización podría no existir. Hace 8000 años en América del Sur, en lo alto de los Andes, los antiguos peruanos fueron los primeros en cultivar la papa. Por sus altos niveles de proteínas y carbohidratos, y por sus grasas esenciales, y sus vitaminas y minerales, eran la fuente alimentaria perfecta para la clase trabajadora inca conforme construían y sembraban terrazas de cultivos, extraían rocas de los Andes, y creaban la sofisticada civilización del gran Imperio Inca. Viendo lo importante que eran para el pueblo inca, los marineros españoles que regresaron de los Andes introdujeron la papa en Europa, y fue un fracaso. Los europeos no querían comer lo que consideraban rarezas sosas de una tierra nueva y extraña, muy similares a la letal hierba mora, belladona. Por eso, en vez de comerla, la usaban como planta decorativa en los jardines. Pasarían más de 200 años antes de que la papa se consolidara como fuente de alimento importante en toda Europa, aunque incluso entonces, la comían predominantemente las clases más bajas. No obstante, alrededor de 1750, y gracias al menos en parte a la amplia disponibilidad de papas baratas y nutritivas, los campesinos europeos con una mayor seguridad alimentaria ya no estaban a merced de las hambrunas de granos que frecuentemente ocurrían en la época, así crecieron constantemente sus poblaciones. Como resultado, el imperio británico, el holandés y el alemán se erigieron sobre las espaldas de estos agricultores, obreros y soldados, llevando a Occidente a su lugar de dominación mundial. Pero no en todos los países europeos brotaron imperios. Cuando los irlandeses adoptaron la papa, su población se incrementó drásticamente, y también su dependencia del tubérculo como fuente principal de alimento. Pero entonces ocurrió el desastre. De 1845 a 1852, la enfermedad del tizón de la papa asoló los cultivos de papa en Irlanda, dando lugar a la hambruna irlandesa de la papa, una de las hambrunas más mortíferas de la historia mundial. Murieron de hambre más de un millón de irlandeses y dos millones más abandonaron sus hogares. Pero claro, este no fue el fin de la papa. El cultivo se recuperó, y la población de Europa, especialmente las clases trabajadoras, continuaron en aumento. Ayudada por la afluencia de inmigrantes irlandeses, Europa tenía ahora una gran población sostenible y bien alimentada capaz de trabajar en las nuevas fábricas que darían lugar al mundo moderno a través de la Revolución Industrial. Por eso es casi imposible imaginar el mundo sin la papa. ¿Habría ocurrido la Revolución Industrial? ¿Los aliados habrían perdido la Segunda Guerra Mundial de no ser por este abundante cultivo que alimentó a las tropas aliadas? ¿Habría siquiera empezado? Si lo pensamos de este modo, muchos hitos en la historia del mundo podrían atribuirse, al menos en parte, a la simple papa de las cumbres peruanas.