Soy una inmigrante venezolana y llevo seis años viviendo en los EE.UU. Si me preguntan acerca de mi vida como expatriada, diría que he tenido suerte. Pero no ha sido fácil. Cuando era niña, nunca me imaginé que un día dejaría atrás mi tierra natal. Participé por primera vez en una protesta estudiantil en 2007, cuando el presidente clausuró una de las redes de noticias más importantes. Estaba cursando mis estudios de grado en la carrera de comunicación, y por primera vez me di cuenta de que no podía dar por descontado el derecho al libre discurso. Sabíamos que la cosa se estaba poniendo mal, pero no nos dimos cuenta de lo que se venía: una crisis económica, el colapso de la infraestructura, apagones en toda la ciudad, la decadencia del sistema de salud pública y la falta de