Hoy el tema es el aprendizaje.
Por eso quiero plantearles una pregunta.
¿Preparados?
¿Cuándo empieza el aprendizaje?
Mientras lo analizan
quizá piensan en el primer día de preescolar
o en el jardín infantil,
la primera vez que los niños están frente a un maestro.
O tal vez recuerdan la etapa deambuladora
en la que los niños aprenden a caminar y hablar
y a usar el tenedor.
Quizá se toparon con el movimiento Cero A Tres
que afirma que los años más importantes para el aprendizaje
son los primeros.
Entonces la respuesta a mi pregunta sería:
el aprendizaje empieza al nacer.
Bueno, hoy quiero presentarles
una idea que quizá sorprenda,
e incluso parezca inverosímil,
pero que se apoya en la evidencia más reciente
de la psicología y la biología.
Y es que el aprendizaje más importante
ocurre antes de nacer,
mientras estamos en el vientre.
Soy periodista científica.
Escribo libros y artículos de revistas.
También soy madre.
Y esos dos roles confluyeron
en un libro que escribí llamado "Orígenes".
"Orígenes" es un informe desde la vanguardia
de todo un nuevo campo
llamado orígenes fetales.
Los orígenes fetales son una nueva disciplina
que surgió hace unas dos décadas
y se basa en la teoría
de que la salud y el bienestar de la vida
depende de manera decisiva
de los nueve meses que pasamos en el vientre.
Esta teoría despertó en mí un interés más que intelectual.
Yo estaba embarazada
en el momento de investigar para el libro.
Y una de las ideas más fascinantes
que extraje de este trabajo
es que estamos aprendiendo sobre el mundo
incluso antes de nacer.
Cuando tenemos a nuestros bebés por primera vez
podríamos imaginar que son como pizarras en blanco,
sin marcas de la vida,
cuando, de hecho, ya les hemos formado
y por el mundo particular en el que vivimos.
Hoy quiero compartir con Uds. algunas de las maravillas
que están descubriendo los científicos
sobre el aprendizaje
de los fetos en el vientre materno.
En primer lugar,
aprenden el sonido de la voz materna.
Dado que los sonidos del mundo exterior
tienen que atravesar el tejido abdominal de la madre
y el líquido amniótico que rodea al feto,
las voces que el feto
empieza a oír a partir del cuarto mes de gestación
son silenciadas, apagadas.
Hay investigaciones
que dicen que quizá suenen como la voz de la maestra de Charlie Brown
en las viejas animaciones "Peanuts".
Pero la voz de la embarazada
retumba por su cuerpo,
y llega al feto con más facilidad.
Y dado que el feto está con ella todo el tiempo
escucha mucho su voz.
Al nacer, el bebé reconoce la voz de la mamá
y prefiere escuchar esa voz
que cualquier otra.
¿Cómo podemos saberlo?
Los recién nacidos no hacen mucho
pero sí son buenos para succionar.
Aprovechando esto, los investigadores
prepararon dos tetinas
y así, si el bebé succiona una
oye una grabación de la voz de su mamá
en unos auriculares
y si succiona la otra
oye la voz de una extraña.
Los bebés rápidamente muestran su preferencia
eligiendo la primera.
Los científicos también aprovechan
que los bebés succionan más lentamente
cuando algo les interesa
y más rápidamente
cuando se aburren.
Así descubrieron que
si las mujeres leían repetidamente en voz alta
un fragmento de 'El gato en el sombrero' del Dr. Seuss, durante el embarazo,
los recién nacidos reconocían ese fragmento
al oírlo fuera del vientre.
De éstos, mi experimento favorito
es el que muestra que los bebés
de mujeres que miraron cierta telenovela
diariamente durante el embarazo
reconocían la misma canción del programa
tras nacer.
Los fetos aprenden
el idioma particular que se habla
en el mundo en el que nacerán.
Un estudio publicado el año pasado
reveló que al nacer, desde el nacimiento,
los bebés lloran en el acento
de su lengua materna.
Los bebés franceses lloran en nota creciente
mientras que los alemanes lloran en nota decreciente,
imitando los contornos melódicos
de sus idiomas.
¿Para qué sirve este aprendizaje
fetal?
Quizá para ayudar a la supervivencia del bebé.
Desde el nacimiento,
el bebé responde más a la voz
de la persona que es más probable que lo cuide:
su madre.
Incluso su llanto
se adapta a la lengua materna
para hacerse querer más por la madre,
algo que puede darle al bebé un buen comienzo
en la tarea crítica
de aprender a entender y hablar
su lengua materna.
Pero los fetos en el útero
no sólo aprenden sonidos,
sino también sabores y olores.
A los siete meses de gestación
las papilas gustativas del feto están desarrolladas
y los receptores olfativos, que les permiten oler,
ya funcionan.
Los sabores del alimento que comen las embarazadas
fluyen por el líquido amniótico
y son ingeridos continuamente
por el feto.
Los bebés parecen recordar y prefieren estos sabores
cuando están fuera del vientre.
En un experimento, se pidió a un grupo
de embarazadas que bebieran mucho jugo de zanahoria
durante el tercer trimestre del embarazo
mientras que otro grupo de embarazadas
sólo bebió agua.
Seis meses después a los bebés
se les dio cereales con jugo de zanahoria
y se observaron sus expresiones faciales al comer.
Los bebés de las mujeres que bebieron jugo de zanahoria
comieron más cereal con sabor de zanahorias
y de acuerdo a sus caras
parecían disfrutarlo más.
En una versión francesa de este experimento
llevado a cabo en Dijon
los investigadores hallaron
que las madres que consumieron alimentos y bebidas
con sabor a anís durante el embarazo
preferían el anís
en su primer día de vida
y, de nuevo, al probarlo después
en su cuarto día de vida.
Los bebés cuyas madres no comieron anís durante el embarazo
reaccionaron como diciendo "¡puaj!".
Esto significa
que los fetos aprenden de sus madres
qué cosas pueden comer con seguridad.
Los fetos también aprenden
sobre la cultura a la que pertenecerán
a través de una de las expresiones culturales más potentes
que es la comida.
Aprenden sobre las especias y sabores característicos
de la cocina de su cultura
incluso antes de nacer.
Y resulta que los fetos aprenden lecciones aún más grandes.
Pero antes de hablar de eso
quiero abordar un tema que quizá se estén preguntando.
La idea del aprendizaje fetal
quizá dé lugar a que intenten estimular al feto
con música de Mozart, por ejemplo,
en el vientre materno.
Pero, en realidad, el proceso de nueve meses
de formación que ocurre en el vientre
es mucho más visceral e importante que eso.
Gran parte de lo que la embarazada encuentra en su vida cotidiana:
el aire que respira,
los alimentos y bebidas que consume,
los químicos a los que se expone,
incluso las emociones que siente,
todo eso comparte en cierta forma con su feto.
Todo constituye una mezcla de influencias
tan singulares e idiosincráticas
como la mujer misma.
El feto recibe esto
en su cuerpo,
lo incorpora a su carne y a su sangre.
Y a veces hace algo más.
Trata a estas contribuciones maternas
como información,
como lo que denomino «postales biológicas»
del mundo exterior.
El feto en el útero no aprende
"La flauta mágica" de Mozart
sino respuestas a preguntas mucho más críticas para su supervivencia.
¿Nacerá en un mundo de abundancia
o de escasez?
¿Estará a salvo y protegido
o se enfrentará a constantes peligros y amenazas?
¿Vivirá una vida larga y fructífera
o una corta y de hostigación?
La dieta de la embarazada y el nivel de estrés en particular
son señales importantes de las condiciones reinantes;
casi como un dedo alzado al viento.
Los ajustes y adaptaciones resultantes
en el cerebro del feto y en otros órganos
constituyen la enorme flexibilidad
de los seres humanos
para prosperar
en una gran variedad de entornos
que van del campo a la ciudad
y de la tundra al desierto.
Para cerrar, quisiera contarles dos historias
de cómo las madres le enseñan a sus hijos sobre el mundo
aún antes de nacer.
En el otoño de 1944,
los días más oscuros de la Segunda Guerra Mundial,
las tropas alemanas bloquearon el oeste de Holanda,
impidiendo el envío de alimentos.
La apertura del asedio nazi
fue seguida por uno de los inviernos más duros en décadas,
por eso el agua de los canales se congeló.
Pronto la comida empezó a escasear,
muchos holandeses sobrevivían con 500 calorías al día,
un cuarto de lo que consumían antes de la guerra.
A medida que las semanas de privación se hicieron meses
algunos optaron por comer bulbos de tulipán.
A principios de mayo
las reservas de alimento, muy bien racionadas,
se agotaron por completo.
El fantasma de la hambruna masiva era una amenaza.
Y luego, el 5 de mayo de 1945
el asedio tuvo un final repentino
con la liberación de Holanda
por los Aliados.
El "Invierno del Hambre", como se lo conoció,
mató a unas 10.000 personas
y debilitó otras miles.
Pero hubo otra población afectada,
los 40.000 fetos
por nacer durante el asedio.
Algunos efectos de la malnutrición durante el embarazo
fueron evidentes de inmediato
con tasas más altas de niños nacidos muertos,
defectos congénitos, bajo peso al nacer,
y la mortalidad infantil.
Pero otros efectos no se descubrirían durante muchos años.
Décadas después del "Invierno del Hambre"
los investigadores documentaron
que las personas cuyas madres estaban embarazadas durante el asedio
eran más obesas, tenían más diabetes
y más enfermedades cardíacas en la vida
que las personas gestadas en condiciones normales.
Estas experiencias prenatales de hambre
parecen haber cambiado sus cuerpos
de muchísimas maneras.
Tienen presión sanguínea más elevada,
peores perfiles de colesterol
y baja tolerancia a la glucosa,
un precursor de la diabetes.
¿Por qué la malnutrición en el útero
resultaría en una enfermedad más tarde?
Una explicación
es que los fetos hacen lo mejor que pueden en situaciones malas.
Cuando escasea la comida
desvían los nutrientes hacia el órgano crítico, el cerebro,
quitándoselo a otros órganos
como el corazón y el hígado.
Esto mantiene vivo al feto a corto plazo
pero el costo se paga más tarde en la vida
cuando los otros órganos, privados al principio,
se tornan más susceptibles a enfermedades.
Pero quizá no ocurre sólo esto.
Parece que los fetos reciben señales
del entorno intrauterino
y adaptan su fisiología en consecuencia.
Se preparan
para el tipo de mundo que encontrarán
al otro lado del vientre.
El feto ajusta su metabolismo
y otros procesos fisiológicos
en previsión del entorno que le espera.
Y la base de la predicción del feto
es lo que come su madre.
Las comidas de la embarazada
conforman una suerte de historia,
un cuento de hadas de la abundancia
o una crónica sombría de la privación.
Con esta información
el feto organiza
su cuerpo y sus sistemas;
una adaptación a las circunstancias reinantes
que facilita su supervivencia futura.
Frente a recursos muy limitados,
un niño de menor tamaño con menos requisitos de energía
de hecho tendrá una mejor oportunidad
de llegar a la edad adulta.
El verdadero problema
es cuando las embarazadas son narradoras poco confiables,
cuando los fetos
esperan un mundo de escasez
y nacen en un mundo de abundancia.
Eso es lo que les pasó a los niños holandeses del "Invierno del Hambre".
El resultado son las altas tasas
de obesidad, diabetes,
y enfermedades cardíacas.
Los cuerpos construidos para aferrarse hasta la última caloría
se encontraron sumergidos en las calorías superfluas
de la dieta occidental de posguerra.
El mundo que habían percibido en el útero
no era el mismo
que el mundo en el que nacieron.
Esta es otra historia.
A las 8:46 del 11 de septiembre de 2001
había decenas de miles de personas
en las inmediaciones del World Trade Center
de Nueva York;
pasajeros que salían de los trenes,
camareras que preparaban mesas para la hora pico,
corredores bursátiles al teléfono en Wall Street.
Había 1.700 embarazadas entre estas personas.
Cuando los aviones impactaron y se derrumbaron las torres,
muchas de estas embarazadas experimentaron el horror
infligido a otros supervivientes de catástrofes:
el caos y la confusión abrumadores,
las nubes arrolladoras
de polvo y desechos potencialmente tóxicos,
el miedo aterrador de morir.
Un año después del 11-S
los investigadores examinaron a un grupo de mujeres
que estaban embarazadas
en el momento del ataque al World Trade Center.
En los bebés de esas mujeres
que tuvieron trastorno de estrés post-traumático,
tras su terrible experiencia,
los investigadores descubrieron marcadores biológicos
de susceptibilidad al estrés;
un efecto que se acentuó más
en los bebés cuyas madres experimentaron la catástrofe
en su tercer trimestre.
En otras palabras,
las madres con el síndrome de estrés post-traumático
le pasaron la vulnerabilidad a la enfermedad
a sus hijos cuando todavía estaban en el útero.
Ahora consideremos lo siguiente:
el síndrome de estrés post-traumático
parece una reacción excesiva al estrés
que provoca a sus víctimas un tremendo sufrimiento innecesario.
Pero hay otra manera de pensarlo.
Lo que en apariencia es una patología,
quizá sea una adaptación útil
en algunas circunstancias.
En un entorno particularmente peligroso
las manifestaciones del estrés post-traumático,
la hiper-conciencia del entorno,
responder instantáneamente al peligro-
podría salvar la vida de alguien.
La idea de la transmisión prenatal adaptativa del estrés post-traumático
sigue siendo especulativa,
pero me parece bastante fuerte.
Querría decir que, aún antes de nacer,
las madres advierten a sus hijos
que afuera hay un mundo hostil
y avisan: "Ten cuidado".
Pero, seamos claros.
La investigación de los orígenes fetales no culpa a las mujeres
por lo que sucede durante el embarazo.
Se trata de descubrir la forma de promover
la salud y el bienestar a la próxima generación.
Este esfuerzo importante debe centrarse
en lo que aprende el feto
en los nueve meses en el vientre.
El aprendizaje es una de las actividades esenciales de la vida
y empieza mucho antes
de lo que imaginamos.
Gracias.
(Aplausos)