Según la Academia de
Oftalmología de EE. UU.
producimos entre 56 y 113 litros
de lágrimas por año.
Yo soy lo que llamaríamos
una generadora de grandes volúmenes.
Si bien producimos menos
lágrimas con el paso del tiempo,
imagino que cuando tenga 80 años
habré llenado 40 bañeras
de tamaño estándar.
Ahora bien, cuando lloraba de niña,
no era nada agradable para mí.
A los cinco años, se me ocurrió
escribir mi nombre en las paredes,
pero fuera de mi casa.
Mi madre no estaba de acuerdo,
así que me dio un pincel y me dijo:
"Escribe aquí".
Y fue lo que hice.
Me sentaba a la mesa del comedor,
y el tiempo era una eternidad.
No quería comer mi plato de verduras.
Seguramente saben lo que se siente.
Me perdía todos mis programas favoritos
y lloraba desconsoladamente.
El llanto siempre estaba
relacionado con algo malo.
Por suerte crecí, dejé de escribir
en las paredes, empecé a comer verduras
y entré en el maravilloso mundo
de la maternidad.
Y les aseguro que el llanto adquiere
un significado totalmente distinto.
Llevaba nueve meses de embarazo
y estaba en el sofá
mirando la puerta principal
donde los bolsos me esperaban,
porque suponía que ese sería el gran día.
Esperé un poco más y me dije:
"Los humanos pueden llegar al espacio,
pero no saben cuándo nacerá un bebé".
Empecé a sentir opresión en el pecho,
tensión en la garganta,
y rompí en llanto.
Lo curioso es que no sabía por qué,
y el no saberlo solo me ponía peor.
En definitiva, estaba mal por estar mal.
Respiré hondo y exhalé
para sentirme mejor.
Pero no. No funcionó.
Luego apareció mi hermano
con su sonrisa autosuficiente y me dijo:
"¿Qué te ocurre?".
"Nada", le dije. "Déjame sola".
Y así fue. Se marchó de inmediato.
Se imaginan qué hice cuando se fue.
Lloré más aún.
Me sentí avergonzada,
igual que cuando era niña.
Por suerte, solo pasaron nueve días
desde aquella anécdota
hasta la fecha probable del parto.
Finalmente, mi cuerpo
decidió que era el momento.
Tras 18 horas de parto
para dar a luz a una personita,
que pesaba lo que una bola de boliche,
y de horas de pujar con tanta fuerza
que me hizo creer que el bebé
estaba atascado sin lugar a duda,
en el tiempo de un latido,
mi bella bebé Jennifer
vino al mundo.
La miré, ella lloró
y yo también rompí en llanto.
Toda esa emoción y tensión
que sentí tan solo unos segundos antes
fue inmediatamente reemplazada
por la sensación más maravillosa de alivio
que jamás había sentido.
Y tras nueve meses de llanto
por mis miedos, mis ansiedades
y mis hormonas revolucionadas,
fuera de control,
ese sentimiento se transformó
inmediatamente en el llanto más profundo,
más sentido y más feliz de mi vida.
Y yo no lo podía controlar.
Esas lágrimas tan sentidas,
esas lágrimas de felicidad,
esas lágrimas de inmenso gozo,
no podían más que salir afuera.
Y fueron esas lágrimas,
ese momento de increíble emoción,
lo que me inspiró para dar a luz
a otros tres pequeños milagros
y para a ayudar
a otras mujeres en el parto,
me especialicé en cursos de parto,
y me relacioné con el llanto
desde una nueva perspectiva.
Una de las primeras clases
que di en estos 30 años
fue particularmente conmovedora.
El tema del día eran las emociones
durante el embarazo, nada menos.
Y era muy importante
que la clase supiera primero
sobre los cambios y las reacciones
emocionales durante el embarazo,
y que el llanto es una manera
que tiene el organismo
de liberar esa emoción extra,
de procesar lo que
no puede guardar dentro.
Es como la vía de escape
de una tristeza muy profunda,
de alegría o incluso de alivio
tras días o años esperando
a que suceda ese momento mágico.
Literalmente, es como si el cuerpo
expulsara todas esas emociones
en forma de agua que cae
de los ojos: nuestras lágrimas.
Ahora bien, las lágrimas
siempre estaban presentes en mis clases.
Pero no las mías,
sino las de las futuras mamás.
Y aquella noche, aquella clase,
todo fue muy distinto.
Acababa de hablar sobre los cambios
emocionales durante el embarazo,
y seguí con el "síndrome de couvade".
La palabra "couvade" deriva del término
francés "couver", que sigifica "incubar".
Como las aves, cuando portegen el nido.
¿Quién mejor para proteger este nido
que la pareja de la futura madre?
También denominado "embarazo empático",
el síndrome de couvade es un fenómeno real
en el cual la pareja de la futura mamá
manifiesta síntomas de embarazo,
como cambios de humor,
insomnio, aumento de peso
y, en algunos casos, un intenso deseo
de hacer algo fuera de lo común,
como comprarse un auto deportivo,
o empezar un nuevo pasatiempo,
como la cocina gourmet.
En la clase, generalmente
nos reímos y ya.
Se da la clase por terminada.
Pero no terminó allí.
Cuando terminé de hablar,
un futuro papá, corpulento
y fornido, se puso de pie.
Pensé que estaba por marcharse.
En cambio, con un tono
algo brusco y autoritario, dijo:
"A ver, muchachos, cuántos
han llorado con esta cuestión...
la del embarazo".
Observé a la clase
para ver sus reacciones.
Y estaban bien, en realidad,
expectantes con lo que iría a suceder.
Entonces, uno de los varones
levantó la mano y dijo: "Yo lloré".
Y luego otro también, y cada uno
contó su historia de manera natural.
Incluso una de las chicas,
que estaba en pareja
con una de las futuras mamás,
la miró y le dijo: "¿Viste? ¡Te dije
que mi llanto también era normal!".
Se creó una gran conexión
entre ellos, se comprendieron,
y nos marchamos con una nueva idea
de respeto por la pareja de cada mamá.
Esas situaciones confirmaron mi pasión
por comprender esas lágrimas.
Después de eso, todo fue mejor.
La última noche de
esas clases de seis semanas,
una de las futuras mamás se me acercó.
Quiso que habláramos en privado,
así que nos apartamos a un lado,
y me dijo: "Quiero agradecerte
por haber salvado mi relación".
Siguió contándome que su esposo
estuvo a punto de dejarla
porque ella tenía cambios de humor,
lloraba descontroladamente,
y él estaba convulsionado
y enojado por ese embarazo.
Pero no la dejó.
Me dijo que ambos se han dado cuenta
de que llorar no está mal.
Y él le dijo que cuando él mismo llora,
su enojo ya no es tan marcado.
Guau.
El llanto no solo unió a mis alumnos,
sino que mantuvo unida a esa pareja.
Los comentarios del esposo sobre la ira
me causaron una gran intriga,
así que investigué sobre el tema
y, como no podía ser de otro modo,
el Dr. Oren Hasson,
psicólogo evolucionista,
teorizó que cuando las lágrimas
nublan nuestra visión
pueden, a veces, reducir nuestra capacidad
para reaccionar a ese enojo.
Pero las lágrimas no eran por enojo,
sino más bien una válvula de escape.
Y aunque muchos contenemos esas lágrimas,
debemos entender que dejarlas salir
puede ser la mejor opción.
Contenerlas puede profundizar
la sensación de enojo o tristeza.
Cuando liberamos esas lágrimas,
nuestras hormonas están en alerta máxima,
y lo sabemos muy bien gracias
al bioquímico William Frey.
Él descubrió que las lágrimas emocionales,
no las diarias, como las del bostezo,
sino las emocionales,
contienen un alto nivel
de hormonas del estrés,
y de leucinas y encefalinas,
que serían las endorfinas.
Y así como las hormonas del estrés
benefician a nuestro organismo,
nuestras endorfinas, sustancias
químicas que nos dan placer,
alivian el dolor y mejoran nuestro ánimo
¿Quién se opondría a eso?
Hay dos factores que estimulan
la liberación de endorfinas
en la mayoría de las personas:
el estrés y el dolor.
Para el caso de una mujer que da a luz,
que experimenta ambas sensaciones,
las endorfinas son una bendición.
Durante el parto,
esas endorfinas aumentan para ayudarla
si el proceso de dar a luz se prolonga.
En consecuencia, la madre
tiene más herramientas para lidiar,
y estará más alerta
y casi eufórica tras el parto.
El llanto es algo maravilloso.
Ojalá hubiera una palabra mejor
para describirlo.
El llanto es una oportunidad
para el alivio físico,
la intimidad entre dos personas
y, a la larga, aumenta
el bienestar físico y mental.
Siendo el llanto la expresión
de nuestras experiencias humanas
más intensas de nuestro ser interior,
no hay motivo para sentirse
avergonzado ni apenado,
y no es motivo para escapar.
Tenemos que relacionarnos
con el llanto de manera sana
y cambiar nuestra manera verlo.
Concebimos el llanto como algo que
nos agobia, nos aterra y nos confunde,
cuando, en realidad, es algo bello,
tranquilizador y reconfortante.
No veamos el llanto como la molesta
alarma que nos alerta sobre algo malo,
sino como una expresión natural
de nuestro maravilloso organismo.
Para mí, llorar es
tan esencial como respirar.
Y ahora, cuando mi maravilloso marido
me ve llorar en el sofa,
—quien tuvo que aprender sobre el llanto
más de lo que él habría deseado—
no se marcha.
Me pregunta por qué lloro,
y le explico que solo
necesito desahogarme.
Me toma de la mano,
y, pues claro, se imaginan
qué hago: saco todo afuera.
Y luego me entrego a esa profunda
sensación de intimidad
y a esa extraordinaria sensación de alivio
que solo las lágrimas pueden provocar.
Gracias.