Cuando tenía 20, estaba en la cima del mundo. Tenía una especialización en estudios de Asia oriental, y había ganado una prestigiosa beca del gobierno japonés. Pasaría un año en Tokio, estudiando lengua y cultura, con todos los gastos pagos. Para un niño corto de dinero como yo, eso era como ganar la lotería. Cierto día en el campus, había una feria de salud y solo por gusto, me controlé la presión. Para mi sorpresa, estaba extremadamente alta. La enfermera me mandó a la clínica para más pruebas, y encontraron proteína en mi orina. Esto no era una buena señal, así que me apuré a ver un especialista, y en pocas semanas, me diagnosticaron una enfermedad autoinmune incurable que estaba atacando mis riñones. El mejor pronóstico del médico es que me quedaban 5 años de vida. En un instante, sentí que mi vida caía en la oscuridad. Y me di cuenta de que lo peor era que tenía que devolver mi beca (Risas) para quedarme en Ohio, donde vivo, para tratamiento médico. Luego del shock inicial, miré a mis compañeros. Estaban lanzando frisbees, yendo de fiesta, emborrachándose, y me enojé porque tenía 20 años y me estaba muriendo. Intelectualmente, sabía que el enojo y resentimiento no eran manera de proceder. La gran pregunta era, ¿cómo lidiaría con eso? Mi mente volvía a mi documental preferido sobre la travesía del héroe. Es un tema un poco universal que se centra en un personaje principal que es expulsado de su cómodo mundo por una llamada para emprender una arriesgada misión. Y si esa misión tenía éxito, resultaría en crecimiento, transformación y una vida renovada. Y pensé, "¿podría ser una enfermedad renal esa llamada?". Comencé a darme cuenta de que podía abordar esta enfermedad como un desafío espiritual interior además de médico. Pero, nuevamente, ¿cómo? No podía llamar a mi médico y conseguir una prescripción. Sin embargo, en el momento justo, mi profesor de religión me mostró un libro clásico sobre cómo practicar meditación Zen. En Japón, históricamente, el Zen era la práctica de los guerreros, y utilizarían su enfoque intenso para transformar el miedo y otras emociones que surgían de enfrentar la mortalidad. Me atraía la idea de poder ser un guerrero y enfrentar esta enfermedad con el Zen como mi arma. Noche tras noche, en mi sofocante apartamento, me sentaba con las piernas cruzadas, mis ojos cerrados, y luchaba, al estilo Zen, con las partes más oscuras de mi vida. Uno a uno, enfrentaría a mis demonios internos, y al observarlos y aceptarlos, poco a poco, comenzaron a hacerse pequeños, y poco a poco, en su lugar creció lentamente un sentido de tranquilidad. El enfoque Zen me dio algo para hacer con mi mente porque en ese momento de mi vida, era lo único que podía manejar. Pasó un año, luego dos, cuatro, y llevaba bien con el negocio de vivir. Pero hice un pacto conmigo mismo para hacer solo lo que me apasionaba. Y mis pasiones me llevaron a la escuela de postgrado, donde encontré un laboratorio manejado por un psicólogo eminente, que estudiaba la experiencia del flujo. Las experiencias de flujo son esos momentos de enfoque intenso donde nos sentimos vitales y vivos. Descubrió que la gente que controla su mente en el flujo estaban conectadas con ellos y otros, con un sentido de significado y propósito y con la vida. El flujo me enseñó, mediante la ciencia, lo que había empezado a aprender en Zen. Con el tiempo nos mudamos de laboratorio del departamento de psicología a la escuela de administración. Ahí tuve la oportunidad de estudiar a profesionales exitosos que eran profesionales a largo plazo de algo llamado concienciación. La concienciación, como el Zen, era una manera de entrenar la mente, y algo que hace la concienciación es devolverte de estar atascado en el pasado u obsesionado con el futuro para estar aquí y ahora. Estos profesionales tenían todo tipo de entornos. Eran CEO Fortune 500, arquitectos mundialmente conocidos, cineastas, artistas, músicos, escritores, y les preguntaría, "Saben, ¿cómo creen que sería su vida si no tuvieran esta práctica?". Y decían, "Mi vida es muy compleja. Me tiran hacia muchas direcciones a la vez y si no tuviera esto para mantenerme centrado, anclado y cuerdo, creo que estaría muerto". Y ahí me di cuenta: había algo que faltaba en la administración, esa administración de la educación se había enfocado por completo en lo que sucede fuera de ti y había muy poco, o nada, que hablaba del liderazgo desde adentro. Y sentí que esa era una oportunidad. Con la aprobación de mi escuela, creé un curso que pone a ejecutivos frente a una serie de rigurosos desafíos. Tendrían que aprender a enfocar su mente en un mundo de distracciones. Tendrían que observar rigurosamente sus reacciones emocionales. Y tendrían que enfrentar resueltamente su propio ego. Esto no era para los débiles, y para mi sorpresa, ¡la gente se anotó! Un CEO manejó tres horas para asistir a la clase. Mi colega me advirtió que era un "hombre muy difícil". Y mis compañeros estaban intimidados por su mirada y su mal genio. De forma engreída me desearon, el chico más joven de la facultad en ese entonces, "Buena suerte". Sentí que me lanzaban a los leones. El CEO se sentó en frente, y por un rato estuvo tranquilo. Con el tiempo, empezó a abrirse. Confesó que estaba completamente abrumado por un sin fin de correos y demandas de clientes por respuestas inmediatas. Hacer muchas cosas al mismo tiempo hacían que su vida fuera frenética, y las presiones para aumentar el balance aumentaban su estrés. Pero cuando comenzó a despertarse, admitió que neciamente, disfrutaba jugar el rol de víctima. Puede no parecer gran cosa, pero que un CEO admita eso, se convirtió en un punto de inflexión para él. Con el paso del tiempo, comenzó a ver cuán insensibilizado e indiferente se volvió con otros, cómo su estilo de administración perdió los estribos y perdió control y se vio atrapado en una oleada de sus propias emociones. Me escribió diciendo, "Comienzo a ver mi propia obsesión conmigo, y mi propio orgullo, vanidad y codicia". Lo que lo sorprendió fue que cuando se abrió, expuesto y vulnerable, se sintió más fuerte y libre. Dijo, "Tal vez, tal vez empiezo a saber lo que significa la compasión". Al final de la clase sus ojos sonreían más. Y le pregunté cómo afectó la clase a su vida personal. Y dijo, "Sabes, me di cuenta que no tuve una vida personal en 35 años. Pero en ese entonces mi pelo era mucho más largo, y me interesaba la conciencia y la espiritualidad. Pero luego me casé, tuve hijos, y me di cuenta de que tenía que mantener a esta familia. Iba al trabajo y nunca paraba. Y todos esos deseos se desvanecieron lentamente". Con lágrimas en los ojos, "Mi esposa me dijo el otro día, 'No sé qué te sucedió, pero volviste a ser el hombre con el que me casé'". En ese momento sentí como si me golpeara un rayo, ver un cambio tan profundo en ese "hombre difícil" me mostró el camino que tenía que tomar en mi vida. Abandoné una carrera prometedora en investigación por este trabajo, que sentía que era lo que debía hacer. Él, en una década de enseñanza, se convirtió en el primero de una larga fila de "gente difícil" que estaban fundamentalmente frustrados existencialmente. Usaron todo su talento, sus habilidades e inteligencia para los logros externos, y lo disfrutaron. Pero al final, descubrieron que era insuficiente. Pero no sabían qué hacer. Y por eso estaban frustrados. Nos dicen que una vida sin sentido no merece la pena, pero nunca nos dicen cómo darle sentido. Creo que el secreto es cultivar atención consciente porque eso genera conciencia de uno mismo. Y la conciencia de uno mismo crea oportunidad para cambiar. Y eso puede llevar a una autotransformación. Como sociedad, no prestamos suficiente atención a la "atención". No cuidamos de ella, no la preservamos, no la cosechamos. ¡Debemos cuidad de la atención! ¿Cuándo nos daremos cuenta de que una reunión donde todos miran a su portátil no es una reunión? Y los recuerdos de la abuela y su blackberry, ¿no deberían ser de una tarta y no un móvil? (Risas) La calidad de atención es calidad de vida. Es calidad de relación, ¡calidad de trabajo! La atención es el ingrediente secreto que nos conecta con nosotros y otros. Y la concienciación y el Zen son formas de mejorar la atención para poder vivir con más flujo. Me gustaría pensar que mis prácticas me ayudaron a vivir más allá de mis 5 años diagnosticados. Pero luego de años de enseñanza, fatiga, gota, y resultados de laboratorio innegables todo apuntaba al hecho de que estaba muriendo. Pero al pasar 16 años desde mi diagnóstico original, mi médico creía que un trasplante de riñones podría salvar mi vida, y esto presentaba otro problema. Tenía que pedir ayuda. La idea era como organizar una fiesta de cumpleaños con un miedo secreto de que nadie iría. Como el CEO, tenía que mirar mi propio miedo, orgullo y vulnerabilidad, para vivir. Cuando se acercaron 25 personas como donantes de órgano, de los cuales 13 eran exalumnos, tuve más ayuda de la que podía haber imaginado. Por suerte, uno era compatible. Y aquí estoy. No se acabó. (Aplausos) Creía que el dolor era negativo, pero aprendí que con la herramienta adecuada podía ser combustible para el crecimiento. Y me llevó por un camino de fuerza, coraje y amor. Creo que todos tenemos la capacidad dentro de nosotros para hacer nuestras mentes hermosas. Mi deseo es que nos convirtamos en guerreros de nuestra travesía. Porque al hacerlo, cambiamos nuestro corazón, nuestra mente, y nuestro futuro. Gracias. (Aplausos)