Ha habido muchas revoluciones
en el último siglo,
pero quizás ninguna tan significativa
como la revolución de la longevidad.
Hoy en día vivimos, en promedio,
34 años más que nuestros bisabuelos.
Piensen en eso.
Es toda una segunda vida de adulto
que se ha añadido a la nuestra.
Y, sin embargo, en su mayor parte,
nuestra cultura no ha aceptado lo que esto significa.
Todavía vivimos con el viejo paradigma
de la edad como un arco.
Esa es la metáfora, la vieja metáfora.
Nacemos, llegamos a la cima a la mitad de la vida
y decrecemos en la decrepitud.
(Risas)
La edad como una patología.
Sin embargo, muchas personas hoy en día,
filósofos, artistas, médicos, científicos,
tienen una nueva perspectiva de lo que yo llamo el tercer acto:
las tres últimas décadas de la vida.
Se dan cuenta de que es en realidad una etapa de desarrollo
con su propio significado,
tan diferente de la mediana edad
como la adolescencia difiere de la infancia.
Y se preguntan –todos deberíamos preguntarnos–
¿cómo podemos utilizar este tiempo?
¿Cómo podemos vivirlo con éxito?
¿Cuál es la nueva metáfora apropiada
para el envejecimiento?
Me he pasado el último año investigando y escribiendo sobre este tema.
Y he llegado a encontrar
que una metáfora más apropiada para el envejecimiento
es una escalera;
la ascensión del espíritu humano
que nos ha dado la sabiduría, la integridad
y la autenticidad.
La edad, ya no como una patología,
sino como un potencial.
Y ¿adivinen qué?
Este potencial no es para unos pocos afortunados.
Resulta que
la mayoría de las personas mayores de 50 años
se sienten mejor, tienen menos estrés,
son menos hostiles, menos ansiosas.
Tendemos a ver más los rasgos comunes
que las diferencias.
Algunos de los estudios, dicen incluso
que somos más felices.
Esto no es lo que esperaba, créanme.
Vengo de una familia de depresivos.
A medida que me acercaba a los 50 años de edad,
cuando me despertaba en la mañana
mis primeros seis pensamientos eran todos negativos.
Y me asusté.
Pensé, ¡oh, Dios mío!
voy a convertirme en una vieja cascarrabias.
Pero ahora que estoy justo a la mitad de mi propio tercer acto,
me doy cuenta de que nunca he sido más feliz.
Tengo una fuerte sensación de bienestar.
Y he descubierto
que cuando uno está en la vejez,
contrariamente a verla desde fuera,
el miedo desaparece.
Nos damos cuenta de que seguimos siendo nosotros mismos,
tal vez aún más.
Picasso dijo una vez: "Se necesita mucho tiempo para llegar a ser joven".
(Risas)
No quiero idealizar el envejecimiento.
Obviamente, no hay garantía
de que sea un tiempo para disfrutar y desarrollarse.
Es en parte una cuestión de suerte.
Es en parte, obviamente, de origen genético.
De hecho, una tercera parte es de origen genético.
Y no hay mucho que podamos hacer al respecto.
Pero eso significa que dos tercios
de nuestro éxito en el tercer acto
depende de nosotros mismos.
Vamos a hablar de lo que podemos hacer
para que esos años añadidos sean todo un éxito
y marquen una diferencia positiva.
Ahora, permítanme decir algo sobre la escalera
que puede parecer una metáfora extraña para los adultos mayores,
ya que para muchos las escaleras son un reto,
(Risas)
en los que me incluyo.
Como ustedes saben,
el mundo entero funciona según una ley universal:
la entropía, la segunda ley de la termodinámica.
La entropía significa que todo en el mundo, todo,
está en un estado de deterioro y decadencia,
el arco.
Solo hay una excepción a esta ley universal,
el espíritu humano
que puede continuar ascendiendo
–la escalera–
hasta la plenitud,
la autenticidad y la sabiduría.
Y he aquí un ejemplo de lo que quiero decir.
Esta ascensión
puede ocurrir incluso frente a desafíos físicos extremos.
Hace unos tres años,
leí un artículo en el New York Times.
Se trataba de un hombre llamado Neil Selinger
–57 años, abogado retirado–
que se había unido al grupo de escritores de la Universidad Sarah Lawrence
donde había descubierto su vena de escritor.
Dos años más tarde,
fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica, o mal de Lou Gehrig.
Es una enfermedad terrible. Es mortal.
Daña el cuerpo, pero la mente permanece intacta.
En este artículo, el Sr. Selinger escribió lo siguiente
para describir lo que le estaba pasando.
Y cito:
“A medida que mis músculos se debilitaban,
mi escritura se hacía más fuerte.
A medida que perdía lentamente el habla,
ganaba mi voz.
A medida que disminuía, crecía.
A medida que perdía tanto,
comencé finalmente a encontrarme a mí mismo”.
Neil Selinger, para mí,
es la encarnación del ascenso por la escalera
en su tercer acto.
Todos nacemos con el espíritu, todos,
pero a veces decae
por los retos de la vida,
la violencia, el maltrato, la negligencia.
Tal vez nuestros padres sufrieron de depresión.
Tal vez ellos no fueron capaces de amarnos
más allá de nuestros éxitos o fracasos.
Tal vez todavía padecemos
de un dolor psíquico, una herida.
Tal vez pensamos que muchas de nuestras relaciones no han culminado.
Y tenemos la sensación de estar “inconclusos”.
Tal vez la tarea del tercer acto
es terminarnos a nosotros mismos.
Para mí, esto comenzó cuando me acercaba al tercer acto,
mi cumpleaños número 60.
¿Cómo se suponía que iba a vivir?
¿Qué se suponía que debía cumplir en este acto final?
Y me di cuenta de que, con el fin de saber a dónde iba,
tenía que saber dónde había estado.
Así que regresé al pasado en mi memoria
y estudié mis 2 primeros actos
tratando de ver quién era yo entonces,
–quién era yo en realidad–
no aquella que mis padres u otras personas me dijeron que era
o me trataron como si lo fuese.
Sino ¿quién era yo? ¿Quiénes eran mis padres
–no como padres– sino como personas?
¿Quiénes eran mis abuelos?
¿Cómo trataron a mis padres?
Este tipo de cosas.
Un par de años después descubrí
que este proceso por el que había pasado
se llamaba, según los psicólogos,
“hacer una revisión de la vida”.
Y dicen que puede dar un nuevo significado,
claridad y sentido
a la vida de una persona.
Ustedes descubrirán, como yo,
que muchas cosas que creían que ocurrieron por su culpa,
muchas cosas que pensaban de sí mismos,
realmente no tenían nada que ver con ustedes.
No fue su culpa, ustedes hicieron bien las cosas.
Y ustedes serán capaces de volver atrás
y perdonarlos
y perdonarse a sí mismos.
Serán capaces de liberarse
de su pasado.
Usted podrán
cambiar su relación con el pasado.
Ahora bien, mientras escribía esto,
encontré un libro llamado “El hombre en busca de sentido”
de Viktor Frankl.
Viktor Frankl era un psiquiatra alemán
que había pasado 5 años en un campo de concentración nazi.
Y escribió que, mientras se encontraba en el campamento,
podía decir, si llegaban a ser liberados,
quiénes iban a salir adelante
y quiénes no.
Y escribió lo siguiente:
“Nos pueden quitar todo lo que tenemos en la vida,
excepto una cosa,
la libertad de elegir
cómo reaccionar
ante una situación.
Eso es lo que determina
la calidad de la vida que hemos vivido,
no se trata de si hemos sido ricos o pobres,
famosos o desconocidos,
sanos o enfermos.
Lo que determina la calidad de vida
es cómo nos relacionamos con estas realidades,
qué significado les damos,
qué tipo de actitud adoptamos frente a ellas,
qué estado de ánimo les permitimos activar”.
Tal vez el propósito central del tercer acto
es volver y tratar de, si es el caso,
cambiar nuestra relación
con el pasado.
Resulta que la investigación cognitiva demuestra
que somos capaces de hacer esto,
se manifiesta neurológicamente
por vías nerviosas creadas en el cerebro.
Verán que, a través del tiempo,
si reaccionaron negativamente a los acontecimientos y personas del pasado,
se han establecido unas vías neuronales
por medio de señales químicas y eléctricas enviadas a través del cerebro.
Y con el tiempo, estas vías neuronales se fijan,
se convierten en la norma,
aunque sean dañinas para nosotros
porque nos causan estrés y ansiedad.
Sin embargo,
si volvemos atrás y cambiamos nuestra relación,
modificamos nuestra relación
con las personas y acontecimientos del pasado,
las vías neuronales pueden cambiar.
Y si somos capaces de tener
sentimientos más positivos sobre el pasado,
esto se convierte en la nueva norma.
Es como reiniciar un termostato.
Lo que nos hace sabios
no es tener experiencias,
es reflexionar sobre las experiencias que hemos tenido
lo que nos hace sabios.
Además, nos ayuda a ser íntegros,
nos trae sabiduría y autenticidad.
Esto nos ayuda a convertirnos en lo que podríamos haber sido.
Las mujeres, todas comenzamos íntegras, ¿no?
De niñas, comenzamos combativas –“Sí, ¿quién lo dice?”
Tenemos el libre albedrío.
Somos los sujetos de nuestras propias vidas.
Pero muy a menudo,
muchas, si no la mayoría de nosotras, llegada la pubertad,
empezamos a preocuparnos por integrarnos y ser populares.
Y nos convertimos en sujetos y objetos de la vida de otras personas.
Pero ahora, en nuestro tercer acto,
puede ser posible
que regresemos al punto de partida
y saberlo por primera vez.
Y si podemos hacerlo,
no será solo para nosotras mismas.
Las mujeres mayores
representan la mayor población mundial.
Si podemos volver atrás y redefinirnos
y llegar a ser íntegras,
esto va a crear un cambio cultural en el mundo
y dará un ejemplo a las generaciones más jóvenes
para que puedan repensar sus propias vidas.
Muchas gracias.
(Aplausos)