Mientras era estudiante
en la universidad hubo alguien
que me dio la lección más
grande que he recibido.
Fue un profesor de la asignatura,
un poco raro el nombre, drogodependencias,
que decidió desde el primer
día que me vio
y, no sé por qué, que yo no podía
hablar en sus sesiones.
No me dio motivos,
simplemente me dijo:
- Perdona, ¿cómo te llamas?
- Marta.
- Pues, Marta, no puedes hablar.
- ¿Por qué? - No puedes hablar.
Allí terminó el intercambio.
A medida que iban pasando las sesiones,
entendí por qué lo estaba haciendo.
Quería que sintiera
lo mismo que las personas
con las que yo tenía que tratar
según su asignatura.
Durante ese tiempo lo pasé fatal.
Fatal es fatal. No podía decir nada.
Ignoraba absolutamente cualquier
gesticulación que yo pudiera hacer.
Me sentí absolutamente infravalorada
y excluida de mi grupo.
Al poco tiempo, inicié las prácticas
del último curso de educación social,
en una prisión.
Y fue ese día cuando puse en práctica
de forma inconsciente
el no hablar y simplemente escuchar.
Me perdí por la carretera,
fue súper difícil
poder llegar a un lugar
en medio de la nada,
allí me esperaba mi tutora de prácticas.
Durante el camino que duró
en la puerta de entrada
hasta el módulo
donde tenía que ir cada día,
fui incapaz
de retener ninguna información
ni de emitir ningún sonido.
Simplemente no podía reaccionar
ante los estímulos que estaba teniendo.
Cuando salí de allí
y me senté en el coche, pensé:
Marta, te has pasado,
la cárcel no es un sitio
donde tú vayas a poder trabajar
y me juré que no lo haría nunca.
Al cabo de un tiempo me marché
de Barcelona, creyendo que buscaría,
que encontraría en otros lugares
cosas más creativas,
maneras distintas de resolver
todos los problemas sociales a los que
me iba enfrentando como profesional
y me marché a Londres.
Y, al volver,
me ofrecieron mi primer trabajo
en una prisión en el centro de Barcelona.
No me lo podía creer, era como "pero si
yo no quería eso", no pude rechazarlo.
Dije que sí y me puse a trabajar allí.
Y fue entonces cuando creo
que me reconcilié con el espacio.
Y empecé a entender que es
lo que pasaba allí dentro.
Una institución inmóvil, pero con gente.
Con gente con inquietudes
y con movimiento.
Entendí que cualquier trabajo
con personas pasa por el respeto.
Y, durante los grupos que hacía
con los chicos
que yo atendía como profesional,
me daba cuenta de que ellos
no se respetaban a si mismos,
pero por lo contrario,
sí que me sentía respetada por ellos.
Durante ese tiempo me venían muchas
preguntas a la cabeza y reflexiones como:
¿Cómo puede ser que hayan terminado aquí?
Si han tenido las mismas
dudas existenciales que tengo yo,
¿por qué le han dado
una respuesta tan distinta
que los ha hecho llegar aquí,
a este momento?
Todavía son preguntas que a veces
no he encontrado la respuesta,
pero lo que sobre todo me preguntaba es
si yo me siento respetada por ellos
siendo una mujer, joven, pequeña,
que me ven pasar cada día y es de las
pocas mujeres que ven habitualmente.
¿Significará que cuando salgan de aquí
tendrán otra actitud con la mujer?
¿Sea como sea esta mujer?
Lo siento, pero esto
no os lo puedo responder,
porque son procesos muy largos.
Como a veces me invento las normas
sobre toda mi conveniencia
e intento estar informada por aquello
de hablar en propiedad y buscando,
he encontrado que hay muchísimas normas
que hablan sobre la igualdad
entre mujeres y hombres:
La Unión Europea, la Asamblea de Naciones
Unidas, la Constitución Española...
pero a veces estas normas no llegan
a la realidad, no vemos que sean así.
Esto mismo pasa
con la Constitución Española
cuando dice que las prisiones
tienen que ser
espacios de reeducación
y reinserción social.
Sorprendente porque
invertimos muchísimo en eso,
cerramos a la gente, prolongamos
el problema y pensamos
que al cabo de los años
se habrá solucionado.
Y nos quejamos porque no es así.
Yo pensaba, si hay modelos
que realmente pueden
hacer cambiar esto,
¿por qué no se aplican?
Y pensé, ¿hay modelos?
Sí, los hay, os lo digo.
Están comprobados,
tienen evidencias científicas
de que funcionan, y reducen
la reincidencia de un 40 % a un 16 %.
Cuando leía estas normas,
también me venía a la cabeza el pensar:
¿Por qué siempre están redactadas
en masculino?
¿Por qué presuponen que la persona
que condenarán será un hombre?
¿Y si es una mujer qué pasa?
¿No es fácil pensar en personas?
¿No sería mucho más fácil poderlo redactar
pensando en esas personas?
Claro, no es de extraño
que si está redactado en masculino,
no se tenga en cuenta que la convivencia,
sea donde sea en este mundo,
dé momento es entre dos géneros:
hombres y mujeres.
Os doy cifras, actualmente,
aquí en Cataluña,
hay 9900 personas
que están privadas de libertad,
9263 son hombres y 637 son mujeres.
La cifra es bastante diferenciada.
Pero cumplen condena por separado,
en cárceles por separado,
y yo quiero reflexionar con vosotros,
¿creéis que realmente espacios
que no son mixtos
son espacios donde se pueda
trabajar la equidad de género?
¿El respeto entre hombres y mujeres?
¿Creéis realmente que espacios
donde no se tiene en cuenta
el respeto por las personas
ni los seres humanos son espacios
donde las personas puedan trabajar
devolverse ese respeto a sí mismos?
Yo creo que sí, que hay
maneras de poderlo hacer.
Y hace poco hicimos unas jornadas,
presentando los resultados de una
investigación que dan prueba de esto.
Allí conocí a alguien que dijo una frase
que me impactó muchísimo,
es Jesús Valverde.
Y decía:
No estamos aquí, nuestra misión
no es juzgar ni justificar,
sino comprender para intervenir.
Comprender pasa por escuchar
y escuchar pasa por respetar.
¿Creemos entonces
que realmente son las cárceles
espacios donde se pueda trabajar
la igualdad de género
y el respeto hacia las personas?
Teniendo en cuenta
que hoy en día tenemos todos
muchos números para acabar
en una de ellas,
¿creéis realmente que estamos haciendo
lo que nos gustaría
que nos hicieran a nosotros?
Procesos para poder enfrentar
los conflictos
de otra manera absolutamente distinta.
Os invito a que hagáis
una pequeña reflexión:
imaginaos una situación, sea cual sea,
que os hace sentir personas inseguras
y absolutamente vulnerables.
Y pensad qué es lo que necesitaríais
para poder cambiar esa situación
y estar seguros.
Pues eso, trasladarlo a las cárceles,
llevarlo allí, porque esas personas
podrán realmente
hacer un trabajo para poder volver.
Si estamos creando espacios fuera
que sean inspiradores de cambio,
¿no creéis que es el momento
de crear espacios allí
y llevarlos para que inspiren al cambio?
Yo, sí, lo creo.
Y por eso trabajo cada día
para hacer que las cárceles sean espacios
que inspiren cambios en las personas.
Gracias.
(Aplausos)