Muy bien.
Mi nombre es Carl Fisher
y soy siquiatra forense.
Esto es que trabajo
con la clase de siquiatra
relacionada con el sistema judicial,
con la clase de evidencia
que la gente alega
de la neurociencia, la salud mental,
el diagnóstico siquiátrico,
y el impacto que eso tiene
en nuestra opinión de la ley.
Así que hoy quisiera
hablarles sobre el castigo,
porque una de las cosas
que me ha interesado es,
como si fuese una moda,
que hoy en día se use la neurociencia,
los escaneos y las imágenes cerebrales
en las cortes, para argumentar
sobre la forma como
castigamos a los individuos,
e incluso cómo funciona
nuestro sistema legal en general
Dicho de forma más simple:
"No fui yo, fue mi cerebro".
En principio, suena como forzado, ¿no?
Intuimos que del todo no tiene sentido.
Si mi cerebro es lo que produce mi mente,
si es donde mis experiencias
y pensamientos,
todos mis sentimientos
y motivacones son guardados,
entonces, ¿cómo puede
una referencia a mi cerebro,
significar que no soy responsable
de un crimen que cometí?
Les contaré una historia que podría
servir a poner el escenario
y a entender algunos de los temas.
Es una historia real.
Sucedió no hace mucho en Virginia,
donde este apacible hombre,
cuarentón, con una vida estable,
esposa, hijos y casa cercada.
Entonces, de repente,
desarrolla este interés
--uno nuevo que al principio oculta--
por la pornografía infantil.
Empieza coleccionándola,
guardándola secretamente.
Pero luego empieza a empeorar:
se interesa por las salas de masajes.
Empieza a hacerle proposiciones
sexuales a la gente.
Y luego, final y tristemente,
su mujer lo sorprende
manoseando a su hijo de 12 años.
Entonces es llevado a la corte
y declarado culpable de pederastia.
Por tratarse de su primera vez,
se le da oportunidad
de entrar a un programa de tratamiento.
Va a grupos de tratamiento,
recibe algo de terapia,
pero fracasa miserablemente,
porque no puede dejar de hacer
proposiciones a la gente de los grupos.
Vuelve a ser llevado a la corte,
y esta vez recibe una sentencia.
Esta vez, todos saben
que pasará un tiempo en la cárcel.
A la víspera de su ida a la corte,
él va a la sala de emergencia
quejándose del peor dolor
de cabeza de toda su vida.
Luego de escuchar toda
su historia, ellos piensan,
"Oigan, no será... que está
tratando de zafarse del castigo.
Esto realmente no parece encajar".
Pero le dieron al tipo
el beneficio de la duda
y le realizaron un encefalograma.
Y descubrieron esto.
Es un inmenso tumor
en su lóbulo frontal.
Afortunadamente para él,
es un tumor benigno.
Es en realidad un tumor óseo
que está haciendo presión
en su corteza orbitofrontal,
que es la parte del cerebro
que se cree que gobierna
la conducta y la regulación sociales.
Entonces, le extirparon el tumor,
sale perfectamente,
regresa al tribunal de tratamiento
y pasa con honores.
Vuelve a ser el mismo
tipo normal y apacible.
Un par de años más tarde, empieza
a exhibir de nuevo estas mañas,
pero afortunadamente
está siendo observado.
Él regresa.
Efectivamente su tumor está de vuelta.
Se lo remueven de nuevo y queda bien.
Y, hasta donde sabemos,
al día de hoy no ha habido problemas.
Mi punto aquí es que esa noción,
"No fui yo, fue mi cerebro",
suena un poco extraña al principio,
pero tal vez hay ciertos casos
en los que en verdad tiene sentido.
Tal vez hay ciertos casos
en los que tenemos
que investigar un poco más.
Este es un estudio de unos investigadores
de la facultad de derecho
de la Universidad de Duke,
que buscan en casos de las cortes,
con qué frecuencia se habla
de neurociencia real,
con qué frecuencia alguien
usa imágenes cerebrales
o evidencia de escaneo cerebral.
Y es así como al 2005,
ya teníamos cerca de 100 casos
en los que se estaba haciendo esto.
Y está creciendo exponencialmente,
En solo 7 años, se han
doblado sobradamente
el número de casos en las cortes.
Está pasando, está tomando fuerza.
Y son solo los casos de las cortes
que son reportados en veredictos.
Probablemente ocurren más
en la práctica diaria de las cortes.
En la mayoría de casos,
tiene que ver con la mitigación,
tiene que ver con
la rebaja de penas de alguien,
no con el sobreseimiento total.
Voy a dar un par de ejemplos
de cómo funciona esto.
En los EE.UU. hay un caso
famoso de un asesino en serie
llamado Brian Dugan.
Sin entrar en los horribles detalles
del caso, no hay duda
acerca de su culpabilidad.
Estaba muy claro
que este hombre era culpable.
La fiscalía buscaba la pena de muerte.
Los abogados defensores
decidieron que la estrategia sería,
"Traigamos un experto en escaneo cerebral,
escaneemos su cerebro y utilicemos dibujos
para hacer un argumento novedoso".
Era la primera vez que pasaba
en las cortes de EE.UU.
Y alegaron que el Señor Dugan
era psicópata.
La psicopatía es una condición
médica especial.
Como lo indican sus encefalogramas,
no puede llevar una vida normal,
controlar sus impulsos,
no puede regular su comportamiento.
Hay algo mal con su cerebro, no es él.
Nunca es fácil decir con exactitud
cuál es la causa de un determinado evento,
qué motiva al jurado tomar una decisión,
pero en este caso, ellos en efecto
descartaron la pena de muerte.
Para un ejemplo más riguroso,
vayamos a Italia.
Hay una mujer, Stefania Albertani,
que hace un par de años,
mató a su hermana,
intentó asesinar a sus padres
y fue sentenciada de por vida.
Pero luego, la defensa tuvo
oportunidad de presentar
más evidencia con imágenes cerebrales
alegando que las áreas del cerebro
que regulan la impulsibilidad
eran disfuncionales en ella.
Y consiguieron reducir a 20 años
su sentencia de por vida.
Estamos viendo, entonces,
evidencia de esto funciona.
Está tomando fuerza,
se está usando, y en algunos casos,
las imágenes cerebrales
consiguen en efecto
reducir las sentencias
de ciertas personas.
¿Pero tiene esto algún impacto
en el sistema judicial?
¿Puede cambiar la forma general
en que castigamos a las personas?
Para responder esa pregunta,
voy a volver a los EE.UU.
a los sistemas judiciales juveniles.
Si alguna vez se han topado
con este sistema,
sabrán que los EE.UU.
pueden ser bastante duro
a la hora de castigar a los chicos.
Hasta hace poco, los chicos
podían obtener la pena de muerte,
podían ser sentenciados de por vida
sin derecho a libertad bajo palabra.
Pero una serie reciente de
casos de la Suprema Corte
han cuestionado esa noción.
La primera fue en el 2005,
Roper versus Simmons,
un caso que cuestionó la pena de muerte
para chicos de 16 y 17 años.
Y la opinión mayoritaria del tribunal
dictaminó que eso era inconstitucional,
que no se podía castigar
con la pena de muerte a los jóvenes.
Y es un caso notablemente especial,
porque por primera vez,
la Suprema Corte, efectivamente,
citaba datos de la neurociencia.
No sólo dijeron que
los adolescentes les falta madurar,
sino que imágenes y escaneos cerebrales
efectivamente muestran eso.
Mostraron que el cerebro
todavía se está desarrollando
y evolucionando a esa edad.
Y esta es parte de la justificación
para su inconstitucionalidad.
Si vemos otros casos más recientes,
dos casos más, bastante recientes,
cuestionaron la posibilidad
de sentencias sin libertad
bajo palabra para los jóvenes,
por encontrarlo inconstitucional.
Pero lo notable es que,
mientras avanzamos caso por caso,
la cantidad de veredictos que usan
neurociencia va en aumento.
Lo que era una nota de pie
en Roper versus Simmons,
ahora es una sección completa
en el caso más reciente
de Miller versus Alabama.
Vemos que en la corte
la más alta de los EE.UU.
hay más y más enfoque
en la neurociencia.
Está ganando fuerza.
Esto ha llevado, en especial,
a académicos a declarar
que la neurociencia debería
cambiar cómo entendemos
el castigo en general,
cómo nuestras prácticas de castigo
en los EE.UU. deberían cambiar.
Este es David Eagleman.
Es un neurocientífico en Baylor
con un buen ejemplo.
Dice que la actividad criminal
debería ser tomada como evidencia
de anormalidad cerebral.
No deberíamos verlo
como mal comportamiento,
sino justamente como una clase
de disfunción biológica,
y que, además, deberíamos
adaptar el castigo a los individuos,
debería ser rehabilitación y tratamiento.
Se ha vuelto una idea de moda
en todos los pasillos de toda la academia,
filósofos, profesores de derecho,
y neurocientíficos buscan
que la neurociencia provea
una justificación.
El castigo en los EE.UU.
ahora dicen ellos,
se basa demasiado en la retribución.
Estamos tratando de darle
a las personas su merecido,
cuando deberíamos
enfocarnos en la rehabilitación,
en ayudar a las personas.
Este es un concepto
que suena atractivo, ¿verdad?
Tener un sistema de castigo
más humano y más justo.
Pero creo que deberíamos
buscar en la historia
algunas lecciones de
cómo esto se podría hacer.
Esta es una foto de la banda
de jazz Alcatraz en los años 50.
En esa época de los años 50 y 60,
la filosofía y la justificación
del castigo en EE.UU.,
la apuesta fuerte era en
el modelo de la rehabilitación.
Se enfocaba mucho
en las raíces del crimen.
Si podemos darle a la gente
oportunidades útiles,
formas de desarrollarse como personas,
tal vez podamos prevenir el crimen
y, que cuando sean liberadas,
no tengamos los mismos índices
de reincidencia que
tenemos normalmente.
El problema fue
que aquello no funcionó.
Los reformistas sociales
declararon y prometieron de más,
y cuando no se lograron estos resultados,
se sentaron las bases para un retroceso.
Así que en los años 80,
la retórica es totalmente diferente.
Tenemos la guerra contra el crimen,
sentencias mínimas obligatorias,
sentencias determinantes que no dejan
mucho de donde elegir a los jueces.
Y lo que me gustaría sugerir es, que esto
en gran parte, se debió a un arreglo.
Los reformistas sociales de los 50 y 60,
cuando prometieron de más,
sentaron las bases para este retroceso,
en que el péndulo regresó
a un sistema de castigo
basado en la retribución.
Este es un gráfico de
los índices de encarcelamiento
en los EE.UU. en función de la población.
La proporción de gente
encerrada en un momento dado.
Lo que vemos aquí son
índices de encarcelamiento
relativamente estables que datan de 1925,
y que cubren la era de la reforma social.
Pero luego, por esta época,
al final de los 70 y los 80,
donde la retórica de Duro Contra el Crimen
empieza a tomar velocidad,
vemos un incremento masivo
de los índices de encarcelamiento.
Y entonces, para regresar
con la neurociencia,
la historia que quiero contarles
es que esto tiene implicaciones
en lo que hacemos con la ciencia
que estamos usando.
Promover un modelo de
tratamiento suena bien,
pero tenemos que tener cuidado
con los argumentos científicos que usamos
en nuestro argumento de la política.
La neurociencia puede tener
un rol limitado en los juzgados.
En los casos en que alguien
tenga un tumor,
que a alguien se le haya identificado
una clara anormalidad,
puede ser útil para
investigar más a fondo.
Pero incluso ahí, los hechos
son hechos y así funciona la ciencia
nos da los hechos,
pero en el juicio, o en la ética
o cualquier de sistema de valores,
a nosotros nos corresponde
dar el paso decisivo
de tomar una determinación
sobre lo que realmente importa.
Me gustaría sugerir que
la parte peligrosa de esta moda
es la noción: "No somos nosotros,
son nuestros cerebros".
Proponer una reforma al sistema
sobre la base de la neurociencia
nos introduce en
un territorio peligroso.
Hemos visto ya que hacer
declaraciones y promesas de más,
puede sentar las bases para un retroceso,
y pueden imaginarse
el uso de la misma información
a favor del argumento opuesto:
si el cerebro de alguien se daña
o si determina que alguien es un criminal,
¿por qué no encerrarlo por más tiempo?
Creo que tenemos que ser
cuidadosos con estos asuntos.
Hay muchas preguntas
que vale la pena hacerse
sobre el sistema penal de los EE.UU.
Mi punto es, no hacerlo
un asunto político,
sino si nos interesa saber
si el sistema legal de los EE.UU.
está castigando de la forma correcta;
si nuestro sistema penal
está alcanzando las metas
para las que está diseñado.
Estas son preguntas
que vale la pena hacerse.
No necesitamos esperar
las respuestas de la neurociencia
ni necesitamos ligarla
nuestros argumentos.
Era lo que tenía que decirles.
Muchas gracias.
(Aplausos)