"Me encantan las matemáticas".
(Risas)
es justo lo que uno dice en una fiesta
si quiere pasar las próximas horas
solo, bbeindo su copa
en el rincón más aburrido del lugar.
Y se debe a que,
cuando se trata de esa materia:
números, fórmulas,
símbolos y cálculos,
a la gran mayoría nos viene grande,
y me incluyo.
Por eso quiero compartir con Uds.
la perspectiva de alguien
alejado de las matemáticas,
que según mi entender es
una persona que siempre tuvo
dificultades con la materia.
Y descubrí,
tras haber pasado de sentirme ajeno
a dedicarme a las matemáticas,
que todos, aunque no lo crean,
nacimos para ser matemáticos.
(Risas)
Volvamos a cuando era ajeno.
Deben estar pensando:
"Un momento, Eddie.
¿Qué sabes tú?
Eres profesor de matemáticas.
Fuiste a una escuela de élite.
Usas anteojos y eres asiático".
(Risas)
Primero, eso es racista.
(Risas)
Segundo, están equivocados.
Cuando iba a la escuela,
mis materias favoritas
eran Lengua e Historia.
Y eso me causó mucha angustia
en la adolescencia,
porque mi secundaria
honraba demasiado a las matemáticas.
Tu estatus en la escuela
se medía en función de
en qué clase de matemáticas
te clasificabas.
Había ocho clases.
Si estabas en Matemática 4,
eras de la media.
Si estabas en Matemática 1,
eras la realeza.
Todos los años,
la escuela iba a las prestigiosas
Olimpíadas Matemáticas de Australia
e imprimían la clasificación
de todo el estudiantado
en orden de puntajes.
Los estudiantes premiados
y con grandes distinciones
aparecían al principio
de un largo pasillo,
muy muy lejos del lugar
oscuro y vergonzoso
donde estaba mi nombre.
Las matemáticas no eran lo mío.
Historias, personajes, relatos,
en eso me sentía más cómodo.
Y por eso
icé las velas y decidí
ser profesor de lengua e historia.
Pero un encuentro casual
en la Universidad de Sydney
cambió mi vida para siempre.
En la fila de la Facultad de Educación,
me puse a conversar
con uno de los profesores.
El vio que, aunque mi vida académica
se centraba en humanidades,
había probado la matemática avanzada
en la escuela.
Él no vio que yo tenía
problemas con las matemáticas,
sino que perseveraba en las matemáticas.
Y sabía algo que yo ignoraba:
Había una grave escasez
de profesores de matemáticas
en Australia,
una escasez que se mantiene hasta hoy.
Y me animó a cambiar
por la docencia en matemáticas.
Para mí, incurrir en la docencia
no era por amor a una materia en especial.
Era para influir personalmente
en la vida de los jóvenes.
Había visto de cerca
la diferencia positiva y duradera
que marca un gran profesor.
Quería hacer lo mismo por los demás,
y no me importaba con qué materia.
Si había una urgente
necesidad en matemáticas,
pues lo lógico era ir a por eso.
Sin embargo, mientras estudiaba,
descubrí que las matemáticas
eran muy distintas
de lo que creí al principio.
Cometí con las matemáticas el mismo error
que cometí antes
con la música.
Como buen niño migrante,
aprendí sumisamente
a tocar el piano de pequeño.
(Risas)
Llenaba mis fines de semana
de interminables escalas repetidas
y memorizaba cada nota de la obra,
en primavera e invierno.
Así estuve dos años,
hasta que mi carrera terminó de golpe
cuando el profesor dijo a mis padres:
"Tiene dedos muy cortos.
No puedo seguir enseñándole".
(Risas)
Ya a los siete años,
pensé que la música era una tortura.
Un ejercicio aburrido, solitario y triste
que solo practicaba porque me obligaban.
Tardé 11 años en salir de esa tristeza.
En el año 12,
tomé una guitarra acústica
de cuerdas de acero
por primera vez.
Quería tocarla en la iglesia,
donde también había una chica
a quien quería impresionar.
Y convencí a mi hermano
a que me enseñara unos acordes.
Lenta pero firmemente, mi mente cambió.
Estaba en un proceso creativo.
Hacía música y quedé enganchado.
Empecé a tocar en una banda
y sentí el placer del ritmo
que latía en todo mi cuerpo
cuando uníamos todos los sonidos.
Había estado en medio de un océano musical
toda la vida,
y por primera vez,
me di cuenta de que podía nadar.
Tuve una experiencia casi idéntica
con las matemáticas.
Pensaba que las matemáticas consistían
en memorizar fórmulas inescrutables
para resolver problemas abstractos,
sin sentido para mí.
Pero, en la universidad, empecé a ver
que las matemáticas eran muy prácticas
e, incluso, hermosas.
Que no solo se buscan respuestas,
sino que se aprende a hacer
las preguntas correctas;
que las matemáticas no consisten
en hacer cuentas mecánicamente,
sino en crear nuevas formas
de ver los problemas
para resolverlos combinando
conocimiento e imaginación.
Gradualmente, caí en la cuenta de
que la matemática es un sentido.
Un sentido como la vista o el tacto;
un sentido que nos permite
percibir realidades
que, de otra forma,
nos resultarían intangibles.
Por ejemplo, hablamos de
sentido del humor o del ritmo.
Las matemáticas son nuestro sentido de
patrones, relaciones y conexiones lógicas.
Es toda una nueva forma de ver el mundo.
Quiero mostrarles una realidad matemática
que seguro han visto antes
pero quizá nunca la apreciaron.
Estuvo escondida a plena vista
toda su vida.
Esto es el delta de un río.
Es una hermosa figura geométrica.
cuando oímos la palabra "geometría",
muchos pensamos en triángulos y círculos.
Pero la geometría es la matemática
de todas las formas,
y este encuentro de la tierra y el mar
creó formas con un patrón indiscutible.
Tiene una estructura
matemáticamente recursiva.
Cada parte del delta,
con todos sus vericuetos,
es una versión pequeña
de un todo más grande.
Quiero que vean la matemática en esto.
Y eso no es todo.
Comparen este delta
con este hermoso árbol.
Es una maravilla por sí solo.
Pero centrémonos
en el parecido entre esto y el río.
Quisiera saber...
¿por qué estas formas se parecen tanto?
¿Por qué tienen algo en común?
Todo es aún más desconcertante
cuando vemos que
no solo el agua y las plantas son así.
Si abren bien los ojos,
verán las mismas formas en todas partes.
Los rayos desaparecen tan rápido
que pocas veces logramos
apreciar su geometría.
Pero su forma es tan inequívoca
y tan parecida a las anteriores,
que no podemos evitar la suspicacia.
Y está el hecho
de que cada uno de los presentes
también lleva en sí las mismas formas.
Cada cm cúbico del cuerpo
está lleno de vasos sanguíneos
que trazan el mismo patrón.
Hay una realidad matemática
entrelazada en el tejido del universo
que compartimos con los sinuosos ríos,
los imponentes árboles y las tormentas.
Estas formas son ejemplos de
lo que llamamos "fractales"
en términos matemáticos.
El nombre de "fractales"
tiene el mismo origen de
las fracciones y las fracturas:
una referencia a las formas fracturadas
que encontramos
en la naturaleza que nos rodea.
Cuando tenemos un sentido
para los fractales,
empiezamos a verlos en todas partes:
en una planta de brócoli,
en las hojas de un helecho,
incluso en las nubes.
Como los otros sentidos,
el matemático se afina con la práctica.
Como desarrollar un lanzamiento perfecto
o el gusto por el vino.
Aprendemos a percibir
la matemática que nos rodea
con el tiempo y la orientación correcta.
Claro, algunas personas nacen
con sentidos más agudos que otras,
otras nacen con discapacidad.
Como ven, yo salí mal parado
en la lotería genética
en cuanto al sentido de la vista.
Sin lentes veo todo borroso.
Luché con este sentido toda la vida,
pero nunca diría,
"La vista siempre fue un problema.
Creo que la vista no es para mí".
(Risas)
Sin embargo, siempre conozco gente
que dice de forma muy natural
eso sobre las matemáticas.
No, estoy convencido
de que nos cerramos a una gran parte
de la experiencia humana si lo hacemos.
Porque toda la humanidad está
capacitada para ver patrones.
Vivimos en un universo de patrones,
en un cosmos.
Eso significa cosmos:
ordenado y con patrones;
en oposición al caos,
que significa desordenado y aleatorio.
Y los humanos no solo somos
buenos para ver patrones.
También nos encanta hacer patrones.
Y quienes los hacen bien
tienen un nombre especial.
Los llamamos artistas, músicos,
escultores, pintores, cineastas:
son creadores de patrones.
Han descrito la música
como el placer que se siente
cuando estás contando sin saberlo.
(Risas)
Uno de los ejemplos más impresionantes
de patrones matemáticos
son el arte y el diseño islámico.
La aversión a retratar personas y animales
creó una rica historia de intricadas
figuras de azulejos y formas geométricas.
Ese lado estético del patrón matemático
nos lleva de vuelta a la naturaleza.
Por ejemplo,
las flores son un símbolo
universal de la belleza.
Cada cultura del planeta
y a lo largo de la historia
las ha contemplado con admiración.
Y un aspecto de su belleza
es que muestran una simetría especial.
Crecen orgánicamente de un centro
que se expande hacia afuera
en forma de espiral,
y así crea lo que llamamos
"simetría rotacional".
Haces girar una flor una y otra vez,
y sigue viéndose básicamente igual.
Pero no todas las espirales son iguales:
Todo depende del ángulo de rotación
que requiere la creación de cada espiral.
Por ejemplo, si hacemos una espiral
desde un ángulo de 90 grados,
sale una cruz, que no es linda ni eficaz.
Se desperdicia gran parte de la flor
y no producen semillas.
Con un ángulo de 62 grados sale mejor
y se crea una linda forma circular,
la que normalmente asociamos a las flores.
Pero aún no es perfecta.
Todavía hay muchas partes
que no usan bien los recursos de la flor.
Sin embargo, si usamos 137.5 grados,
(Risas)
obtenemos este hermoso patrón.
Es increíble,
y es, exactamente, el mismo patrón
de la flor más majestuosa:
el girasol.
Ahora bien, 137.5 grados
puede parecer aleatorio,
pero, en realidad, surge
de un número especial
que llamamos "proporción áurea".
La proporción áurea es
una realidad matemática
que, como los fractales,
está en todas partes:
desde los dedos del pie
hasta las columnas del Partenón.
Por eso, incluso en una fiesta
con 5000 personas,
me enorgullece declarar:
"¡Me encantan las matemáticas!"
(Aplausos y vítores)