Vivimos en un tiempo de miedo, y nuestra respuesta al miedo puede ser contraernos y tratar de protegernos o expandirnos, aferrarnos unos a otros, y enfrentar nuestros miedos juntos. ¿Qué dice su instinto? ¿Qué ven más en el mundo? El problema del primer enfoque es que en nuestro aislamiento creciente, nos separamos de los demás. Crece nuestro sentido de aislamiento, porque nuestra imaginación se intensifica respecto de personas y espacios con los que ya no nos relacionamos. Crece nuestro sentido de alteridad, y perdemos empatía. Hoy les voy a contar sobre un grupo de personas que tomó el desafío global del terrorismo y empezó a crear espacios en los que los extraños se conectan solidariamente. Mi propia obsesión por las divisiones irracionales comenzó en mi infancia. Como cuarta generación de keniana musulmana de origen indio, me molestaba que en cuatro generaciones, no hubiera ni un solo matrimonio en mi familia más allá de mi pequeña comunidad religiosa. Y me preguntaba por qué. ¿Era por miedo? ¿Era por racismo? ¿Era por preservación cultural? ¿Tenía algo a ver con el colonialismo? Ciertamente no compartimos muchos espacios públicos con otros. Estas divisiones me molestaban mucho, y marcaron mis opciones de carrera. A mis 20 años, las embajadas de EE. UU. en Kenia y Tanzania fueron bombardeadas. Un año más tarde yo estaba de camino a Oriente Medio para estudiar resolución de conflictos. Y luego desde ese momento, no fue muy difícil para mí encontrar entornos inseguros para trabajar, porque el mundo estaba cambiando rápidamente en lo que ahora conocemos como la era del terrorismo. Estaba en Washington DC cuando ocurrió el 11-S, y luego regresé a casa en Kenia para trabajar con refugiados y luego trabajé en Pakistán y en Afganistán. En todos estos lugares noté la importancia de los espacios físicos para hacernos sentir seguros y bien y sentir que pertenecemos. En 2013 volví a casa a Nairobi desde Afganistán. Los operativos de Al-Shabaab habían asediado el centro comercial Westgate, matando a 67 personas en un día de horror absoluto. Poco después de eso, pude ver cómo Nairobi estaba empezando a cambiar, y empezaba a parecerse en el miedo y el terror a las ciudades destrozadas por la guerra en las que había trabajado. Y Nairobi sigue incursionando en las formas del miedo. Vemos más muros, más barreras, más seguridad. Y como otras partes del mundo, estamos experimentando una erosión de la conexión humana. Las divisiones religiosas se están profundizando, y estamos dudando más y más de cuánto tenemos en común. Estamos en un momento crucial en el que debemos recobrar nuestra confianza en la humanidad y mantenernos firmes y visiblemente juntos. Por eso en 2014, reuní a un grupo de personas en Nairobi para imaginar qué hacer: intelectuales públicos, diplomáticos, artistas, trabajadores del desarrollo. Y el grupo articuló un triple desafío: uno, recuperar la ciudad de la narrativa del terrorismo y ponerla en manos de las personas que viven allí; dos, introducir un lenguaje más allá de la etnia, la tribu o la religión que nos ayudara a trascender nuestras diferencias; y tres, proporcionar un gesto que ayudara a restaurar la empatía, la conversación y la confianza. Una de las personas de este grupo fue el artista y arquitecto Yazmany Arboleda. Juntos hemos colaborado en otras partes del mundo a lo largo de muchos años. Él tiene una historia de irrumpir en entornos urbanos y conectar a desconocidos en formas hermosas, increíbles y espectaculares. Él tuvo una idea. La idea era unir a la gente de diferentes credos haciéndoles pintar las casas de adoración del otro, mezquitas, templos, sinagogas, iglesias, pintarlas de amarillo en nombre del amor. Al centrarnos en los iconos de la fe, haríamos que la gente reexaminara la verdadera esencia de su fe, la creencia común de que compartimos en la bondad, la generosidad y la amistad. Al crear caminos entre las casas de culto dentro de un barrio, crearíamos islas de estabilidad y redes de personas que podrían soportar las amenazas. Y los vecinos, al empuñar un pincel con otros vecinos, se comprometerían no solo con sus cabezas sino con sus manos y con sus corazones. Y los edificios pintados se convertirían en esculturas en el paisaje que hablarían de personas de diferentes orígenes que están juntas. Llamamos al proyecto "Coloreando la fe". Nos encantó la idea y de inmediato fuimos a las casas de culto: iglesias, templos, mezquitas, sinagogas. Puerta a puerta, visitamos a más de 60 rabinos, imanes, pastores y sacerdotes. Como pueden imaginar, reunir a esas comunidades cuando se refuerzan los prejuicios debido a una pandemia mundial de miedo no es fácil. Fue complicado. Nos enfrentamos a la jerarquía que toma las decisiones dentro de los establecimientos religiosos. Por ejemplo, en las iglesias católicas nos dijeron que el arzobispo tendría que tomar la decisión. Entonces escribimos una carta al arzobispo. Escribimos una carta al Vaticano. Todavía estamos esperando la respuesta. (Risas) Y en otras casas de culto nos dijeron que los mecenas, la gente que paga por el edificio y la construcción y la pintura de los edificios tendría que tomar la decisión. Y luego nos encontramos cara a cara con el largo legado de dependencia de misioneros y mecenas que impiden la acción cívica incondicional, y lo aprendimos de la manera difícil. Había una comunidad que en nuestras repetidas conversaciones seguía pidiéndonos que los apreciemos. Por eso seguimos volviendo y diciéndoles que los apreciábamos y, por supuesto, de no apreciarlos, no estaríamos aquí. Y luego aprendimos dolorosamente tarde en el juego que la palabra "apreciación" significa recibir un pago por participar. Así que los desafiamos y les preguntamos: "Entonces ¿cuánto cuesta? ¿Cuánto podríamos pagarles? Y si les pagamos por su fe, ¿es realmente fe?" Comenzamos el proyecto planteando la pregunta: "¿Dónde reside tu fe?" Y nos encontramos planteando la pregunta: "¿Cuánto cuesta tu fe?" Pero el tema más difícil era el riesgo percibido de estar separados. Una sinagoga se negó rotundamente a participar porque temía llamar la atención sobre sí misma y convertirse en un objetivo. Del mismo modo, una mezquita también temía ser un blanco. Y estos temores están justificados. Y sin embargo, hubo 25 casas de culto que se comprometieron a participar. (Aplausos) Estos audaces líderes tomaron el gesto y lo resignificaron. Para algunos, era decirle al mundo que no son terroristas. Para otros, era dar la bienvenida a la gente para hacer preguntas. Y para otros era zanjar la brecha entre generaciones mayores y jóvenes, que, por cierto, es algo que enfrentan muchas religiones ahora mismo. Y para algunos fue simplemente construir solidaridad vecinal antes de la temida violencia electoral. Cuando se le preguntó por qué el amarillo, un imán dijo hermosamente: "El amarillo es el color del sol. El sol brilla sobre todos por igual. No discrimina". Él y otros difunden la palabra a través de sus congregaciones y por la radio. Funcionarios del gobierno municipal dieron un paso adelante y ayudaron con permisos y con convocatoria a organizaciones de la sociedad civil. Una empresa de pintura donó mil litros de pintura amarilla, una mezcla especial para nosotros llamada "amarillo optimista". (Risas) (Aplausos) Y un colectivo de poesía aunó fuerzas con una universidad y recibió una serie de chats de tuits que desafiaron a la nación en cuestiones de fe, nuestra fe no solo en el contexto de la religión, sino nuestra fe en los políticos y en la tribu y la nación, nuestra fe en la generación anterior y en la generación más joven. Y entonces se lanzó "Coloreando la fe" en un evento de una galería que invitó a una mezcla increíble de galeristas y líderes religiosos y artistas y empresarios. Ya, incluso antes de empuñar un pincel, habíamos logrado mucho de la conversación y la conexión que habíamos esperado. Y luego empezamos a pintar. Los musulmanes estaban al lado de los cristianos así como ateos, agnósticos e hindúes. Y pintaron una mezquita de amarillo. Y luego todos se reunieron de nuevo y pintaron una iglesia de amarillo, y luego otra mezquita, y luego otra iglesia. Poetas y músicos actuaban mientras pintábamos. Hemos pintado en Nairobi, y luego pintamos en Mombasa. La prensa local e internacional destacó "Coloreando la fe" en inglés, francés, suajili, español y somalí. CNN destacó a "Coloreando la fe" como una manera de unir a las comunidades. Y nuestras plataformas en redes sociales estallaron, conectando a más y más personas. Y estos vecinos siguieron en contacto. Algunos siguen políticas con una plataforma de paz, y tenemos comunidades lejanas en Argentina y EE.UU. y cercanas en Malí y Ruanda que están pidiendo nuestra ayuda. Y nos encantaría ayudar. Es nuestro sueño que este proyecto, esta idea, se extienda por el mundo, con o sin nuestro apoyo. "Coloreando la fe" literalmente destaca en amarillo a quienes buscan el bien. "Coloreando la fe" une a los vecinos, y esperamos que cuando vengan las amenazas, en conjunto, separen los hechos de los rumores y prevalezca la solidaridad. Hemos demostrado que la familia humana puede reunirse y enviar un mensaje mucho más brillante y más potente que las voces de aquellos que desean hacernos daño. Aunque el miedo es contagioso, estamos demostrando que también lo es la esperanza. Gracias. (Aplausos)