Cuando se trata de salvar una vida, creo que todos piensan en la quimioterapia o el RCP, cosas lejanas a la filosofía. Pero, mi charla de hoy, "Cómo la filosofía puede salvarte la vida" no es figurativa. Pienso que para salvar tu propia vida, necesitas de la filosofía. Piensen. El RCP, la quimioterapia y todas las magníficas técnicas médicas, por más asombrosas y valiosas que sean, no salvan tu vida. En realidad, posponen tu muerte. Se dice que cuando Sócrates, el gran héroe de la filosofía occidental, fue sentenciado a muerte por el tribunal de Atenas, contestó: "Técnicamente, no tienen la potestad para sentenciarme a muerte. La vida me ha sentenciado a muerte. Lo único que harán es ponerme una fecha". Dictar una sentencia de muerte o administrar la quimioterapia exitosamente simplemente modifican la fecha de nuestra inevitable muerte. Si quieres salvar tu vida, tienes que convertirla de algo rutinario a algo valioso, que es lo que realmente es. Y no creo que la quimioterapia tenga mucho para ofrecer en ese asunto. Ahora, cuando hablo de filosofía, me refiero al concepto de la Antigua Grecia: El amor a la sabiduría. La búsqueda de la sabiduría. A veces me preocupa que algunos de nuestros profesionales actuales puedan dar la sensación de que la filosofía es solo para un cerebrito que va a desarrollar una teoría perfecta del universo, o incluso, un cerebrito que va a criticar a todos los demás. Si bien la crítica y la teoría son importantes y placenteras en la filosofía, sin restarles importancia, en realidad, la filosofía es mucho más que eso. Me preocupa que las personas sientan que no tienen permiso para estudiarla. Que se sientan intimidados por ella o que sientan una presión social que les impida estudiar la doctrina. Eso es terrible porque considero que todos podemos participar en la filosofía y creo que deberíamos hacerlo habitualmente. La filosofía comienza cuando nos cuestionamos qué es lo verdadero y lo que realmente vale la pena. Nos lleva por un camino fascinante, a veces peligroso, lleno de dudas. Pero finaliza regresándonos a nuestras vidas y ayudándonos a descubrirlas por primera vez. Para explicar todo esto, les voy a contar algunas historias. Hace un tiempo, a finales del siglo V a.C., un hombre llamado Chaerephon entró al oráculo de Delfos y preguntó: "¿Es mi amigo Sócrates la persona más sabia?" La respuesta fue: "Nadie es más sabio que él". Cuando el mismo Sócrates se enteró de tal afirmación estaba desconcertado. Pensó: "No puedo ser la persona más sabia. De hecho, no poseo sabiduría alguna". Entonces se propuso contradecir al oráculo con una estrategia simple: encontrar a una persona que fuese un poco sabia, más que él, y que su nivel de sabiduría fuera cero. Así que comenzó a caminar por Atenas mientras hacía preguntas a las autoridades religiosas, también a las políticas, a los trabajadores y a los artistas. Y descubrió que lo que había dicho el oráculo era verdad: él era el más sabio de todos. No porque tuviese mucha sabiduría sino porque tenía una pequeña cantidad de sabiduría que era inigualable. Es decir, él sabía que no sabía nada. Todo el mundo presumía tener especial conocimiento de sus tareas cuando, de hecho, no era así y entonces, quedaban en desventaja. Siempre me fascinó esa historia de Sócrates pero también me dejaba un tanto confundido. ¿Qué significa ser sabio cuando no posees sabiduría? ¿Cómo puede ser que buscar respuestas sea una forma de sabiduría? ¿Cuál es el propósito de no tener respuestas pero salir a buscarlas? De hecho, una estudiante logró ayudarme a entender esa historia de una manera más profunda. Ella recreó, sin saber de las escrituras de Platón sobre Sócrates, esa misma historia. Creo que ella demuestra cómo la filosofía puede salvarte la vida pero también cómo podemos vivir en la grandeza de la filosofía. Su nombre era Jillian y era una asistente de enfermería cuando tomaba mis clases, creo que iba porque tenía que cumplir con algún requisito. Estaba estudiando para poder ser enfermera algún día. Una de las conversaciones más interesantes se desencadenó cuando le pregunté de manera casual a la clase: "De todos modos, ¿para qué sirve un hospital?" Me puse a cuestionar las respuestas predecibles que me daban. "Para curar a la gente" "¿Y los que tienen enfermedades terminales?" "¿Para aliviar su dolor?" "¿Y a los que no pueden aliviarle su dolor?" "¿Para aliviarle el dolor a los que sí pueden?" "Y con las personas sanas, ¿qué sucede?" Estaba intentando abrir un poco sus mentes para que hagan un trabajo sobre el fin de los hospitales. La conversación despertó algo en Jillian y me preguntó si podía utilizar el tema en su próximo trabajo. Unas semanas más tarde, mientras los estudiantes entregaban sus tareas, llamé a Jillian aparte para preguntarle cómo le había ido. Me dijo que la conversación que habíamos tenido la había desconcertado e incluso perturbado. Ella trabajaba en un hospital y pensaba tener las cosas claras, pero luego de nuestra charla, se dio cuenta de que en realidad no sabía cuál era el verdadero fin de los hospitales. Para poder desarrollar el tema de su trabajo, se le ocurrió recorrer el hospital y hacerles preguntas a distintas personas: a los médicos, administradores, enfermeros y a sus asistentes. Dijo: "Supuse que alguno debería comprender cuál era el fin de los hospitales". Pero cuando los entrevistó de manera crítica, encontró que sus respuestas eran las mismas que habían contestado sus compañeros en clases. Respuestas que, con un poco de análisis, pudo demostrar que no eran las más adecuadas. Contó que la respuesta más correcta fue la de un médico que le dijo, luego de haber intentado entrevistar a un asistente de enfermería, "Bueno, quizás debemos cumplir todas las funciones". Pero se dio cuenta de que eso tampoco era del todo correcto. ¿Deberían darle a la gente lo que querían? ¿Deberían darle lo que necesitaban? ¿Qué debería influenciar los servicios que ofrecían? Y... ¿por qué estaban ahí? Jillian me confesó que el problema era que, con frecuencia, los hospitales simplificaban su función a la de curar a enfermos. "A menudo, tratan a las mujeres embarazadas como si estuvieran enfermas, a los que pierden a seres queridos, les dan tratamiento psicológico. Curan, en vano, a personas que inevitablemente van a morir. Si los hospitales no son más que talleres mecánicos, entonces vivimos en un mundo bastante inhumano". Agregó: "Imagina... médicos, enfermeros, gente que ha dedicado décadas al estudio y práctica de la medicina pero que jamás se detuvo a pensar por qué hacía lo que hacía". Imagina, pensé, a los habitantes de Atenas, incapaces de responder a las preguntas de Sócrates. Imagina también a gente, especialmente en los hospitales, olvidándose de salvar sus propias vidas. Jillian también dijo que muchos de sus compañeros hacían un buen trabajo haciendo lo que consideraban correcto, pero se planteó si no sería mejor que abrieran sus mentes y conocieran toda la verdad. Estaba reflejando una famosa frase de Sócrates: "Una vida sin examen no merece ser vivida". En su trabajo, Jillian escribió que los filósofos de los que yo había hablado la ayudaron a ver las cosas con mayor claridad. Que la enfermedad y el dolor nos pueden alejar de los que nos rodean, que nos amenazan con desterrarnos de la sociedad. A la conclusión que pudo llegar con respecto al fin de los hospitales fue la de "Estar ahí para las personas". "Estar ahí cuando están enfermos, cuando están muriendo, cuando están de luto. Ayudar a la gente cuando puedes o cuando ellos quieren, por supuesto, pero por, sobre todo, estar ahí para ellos desde el lado humano". El propósito de la medicina era el cuidado. Concluyó de manera formidable: "Los médicos están ahí para ayudar a los enfermeros". Pero, a veces, los médicos sobrestiman su sabiduría basándose en sus conocimientos técnicos y en la ciencia. Jillian admitió que no tenía necesariamente todas las respuestas y que incluso dudaba de algunas cosas que estaba contando pero que su búsqueda por la sabiduría la había ayudado a comprender el verdadero significado de lo que estaba aprendiendo, la filosofía la había ayudado a conectarse con su vocación. Hace aproximadamente una década que Jillian ejerce como enfermera, hace poco la contacté y me dijo: "Sabes, conservé ese trabajo que escribí y aún defino mis objetivos teniendo en cuenta esos conceptos". Al estar allí para las personas, se estaba salvando a sí misma. Luego de Sócrates, la filosofía en el mundo antiguo se enfocó en cómo vivir una buena vida. Todo se resumía en la búsqueda de lo que ellos llamaban "eudaimonía" en griego antiguo, y que nosotros traducimos como felicidad o la búsqueda de ella. Si bien esta es una buena traducción, eudaimonía significa en realidad "Prosperar a lo largo de toda tu vida" o "Aprovechar la vida al máximo". La filosofía no era simplemente un juego intelectual, era más que nada intentar comprender los principios que llevan a la felicidad y practicarlos en nuestra vida. Debo admitir que soy culpable de a veces preguntarles a mis alumnos: "Si les dijeran que tienen un año de vida, ¿qué harían el resto de sus días?" En general, escucho las típicas respuestas que enumeran qué hacer antes de morir y que evidencian lo poco examinadas que están nuestras vidas. Porque esas listas asumen erróneamente que una buena vida es un desfile de experiencias aisladas y discontinuas. Una vez, mientras hablaba sobre el paracaidismo y las visitas a las pirámides, vi un destello en los ojos de Kimberly, una de mis grandes estudiantes no tradicionales. Cuando terminó la clase, la llamé y le dije: "Vi que estabas sonriendo mientras hablábamos sobre qué haría la gente en su último año de vida. ¿En qué estabas pensando?" Me explicó que hacía muy poco había estado exactamente en esa situación. Le habían diagnosticado una extraña enfermedad neuromuscular, "El caso más severo jamás visto", le dijo el médico y le informaron que no le quedaba mucho tiempo de vida. Luego de varias noches oscuras, Kimberly decidió afrontar la situación y buscó terapias alternativas a las que le había indicado el médico. Pero se dio cuenta de que no tenía todo el tiempo del mundo, entonces, me reveló que había decidido practicar la filosofía de la manera antigua. Iba a intentar descubrir qué era realmente la felicidad y cómo practicarla. Le encantaba el vino, así que adquirió el hábito de saborear algunas copas cada noche. Le encantaba andar en bici, así que se metió de lleno en el mundo del ciclismo. Le encantaba aprender pero había dejado la universidad, así que volvió a la escuela para estudiar las materias que más le interesaban, incluyendo Filosofía, en donde aprendió conmigo sobre pensadores como Platón, Epicuro y Epicteto. Me contó que estos la habían ayudado a mejorar su concepto de la vida. Asumes que vas a morir. Confrontas las limitaciones de la existencia corpórea. Buscas la virtud. Tratas de descubrir qué es realmente lo placentero. Buscas el conocimiento para conectarte contigo mismo y para utilizar nuestro excepcional cerebro humano. Considero que una vida como la de Kimberly es tan maravillosa como filosófica. Personas que fueron mis estudiantes, como Kimberly, Jillian y muchos otros, me demostraron que, citando a uno de mis héroes, William James, un filósofo estadounidense: "La vida humana más profunda existe en todos lados". Todos podemos acceder a la odisea filosófica; los libros de los grandes filósofos están ahí para ayudarnos, pero en definitiva, es un recorrido que tenemos que transitar nosotros. Quizás puede que ahora estés viviendo acorde a principios e ideales realmente brillantes. Si es así, la filosofía también puede ser de ayuda. Puede desactivarte del modo automático para que tomes el timón de tu preciada vida. ¿Y si algunas de las ideas que estructuran tu vida no son las ideales? ¿Y si algunas de las ideas que concibes sobre cómo ser un enfermero, o un médico, o un profesor, o un estudiante, o un ciudadano, o un padre, o un hombre, o una mujer o un ser humano están un poco desatinadas? En ese caso, la filosofía tiene el poder de dejar de lado las tonterías y así acercarnos a lo que realmente es significativo y valioso. Siento tener que informárselos, pero van a morir. Todos tenemos una pena de muerte y no hay ningún contrato cósmico que nos asegure que no vaya a suceder en un año. Entonces... ¿por qué no decidir dedicarse a la filosofía de la manera antigua? Como Kimberly, Jillian y el resto de los grandes filósofos. Sus libros están ahí para guiarnos y no se necesita mi permiso para estudiarlos. En realidad, diría que la libertad es lo único por lo que nunca se tendría que pedir permiso. Hace un año, me contacté con Kimberly para saber cómo estaba y me contó que tuvo que tomarse un descanso de su trabajo soñado, el programa de ciclismo para las mujeres. Tenía que someterse a la quimioterapia. Agregó: "Pero no te preocupes, las cosas van bien; no es que antes fueran mal... aún voy tras la felicidad. Y también tras la filosofía. Mejoré desde el verano pasado; estuve bajo los cuidados paliativos. Creo que voy por el camino correcto para volver a andar en mi bici pronto". Aún seguía salvando su propia vida. No he vuelto a saber de ella. Muchas gracias. (Aplausos)