En 50 años de tentativas para evitar las guerras,
hay una pregunta que me persigue:
¿Cómo lidiar con la violencia extrema
sin recurrir a la fuerza a cambio?
Cuando nos enfrentamos a la brutalidad,
ya sea cuando un niño se enfrenta a un agresor en un patio de recreo
o violencia doméstica
o en las calles de Siria hoy,
al enfrentar tanques y metralla.
¿Qué es lo más efectivo?
¿Pelear? ¿Rendirse?
¿Utilizar más fuerza?
Esta pregunta: «¿Cómo puedo lidiar con un agresor
sin convertirme en uno?»
me persigue desde niña.
Recuerdo que tenía unos 13 años,
estaba pegada a un televisor en blanco y negro de imagen granulosa en la sala de mis padres
cuando los tanques soviéticos llegaron a Budapest
y unos niños no muy mayores que yo
se arrojaban a los tanques
para que estos les pasaran por encima.
Subí corriendo las escaleras y comencé a empacar.
Y mi madre se acercó y me dijo: «Qué crees que estás haciendo?».
Y le dije: «Voy a Budapest».
Y ella dijo: «¿Para qué?».
Y le dije: «Hay niños que están muriendo allí.
Algo terrible sucede».
Y ella dijo: «No seas tan tonta».
Y me puse a llorar.
Y ella entendió, me dijo:
«Está bien, veo que es grave.
Eres demasiado joven como para ayudar.
Necesitas formación. Te ayudaré,
pero ahora deshaz tu maleta».
Así que empecé a formarme
y viajé y trabajé en África durante la mayor parte del período entre mis 20 y 30 años.
Me di cuenta de que lo que realmente necesitaba saber
no se enseñaba en los cursos de capacitación.
Quería entender
cómo funciona la violencia, la opresión.
Y esto es lo que descubrí desde entonces:
Los agresores usan la violencia de 3 formas.
Usan la violencia política para intimidar,
la violencia física para aterrorizar
y la violencia mental o emocional para socavar.
Y escasamente solo en muy pocos casos,
el recurso a más violencia puede funcionar.
Nelson Mandela creía en la violencia cuando fue a la cárcel,
y 27 años después
él y sus colegas
fueron, lentamente y con cuidado,
perfeccionando los conocimientos, las competencias increíbles que necesitaban
para convertir uno de los gobiernos más crueles que haya conocido el mundo
en una democracia.
Y lo hicieron con una devoción total a la no violencia.
Se dieron cuenta de que el uso de la fuerza contra la fuerza
no funciona.
Así que ¿qué funciona?
Con el tiempo, he recogido una media docena de métodos
que sí funcionan
—por supuesto que hay muchos más—
que sí funcionan y que son eficaces.
Y el primero es
que el cambio que debe ocurrir
ha de tener lugar aquí, en mi interior.
Es mi respuesta, mi actitud a la opresión
la que puedo controlar
y sobre la cual puedo hacer algo.
Y para lograrlo necesito conocerme a mí misma.
Esto significa que necesito saber ¿qué me hace enojar?,
¿cuándo me derrumbo?,
¿dónde están mis puntos fuertes
y dónde mis puntos débiles?
¿Cuándo me rindo?
¿Por qué ideal lucharía?
Y la meditación o la autoinspección
es una de las maneras
—nuevamente, no es la única—
es una de las maneras
de adquirir este tipo de poder interior.
Y mi heroína aquí
—como la de Satish—
es Aung San Suu Kyi en Birmania.
Ella lideraba a un grupo de estudiantes
en una protesta en las calles de Rangún.
Llegaron a una esquina frente a una fila de ametralladoras.
Y enseguida, se dio cuenta
de que los soldados, con sus dedos temblorosos apuntando en los gatillos,
estaban más asustados que los manifestantes estudiantiles detrás de ella.
Pero ella les dijo a los estudiantes que se sentaran.
Y avanzó con tal calma y firmeza
y una total falta de miedo
que pudo caminar directamente hasta el primer fusil,
puso su mano sobre este y lo bajó.
Y nadie resultó muerto.
Eso es lo que se puede lograr cuando se domina al miedo;
no solo frente a ametralladoras,
sino también frente a una lucha callejera a cuchillo.
Pero tenemos que practicar.
¿Y qué hay sobre nuestro miedo?
Tengo un pequeño mantra.
Mi temor crece
gracias a la energía que le dedico.
Y si llega a ser muy grande,
probablemente se materialice.
Todos conocemos el «síndrome de las 3 de la mañana»,
cuando algo que ha estado preocupándonos nos despierta
—a muchos de nosotros—
durante una hora, damos vueltas en la cama
y se pone cada vez peor;
para las 4 a.m. estamos pegados a la almohada
con un monstruo así de grande.
Lo único que queda por hacer
es levantarse, preparar una taza de té
y sentarse con el miedo a un lado, como si fuese un niño.
Tú eres el adulto.
El miedo es el niño.
Y hablas con el miedo
y le preguntas lo que quiere, lo que necesita.
¿Cómo puede mejorar la situación?
¿Cómo el niño puede sentirse más fuerte?
Y haces un plan.
Y dices: «Bueno, ahora vamos a dormir nuevamente.
Pasadas las 7:30 a.m, nos levantamos y esto es lo que vamos a hacer».
El domingo tuve uno de estos episodios de las 3 a.m.,
paralizada con miedo por venir a hablar con ustedes.
(Risas)
Así que lo hice.
Me levanté, preparé la taza de té, me senté con él, lo hice todo
y aquí estoy, todavía parcialmente paralizada, pero aquí estoy.
(Aplausos)
Eso es miedo. ¿Qué hay sobre la ira?
Donde hay injusticia hay ira.
Pero la ira es como la gasolina
y si usted la rocía a su alrededor y alguien enciende un fósforo,
se desencadena un infierno.
Pero la ira como motor —en un motor— es poderosa.
Si podemos usar nuestra ira en un motor,
nos puede conducir hacia adelante,
nos puede ayudar a superar momentos terribles
y nos puede dar verdadera fuerza interior.
Aprendí esto en mi trabajo
con los legisladores de armas nucleares.
Al principio estaba tan indignada
por los peligros a los que nos exponían
que solo quería discutir, culparlos y mostrarles sus errores.
Totalmente ineficaz.
Para crear un diálogo para el cambio
tenemos que manejar nuestra ira.
Está bien estar enojado con algo
—las armas nucleares en este caso—
pero no tiene sentido estar enojado con la gente.
Son seres humanos como nosotros.
Y están haciendo lo que ellos piensan que es mejor.
Y esa es la base sobre la cual tenemos que dialogar.
Así que ese es el tercero, la ira.
Y eso me lleva al punto crucial
de lo que está pasando, o lo que percibo que pasa
en el mundo de hoy,
este último siglo tuvo una estructura de poder de arriba hacia abajo.
Todavía había gobiernos que le decían a la gente lo que tenía que hacer.
En este siglo hay un cambio.
La estructura de poder va de abajo hacia arriba.
Es como los hongos abriéndose paso a través del cemento.
Las personas se reúnen, como dijo Bundy, incluso a kilómetros de distancia,
para lograr cambios.
Y «Peace Direct» se dio cuenta rápidamente
de que la gente de las zonas de grandes conflictos
sabe qué hacer.
Son los que mejor saben qué hacer.
«Peace Direct» los apoya para que lo logren.
Y el tipo de cosas que hacen incluye
desmovilización de milicias,
reconstrucción de economías,
reubicación de refugiados,
e incluso liberación de niños soldados.
Y tienen que arriesgar sus vidas casi a diario
para lograrlo.
Y se han dado cuenta
de que el uso de la violencia en esas situaciones
no solo es menos humano,
sino que es menos eficaz
que los métodos que unen a la gente, que reconstruyen.
Y creo que el ejército estadounidense
finalmente está empezando a entender esto.
Hasta ahora su política de lucha contra el terrorismo
ha consistido en matar a insurgentes casi a cualquier precio,
y si caen civiles,
los reportan como «daños colaterales».
Y esto es tan exasperante y humillante
para la población de Afganistán,
que hace que el reclutamiento para al-Qaeda sea muy fácil,
cuando, por ejemplo, las personas se indignan
cuando las tropas queman el Corán.
Así que el entrenamiento de las tropas tiene que cambiar.
Y creo que hay señales de que ya está empezando a cambiar.
Los militares británicos han sido siempre mucho mejores en esto.
Tienen un magnífico ejemplo que los inspira;
es el brillante Teniente Coronel estadounidense
llamado Chris Hughes.
Él dirigía a sus hombres por las calles de Nayaf
—en Irak—
y de repente la gente salió de sus casas y se amontonó a ambos lados de la calle,
gritando, insultando, tremendamente enojados,
y rodearon a estas tropas de jóvenes que estaban completamente aterrorizados,
no sabían lo que estaba pasando y no hablaban árabe.
Y Chris Hughes se abrió paso por en medio de la muchedumbre
con el arma por encima de la cabeza, apuntando hacia el suelo,
y les dijo: «Arrodíllense».
Y estos soldados enormes
con sus mochilas y trajes antibalas,
tambalearon al suelo.
Y todo quedó en completo silencio.
Y después de 2 minutos,
todos se dispersaron y se fueron a sus casas.
Para mí, esto es sabiduría en acción.
Eso fue lo que practicó en ese momento.
Y ahora sucede en todas partes.
¿No me creen?
¿Se han preguntado
por qué y cómo han caído tantas dictaduras
en los últimos 30 años?
Dictaduras en Checoslovaquia, Alemania Oriental,
Estonia, Letonia, Lituania,
Malí, Madagascar,
Polonia, Filipinas,
Serbia, Eslovenia, podría continuar,
y ahora Túnez y Egipto.
Y esto no ha sucedido de la nada.
Mucho se debe a un libro
escrito por un hombre de 80 años de Boston, Gene Sharp.
Escribió un libro llamado «De la dictadura a la democracia»
con 81 metodologías para la resistencia no violenta.
Está traducido a 26 idiomas.
Circula alrededor del mundo
y lo leen jóvenes y viejos de todas partes
porque funciona y es eficaz.
Y esto es lo que me alienta, no es solo esperanza,
sino que me siento positiva con lo que pasa en la actualidad.
Porque finalmente los seres humanos están entendiendo
que contamos con metodologías prácticas y factibles
para responder a mi pregunta:
¿Cómo lidiar con un agresor sin convertirse en otro agresor?
Estamos usando el tipo de competencias que he resumido:
poder interior —desarrollo de este poder— a través del conocimiento de nosotros mismos,
reconocer y trabajar con nuestro miedo,
usar la ira como combustible,
cooperar con los demás,
hacer alianzas con otros,
tener valor,
y lo más importante, comprometerse activamente a la no violencia.
No es que yo crea a ciegas en la no violencia,
es más, no tengo si quiera que creer en ella.
Porque veo pruebas en todo el mundo de cómo funciona.
Y veo que nosotros, los ciudadanos comunes,
podemos hacer lo que hicieron Aung San Suu Kyi, Ghandi y Mandela.
Podemos poner fin
al siglo más sangriento que jamás haya conocido la humanidad.
Y podemos organizarnos para superar la opresión
abriendo nuestros corazones
así como fortaleciendo esta increíble determinación.
Y esa apertura es exactamente lo que he experimentado
desde que llegué ayer durante toda la organización de estas reuniones.
Gracias.
(Aplausos)