No hace mucho, en diciembre
del 2015, me invitaron a una fiesta.
Un amigo mío celebraba su doctorado.
Fue una gran noche.
Nos divertimos mucho, hubo
cerveza y una excelente comida casera.
Y claro, ya que estábamos
celebrando su éxito académico,
poco después, quiso hablar de ello.
Y a los invitados nos interesaba
saber más sobre su trabajo.
"¿Sabían que la mayoría de los alimentos
depende en gran medida del petróleo?".
Con esta pregunta introdujo su trabajo.
"¿Saben que estamos quedándonos
sin suelo para producir alimentos?".
Esa fue su segunda pregunta.
¿Lo sabían?
Me asombré, porque
lo ignoraba por completo.
Enseguida quedé fascinado
por esos retos desconocidos
de la producción alimentaria.
Y me entusiasmó saber que mi amigo
tenía soluciones para esos retos:
la agricultura vertical urbana.
La agricultura vertical como método
para ahorrar suelo y energía,
una solución para producir alimentos
de manera local, donde vivimos,
en el centro de nuestras ciudades,
y preservar los escasos recursos
de nuestro planeta.
Me entusiasmé tanto que dejé
mi empleo y me uní a mi amigo
para fundar el Instituto
de Agricultura Vertical.
De modo que esta fiesta a la que fui
hace dos años me trajo hasta Uds.,
porque lo que aprendo cada día
sobre la producción de alimentos
en mi trabajo en el Instituto
de Agricultura Vertical es alucinante.
Y aunque soy más bien callado,
es mi deber estar aquí
y hablarles del tema.
Porque como, adoro la buena comida,
y porque de verdad amo nuestro planeta.
Y ponemos al planeta en serio peligro
por la forma en que producimos
los alimentos hoy día.
Yo vivo en un mundo perfecto.
Aquí, ¿ven este marcador? Es mi casa.
Tiene algo de urbano,
pero está en medio del campo,
prados, bosques y algunas granjas.
Compro alimentos orgánicos
cultivados en la zona
todos los viernes, en el mercado
de mi ciudad, Ottensheim.
Conozco personalmente a la gallina
cuyos huevos consumo,
y al granjero, por supuesto.
Ese es mi amigo Michael.
Tengo mi propio huerto,
cultivo mis propios tomates
y conservo mis propios vegetales.
¿Y ustedes?
Si viven en un lugar similar, pueden
vivir en un mundo como el mío.
Pero ¿es este el mundo
en el que vivimos todos?
Cambiemos nuestra perspectiva.
Así es como mucha gente vive
hoy en día, en la ciudad de Pekín.
De aquí provienen nuestros alimentos,
de Mato Grosso, en Brasil,
que antes fue una selva tropical, ahora
devastado por la producción de soja.
De aquí provienen nuestros tomates,
de Almería, en España.
No, en verdad, esto es
lo que vemos como turistas.
En realidad provienen de aquí,
de invernaderos de plástico.
Es plástico que cubre un área más grande
que la capital de Austria, Viena.
Así que esto no pinta nada bien.
En realidad, bastante mal.
Esta forma de agricultura consume
demasiados recursos, suelo y energía.
No es sustentable en lo más mínimo.
Necesito explicarles esto claramente,
tal y como lo hizo mi amigo
hace dos años en la fiesta,
de manera que entiendan
por qué hay que detener esto.
Todo tiene que ver con el petróleo.
Los fertilizantes están hechos
de combustibles fósiles.
Se necesitan combustibles fósiles
para llevar tomates de Almería a la mesa.
Se necesitan combustibles fósiles
para calentar los invernaderos
donde se cultivan nuestros tomates,
y se necesitan también para encender
la cocina donde preparamos la comida.
Combustibles fósiles...
es decir que con cada bocado que comen,
consumen petróleo.
¿Realmente queremos comer
alimentos producidos con petróleo?
El sector alimentario consume un tercio
de la energía primaria total del mundo:
combustibles fósiles,
hidrocarburos, petróleo.
Y a esto me refiero con la relación
entre energía y alimentos.
Así que, como dije, esto no se ve bien,
sino en realidad, muy mal.
Es malo para nuestro planeta,
y esto es solo la situación actual, hoy.
Pero echemos un vistazo al futuro.
Se estima que en 2050 habrá en el mundo
9 o 10 mil millones de personas.
El 70 % viviremos en áreas urbanas,
y la mayoría vivirá en una
de las 400 ciudades más grandes del mundo.
¿Cómo vamos a alimentar a tanta gente?
Ya hoy en día
usamos terrenos cultivables tan grandes
como toda Sudamérica para producir grano,
sin mencionar el terreno
utilizado para el ganado.
Para alimentarnos en el 2050,
necesitaremos un terreno cultivable extra
del tamaño de Australia, un continente.
La buena noticia es que aún
disponemos de tierras cultivables.
La mala noticia es que está casi
totalmente cubierta por selva tropical.
Así que la única forma de acceder a nuevos
terrenos cultivables es la deforestación.
Reducimos el pulmón verde
de nuestro planeta
para cultivar más grano, alimentar ganado
y para poder comer hamburguesas.
¿En serio?
¿Saben qué muestra esta imagen?
Todos y cada uno de estos puntos aquí,
cientos, quizá miles, son incendios.
Incendios provocados por el hombre
que queman nuestras selvas tropicales.
Cultivar nuevos terrenos,
en este caso, significa destruir.
Destruir el hábitat de animales,
insectos, y claro está, de las personas,
por no hablar del daño causado
a la producción de oxígeno.
Esta imagen fue tomada por la NASA
en la primavera del 2017.
Muestra el delta del Congo, en África.
Aún se ve un poco abstracta,
pero les daré una idea de la magnitud.
Los incendios que aquí vemos
tienen un tamaño mayor que el de Italia,
y podrían estar ardiendo
en este mismo momento.
Quizá piensen que soy algo alarmista.
En los supermercados,
hay tantos productos etiquetados
como 'productos austríacos nacionales',
que la situación no debe
ser tan mala después de todo.
¿Realmente debemos preocuparnos
por lo que pasa en Brasil o en África?
Yo digo que sí, debemos preocuparnos.
Permítanme darles dos cifras.
Alrededor del 80 % de todos los tomates
que consumimos en Austria son importados
y casi el 50 % de todos los productos
ganaderos también lo son.
Esta manera de producir
alimentos no es sostenible.
La actual producción masiva de alimentos
está matando lentamente al planeta.
Entonces, ¿qué podemos hacer
los que estamos hoy aquí?
Comprar productos orgánicos,
de producción local,
consumir preferentemente
solo fruta y verdura de temporada,
comer menos carne.
En general, ser un poco más humildes,
y de ser posible, intentar vivir
con lo que nos ofrece la naturaleza.
Todos aquí podemos cambiar
el mundo y lo vamos a hacer.
Por eso estamos aquí hoy.
No somos solo espectadores
de la historia, sino que la hacemos.
Bueno, por lo menos
es lo que nos gusta pensar.
Para alcanzar grandes objetivos,
debemos pensar a lo grande,
debemos pensar diferente,
y producir los alimentos donde vivimos.
Esperen, ¿pensar diferente?
Los productos alimentarios siempre
se han cultivado donde vivía la gente
durante once mil años,
hasta hace tan solo 100 años,
cuando junto con el auge
de los trenes y el transporte,
los alimentos se producían en otros sitios
y se transportaban a las ciudades.
Ya no se vendían en los mercados,
sino en tiendas y supermercados
distribuidos por toda la ciudad.
Y esta total descentralización
de producción y distribución de alimentos
solo es posible por la enorme
cantidad de recursos utilizados:
terreno y energía.
Así que para solucionar el problema,
tan solo haremos lo que siempre se hizo,
pero usando la tecnología de hoy.
Al cultivar de forma local,
suprimimos el transporte;
al cultivar verticalmente, reducimos
enormemente el terreno requerido
en un 50 % o incluso más.
Y cultivando en edificios multifuncionales
diseñados inteligentemente,
reducimos enormemente
la energía requerida.
Podemos producir alimentos
sin combustibles fósiles, o casi.
Nuestra solución actual
es la agricultura vertical.
¿Recuerdan la fiesta
a la que fui hace dos años?
El amigo que la organizó
fue Daniel Podmirseg.
Se dedica a la agricultura vertical,
y es un revolucionario.
Daniel es el jefe de investigación
del Instituto de Agricultura Vertical.
Y tiene una visión muy clara:
la agricultura vertical urbana
en edificios multifuncionales,
integrando funciones urbanas
como mercados, restaurantes, oficinas,
y usando la luz solar de la manera
más eficiente posible.
Llámenlo sistema híbrido,
invernaderos apilados, hiperedificios
o, simplemente, agricultura vertical.
Lo que vemos aquí es la clave
del futuro de los alimentos.
Y no lo digo yo,
lo dice Dickson Despommier,
el padrino de la agricultura vertical.
El diseño dominante actual de agricultura
interior es un sistema cerrado,
con entornos controlados
y 100 % de luces LED.
Es un entorno bastante fácil de controlar
porque todas las influencias
externas molestas quedan fuera.
Pero si tenemos en cuenta no solo el suelo
sino la energía, que es un recurso escaso,
¿por qué prescindimos del recurso
más valioso que tenemos, la luz solar?
La luz solar es una cuestión
de eficiencia energética global,
pero también es una cuestión de sabor.
Cuanto más estudiamos
la fisiología de las plantas,
más aprendemos sobre los llamados
"metabolitos secundarios".
Estos metabolitos son compuestos orgánicos
que no están directamente relacionados
con el crecimiento normal de las plantas.
Son estructuras químicas que potencian
el sabor de las plantas, entre otras cosas.
Los investigadores, por cierto, creen
que son beneficiosos para la salud humana.
Supongo que todos han comido
un tomate de invernadero
que no sabe realmente a nada.
Son esos metabolitos secundarios
los que añaden sabor,
y hacen que el alimento
sea rico y saludable.
Y por lo que sabemos hoy día,
necesitan toda la gama de rayos
solares para desarrollarse,
no solo los ultravioletas
y las luces rojas de las luces LED.
Así que la agricultura de interior,
tal y como la conocemos hoy,
no es una solución realmente,
pero la agricultura vertical, sí.
Déjenme que les explique por qué,
y además por qué nuestra
propuesta es tan especial.
Queremos diseñar edificios
multifuncionales para producir alimentos,
edificios que además ofrezcan otras
funciones importantes para la ciudad,
y queremos que sea tan sostenible
como sea posible
minimizando el uso de recursos.
Producir alimentos
en el centro de la ciudad
ofrece oportunidades para la economía
local, la vida social, la vida pública.
Necesitamos nuevos mercados y
espacios públicos donde comprar alimentos.
Quizá, incluso hemos visto
cómo crecían los alimentos,
durante los últimos meses, semanas, días,
deseosos de probarlos por fin.
Creamos una nueva relación
con los alimentos que comemos
al ver dónde y cómo se han cultivado.
La caja negra, como hemos visto.
¿Recuerdan el sistema cerrado?
Es fácil de controlar.
Ofrece condiciones muy estables
y por tanto una alta previsibilidad
de los resultados.
Económicamente, puede tener sentido.
Pero ¿por qué vamos
a llevar la luz a las plantas
cuando podemos llevar
las plantas a la luz?
Esta pregunta puede sonar un poco rara.
Pero dejar entrar la luz solar
puede ser el punto de inflexión
en la agricultura urbana,
porque esto supone
una producción de energía más eficiente
y productos mejores y más saludables.
En nuestros huertos usamos
la luz solar para cultivar alimentos.
¡Guau!, vaya invento.
En lugar de instalar luces LED
y tenerlas encendidas 16 horas al día,
nosotros cultivamos
tras fachadas transparentes,
como en un invernadero, así de simple.
Pero aún hay un reto pendiente.
En edificios tan grandes como el nuestro,
la luz solar no penetra
en todo el edificio.
Las zonas más distantes
de la fachada reciben menos luz.
Pero tenemos que asegurarnos
de que todas las plantas reciban
la misma cantidad de luz.
Y para ello, transportamos
las plantas por el edificio,
llevamos las plantas a la fachada,
donde hay luz solar.
Y para estos traslados,
usamos cintas transportadoras.
Según sea el diseño del edificio
y muchos otros parámetros,
como la geografía, el entorno,
esas cintas pueden rotar horizontalmente,
verticalmente, o en tres dimensiones.
En cualquier caso, se mueven muy despacio
y consumen muy poca energía.
Sí, también hay luces LED en el huerto,
pero solo las usamos cuando es necesario,
y se activan mediante sensores de luz.
Así que el consumo total
de energía en nuestro huerto
es mucho menor que el de la caja negra.
Y por supuesto,
al dejar entrar la luz solar,
facilitamos la creación
de metabolitos secundarios,
y por tanto producimos
alimentos mejores y más saludables.
En colaboración con el Instituto
de Construcción y Energía
de la Universidad de Tecnología de Graz,
desarrollamos lo que es
el futuro de los alimentos:
huertos multifuncionales verticales
en el centro de las ciudades.
Lo que proponemos aquí será algo normal.
No hoy, al menos no en Europa.
Japón o China están muy por delante.
Y aún nos queda mucho por hacer.
Necesitamos investigar,
y la tecnología tiene que mejorar.
Tenemos que lograr que se acepte
la producción de alimentos en interior,
en el centro de nuestras ciudades,
y queremos ayudar a generar conciencia
de que los alimentos y la energía
dependen el uno del otro.
Pero estoy seguro
de que la agricultura vertical
juega un papel crucial
en asegurar el futuro de los alimentos
y el futuro de nuestro planeta.
Espero hoy haber logrado plantar
la semilla en sus cabezas.
(Aplausos)