¿Qué estás haciendo en este escenario
frente a todas estas personas?
(Risas)
¡Corre!
(Risas)
Corre ahora.
Esa es la voz de mi ansiedad.
Incluso si no hay absolutamente nada malo,
a veces tengo esa abrumadora
sensación de fatalidad,
como si el peligro acechara
a la vuelta de la esquina.
Saben, hace unos años
me diagnosticaron ansiedad generalizada
y depresión.
Dos condiciones que a menudo
van de la mano.
Hubo un tiempo que
no se lo habría dicho a nadie,
especialmente ante una gran audiencia.
Como mujer negra,
tuve que desarrollar una capacidad de
resiliencia notable para tener éxito.
Y, como la mayoría de las
personas en mi comunidad,
tenía el falso concepto de que
la depresión era un signo de debilidad,
un defecto de carácter.
Pero no era débil,
era una gran triunfadora.
Obtuve una maestría en Estudios de Medios
y experiencia en trabajos de alto perfil
en la industria del cine y la televisión.
Incluso había ganado dos Premios Emmy
por mi arduo trabajo.
Claro, estaba totalmente agotada,
me faltaba interés por las cosas
que solía disfrutar,
apenas comía,
luchaba contra el insomnio
y me sentía aislada y exhausta.
Pero, ¿deprimida?
No, yo no.
Pasaron semanas
antes de poder admitirlo,
pero el médico tenía razón,
estaba deprimida.
Aun así, no le conté a nadie
sobre mi diagnóstico.
Estaba muy avergonzada.
No pensé que tuviera derecho
a estar deprimida.
Tenía una vida privilegiada
con una familia amorosa
y una carrera exitosa.
Y cuando pensaba en
los horrores indescriptibles
que mis antepasados
habían sufrido en este país
para que me fuera mejor,
mi vergüenza se hacía aún más profunda.
Yo me apoyaba sobre sus hombros.
¿Cómo podía decepcionarlos?
Yo debía levantar cabeza,
dibujar una sonrisa en mi rostro,
y nunca contárselo a nadie.
El 4 de julio de 2013
mi mundo se me cayó estrepitosamente.
Ese fue el día que recibí
una llamada telefónica de mi madre
diciéndome que mi sobrino de 22 años,
Paul, había terminado con su vida,
tras años de luchar
contra la depresión y la ansiedad.
No hay palabras que puedan describir
la devastación que sentí.
Paul y yo estábamos muy unidos,
pero no tenía idea de que
estuviera sufriendo tanto.
Ninguno de nosotros había hablado
con el otro sobre nuestras luchas.
La vergüenza y el estigma
nos mantuvieron a ambos en silencio.
Ahora mi forma de enfrentar
la adversidad es encarándola de frente,
así que pasé los siguientes dos años
investigando la depresión y la ansiedad,
y encontré algo alucinante.
La Organización Mundial de la Salud dice
que la depresión es la principal causa
de enfermedad y discapacidad
en el mundo.
Si bien la causa exacta
de la depresión no está clara,
la investigación sugiere que la mayoría
de los trastornos mentales se desarrollan,
al menos en parte,
debido a un desequilibrio
químico en el cerebro,
y/o debido a una predisposición
genética subyacente.
Así que no puedes quitártela.
Para los estadounidenses negros,
factores estresantes como el racismo
y las disparidades socioeconómicas
suponen un 20 % más de riesgo de
desarrollar un trastorno mental,
sin embargo, solo buscan
servicios de salud mental
la mitad con respecto a la tasa
de estadounidenses blancos.
Una razón es el estigma,
con el 63 % de los estadounidenses negros
que confunden depresión con debilidad.
Lamentablemente, la tasa de suicidio
entre los niños negros
se ha duplicado en los últimos 20 años.
Pero hay una buena noticia:
el 70 % de las personas que
luchan contra la depresión mejorará
con terapia, tratamiento y medicación.
Armada con esta información,
tomé una decisión.
Ya no iba a estar en silencio nunca más.
Con la bendición de mi familia,
yo iba a compartir nuestra historia
esperando provocar
una conversación nacional.
Una amiga, Kelly Pierre-Louis, dijo:
"Ser fuerte nos está matando".
Ella está en lo correcto.
Tenemos que abandonar
esas viejas narraciones cansinas
sobre la fortaleza de la mujer negra
y sobre el hombre negro súper masculino,
que, sin importar cuántas veces
son derribados,
con solo agitarlos,
son soldados al servicio.
Tener sentimientos no es
un signo de debilidad.
Los sentimientos significan
que somos humanos.
Y negar nuestra humanidad,
nos deja vacíos por dentro,
buscando formas de automedicarnos
para llenar el vacío.
Mi droga fue un gran logro.
En estos días comparto
mi historia abiertamente
y pido a los demás que también
compartan las suyas.
Creo que eso es lo que se necesita
para ayudar a las personas que
pueden estar sufriendo en silencio,
saber que no están solas,
y saber que con ayuda,
ellas pueden recuperarse.
Todavía sigo teniendo mis dificultades,
particularmente con la ansiedad,
pero puedo gestionarla
con mediación diaria, yoga
y una dieta relativamente saludable.
(Risas)
Si siento que las cosas comienzan
a girar en espiral,
pido cita para ver a mi terapeuta,
una mujer negra dinámica
llamada Dawn Armstrong,
con un gran sentido del humor
y una familiaridad que
encuentro reconfortante.
Siempre me arrepentiré
de no haber estado allí para mi sobrino.
Pero mi más sincera esperanza
es que puedo inspirar a otros
con la lección que aprendí.
La vida es bella.
A veces desordenada,
y siempre impredecible.
Pero todo saldrá bien
si uno tiene el sistema
de soporte para superarlo.
Espero que si su carga
se vuelve muy pesada,
también pidan ayuda.
Gracias.
(Aplausos)