A los 9 años yo pensaba que
un maestro era alguien con un título,
que se paraba frente a una clase
y que enseñaba mientras lo escuchaban.
Estudié en una escuela privada
y de pocos recursos durante 5 años
y vi que a muchos de mis amigos
no les interesaban sus estudios.
Algunos no prestaban atención en clase
y otros faltaban muchísimos días.
Me di cuenta de que esto creaba
mucha presión y estrés entre los maestros.
Me hizo cuestionar lo siguiente:
¿Cuán retador es ser el único responsable
en un aula de 40 estudiantes?
Me pregunté: ¿Por qué dependen
de ese maestro los alumnos?
¿Cuándo se darán cuenta los alumnos
de que hay un maestro en ellos?
Quise hacer algo respecto a eso
y decidí tratar de ayudar a mi maestra
siempre y cuando me fuera posible.
La empecé a ayudar cada día
a tomar el registro,
y a escribir los deberes en el pizarrón.
Mientras hacíamos las tareas,
traté de ayudar a los alumnos
que tenían problemas.
Y cuando faltaba la maestra,
la llamaba y le preguntaba
cómo podía ayudarla.
Después hacía de monitora y les daba
el vocabulario que había que aprender,
algunos problemas de matemática
y hasta tareas para hacer en casa.
Con el tiempo, más compañeros de clase
me ayudaron a hacerlo.
De a poco, empezamos a adueñarnos
de nuestro aprendizaje en la clase.
Esto duró bastante tiempo,
pero ¡yo quería hacer aún más!
A muchos de mis compañeros les hacía falta
que los ayudaran a leer y a comprender.
A mi amiga Pinky y a mí
nos apasionaba la lectura,
así que empezamos un club de lectura.
En ese club había alumnos de
cuarto, quinto y sexto grado
y muchos tenían un nivel de lectura bajo.
Empezamos dándoles libros
con más imágenes que palabras
y una vez que aprendieron a leer esos,
aumentamos el nivel de dificultad
y les dimos libros con más palabras.
También discutimos cosas como
el carácter, los rasgos,
los hechos principales
y la trama del cuento.
Después de varias sesiones la maestra
les hizo una prueba ¡y habían mejorado!
Algunos de nuestros compañeros ¡mejoraron
el nivel de lectura un 1,5 en solo un mes!
Al final,
también pudimos dirigir
círculos de lectura con gente mayor.
Esta experiencia
me hizo sentir muy orgullosa de que
por un instante yo fui la maestra,
independientemente de mi edad y clase.
Quiero hacerles una pregunta:
¿Hay cosas que los apasionan?
Estoy segura de que sí, porque a mí
me apasionan muchas cosas.
Algunas de esas cosas son
cocinar, tejer, el jardín y dibujar.
Les debo esas pasiones a
los distintos maestros que tuve.
A maestros como el Sr. Farhan,
uno de los jardineros de la escuela,
que me enseña cosas geniales
sobre la permacultura.
Estos días estoy aprendiendo una nueva
forma de jardinería llamada "acuaponía".
O a mi madre, que me enseñó a cocinar
y a ser independiente cuando ella no está.
Como habrán visto, ninguno de ellos
tiene el título de maestro.
Pero a su manera, son maestros.
Y Uds., ¿tienen un maestro así en su vida?
¡Estoy segura de que sí!
En mi comunidad,
la gente hace muchas cosas distintas
y yo puedo aprender de ellos.
Cosas como organización de los colectores
de basura, limpieza de los barrenderos,
matemática de los carpinteros,
cocina de las amas de casa
y a como llevar negocios de los tenderos.
¿Alguna vez pensamos en las cosas
qué podemos aprender de ellos?
No, pensamos que, por su edad, género
y el tipo de trabajo que hacen,
no nos pueden enseñar nada.
De hecho, pueden enseñarnos muchas cosas.
Yo creo que todos somos maestros.
Uds. son maestros, yo soy maestra.
No importa la edad, el género
ni el trabajo que hagamos.
Creo que si empezamos a ver a
todos los que nos rodean como maestros,
algún día llegaremos a esa
razón perfecta que es de 1 a 1.
Gracias.