Bien, ¿qué te lleva a salir a las 3 de la mañana de la comodidad de tu casa a pintar ilegalmente en la ciudad? Te juegas el tipo, empleas tu tiempo, tu dinero, y todo ello... para hacer algo que nosotros creemos muy importante. Bueno, primero voy a presentar a mis compañeros. Son Javier, arquitecto, Pablo, diseñador gráfico, Purone, publicista e ilustrador. Allí está Juan, a los mandos, que manejará los vídeos; es licenciado en Bellas Artes. Y yo soy Rubén, ingeniero de caminos, artista plástico. Y todos hemos renunciado a nuestra formación por algo que creemos que es el deber de todo artista: conectar con la gente. Emocionar, sorprender, inspirar. Hay una frase de un amigo que me encanta, que dice: "Los médicos curan, los mecánicos arreglan coches, y los artistas son los que te tocan el corazón". Nosotros hemos elegido el arte urbano como vía para conectar con la gente. La ciudad para nosotros es el soporte soñado por varias razones. La primera: no hay intermediarios. No hay críticos, no hay galerías. La relación artista-público es directa. Además, no hay segmentación de público. El arte en la calle está para todos, no solo para los que van a un museo. Y lo mejor de la ciudad: la escala es gigante. Las posibilidades son enormes. Eso sí, si actúas en la ciudad, debe ser con un fin. Y para hacer ciudad, ese fin debe ser constructivo. Nosotros, a lo largo de los años, con nuestro trabajo, hemos llegado a una conclusión que se ha convertido en una máxima: Si nuestra obra no mejora el soporte donde intervenimos, entonces no actuamos sobre él. A veces se pueden recuperar espacios con gestos muy sencillos como pintar con blanco. Por ejemplo, esta serie que hemos realizado de retratos de artistas urbanos cuyas caras, en un guiño de metalenguaje, aparecen al limpiar con blanco parcialmente esos soportes tan castigados. Como artistas que actuamos en la ciudad, tenemos una responsabilidad con ella, pero también una responsabilidad para con el tiempo donde vivimos. Hoy nos rodean palabras como: "crisis", "corrupción"... palabras muy negativas que nos van desgastando. Nosotros queremos invertir ese proceso y que sean palabras muy positivas las que nos rodeen, y por eso pintamos "alegría" o "inspiración", o "La imaginación nos hace infinitos". Creemos que el poso que te va dejando es muy diferente. Por supuesto, siempre hay lugares complicados, como Madrid. Madrid es un sitio lleno de espinas, aquí todo es difícil, aquí todo es complejo, lleva licencias, burocracia, expresarse... cualquier manifestación libre en la ciudad es rápidamente tapada con gris. Pero aún con el gris se puede hacer algo. Puedes hacer como ellos y pintar con gris. Y puedes dejar una serie de mensajes en la ciudad que hagan reflexionar al espectador precisamente por estar pintados con gris. Nosotros hemos escrito: "Madrid, te quiero en colores". La vida... (Aplausos) "La vida podría ser de color de rosa". En fin, una serie de mensajes, y de toda esta serie de muros grises, el récord de permanencia fue de una semana. (Risas) El que menos duró: 18 minutos, y hoy el ayuntamiento de Madrid nos reclama en concepto de multa € 6000 por pintar "azul cielo". En fin, nuestro... (Aplausos) Sabemos que nuestro trabajo es efímero y no nos importa, sino que además, creemos que esa característica lo hace todavía más romántico, más especial. Por supuesto, otras veces nuestra obra dura más tiempo, como es el caso de Berlín. Allí pintamos una obra que se llama "Die Umarmung" (El Abrazo), en la que dos figuras se unen en un íntimo abrazo frente al muro de Berlín. Además, una tiene el símbolo del Este y la otra tiene tatuado el símbolo del Oeste. Simbolizan el encuentro de las dos Alemanias, de las dos Europas, hasta entonces divididas. Aprendimos a vincular conceptualmente nuestra obra con el sitio, porque la hace más potente. Esta obra la pintamos en el East Side Hotel, que está enfrente de ese fragmento de muro que queda en pie. Y allí, el dueño del hotel, cuando se lo explicábamos, antes de pintarlo, nos decía: "Pero ¿cuánto me va a costar?" Y le decíamos: "Nada. Nada de nada. Es nuestro particular homenaje al diálogo, al entendimiento. Queremos que este sea nuestro regalo a Berlín". Y lo pagamos de nuestro bolsillo porque creíamos que eso lo hacía más especial. (Aplausos) Así que aprendimos a reflexionar sobre el espacio. A partir de entonces, ese concepto, esa reflexión, para poder hacer algo que tuviese sentido allí fue cobrando importancia, porque nuestras piezas no son como los cuadros u otras obras, que se pueden llevar de un sitio a otro, sino que están sujetas a un lugar. Y entonces dijimos: "Si además de físicamente, están vinculadas conceptualmente con ese lugar, entonces son más redondas". Así que, bueno, nuestro trabajo... mira, por ejemplo está Hamar, Noruega. Aquí nos invitó el estudio de arquitectura Ecosistema Urbano para dar el pistoletazo de salida a un proceso que transformaría a un parking en una plaza. Para elaborar este proyecto, nos inspiramos en los patrones de los jerseys escandinavos, que para los noruegos son una seña de identidad. Y, haciendo una lectura de ellos, inspirándonos en esas geometrías, pintamos el suelo de la plaza. Además de modificar el espacio público, conseguimos modificar la percepción de la gente. Vimos que para ellos, antes esto era un parking, pero una vez que estaba pintado, empezó a ser una plaza. Era una fina capa de pintura, pero vimos que funcionaba. Después vino un proyecto muy especial, fue Sudáfrica. A Ciudad del Cabo nos invitó un galerista, a su programa de residencia, llamado: "A Word of Art", para intervenir en los muros de un barrio llamado Woodstock. Es un barrio deprimido a las afueras del centro, es peligroso, es un sitio complicado pero viviendo allí los primeros días, vimos que Mandela había dejado una huella muy profunda allí. Es el país donde más veces hemos oído la palabra "inspiración". Así que quisimos aportar nuestro granito de arena en ese profundo proceso de cambio que está viviendo Sudáfrica, y pintar una serie de murales con iconos y frases positivas que inspirasen a las jóvenes generaciones. La clave nos la dio un vecino, que decía: "Nunca sabes de dónde saldrá el próximo Mandela, ni lo que le habrá influido a ser como es". Allí tuvimos también la oportunidad de viajar, bueno, está a las afueras de Ciudad del Cabo, a Khayelitsha, que es un township donde viven tres millones de habitantes. Es una auténtico océano de chapas con unas condiciones muy difíciles allí para la gente. Allí habían hecho un club de ciclismo. El fundador comenzó entrenando a tres chavales, y hoy tenía a 300 chavales. Y esta escuela de ciclismo que se llama Velokhaya se había convertido en un pulmón de oxígeno para esa comunidad, porque era un sitio donde los chavales no solo ya hacían deporte, sino que les inculcaban valores como el trabajo en equipo, la disciplina y un profundo sentimiento de pertenencia a una comunidad. Aquello nos inspiró y dijimos: "Vamos a implicarles. Que pinten los monitores, que pinten los chavales mano a mano con nosotros". Y algo que parecía cotidiano, supuso para nosotros un punto de inflexión. Vimos que a través del arte participativo la gente no solo modifica su entorno sino que modifica su manera de relacionarse con él. Para aquellos chavales, su club de ciclismo ya no era el club sino que era el sitio chulo del barrio. Y estaban orgullosos porque lo habían pintado ellos. Y bueno, esto nos voló la cabeza, nos flipó. Y dijimos: "Este tipo de experiencias tenemos que repetirlas, multiplicarlas". Habíamos visto que nuestro trabajo podía tener una componente social y que podía ser una herramienta de cambio en las comunidades. Así que no sabemos cómo lo haremos porque Sudáfrica fue un proyecto altruista que también nos costeamos nosotros. Siempre andamos en el alambre pero sí tenemos muy claro lo que queremos hacer, que es utilizar el arte urbano como herramienta de cambio o herramienta dinamizadora en este tipo de comunidades. Un proyecto al que hemos bautizado como "Crossroads". Y afortunadamente, temprano llegó la segunda etapa, que se produjo en Brasil. Fue en enero de este año. Allí en Brasil, en concreto en São Paulo, en la periferia de São Paulo, en un sitio cuyo nombre ya tiene cierta magia porque se llama Brasilandia... Allí tuvimos la suerte de conocer a Dimas, que nos abrió las puertas de su casa, nos invitó a vivir con su familia que nos trató como a 5 hijos más y que se convirtió en nuestra familia, la familia Reis Gonçalves. Vivir allí en la favela fue algo muy especial, pudimos comprenderla, es un sitio fascinante. La gente vive muy cerca unos de otros, hace que sus relaciones sean muy intensas, y esa arquitectura, aparentemente caótica y sin plan, para nosotros tiene una belleza muy especial, le vemos un potencial enorme. Estos morros son, para nosotros, tremendamente estéticos y en este proyecto tampoco teníamos una idea previa porque queríamos respirar el lugar, ver lo que nos decía. Y vimos estos callejones, que es un elemento característico del tejido de la favela que unen la parte alta con la parte baja, y vimos que a pesar de ser las venas que articulan, que dan acceso a los vecinos a sus casas... a pesar de eso eran sitios oscuros, sucios. Y dijimos: "Vamos a meter un poco de luz. Vamos a meter luz, color". Se nos ocurrió utilizar la anamorfosis para meter aquí unas... bueno, es una técnica en la que el viandante desde un punto concreto todo cobra sentido. Esa abstracción se aplana y de repente se forma algo mágico, en este caso una palabra. Porque escribimos las 5 palabras que, para nosotros, definían Brasilandia, cambiando esos callejones. Esta es "Beleza", "Firmeza", "Amor", "Orgulho". Y no sé si se vio "Doçura", hay otra. Pero lo más bonito de todo fue trabajar mano a mano con los vecinos de esos callejones. Todo esto se resume en una experiencia de la que realizamos un documental de 15 minutos que podéis ver en la red. Se llama "Luz nas vielas" y para nosotros fue un proyecto muy completo, porque logró aglutinar todas las capas, modificar el espacio público, hacer algo vinculado con el sitio ya que esas palabras eran el retrato de Brasilandia, y lo más importante: conseguir que los vecinos se sintieran orgullosos de su calle, porque habían sido ellos quienes lo habían pintado, quienes lo habían limpiado y quienes lo habían transformado en una cajita de color de la que hoy estaban orgullosos. Siempre decimos que de estos viajes volvemos con más de lo que hemos dejado allí, por mucho que hayamos pintado. La verdad es que venimos más plenos, más llenos de luz, más llenos de fuerza para seguir peleando por hacer posible lo que parece imposible. Hoy soñamos con hacer arte urbano a gran escala. No transformar sólo ya los callejones de una favela sino la favela entera. Un barrio, una ciudad. Y mejorar los vínculos de la gente con el lugar donde vive. Hemos elegido una vida que a nosotros nos gusta decir que es como una montaña rusa: está llena de momentos de emoción, momentos de vértigo, cuestas abajo trepidantes y cuestas arriba duras y lentas de las que parece que no vas a salir nunca porque no tienes ni un sueldo estable ni nada a lo que agarrarte. Pero como en todas las montañas rusas, cuando te bajas estás temblando, tienes los pelos de punta y lo que estás deseando es volver a subirte otra vez. (Aplausos)