En agosto de 2012 yo estaba en una carpa
muy cerca de la frontera
entre Sudán y Sudán del Sur.
Era mi primera vez
en un campo de refugiados.
Era poco más de media noche,
y junto al monitor de mi computadora
había media botella de vodka muy caliente,
y en la pantalla frente a mí
tenía esta imagen.
Yo había sido enviado allí
para tomar esta foto.
Había trepado a un poste
para encontrar la perspectiva
que dejara ver la larga fila de gente
extenderse hacia el horizonte.
Miles de rostros
esperando recibir mosquiteras,
mantequilla de maní y lentejas secas.
Y mirando esa foto,
comencé a sentir nauseas.
Pensé que iba a vomitar sobre el monitor,
quizás fuera el vodka.
Pero yo creo que fue el vasto abismo,
la enorme distancia
entre todo lo que había visto y vivido
durante esa semana
y la imagen que me devolvía la mirada.
Hay un tipo muy específico de fotografía
que es la "fotografía de refugiados".
Lo sabrán, si han visto una,
y como fotógrafos, sabemos
que hemos logrado tomar una,
si se ve exactamente
como toda foto icónica de refugiados.
Estas fotografías son muy claras.
Se las puede reconocer
por la presencia de polvo o lluvia.
Generalmente muestran
gente cansada cargando bultos.
A veces hay botes agujereados,
y normalmente se ven
rejas y alambres de púas.
Pero estas fotos no son
necesariamente malas,
de hecho, pueden tener un gran poder.
El problema es que muestran
una sola cara de la moneda.
Hay una razón por la que existen.
Estas fotografías tienen el poder
de captar fuertemente nuestra atención,
de arrojar luz sobre crisis
que de otra manera seguirían ignoradas.
Pero lo que no hacen
es desafiar nuestras creencias
y prejuicios.
Mirando las fotos que yo mismo he tomado,
lo único que podría decir
de los refugiados
es que generalmente tienen hambre
y que están cansados.
Y no sé si mucho más que eso.
No sé si tendría alguna idea de que
los refugiados también se casan,
de que van a fiestas de cumpleaños,
de que, sí, los refugiados también
tienen cuentas de Facebook.
La narrativa occidental sobre refugiados,
que se ha convertido en la dominante,
la única narrativa de refugiados,
tiene el efecto de reducir
a la gente a meras víctimas,
y sus historias, a meros cuentos
de una sola pena y dolor.
Se nos alimenta con repetidas imágenes
que coinciden con los estereotipos,
y como dice el novelista nigeriano
Chimamanda Ngozi Adichie:
"El problema de los estereotipos
no es que no son verdaderos,
sino que son incompletos".
A la ONU. varias ONGs y a los medios
les encantan las estadísticas.
Éstas existen por una razón y es,
para dar peso y gravedad a esas crisis,
para ayudarnos a entenderlas.
Pero, ¿cuándo usamos estadísticas
para describir las cosas
o las personas que amamos?
Imaginemos que estuviéramos
en un horrible universo paralelo,
en el que Uds. no tuvieran
idea de lo que es un cachorro,
y yo tuviera que explicárselo
por medio de estadísticas.
Entonces sabrían que un cachorro
tiene 17 vértebras en su cola,
que la altura de sus hombros es de 28cm,
y que la circunferencia
de patas sus es de 34,32mm.
¿Realmente sabrían qué es un cachorro?
Ahora comparen eso a jugar
con un perro por 30 segundos,
o a leer el relato de una pequeña
que llevó por primera vez a su cachorro
a jugar al parque, o a la nieve.
Mi punto es:
que no aprendemos tanto
de los datos y las estadísticas
como de las historias y las experiencias.
Y, sí, este es mi nuevo cachorro.
(Risas)
Su nombre es Cabbage. Es genial.
Otra cosa que deberían saber
sobre las estadísticas
es que mientras están destinadas
a cuantificar la humanidad,
usualmente deshumanizan
a aquellas personas sobre las que operan.
Nos cuentan que,
el año pasado, 2.1 millones de personas
se escaparon de Sudán del Sur
cruzando la frontera hacia Uganda
2.1 millones.
Quizás sus mentes puedan
concebir esos números,
pero para mí, es un número impensable.
A no ser que lo pueda vincular
con un ser humano de carne y hueso,
realmente no tiene ningún sentido.
Esto es porque hay una gran diferencia
entre conocimiento e información.
Y creo que lo que necesitamos,
para entender algo a esta escala,
como la crisis de refugiados,
no son estadísticas; ellos no son números,
son historias,
historias de personas individuales.
Así que volvamos a esa carpa.
Son las dos de la mañana,
queda un tercio de la botella de vodka.
Estoy ahí sentado, adjuntando leyendas
a la dramática imagen
que acabo de tomar.
Pongamos que hay 234 000 personas
que acaban de cruzar la frontera.
Pero aunque ese número
es completamente factual, y cierto,
hay algo que me resulta deshonesto
en lo que estoy haciendo.
Creo que es porque cuando estaba ahí,
no me impresionó tanto
el número de refugiados.
Ni cuántos había,
ni cuánto estaban sufriendo.
Lo impresionante era que
mientras tomaba fotos cada día,
me seguían risas y miradas sonrientes,
en este lugar,
donde nunca lo hubiera creído posible,
que había niños jugando
a cualquier sitio que iba,
como en cualquier otro lugar.
Los niños buscaban trozos de sandalias
y recogían palitos
para armar autos
que manejaban por entre los campamentos,
o recolectaban pedacitos de red
para hacer balones y jugar al fútbol.
Y la emoción que brotó dentro de mí
al relacionarme con estas personas,
no fue pena.
No fue ni siquiera compasión.
Fue respeto.
Yo estaba asombrado
al encontrar que no se trataba de
un show de horror unidimensional
y que estas personas
no eran solo víctimas,
que en realidad se trataba
de individuos dignos.
A mí me habían contado
solo una historia de los campos,
y era la del horror.
Y no era verdad,
o no era enteramente verdad.
Lo más importante es que en este lugar,
donde la gente ha perdido tanto
—han perdido sus hijos,
sus hogares, sus rebaños,
a sus amigos, y ahora viven en carpas
en un país ajeno,
rodeados de extraños—
no solo mantuvieron su dignidad,
el corazón humano es tan grande
que esta gente mantuvo
la habilidad de amar.
Y a este punto, yo estaba bastante
avergonzado de mí mismo.
estaba avergonzado
de las fotos que tomaba,
que reducían estas personas
a estereotipos,
que las convertían
en exactamente aquello mismo
que solo evocaba miedo y pena en mí.
Entonces, ¿qué hice?
Cambié.
Decidí
que en lugar de contar la historia
de 234 000 refugiados anónimos,
contaría solo la historia de una persona.
Y de una manera en que
las audiencias mundiales,
sin importar a qué cultura pertenezcan,
ni de qué color sea su piel,
sean capaces de empatizar con ella,
y sean capaces de ponerse a sí mismos
por un instante
en el lugar de un refugiado.
Y la idea fue muy, muy simple:
Simplemente pedí a los refugiados
que me contaran sus historias,
y que me dijeran cuál había sido
el objeto más importante
que habían traído consigo
cuando escaparon de sus hogares
y sus países.
El proyecto que surgió de esto se llamó
"La cosa más importante",
y me gustaría
compartir algunas historias
de las personas que conocí.
Esta es Dowla.
La conocí en Sudán del Sur.
Había huido durante varias semanas
de su casa en Gabanit
tras el bombardeo de su hogar.
Dowla era madre de seis niños,
y la cosa más importante
que había traído con ella
era ese palo que sostiene
sobre los hombros
con las dos canastas.
Había tenido que cargar
a dos niños en cada canasta
mientras caminaba con otro
colgando de su espalda
y uno más que iba junto a ella,
durante un viaje de 10 días
por las montaña.
Esta es Leila.
La conocí en el norte de Irak
justo al inicio del invierno.
Ella, su familia y otras tres más
estaban viviendo en una estructura
de concreto sin techo.
Leila me contó
que lo más aterrador en Siria
era el sonido de los tanques.
"Era aún más aterrador
que el de los aviones,
porque yo sentía
que venían específicamente a por mí"
Lo más importante
que Leila trajo con ella
son los jeans que está sosteniendo aquí.
Dijo, "Fui de compras con mis padres
busqué durante horas
sin encontrar algo que me gustara,
pero luego ví estos jeans,
y supe al instante que eran perfectos
porque tienen flores,
y a mí me encantan las flores."
Los había usado solo tres veces,
todas en Siria
para dos bodas y
cuando su abuelo vino de visita.
Me contó que no los quería usar más
hasta que no fuera a otra boda,
y esperaba que también fuera en Siria.
Este es Sebastian.
Tenía siete cuando su familia escapó
de la Guerra de Independencia de Angola,
y cruzó a
la República Democrática del Congo.
Eso ocurrió hace más de 60 años.
Sebastian me dijo:
"Recuerdo que hacía frío
y que mi padre me dio su chaqueta.
Yo la llevaba al cruzar la frontera,
y cada vez que la veo, aún ahora
mientras te cuento esta historia,
lo recuerdo a él y a Angola,
El día en que volvamos,
la tendré conmigo,
y recordaré a mi padre.
Me la pondré porque ahora soy un padre.
Dos semanas más tarde,
Sebastian regresó a Angola.
Pero no todos tienen la misma suerte.
Hoy hay más de 65 millones de personas
expulsadas de casa por la guerra.
65 millones.
Más que durante la
Segunda Guerra Mundial.
Es el número más alto registrado
en la historia.
Pongámoslo en otros términos, es casi
una de cada 100 personas en la tierra.
Quisiera compartir una historia más,
una de 65 millones de personas.
Esta es la historia de mi amigo Fayiz.
Fayiz no es muy diferente
de la gente que está en esta sala
y creo que en vez de
contarles yo su historia
debería hacerlo
con sus propias palabras y su propia voz.
La situación en Siria era muy complicada.
Habían matado a niños.
Imagínate llegar a casa y
encontrar a tus hijos...
No podía dormir.
Lo dejé todo.
Me llamo Fayiz. Soy de un
pequeño pueblo de Siria.
Soy profesor de inglés.
[CAMPO DE REFUGIADOS DE KAWERGOSK,
NORTE DE IRAK]
No elegí ser refugiado.
En el campamento siento
que mis hijos están seguros
porque sé que nadie va a venir a matarlos.
Antes de que el conflicto
de Siria empezara,
veíamos a refugiados de todo el mundo
sobre todo en África.
Pero jamás pensé que
yo me convertiría en refugiado.
Un refugiado es una persona.
No es de aquí.
Sus tradiciones son distintas
a las nuestras.
Un refugiado también
es un ser humano.
Tiene amigos, emociones,
tiene todo lo que Dios
da a un ser humano.
"Refugiado" solo es un nombre político.
Todos los días soñamos
con la casa y amigos que dejamos.
El futuro está completamente destrozado
para mi mujer y para mí.
Pero mis hijos,
quizás en cinco años podamos
construir un hogar para ellos.
Y tienen tiempo de olvidar, de prepararse,
reconstruir, reparar.
Así que sus sueños,
hay que cuidar de sus sueños.
Las historias que han visto esta noche,
esta tarde, todas eran de guerra,
pero la guerra no es lo único
que expulsa a la gente de sus casas.
Muchos refugiados de todo el mundo
han huído por los que aman,
han tenido que dejar su casa y su país
por el color de su piel
o el grupo étnico en el que nacieron.
Así que ahora, en esta era
donde el miedo y la xenofobia rápido
pueden transformarse en política,
es más importante que nunca recordar que
no solo tanques y bombas
pueden hacernos dejar nuestro hogar.
La próxima vez que vean una fotografía,
una dramática con montones de gente
que está triste y lleva bultos,
o la próxima vez que oigan una historia,
una muy simple
llena de estadísticas alarmantes
sobre un grupo que tal vez
no entiendan muy bien,
pregunten más.
Piensen en Leila, piensen en Fayiz.
Y recuerden, esto no son números,
son personas.
Me gustaría dejarles con una pregunta:
Si tuvieran 30 segundos
antes de salir corriendo,
llevando lo que puedan,
salir por la ventana
de detrás de la casa
en medio de la noche,
tal vez para no volver,
¿qué llevarían con Uds.?
¿Cuál es para Ud. lo más importante?
Gracias.
(Aplauso)