A comienzos del 1905, el joven a punto de cumplir 26 años , Albert Einstein, se enfrentaba a la vida como académico fracasado. La mayoría de los físicos de la época se habían burlado de la idea de que este pequeño funcionario pudiera aportar mucho a la ciencia. Sin embargo, en el año siguiente, Einstein publicaría no uno, no dos, no tres, sino cuatro trabajos extraordinarios, cada uno en un tema diferente, destinados a transformar radicalmente nuestra comprensión del universo. El mito de que Einstein había fracasado en matemáticas es sólo un mito. Él dominó el cálculo por su cuenta ya a los 15 años y obtuvo buenos resultados tanto en su escuela secundaria de Múnich como en la politécnica de Suiza, donde estudió para lograr el diploma para enseñar matemáticas y física. Pero saltarse las clases para pasar más tiempo en el laboratorio y no mostrar la debida deferencia a sus profesores descarriló su carrera prevista. No le consideraron ni siquiera para un puesto de asistente de laboratorio, tuvo que conformarse con un trabajo en la oficina de patentes suiza, obtenido con la ayuda del padre de un amigo. Aún trabajando seis días a la semana como un empleado de patentes, Einstein se las arregló para sacar algo de tiempo para la física, discutir el último trabajo con algunos amigos cercanos, y publicar un par de trabajos menores. Fue una gran sorpresa cuando en marzo de 1905, se presentó un documento con una hipótesis sorprendente. A pesar de décadas de evidencia de que la luz era una onda, Einstein propuso que podría, de hecho, tratarse de una partícula, mostrando que los fenómenos misteriosos, tales como el efecto fotoeléctrico, podría explicarse mediante su hipótesis. La idea fue ridiculizada en los siguientes años, pero Einstein estaba simplemente 20 años por delante de su tiempo. La dualidad onda-partícula fue candidata a convertirse en la piedra angular de la revolución cuántica. Dos meses después, en mayo, Einstein presentó un segundo documento, esta vez abordando la centenaria pregunta de si realmente existen los átomos. Aunque ciertas teorías se construyeron bajo la idea de los átomos invisibles, algunos científicos prominentes todavía creían que eran una ficción útil, más que objetos físicos reales. Pero Einstein utilizó un argumento ingenioso, demostrando que el comportamiento de las partículas pequeñas que se mueven al azar alrededor en un líquido, conocido como movimiento browniano, se podría predecir con precisión debido a las colisiones de millones de átomos invisibles. Los experimentos pronto confirmaron el modelo de Einstein, y los escépticos atómicos tiraron la toalla. El tercer documento llegó en junio. Durante mucho tiempo, Einstein había tenido problemas por una inconsistencia entre dos principios fundamentales de la física. El principio bien establecido de la relatividad, que inició su andadura con Galileo, afirmaba que el movimiento absoluto no podía definirse. Sin embargo, la teoría electromagnética, también bien establecida, afirmó que existía el movimiento absoluto. La discrepancia y la incapacidad para resolverlo, dejó a Einstein en lo que describió como un estado de tensión psíquica. Pero un día de mayo, tras haber reflexionado sobre el rompecabezas con su amigo Michele Besso, empezó a ver la luz. Einstein se dio cuenta de que la contradicción se podría resolver si la velocidad de la luz es lo que se mantiene constante, independientemente del marco de referencia, mientras que el tiempo y el espacio son relativos al observador. A Einstein le tomo solo unas semanas trabajar en los detalles y formular lo que llegó conocerse como la relatividad especial. La teoría no sólo destrozó nuestro entendimiento previo de la realidad, sino también allanaría el camino para que las tecnologías, que van desde los aceleradores de partículas, hasta el sistema de posicionamiento global. Uno podría pensar que esto era suficiente, pero en septiembre llegó el cuarto artículo como seguimiento al artículo de la relatividad especial. Einstein había reflexionado algo más acerca de su teoría, y se dio cuenta que también implicaba que la masa y la energía, una aparentemente sólida y la otra supuestamente etérea, eran en realidad equivalentes. Y su relación podría expresarse en lo que se convertiría en la más famosa y consecuente ecuación de la historia: E=mc². Einstein no se convertiría en un icono conocido mundialmente hasta después de casi otros 15 años. Fue solo tras confirmar su teoría general de la relatividad en 1919 midiendo la curvatura de la luz de las estrellas durante un eclipse solar que la prensa lo convertiría en una celebridad. Pero incluso si hubiera desaparecido de nuevo en la oficina de patentes y no hubiera logrado nada más tras 1905, esos cuatro documentos de su año milagroso habría seguido siendo el estándar de oro del genio sorprendente inesperado.