Algunas de las mejores oportunidades de aprender se nos presentan en los momentos de perplejidad. Aquellos momentos en los que empezamos a reflexionar y hacernos preguntas. Esos momentos han ocurrido a lo largo de la historia y han dado lugar a algunos descubrimientos realmente asombrosos. Pongamos como ejemplo la siguiente historia. Había una vez un tipo llamado Arquímedes. Nació en 287 a. C. en la ciudad de Siracusa, Sicilia. Era griego, así como matemático, físico, ingeniero, inventor y astrónomo. Un día, el rey de Sicilia convocó a Arquímedes para que investigara si un orfebre le había engañado. El rey dijo que le había dado a un orfebre justo el oro necesario para hacer una corona. Sin embargo, cuando la corona estuvo lista, el rey sospechó que el orfebre le había engañado, que había utilizado algo de plata en la corona para así apropiarse de una parte del oro. El rey le pidió a Arquímedes que resolviera el problema. Pero había un inconveniente: no podía dañar la corona. Un día, mientras se bañaba, Arquímedes se dio cuenta de que el nivel del agua de la bañera subía y se desbordaba al sumergirse en ella. De repente comprendió que la cantidad de agua que se desplazaba dependía de cuánto cuerpo sumergía. Este hallazgo le supuso tal emoción que saltó de la bañera y corrió por las calles desnudo, gritando: «¡Eureka!» que viene del griego antiguo y significa: «¡Lo encontré!» ¿Qué encontró? Pues encontró una forma de solucionar el problema del rey. Arquímedes necesitaba calcular la densidad de la corona para ver si coincidía con la del oro puro. La densidad se calcula dividiendo la masa de un objeto entre su volumen. El oro puro es muy denso, más que la plata. Por lo que si hubiese plata en la corona, esta sería menos densa que si fuese de oro puro. Pero independientemente de lo que estuviera hecha, la corona tendría la misma forma, es decir, el mismo volumen. Así pues, si Arquímedes pudiese medir la masa de la corona primero, y luego, su volumen, podría averiguar su densidad. Pero no es fácil medir el volumen de una corona, ya que tiene una forma irregular, distinta a la de una caja o un balón. No podemos medir sus lados y multiplicar como haríamos con otras figuras. Arquímedes concluyó que la solución era darle un baño a la corona. Metiéndola en agua y viendo cuánta se desplazaba, podría medir el volumen, y calcular su densidad. Si la corona fuese menos densa que el oro puro, entonces, el orfebre habría indudablemente engañado al rey. Cuando Arquímedes volvió a donde el rey e hizo la prueba, según cuenta la historia, descubrió que el orfebre había efectivamente engañado al rey, usando algo de plata. Hoy en día, al método para medir el volumen mediante el desplazamiento de agua se le llama el principio de Arquímedes. La próxima vez que se bañe, podrá ver el principio de Arquímedes en acción y quizás se le ocurra también alguna genialidad.