Cuando tenía 15 años sentí de verdad la primera llamada de la vida gracias a un grupo de atletas olímpicos que entrenaban de forma gratuita a niños aquí, en San José. Me enamoré de uno de los deportes más desconocidos del mundo: el lanzamiento de martillo. Supongo que conocéis el lanzamiento de peso, el de disco, a lo mejor incluso el de jabalina. Aquí está lo que estabais esperando: Lanzamiento de martillo 101. Imagina que agarras una bola de unos 7 kilos, que le metes el palo de una escoba, que la haces girar tan rápido que gira a casi 97 km/h y que desarrollas una fuerza centrífuga de hasta 227 kilos. Entonces la sueltas justo en el momento exacto para que pueda sobrepasar un edificio de ocho plantas y casi la longitud de un campo de fútbol. Entonces comprendes la exclusiva dificultad y el atractivo de este deporte. A pesar de haber tenido los mejores profesores del mundo, mi primer día no fue bien. De hecho me caí. No podía haberlo hecho peor. Pero me levanté, lo intenté miles de veces y con el tiempo fui siendo mejor. Cuando comencé desde cero estaba en el último año de instituto, mi lanzamiento era el mejor de todos los estudiantes del país; me becaron para ir a Georgetown, ¡go, Hoyas! en 1996 formé mi primer equipo olímpico; y al fin conseguí alcanzar los 79 metros, uno de los récords de lanzamiento de la historia de Estados Unidos. (Aplausos) Gracias. Pero si os soy sincero, los beneficios de verdad de practicar este deporte fueron que pagaron mi educación, me permitieron ver el mundo y me permitieron estrechar lazos de por vida con algunas personas maravillosas. Pero como profesor durante estos últimos 20 años a veces me pregunto qué hubiese pasado con mi sueño olímpico si me hubieran calificado como calificamos a los niños en las clases. Repasemos rápido el sistema de puntuación de EEUU. Realmente este sistema comenzó en 1897 en Mount Holyoke College, donde decidieron calificar el trabajo de sus alumnos de la A a la E. Un año después se dieron cuenta de que E se confundía con excelente. (Risas) Y así es como se llegó hasta la F que todos conocemos y tememos. (Risas) Por lo tanto, estamos hablando de 120 años evaluando a estudiantes. Evaluar es genial. Seguramente paso más tiempo viendo vídeos de lanzamiento de martillo que cuando lo practicaba en realidad. Pero este sistema de puntuación presenta varios problemas graves. El primero: Son, de forma ilógica, permanentes. Volvamos a mi historia olímpica. En mi primer día hubiese obtenido una F. Al final del semestre a lo mejor una D. En mi último año de instituto hubiese liderado mi país. Tendría una A. Pero de todo esto se calcula la media y entonces mi nota hubiera sido un 2,5. Con un 2,5, las universidades no me hubieran aceptado y mi sueño olímpico se hubiese acabado casi cuando empezó. Debéis estar pensando, "Vale, pero los deportes son diferentes". Analicemos a un estudiante cualquiera en su primer año. Vamos a llamarle Doug. Doug por alguna completamente lógica razón suspende su primer examen de biología en su primer año. A lo mejor tiene la gripe. A lo mejor pasa algo en su casa. Pero él comienza con un suspenso. Con el tiempo mejora. Al final del semestre, es el mejor alumno de la clase de biología. Pero como de todo se hace el promedio, Doug obtiene un C+ y ese C+ es para siempre. Así que Doug en su último año podría seguir investigando y sería merecedor de un Premio Nobel en Biología pero no alcanza el 4,0. Quiero que penséis en la situación de Doug. ¿Cuántos de nosotros, si estuviésemos en una carrera, y te cayeras al principio y supieras que no tienes la oportunidad de ganar o de conseguir un buen puesto nos hubiéramos vuelto y rendido? Es algo muy difícil. Piensa en si fuese al revés. Conozco a cientos de profesores y no creo que ninguno de ellos hubiera querido una nota en su primer año de enseñanza que le acompañara durante toda su carrera. Sé que yo no querría. Estamos dejando pasar las segundas oportunidades. Todo lo que hacemos en la vida -nuestras habilidades básicas para vivir- al principio somos terribles en ellas. Andar, hablar, montar en bicicleta. Todos mejoramos a través de segundas oportunidades. O tomamos el modelo. Esto es un evento de Ted al fin y al cabo. El logo que todo el mundo conoce por su flecha guay que tiene en el espacio negativo, el logo de FedEx de ahí, como todos sabemos, se ha modificado 200 veces hasta llegar a esta versión. No fueron 199 fracasos y luego un éxito repentino; fue una evolución. O piensa en los ejemplos de éxito que admiramos: Thomas Edison, como sabemos descubrió 1000 formas de no inventar una bombilla antes de que llegara la luz; o Walt Disney, cuya primera empresa de animación cayó en bancarrota; o Maya Angelou que sobrevivió a una de las infancias más duras que puedas imaginar para llegar a ser una de las voces más influyentes del siglo XX. ¿Qué tienen estas personas en común? No es educación. No es dinero. No es privilegio. No es talento. Es resiliencia. Y cuando no damos esta segunda oportunidad, no construimos este rasgo que es más común en las personas que han logrado grandes éxitos. Las puntuaciones estresan. Si hablamos de estrés en alumnos, deberíamos escucharlos porque lo que nos cuentan es absolutamente chocante. En 2015, la encuesta California Healthy Kids mostró que uno de cada tres estudiantes declararon sufrir tristeza crónica, depresión. Y el año anterior, la Asociación Estadounidense de Psicología les preguntó cual era la principal causa de estrés en sus vidas y los alumnos marcaron escuela como primera opción. Uno de cada cuatro afirmó que le causaba estrés extremo. Y no es solo la existencia de la puntuación lo que causa esto. Hay una cosa inherente en la puntuación. Quiero que penséis en el peor videojuego del mundo. Vamos a llamarlo Level Down. En Level Down empiezas con todo desbloqueado. Tienes todos los superpoderes. Todas las velocidades. Pero cada vez empeoras más. Ocurrirían dos cosas si juegas a Level Down: perderías el interés muy rápido y solo te fijarías en las cosas que puediesen ir mal. No habría nada por lo que luchar. Esta es la situación más común entre los estudiantes de instituto. Incluso aunque Doug obtenga una A en su primer examen de biología, sólo puede mantenerse o hacerlo peor. Lo que está haciendo básicamente es equilibrismo. Si en el otro semestre consigue otra A la emoción más fuerte que sentirá será alivio. La emoción de aprender y mejorar no debería ser alivio. Debería ser alegría. A lo mejor dices "Vale, la educación es algo serio, no un juego". Quisiera disentir. Ya es un juego. Es solo un juego muy estresante y a menudo aburrido. Cada estudiante conoce las reglas del juego. Regla número uno: Descubrir qué es lo que de verdad quiere el profesor de mí. Número dos: Empollar la noche de antes, en la comida, en el coche, en el descanso. Número tres: Soltar la respuesta que el profesor quiere que sepa. Y vuelta a empezar. No es un juego divertido. Es un juego muy estresante. Y necesitamos cambiar las reglas. Las calificaciones son contra-motivadoras. Lo que quiero decir es que literalmente motivan rasgos que no queremos fomentar. Bien. Tenemos tres caminos. El de la izquierda tarda tres horas. El del centro tarda una hora. El de la derecha tarda cinco horas. Si al final del camino hubiera $100 ¿qué camino tomarías? Los estudiantes no son tontos. Ellos harían lo mismo. Significa que tomarían las clases más fáciles lo profesores más fáciles, los proyectos menos complejos, porque la recompensa es la misma, y como resultado ¿qué estamos incentivando de verdad? Moral de mínimo esfuerzo. Conformarse con lo sabido: no preguntes al profesor; afectará a tu nota. Y lo que más me duele abstinencia de creatividad. ¿Por qué vas a buscar una solución que es diferente a la del trabajo A que el profesor dio como ejemplo? Quisiera señalar que estos son los rasgos a los que recurrimos para buscar innovadores en la sociedad: gente que es increíblemente trabajadora gente que piensa diferente y gente que es creativa. Ahora algunos diréis "Vale, son los niños de ahora. Son vagos." Pero no lo son. Dog trabaja muchísimo después de clases aunque esté haciendo deporte, pasándose un videojuego, aprendiendo un truco de skate o aprendiéndose alguna canción con la guitarra. Trabaja muchas horas en esto, en aprender. ¿De qué los estamos privando en el colegio que lo aprenden cuando salen de él? Daniel Pink escribió un libro revolucionario llamado Drive donde consideraba que lo que de verdad nos motivaba eran la autonomía, la maestría y el propósito. En esencia, lo que queremos es libertad para elegir lo que hacemos. Queremos comprender cosas difíciles. Y queremos saber qué es importante, tanto para nuestro futuro como para el beneficio del mundo. Los estudiantes quieren libertad para desarrollar habilidades que importan. Cuatro: Las calificaciones desvían el objetivo real del aprendizaje. Este es Ernie Sheldon. Quiere superar el récord de altura: 2,13m. Fue muy importante en los años 50. Nadie lo ha hecho nunca. Es un poco como la milla en cuatro minutos. Ernie estaba tan entusiasmado que en su habitación puso una marca con una cinta a esa altura. Se obsesionó con ese número. Saltó 1,86m docenas de veces pero nunca saltó 2,13m. porque solo se centraba en el resultado final y no en cómo saltar mejor de verdad lo que le hubiera ayudado a conseguirlo. Así que si sustituimos esa marca por puntuación podemos ver el problema. Con esta investigación podemos corroborarlo. Ruth Butler escogió tres grupos de niños y les dijo vamos a hacer dos tareas de clase, Grupo número uno, vamos a calificaros. Grupo número dos, vamos a hacer observaciones. Grupo número tres, vamos a hacer ambas cosas. Imaginad cual de los tres grupos superó a los demás tanto en lo académico como en sus intereses por los proyectos. El grupo número dos. En otras palabras, únicamente saber que les iban a calificar hizo que su rendimiento fuese peor. Sabiendo todo esto, ¿por qué lo hacemos? ¿A quién le sirven esta puntuación? La única respuesta que veo es universidades. Necesitan diferenciarlos. Lo entiendo. Pero piensa en el hecho de que dos profesores del mismo departamento no estén de acuerdo en una evaluación. O en que los colegios usen diferentes escalas de calificación. En un colegio el mismo estudiante obtiene un 4,4 y en otro un 3.8. El mismo estudiante. O en que el sistema de calificación no signifique nada nunca más. Hubo una época en la que una C era literalmente una media matemática. No conozco ninguna clase hoy en día en la que esto ocurra. Entonces, ¿qué hacemos? Os digo algunos "qué pasaría". ¿Que pasaría si más universidades perdonasen a los de primer año? Así nuestras escuelas y nuestro sistema de UC harían esto. Pero debería ser estándar. ¿Qué pasaría si se centrasen más en los portfolios: en lo que los estudiantes crean, en las historias que cuentan, en lo que han investigado, y en lo que han escrito? Así tendríais una imagen más clara de la persona que en realidad es. ¿Quién sabe qué tienen en común estos tres estudiantes? Tienen el mismo promedio. Y es una locura. Propongo calcular la pendiente que sigue el promedio, algo que nos diera un poquito de historia, un índice de movimiento para así entenderlo: El estudiante número dos destaca y es probable que esté listo para ir a la universidad Solo empezó un poco mal. Deberíamos conocer esa historia, y no es tan difícil. ¿Qué pueden hacer los profesores? Convertir las clases en juegos. Los alumnos subirían de nivel y no bajarían de él. Enseñarles el sentido de maestría. Así un estudiante de cálculo dominaría álgebra primero. Darle la vuelta a las clases. Darles recursos a los que puedan acceder desde casa para que no se estresen. Darles una segunda oportunidad para que su trabajo pueda mejorar con el tiempo. Y por último, unir el aprendizaje. Es cuando trabajas con un profesional que usa las habilidades que has aprendido en clase en su vida profesional, lo que le da sentido. Durante estos últimos cinco años he intentando hacer todo esto y puedo deciros que funciona. Mis alumnos están menos estresados, más comprometidos y trabajando mejor. Así que no os confundáis: existen alternativas al sistema de puntuación tradicional. Y en un mundo que está cambiando más rápido que nunca y que se enfrenta a retos sin precedentes vamos a confiar en la educación más que nunca. Después de 120 años espero que estéis de acuerdo: estamos preparados para ascender. Gracias. (Aplausos)