En la primavera de 1940, Violeta Bardavid Zalman, mi abuela, tuvo dos problemas realmente grandes. Uno fue Adolfo Hitler. Hitler había invadido Polonia en septiembre de 1939 y nadie en Europa podía estar suficientemente seguro de a dónde irían. Violeta, de hecho, ya había sido expulsada de Italia, cuando Mussolini le dijo a los judíos extranjeros en 1938 que tenían que emigrar. Entonces, ella volvió con su esposo Harry y su bebé a su nativa Bulgaria, pero sabía que si continuaban las persecuciones y explosiones, ellos tendrían un conjunto de opciones considerablemente más limitado. El segundo problema, y podría decirse que el más grande, fue Rebeca. Mi abuela no fue la primera alternativa de matrimonio para mi abuelo. Algunos años antes de su compromiso organizado, la hermana mayor de mi abuelo puso a su hija más joven ante él y le dijo que fuera su chaperón. Rebeca tenía 16 años con piernas muy largas, entonces, ellos se enamoraron de inmediato pero cuando él le preguntó a su familia si podían casarse, en realidad nadie aprobaba tan estrecho vínculo entre parientes cercanos. Pocos años después, mi encantadora abuela fue puesta frente a él; se casaron y se mudaron a Milán para empezar sus vidas como recién casados lejos de Rebeca. Pero cuando regresaron pocos años más tarde como refugiados, con sólo unos cientos de dólares, entonces se vieron obligados a ir de casa en casa de los parientes de Harry; finalmente llegaron a lo de Rebeca, donde vivieron en el cuarto de visitas, lo cual estaba bien para mi abuelo, pero era completamente intolerable e inaceptable para mi abuela. Entonces, ella decidió llevar su caso al cónsul de Estados Unidos. Para ir a Estados Unidos se necesitaban tres cosas: se necesitaba una visa, una declaración jurada de alguien que testificara la buena reputación, y se necesitaba un lugar en el sistema de cupos que limitaba el número de personas que podían ir al país. En realidad, ya se les había dicho que podían llevar los 250 dólares que ya se les habían permitido llevar consigo desde Italia y mi abuelo podía irse por su cuenta a Estados Unidos y recoger a mi abuela y a su hijo cuando tuviese suficiente dinero; pero esto, por supuesto, no solucionaría tampoco los problemas de Violeta. Entonces, ella se vistió formal, se puso medias de seda con costuras traseras, se puso su pequeño traje, sus tacones altos, se puso lápiz labial, decidió hablar francés -que aprendió de niña- y se dirigió al consulado. Y ella dijo lo siguiente: "Monsieur Consulat, ante todo, Ud. sabe que nosotros no podemos sacar dinero del país, es imposible, no está permitido sacar nada, sin importar cuánto se tenga. Y, en segundo lugar, realmente mi esposo, en Estados Unidos, completamente solo, y yo aquí con Hitler a nuestras espaldas, ¿Qué va a suceder? Le cuento, no somos personas que queramos vivir a cuenta del gobierno, somos personas que queremos trabajar. Y le juro que lo primero que haremos cuando vayamos a Estados Unidos será empezar a trabajar y pagar impuestos". Ella me contó esta historia muchas veces, y siempre terminaba de la misma manera; ella levantaba la cabeza así, y decía: "¿Sabes lo que dijo? Dijo de acuerdo". Y así la historia de mi abuela surtió efecto. Pero, ¿por qué surtió efecto? Surtió efecto por ser un relato poderoso, podemos llamarlo sueño americano. También surtió efecto por el poder de la narrativa. Son historias tan grandes que vivimos dentro de ellas. Nos dicen quiénes somos, el significado de lo que sucede a nuestro alrededor, de dónde venimos, y nos dan alguna guía respecto hacia dónde vamos en el futuro. Son historias tan grandes que no las narramos demasiado, se han vuelto hilos conductores a través de los cuales nos hablan. Lo que decimos, lo que hacemos, lo que planeamos para el futuro, todo eso son etapas en el devenir de la historia, y una pequeña vuelta de página hacia el futuro. Por eso el sueño americano ha sido siempre de ese tipo de historias grandes, más grandes que el país, incluso. Quiero decir, en verdad, ¿cómo mi abuela que creció en un pueblo, en un país que se convertiría en Turquía, sabía del sueño americano? Ella no tenía derecho a eso, a no ser que fuese por las películas de Rodolfo Valentino que vio de adolescente en Atenas. Pero ella lo conocía, lo conocía porque era tan flexible, tan inclusivo, tan universal en su promesa que ella, como millones de otras personas, se imaginaron a sí mismas en él. Y sin saber una palabra de inglés, o habiendo jamás puesto un pie en este país, ella persuadió a un hombre que jamás había conocido de que ella era estadounidense. Con respecto al cónsul, un burócrata diligente, que necesitó la traducción del francés de mi abuela por su secretaria, entendió, comprendió lo que ella dijo. Esto les permitió, porque conocían y vivían este mismo relato encontrar un momento de terreno común y solucionar juntos un difícil problema. Aún hablamos muchísimo del poder del sueño americano, pero muchos de sabemos que está lejos de ser tan poderoso o tan globalmente resonante como alguna vez lo fue. Existen montones de historias, muchas formar de pensar, muchos códigos, muchos símbolos y todos son legítimos. Y las historias, de hecho, cambian con el tiempo. ¿Qué hacer entonces cuando las historias empiezan a agotarse? ¿Qué hacer cuando Estados Unidos y China se prestan atención mutua a través de un espacio muy vasto pero dentro de un inevitable futuro compartido? Uds. no pueden adivinar si ellos escribirán ese futuro como socios estratégicos o enemigos estratégicos. ¿Qué hacer cuando la Unión Europea, que fue un sueño compartido, no puede resolver cómo armonizar las voces de sus países ricos con la de sus países pobres, Alemania y Grecia? ¿Qué debiéramos hacer cuando lo que llamamos Occidente" y lo que llamamos "Islam" no pueden encontrar una manera de integrar sus pasados compartidos, para poder avanzar hacia algún tipo de futuro armonioso? Y el pasado existe. Mi abuela habló de los españoles medievales, de los judíos de El Andaluz, la joya de la corona de los Imperios Islámicos, y ella creció en el Imperio Otomano, con vecinos ortodoxos griegos a un lado y cristianos armenios por el otro, pensando en la moda parisina y en películas estadounidenses. Entonces, ¿es esto el Islam o es Occidente, o es ambas cosas? Necesitamos una nueva historia. Pero, ¿cómo conseguimos esa nueva historia? Bien, sabemos que existen muchas voces y muchos participantes para generarlas. Pero no se trata de colaboración voluntaria distribuida con democracia perfecta. El poder político interviene inevitablemente en la creación de los relatos que compartimos. Ellos suprimen algunas voces y elevan otras. Por eso es tan importante que tengamos no solamente líderes políticos responsables, sino que entiendan el poder y la importancia de los relatos. Uno que nos sirva para forjar uno nuevo que tenga exactamente las mismas tres cosas, que tienen todos los relatos sociales exitosos. Todos son legítimos. Tienen resonancia con la verdad y un sentido de la realidad, la gente puede reconoce la realidad que tienen. Quizá no sea la misma realidad, pero para ellos parece ser legítima de alguna manera. Son incluyentes. Todos tienen una voz sin importar cuán grande o pequeño sea uno. Nos ofrecen una opción, porque todos somos personas modernas, no importa de dónde vengamos y dónde estemos ahora. En realidad ya no aceptamos historias en las que nos cuenten el final y debamos suponer lo que se omitió. La otra razón de que necesitamos historias que nos ofrezcan una alternativa es que cuando tenemos problemas difíciles, o nos enfrentamos a ellos, lo que inevitablemente ocurrirá, es que necesitamos una manera de inventar y crear nuevas soluciones, y eso significa que debemos comenzar con la oportunidad de encontrarnos en un terreno común, como hicieron mi abuela y el cónsul de Estados Unidos. Gracias. (Aplausos)