Mahatma Gandhi dijo una vez: "Existen dos tipos de poder en el mundo: el primero se consigue a través del miedo al castigo, y el segundo a través de los actos de amor". Gandhi creía en el amor como fuerza de cambio, y que cualquier poder que se consiga por miedo al castigo era débil, temporal, corrosivo para el espíritu humano, mientras que el poder que se promueve mediante actos de amor era 1000 veces más efectivo. Y lo que es más, permanente. Sentí ese poder del amor gracias a mi padre la primera vez que me enseñó a montar en bicicleta. Mostraba su amor con la paciencia. Recuerdo cómo corría junto a mí, con cuidado, sujetándome, manteniendo el equilibrio, empujando, ayudándome poco a poco a confiar en lo que él sabía había dentro de mí. Debo haber fallado 100 veces. Pero luego llegó ese momento, como si de arte de magia se tratara, en el que las ruedas estaban rectas por primera vez. Y recuerdo que de niño sentía como si flotara en el aire recorriendo el centro de un vecindario. Y durante ese instante, todas las cosas que pesaban en mi pequeño corazón todas las cosas que mi mente joven no podía entender. Las peleas de mis padres durante la noche. Su matrimonio que se tambaleaba; la enfermedad de movimiento lento que recorría el cuerpo de mi madre, todo ello parecía desaparecer esa misma tarde. Y por eso poco después empecé mi propio ritual. Empezaba cada día después del colegio cuando me apresuraba a tomar la bicicleta, sacándola de donde la tenía, pedaleando por mi vecindario, cruzando la valla, para luego seguir pedaleando hasta el centro de las áreas silvestres cercanas al este de la bahía de San Francisco. Y ahí es donde encontré consuelo. Simplemente pedaleando por la tierra, a través del bosque y los árboles, porque había algo en el simple hecho de moverse montado sobre esa máquina simple hecha de goma y acero que me llevó a un viaje introspectivo. Y en ese momento era libre. Pero luego mi vida cambió como debe ser. Y en dos años, mis padres habían discutido tanto, que mi padre se fue de casa, y yo perdí el interés en aquella bici. Y mientras estaba guardada cogiendo polvo en algún rincón apartado del garaje, mi madre murió en medio de un divorcio amargo. No hace falta decir que, como se me empujó al mundo siendo joven, pasé la primera década de mi vida enojado, resentido, hiriéndome a mí mismo, hiriendo a otros, sin que hubiese por ningún lado el poder del amor. Pero después mi padre volvió a mi vida. Me dijo: "Lo entiendo. Yo también sentí la pérdida. Y necesitaba hablar con alguien. Quizás deberías pensar en eso tú también". Seis meses después, me senté delante de una psicoterapeuta. "Creo que estoy loco", le dije. Pensé que haría que me comprometiese. Sin embargo, me dijo mirándome con cariño y empatía: "Rick, los que realmente están locos en este mundo son los que tratan de convencerte con todas sus fuerzas de que no lo están". Ese fue el primer paso para mi curación. Y durante los siguientes 3 años, indagué en mi interior, a veces viendo partes que no quería ver. Pero después de esos 3 años, tuve lo que la gente llama un momento de claridad, un punto de inflexión, si lo desean, en el que me pude hacer una de las preguntas más importantes en la vida: ¿qué es lo que quieres antes de morir? ¿Cuál es tu sueño? Llevaba trabajando 14 años como fotógrafo en un periódico diario, y tenía clara una cosa: ese camino no me llenaba más. Desde siempre tenía un sueño mayor. Siempre había soñado con recorrer el mundo en bicicleta. Por lo que después de dos años, me encontré en el puente Golden Gate con mi bici, diciendo adiós a amigos y familiares, recorriendo casi 6500 km por EE.UU.. Tras pedalear casi 6500 km por EE.UU., me fui a Europa donde pasé 8 meses recorriendo el invierno más frío registrado en Europa. De allí, recorriendo Grecia y Turquía. Se me denegó un visado para entrar en Irán por lo que seguí mi camino por Uzbekistán, Kirguistán, China, subiendo casi 6500 metros en la meseta del Tíbet para bajar a la India, Nepal, y Bangladés. Allí es donde empecé a ver algo diferente desde mi bicicleta: sufrimiento a un nivel que nunca antes había visto. Y solo en ese momento aprendí el segundo poder del amor, siendo el primero el cuidado de uno mismo, y el segundo permitir que se refleje en el exterior, ayudando a otros. Empecé como voluntario cuando descansaba de la bici. La primera tarea, y la más difícil, fue consolar a los moribundos en un hospicio de gente con sida en Tailandia. Después seguí con la extracción de bombas en Laos junto con esta gente que extraían bombas evitando que matasen a cualquier persona. Seguí en Vietnam trabajando ayudando a que víctimas de minas se recuperaran y después enseñando inglés a niños pobres en Camboya. Pero el motivo de estar aquí hoy es para contarles qué pasó después de eso. Me dirigía en bici al sur por Tailandia, y conocí a esta persona, un iraní de Mashhad, Irán. Nos escribimos por email durante un tiempo. Se llamaba Mohammad Tajeran. Me invitó a ir a Penand, Malasia. Al poco, estaba sentado tomando café y comiendo con él. Decidimos ir en bici juntos recorriendo Malasia, por la principal cordillera de Malasia, de los bosques fluviales más antiguos. Y mientras íbamos juntos, le pregunté por su vida. Lo que me contó fue profundo. Me contó que su padre murió cuando era joven, y que había hecho todo bien en su vida; titulado en ingeniería, abrió un negocio que tuvo éxito. Pero un día, escalando una montaña, se dio cuenta de que no estaba bien. Y así, empezó a planear un viaje. Él siempre había soñado con recorrer el mundo en bici. Y cuando se preparó para hacerlo, aprendió inglés, y marchó con 500 dólares en el bolsillo. Pues bien, esa tarde me di cuenta de que este hombre estaba contando mi historia. Esa era mi historia. Y pensé: aquí estaba este hombre que la gente decía, este es tu enemigo, cuando, de hecho, tenía más en común con él que con varios de mis amigos en mi casa. Cuando terminó nuestro viaje, en la costa este de Malasia, cavamos un hoyo. Él iba por el mundo con la bici plantando árboles. Y decidimos plantar un árbol juntos, por la paz, un árbol que todavía se mantiene y crece en paz entre nuestros dos países, EE.UU. e Irán. (Aplausos) Y cuando me despedí de Mohammad, le dije que le quería. Empecé a llorar porque lamentaba que nuestros dos países se lanzasen unos a otros una retórica de guerra. No actuaban a través del poder del amor, sino que actuaban a través del poder que esperaban lograr usando amenazas de castigo. Y así, durante los años que no vi a Mohammad, desarrollamos un segundo proyecto llamado "Las ruedas de la paz". Y en vez de explicarlo yo, me gustaría invitarle para que se los explique él. Mohammad, ¿estás por aquí? Se debe haber perdido con su bici. ¿Dónde estás Mohammad? Es tímido. No quiere salir ahora. Mohammad, ¿estás por allí atrás? No sé qué ha pasado. (Aplausos) Mohammad Tajeran: He estado esperando este momento durante mucho tiempo. Para abrazar a uno de mis mejores amigos delante de una multitud en mi país, Irán. Estoy muy entusiasmado, muy emocionado. "Las ruedas de la paz" es un proyecto para unir a niños de dos naciones diferentes. Son como dos ruedas de una bicicleta, dependientes una de la otra. Si una no funciona, la otra fallará. Rick y yo somos como un cuadro de bici intentando unirlos con nuestra fuerza, nuestras cartas y los intercambios de esas cartas. Una carta para entender que tienen los mismos valores en todo el sistema. De la misma forma, en nuestro mundo, la paz está relacionada con la paz de cada una de las naciones. Como dijo Saadi: "Los seres humanos forman un todo, creando una esencia y un alma. Si un miembro sufre dolor, otros molestos estarán". RG: Mohammad y yo visitamos clases en Irán y EE.UU. Los dos recogíamos manualidades y cartas para que los niños intercambiasen. Después nos juntamos en... no consigo decir esa palabra, la isla de Kish, hace nada el año pasado. Y juntamos todas las manualidades y las cartas. Y creo que quiero terminar con esto: ¿Qué aprendimos de todo esto? Creo que es algo que todos saben; que al acercarnos día a día, momento a momento, teníamos la opción de actuar acorde a lo que dijo Gandhi, actuar desde ese lugar de amor, u operar desde ese lugar de miedo. Yo diría que en mi caso saben qué opción elegí, Saben qué opción eligió Mohammad. Pero nos iremos pronto en unos cuantos años, y viene la siguiente generación. Me gustaría mostrarles lo que tienen que decirse los unos a los otros con su arte y sus letras. [¿Qué tienen que decirse los niños de EE.UU. e Irán?] (Vídeo) (Música) [¡Quiero a mi amigo!] [¿No somos todos humanos? Entonces, ¿por qué no podemos vivir en paz?] [Amor] [Tú y yo, amigos para siempre] [Amigos] [No más guerra] [Irán, EE.UU., Paz] [No a la guerra, más paz] ["El amor es la única fuerza capaz de transformar enemigo en amigo". MLK Jr.] (Aplausos) RG: Gracias. MT: Muchas gracias. Lo agradezco de verdad. (Aplausos)