Tanto en obras de Shakespeare
como en actuales series de televisión,
el maquinador inescrupuloso que cree
que el fin siempre justifica los medios
se ha convertido en un personaje
habitual a quien nos encanta odiar.
De hecho, nos es tan común
que por siglos hemos usado
una palabra particular para describirlo:
maquiavélico.
Pero ¿es posible que hayamos estado
usando de forma incorrecta esta palabra?
A principios del siglo XVI,
el funcionario Nicolás Maquiavelo
escribió numerosos libros
sobre historia, filosofía y teatro.
Pero su perdurable fama
se debe a un breve ensayo político
titulado "El príncipe",
estructurado como una serie de consejos
para monarcas actuales y futuros.
Maquiavelo no fue
el primero en escribir algo así.
De hecho, existía todo
un subgénero literario
conocido como "espejo de príncipes"
que data de la Antigüedad.
Pero a diferencia de sus predecesores,
el objetivo de Maquiavelo
no fue describir un gobierno ideal
ni exhortar a sus lectores a gobernar
de forma justa y virtuosa.
Se focalizó, en cambio,
en la problemática del poder:
cómo obtenerlo y cómo conservarlo.
Décadas después de su publicación,
"El príncipe" se ganó
una reputación diabólica.
Durante las guerras de religión en Europa,
tanto católicos como protestantes
acusaron a Maquiavelo
de inspirar los actos de violencia
y tiranía de sus enemigos.
Hacia el final del siglo,
Shakespeare usó "Maquialevo"
para referirse a un inmoral oportunista,
y esto propició el uso popular
del término "maquiavélico"
como sinónimo de villano manipulador.
A simple vista,
"El príncipe" parece merecer
su reputación como manual para el tirano.
A lo largo de toda la obra, Maquiavelo
parece ignorar cuestiones de moralidad,
excepto cuando
es beneficiosa o perjudicial
para la conservación del poder.
Por ejemplo,
se aconseja a los príncipes considerar
todas las atrocidades necesarias
para obtener el poder
y ejecutarlas de una sola vez
para asegurar así la estabilidad futura.
El ataque a territorios vecinos
y la opresión de minorías religiosas
se mencionan como formas efectivas
de controlar a la población.
Sobre el comportamiento
personal del príncipe,
Maquiavelo aconseja mantener
una apariencia virtuosa,
es decir, mostrarse generoso y honesto,
pero estar preparado para abandonar
el engaño si sus intereses son amenazados.
Una de sus citas más famosas
sobre los gobernantes fue:
"es mucho más seguro
ser temido que amado".
El tratado incluso finaliza con
una petición a Lorenzo de Médici,
el gobernante de Florencia
recientemente instalado,
donde le insta a unir bajo su dominio
las divididas ciudades-estado de Italia.
Muchos han justificado a Maquiavelo
explicando que sus motivaciones
eran el realismo sin sentimientos
y el deseo de paz para Italia, destruida
por conflictos internos y externos.
Desde esta perspectiva,
Maquiavelo fue el primero
en entender una verdad incómoda:
la estabilidad política es un bien mayor
que justifica todo tipo de tácticas
necesarias para alcanzarla.
El filósofo Isaiah Berlin sugirió
que en vez de considerarse inmoral,
la figura del príncipe se vincula
a la moralidad de la Antigua Grecia,
según la cual la gloria del Estado
es superior al ideal cristiano
de la salvación individual.
Pero lo que sabemos sobre Maquiavelo
podría no encajar en este encuadre.
El autor había trabajado como diplomático
en su Florencia natal durante 14 años,
y había defendido con firmeza
el gobierno republicano electo
frente a los aspirantes a monarca.
Cuando la familia Médici llegó al poder,
no solo perdió su puesto, sino que
fue incluso torturado y desterrado.
Considerando esto, es posible leer
el tratado que escribió en el exilio
no como una justificación
de la autoridad del príncipe,
sino como una mordaz descripción
de su funcionamiento.
En efecto, pensadores
de la Ilustración como Spinoza
lo consideraron como una advertencia
a los ciudadanos libres
de las múltiples formas en que
los gobernantes pueden someterlos.
He hecho, ambas interpretaciones
podrían ser correctas.
Maquiavelo podría haber escrito
un manual para los tiranos,
pero, al publicarlo, también reveló
las cartas a quienes serían gobernados.
Al hacer esto, revolucionó
la filosofía política
y sentó las bases para que
Hobbes y futuros pensadores
estudiasen las relaciones humanas
basándose en sus realidades concretas
y no en ideales preconcebidos.
Mediante su brutal
e impactante honestidad,
Maquiavelo pretendía destruir
la falsa ilusión popular sobre
lo que implica verdaderamente el poder.
Y, como escribió a un amigo
poco antes de morir,
esperaba que las personas
conocieran "el camino al infierno
para que se mantuviesen apartadas de él".