Cuando tenía 8 años,
mi madre me llevó a una fiesta.
Una amiga de mi abuelo había venido
de Japón y quería que la conociera.
Pero antes de entrar,
mi madre me advirtió:
"Ari, la amiga del abuelo
tiene quemaduras.
Por favor, no menciones sus cicatrices".
Sólo tenía 8 años, así que
le pregunté qué le había pasado.
Me dijo que le había quemado
la bomba atómica de Hiroshima.
Yo dije: "Mamá, ¿no crees que es raro?
La amiga del abuelo sobrevivió a Hiroshima
y Pop-pop le lanzó la bomba".
Pop-pop era como llamábamos
a mi otro abuelo, Jacob Beser.
Fue el único hombre del mundo
que voló en ambos aviones
que lanzaron las bombas atómicas
sobre Hiroshima y Nagasaki.
En EE.UU. nos enseñaron
que las bombas fueron algo bueno:
que salvaron vidas y
pusieron fin a la guerra rápido,
y que los tripulantes fueron héroes.
Hicieron una película sobre ello en los 80
y Billy Crystal interpretó a mi abuelo.
¿No se supone que
tendría que estar orgulloso?
En fin, 10 de marzo de 2011,
esa mañana gané una beca
para ir a Japón y escribir un libro
sobre Jacob Beser, la señora japonesa
y esta extraña coincidencia familiar.
Estaba volviendo a casa
después de celebrarlo;
y ya era 11 de marzo en Japón.
Ocurrió el terremoto de Japón oriental,
causó un tsunami que arrasó
la costa de Tohoku
e inundó ciudades con hasta
30 metros de agua.
Las noticias fueron
revelándose y descubrimos
que hubo un accidente
nuclear en Fukushima.
Día tras día mientras se revelaban
las noticias, e iban a peor,
no cancelé mis planes de venir.
Ese verano estaba en Japón, preparado para
los aniversarios de las bombas atómicas.
Conocí a la familia de la señora japonesa
y les pregunté si trabajarían conmigo
y me ayudarían a escribir el libro.
Y me dijeron: "No".
"Si quieres escribir un libro sobre
la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki
y quieres comprender,
tienes que conocer a los supervivientes.
Seremos amigos tuyos en la intimidad,
pero no podemos ayudarte públicamente.
Si quieres comprender tienes que conocer
a todos los supervivientes que puedas".
Así que desde entonces
estoy en un viaje para conocer a
los supervivientes de las bombas
o "Hibakusha", como se dice en japonés,
e intentado conocer a todos los que puedo.
Ese mismo verano me presentaron
al artista Shinpei Takeda.
Me dijo que conocía a la gente perfecta
a la que yo podía conocer.
Uno de ellos era Yuji Sasaki,
el sobrino de Sadako Sasaki.
Sadako fue la niña que plegó
mil grullas de papel
para cumplir la leyenda japonesa que dice
que al hacerlo se te concede un deseo.
Su deseo era curar la leucemia
que contrajo por la radiación de la bomba.
Pero falleció.
Su mensaje de esperanza vive,
y hoy niños de todo el mundo
están haciendo grullas de papel
para la paz gracias a ella.
Cuando le conté a Yuji qué estaba haciendo
y qué quería comprender
captó la idea y corrió
a una habitación interior,
y salió unos segundos más tarde
con una pequeña caja de plástico.
Abrió la caja
y dentro había una grulla de papel
y un triángulo de papel minúsculos.
Me dijo que ésa era la última grulla
de papel que hizo su tía,
y el triángulo era la grulla
que no terminó.
Me dijo que abriera la mano
y sacó la grulla,
y me la puso en el centro de la palma.
Me dijo: "Diminuta, ¿verdad?"
En 2010 conocí al nieto
del presidente Truman,
el nieto del presidente
que lanzó la bomba atómica.
Hice para él lo mismo
que estoy haciendo para vosotros,
y le hice la misma pregunta
que voy a hacerles:
¿Trabajarás con nosotros
para enviar un mensaje de paz?
Sólo tenía 23 años en ese momento,
no sabía que podía hacer para ayudar
pero sabía por qué tenía que intentarlo.
Si pudiéramos unirnos japoneses y
estadounidenses como antiguos enemigos
y descendientes de esta gente
involucrada en la historia,
serviría de ejemplo para el mundo
de los cambios positivos que son posibles.
Me dijeron que hay dos tipos
de actividades de paz:
está la paz negativa y la paz positiva.
La paz negativa no es algo malo.
Significa que conseguiremos la paz
a través de la ausencia de algo;
si nos libramos de las minas,
armas nucleares o armas,
entonces conseguiremos la paz.
La paz positiva es un poco diferente.
Significa que la gente puede unirse
y construir mejores relaciones.
Podemos hacerlo.
Podemos exigir que los gobiernos
tengan discusiones de alto nivel
para eliminar las armas de guerra,
pero podemos unirnos como gente común
de los extremos opuestos de un conflicto
y construir mejores relaciones
nosotros mismos.
La noche en la que conocí a Yuji,
Shinpei me presentó a más gente.
Eran voluntarios
trabajando en las ciudades de Tohoku
Ofunato y Rikuzentakada
con un grupo llamado All Hands Volunteers.
Shinpei pensó que tras pasar tiempo
intentado comprender
las bombas atómicas, el desastre,
sería bueno para mí
ir a un desastre en curso
y ayudarles en sus labores de rescate.
El 80% de Rikuzentakada estaba arrasado.
En la costa, donde
solía haber 70 000 árboles,
sólo quedaba uno.
Estaban haciendo
muchos trabajos diferentes.
Estaban haciendo toda clase
de proyectos: enlodar casas,
limpiar fábricas de pescado
y limpiar fotografías.
Yo estaba ayudando
en el proyecto de limpiar fotos.
Era como si la gente... Encontramos
un montón de fotografías en los escombros
y la gente nos traía fotografías
para que las limpiáramos.
Fue algo por lo que me apasioné mucho.
No era el proyecto más popular
de todos los tipos de trabajo
que podías hacer.
No era el más popular,
pero era como devolver
recuerdos de la vida de la gente
antes de que todo fuera arrasado.
Yo soy fotógrafo, así que
comprendí el valor de las fotos.
Nunca le dije a ningún vecino
qué estaba haciendo en realidad en Japón.
No quería que la historia de mi familia
interfiriera con su recuperación.
Pero se lo conté a algunos voluntarios,
y para mi sorpresa
yo no era el único allí con una conexión
con las bombas atómicas.
Una chica me contó que no sabía
exactamente lo que hizo,
pero su abuelo también estuvo involucrado
en la misión de Nagasaki.
Su familia tiene fotografías que él tomó
y que nadie había visto nunca antes:
de la nube de hongo sobre Nagasaki.
Debió haber estado en uno
de los aviones de reconocimiento.
Otra chica me dijo que mi abuelo
salvó la vida de su abuelo.
Su abuelo no estaba de camino a Japón.
Estaba ya en Japón continental
y estaba previsto que entrara
en batalla el 7 de agosto.
La bomba se lanzó el 6 de agosto,
la batalla se canceló, y él vivió.
Ella sabía que ella
también vivió gracias a ello.
No sé cuántas vidas se salvaron
con el lanzamiento de la bomba atómica,
o si hubo alguna,
pero ella sabe que su vida se salvó;
eso fue lo que dijo.
Y por eso tiene sentimientos encontrados.
Al año siguiente,
el sobrino de Sadako, Yuji,
nos llevó a mí y al nieto del presidente
Truman, Clifton Daniel, a Japón.
Clifton era el primer miembro
de la familia Truman en ir a Japón,
y para él el estar aquí
era algo muy importante.
Pude estar en la sombra
de esta visita histórica,
pude presenciar y ver todas las reuniones
y las conferencias de prensa,
pero no se trataba de mí.
Me sentí un poco como Forest Gump.
Ya saben, en segundo plano.
Conocimos un total de 15, creo,
supervivientes, quizás él conoció más.
Nos contaron su historia
y nos pidieron
que la recordáramos,
y que se la contáramos al mundo.
No he venido hoy aquí para discutir
la decisión de la bomba atómica
ni defender lo que sucedió.
Simplemente no quiero
que olviden lo que ocurrió.
El día en el que olvidemos lo que pasó
en Hiroshima y Nagasaki,
es el día en el que nos arriesgamos
a que pase otra vez.
Los supervivientes nos contaron
cómo fue para ellos.
El 6 de agosto,
el cielo azul estaba despejado
en un cálido día de verano.
Sabían que iba a pasar algo.
Hiroshima no había sido bombardeada
como otras ciudades japonesas.
Tenían calles estrechas;
estaban derribando las casas para
ensancharlas y hacerlas rutas de escape.
Desde niños de 13 años
hasta adultos;
todo el mundo estaba trabajando
para ensanchar estas rutas.
Pero nadie se podía imaginar
lo que iba a ocurrir.
A las 8:15, la gente estaba preparándose
para su jornada, yendo a trabajar,
subiendo al tranvía, bajando del tranvía,
sentada en clase, mirando por la ventana.
Vieron un avión plateado, un bombardero
B-29, y dijeron que era muy bonito.
Lo señalaron con el dedo,
y después algunos dijeron
que voló en otra dirección.
Algunos dijeron que juran que vieron
un punto negro caer por el cielo,
paracaídas descendiendo
que resultaron ser equipamiento de medida.
Algunos no vieron nada.
Sólo vieron un destello.
Cuando despertaron, nadie recordaba
cuánto tiempo había estado inconsciente,
pero Hiroshima había desaparecido.
Era un mar de fuego, muerte, destrucción.
Las calles estaban llenas de cadáveres
y moribundos con la piel colgando.
Estaban poniendo así los brazos
para que no les doliera.
El río... Los ríos...
Hiroshima tiene muchos ríos,
y todos estaban llenos de cadáveres.
Ni siquiera podían ver el agua, pero
la gente bebía de ellos de todas formas
porque necesitaban sentirse aliviados.
Una niña de 8 años,
tenía 8 en aquel entonces...
Alguien se le acercó
suplicando agua, y se la dio.
Estaba ensangrentado,
murió delante de ella.
Su padre le dijo esa noche:
"No le des agua a las víctimas quemadas",
así que mintió y dijo que no lo hizo.
Dijo que durante treinta años
lo mantuvo en secreto.
No la quemaron las bombas atómicas,
pero tiene lo que ella llama
cicatrices invisibles.
Un año después, tuve la ocasión de
conocer a la familia de Tsutomu Yamaguchi.
El doble superviviente, le llaman.
Él estaba trabajando en Hiroshima.
Era diseñador naval.
Estaba previsto que volviera a casa el 7
de agosto, pero la bomba se lanzó el 6.
Escapó apenas con vida.
Sufrió graves quemaduras.
Llegó a su casa en Nagasaki.
Vendado y herido,
fue a trabajar el 9 de agosto.
Le contó a sus compañeros
lo que pasó. Nadie le creyó.
"¿Cómo puede una bomba
destrozar una ciudad entera?"
Él era técnico.
Tendría que saberlo, dijeron.
Ahí fue cuando explotó la segunda bomba,
y él pensó que las nubes de hongo
le estaban persiguiendo.
Su familia podría haber tenido
un millón de reacciones al conocerme.
Su hija me contó que
cuando mi abuelo fue a Japón en 1985,
enfadó a muchos de los Hibakusha,
no pidió perdón por lo que ayudó a hacer,
no se arrepentía.
Pero fue a conocer a los supervivientes
y a suplicar al mundo
que aprendiéramos a convivir
porque sabíamos
que podíamos destruirlo todo.
Sin embargo, su hija me dijo:
"No te hemos traído aquí para gritarte.
Ya no queremos una disculpa. Mi padre
me enseñó a estar por encima de eso.
Tenemos que aunar esfuerzos.
Tenemos que trabajar juntos para la paz.
Es nuestro deber".
Tsutomu Yamaguchi solía decir:
"Vivimos en un mundo
en el que estamos escuchando
a la gente más ruidosa y más radical.
Y pensamos que tienen razón".
La Segunda Guerra Mundial fue igual.
Tenemos que escuchar a nuestros corazones.
Sabemos qué está bien.
Incluso si parece
que nadie más está de acuerdo,
saben qué está bien.
Y la verdad puede empezar como un susurro,
pero debemos seguir diciéndola.
La verdad puede traspasar fronteras.
Si podemos imaginar un mundo sin guerra,
y un mundo sin armas nucleares,
entonces podemos trabajar
juntos para conseguirlo.
Gracias.
(Aplausos)