Quiero preguntarles algo. ¿Harían ejercicio si supiesen que no afectaría su aspecto? En nuestra cultura, la apariencia es sumamente importante. La cultura occidental moderna realza la juventud y la perfección, y estigmatiza a quienes no encajan en ese modelo. Sentimos presión. Arriesgamos nuestra buena salud a diario para vernos de cierta manera. La relación entre ejercicio y apariencia es imprecisa, pero sin duda mejora la salud: previene afecciones cerebrales y cardíacas, favorece la salud ósea y articular, aumenta la fortaleza muscular. Así que, volviendo a mi pregunta: si supieran que podrían no perder peso, que hasta podrían subir de peso, pero mejorarían la salud funcional de su cuerpo, ¿irían igualmente hoy al gimnasio? Cuando cursaba mi posgrado, desarrollé una tecnología que mide cómo la gente percibe su propio peso, tamaño y forma. En ese momento, nuestro proyecto reveló que, usualmente, incluso en distintos contextos culturales, estamos insatisfechos con la apariencia de nuestro cuerpo. Tanto, que hasta se acuñó un término para describirlo: "inconformidad normativa". Básicamente, hemos normalizado estar disconformes con nuestra apariencia. Tenemos problemas con nuestra apariencia. Y ciertas conductas saludables como comer, hacer ejercicio, beber agua, se promocionan con el único fin de vernos como creemos que deberíamos. Pero hay una enorme discordancia. Una discordancia entre salud, rendimiento y apariencia. Como científica, pasé casi dos décadas estudiando cómo optimizar nuestro cuerpo y nuestro rendimiento y prosperar psicológicamente o ser feliz al mismo tiempo. Tomémonos un momento y veámoslo de otra manera. Consideremos la arquitectura. A fines del siglo XIX, los cambios económicos, tecnológicos y de diseño impulsaron la creación de nuevos estilos arquitectónicos. Si no se iba a elegir la forma y el estilo de los edificios existentes, algo tendría que determinar cómo se vería el edificio. Lois Sullivan, ya fallecido, fue un arquitecto que dijo: "La forma sigue a la función". Fue un giro importante en la forma de pensar de ese momento porque lo que dice es que la función es lo primero y la forma viene después. No es difícil comprender este concepto hoy en día. En Luisiana, las casas se construyen sobre pilares para protegerlas de inundaciones. El Pentágono tiene un diseño intencional que se corresponde con su función. Necesitaba albergar a 40 000 personas, tener espacio para estacionar 10 000 coches, 370 000 m2 para oficinas y no más de cuatro pisos. Y si vemos cómo diseñamos hoy nuestros edificios, es fácil darse cuenta de que lo primero es la función. Pero ¿por qué es tan difícil aplicar esa lógica a nuestro cuerpo? Hoy quiero ofrecerles un cambio de perspectiva a considerar sobre nuestro cuerpo. La función antes que la forma. Como en el ejemplo arquitectónico, la forma sigue a la función, lo cual implica priorizar el rendimiento y la finalidad por sobre la apariencia. Sin embargo, cada día, en distintos momentos, en distintas situaciones, nos preguntamos: ¿cómo se ve mi cuerpo? Y lo enmarcamos como un objeto a juzgar. ¿Y si cambiáramos el punto de vista y nos preguntáramos cómo funciona nuestro cuerpo? Si seguimos el ejemplo de aquellos en nuestra comunidad de quienes se espera un alto rendimiento, como los atletas y los soldados estadounidenses, nos centraríamos solo en eso. Rendimiento. ¿Cómo funciona mi cuerpo? Los soldados realizan ejercicios de preparación diseñados para alistarlos en su misión, optimizar el rendimiento y prevenir lesiones. Recientemente, el entrenamiento militar incluyó también la resiliencia, la capacidad de recobrarse de circunstancias complicadas, físicas y mentales. Si los soldados en una misión, o atletas en una competencia de alto riesgo, se distraen con la forma, las consecuencias pueden ser fatales. Por ejemplo, las atletas que se centran en su apariencia, preocupadas por ser juzgadas en uniformes ajustados, suelen llevar conductas insalubres para lograr esa figura, lo que puede producir debilidad ósea, lesiones graves y problemas de fertilidad. Y estas son cuestiones que afectan la vida a largo plazo. Y fue estudiando estas comunidades de alto rendimiento que nos dimos cuenta de que centrarse en rendimiento, función y resiliencia no es solo para una elite. Entonces, como personas comunes, ni soldados ni atletas, ¿queremos optimizar nuestro cuerpo a largo plazo? ¿O queremos otra cosa? Yo fui gimnasta de competencia por 10 años. Hace bastante ya. Dejé el deporte luego de una lesión en la columna y tuve problemas para advertir cuáles debían ser mis hábitos de salud. Comer, ejercitar, reducir el estrés. Era abrumador. Luego de una cirugía de hombro y una reconstrucción de tobillo, solo pensaba en volver a estar en forma. Pensaba que era saludable. Pero en esa época no se me ocurrió relacionar mis hábitos con la función del cuerpo. Después de todo, ¿el tamaño corporal no determina la salud? Hace unos años, descubrí que tengo una afección que me hace propensa a lesiones. Luego de fracturarme una costilla, sufrir una reconstrucción del pie derecho y someterme a una fusión cervical, terminé en una etapa en la que dediqué todo mi tiempo y energía a recobrar la capacidad de usar ciertas partes de mi cuerpo y fortalecer las demás para no perder más funciones. Fue un punto de inflexión. Porque cuando nos enfocamos en recuperar funciones después de una lesión o cirugía o de luchar para sobrevivir a una enfermedad, nuestra perspectiva cambia. La función se vuelve esencial y la forma pasa a segundo plano. Nos obliga a pensar de otra manera. ¿Por qué nos cuesta tanto hacerlo cuando nuestra vida está en juego? Dada la explosión de redes sociales y tecnología, tenemos acceso a cantidades abrumadoras de información sobre salud, de manera constante. Aun con toda esta información al alcance de las manos, estamos en un punto crítico. Porque en verdad, ya no sabemos qué es una conducta de salud. Las "conductas de salud" no siempre son conductas saludables. Son conductas orientadas a la apariencia, disfrazadas de conductas de salud. Y dado nuestro clima cultural, se ha vuelto difícil diferenciarlas. Conducta de salud: conductas para lograr, mantener o recobrar una buena salud física y mental, y prevenir enfermedades. Dada esta definición, si solo ejercitamos algunas partes del cuerpo para lucir de cierta manera, ¿no nos estamos perdiendo mucho? El entrenamiento de fuerza, por ejemplo, puede prevenir lesiones. Hidratarse bebiendo agua, dormir para recuperarse, practicar la conciencia plena y la meditación para reducir el estrés. O las infinitas investigaciones que avalan la nutrición como combustible y medicina para el cuerpo, en lugar de tan solo considerar la cantidad de calorías. Mantener una buena salud y una buena función es complejo e individual. Nuestros cuerpos no actúan de la misma manera frente a una conducta saludable. Por ejemplo, muchos estudios muestran que nuestros cuerpos no responden al ejercicio de la misma manera. Por eso, nuestros objetivos de apariencia y funcionales no siempre son compatibles. ¿Saben qué? Una función de cuerpo saludable no se ve igual para todos. Si miramos a los atletas que están al tope de su rendimiento, notamos cuerpos bastante diversos. Es una idea innovadora. Estamos acostumbrados a presuponer los hábitos de salud de otras personas y su función del cuerpo basándonos en su apariencia. No se debe juzgar la función con base en la apariencia. Y si no se debe juzgar la función por la forma, nos equivocamos al usar la apariencia como medida de salud, aunque nos hagan creer eso. Piénsenlo un momento. Para la cultura es cómo nos vemos. ¿Y si dijéramos que es cómo nos sentimos y qué podemos hacer con nuestro cuerpo? ¿Por qué nos debería importar? Pues resulta que, para la ciencia, es bueno centrarse en la función. Cuando nos centramos en la función, es más probable que llevemos verdaderas conductas saludables, como hacer ejercicio equilibrado, comer frutas y vegetales, usar pantalla solar, no fumar, realizarse chequeos. Pero aún más importante es nuestra intención. Porque cuando nos centramos en la forma como objetivo principal, podemos perjudicar nuestra conducta de salud. Por ejemplo, si solo nos centramos en qué puede hacer el ejercicio para cambiar nuestro aspecto, obtendremos menos satisfacción del ejercicio y es más probable que abandonemos. Este foco en la función del que vengo hablando es un reconocimiento más profundo. Es respeto. Respeto por nuestros cuerpos y sus necesidades funcionales, incluso si no se ajustan al ideal estético deseado. Como atleta, como científica a cargo de programas para atletas y soldados, que trata a pacientes con desórdenes alimentarios y ayuda a pacientes de cirugías bariátricas con su pérdida de peso, aprendí que todos afrontamos estas necesidades funcionales, ya sea en el deporte competitivo o en la vida cotidiana. Pregúntense: ¿qué hace su cuerpo por ustedes? Más de lo que piensan. Dense un momento para apreciar las partes de sus cuerpos que funcionan. Sean proactivos y decidan cómo quieren que funcione su cuerpo. Cada momento es una oportunidad de empezar desde donde estemos y mejorar la función. Empiecen con la intención. La ciencia dice también que cuando promovemos un entorno de aprecio y respeto hacia cuerpos diversos y nos alentamos mutuamente para tener conductas saludables no orientadas a la apariencia nos va mejor. Así que dejen de hostigar a alguien por su cuerpo. No nos corresponde juzgar. Debemos convencer a las nuevas generaciones de que un cuerpo sano es un cuerpo ideal. Y que algo sea lo usual, no lo vuelve ideal. La arquitectura debió cambiar su perspectiva. Y nosotros también. Gracias. (Aplausos)